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ОглавлениеCapítulo 1 Sobre la identidad organizacional
Identidad. El concepto de identidad no es nuevo dentro de las ciencias sociales. La filosofía lo ha abordado desde diversas perspectivas y en distintos contextos históricos, en donde la identidad pareciera ser el resultado de una cierta tendencia de la razón a reducir lo real a lo idéntico, es decir, a sacrificar la multiplicidad de la identidad con vistas a su explicación y como base para la teorización sobre la condición humana. Desde el siglo pasado, la psicología y el psicoanálisis le otorgaron un lugar preponderante en el estudio de los procesos individuales y representó un elemento clave en la comprensión del desarrollo de la personalidad. La propia antropología ha tenido que conformar un cuerpo teórico en torno al problema de la identidad social. Desde luego, no se pueden perder de vista los aportes de otras disciplinas como la sociología, la ciencia política, la lingüística, etc.
La identidad ha desempeñado un papel importante en la teorización de las ciencias sociales, las cuales aportan y tienen injerencia en los estudios de la organización2 (Corley et al., 2006), ámbito del conocimiento en donde se inscribe el presente estudio. A pesar del interés académico que el término identidad despierta, este ha sido objeto de atención dentro del terreno propiamente organizacional hace relativamente unos pocos años (Hatch y Schultz, 2004). La conceptualización propuesta por Stuart Albert y David Whetten (1985), quienes propusieron que la identidad organizacional (IO) implicaba aspectos organizacionales que cumplen con los criterios de centralidad, carácter distintivo y continuidad temporal, ha dado paso a nuevas conceptualizaciones. Este trabajo impulsó una ola de investigación y teorización que continúa hasta el presente.
Luego de un poco más de un cuarto de siglo desde su conceptualización, el término IO no está lo suficientemente definido, ni la discusión sobre sus alcances o modelos propuestos acabada. En el campo organizacional han prolifereado definiciones que van desde el nivel individual hasta percepciones de lo que la organización es, basadas en perspectivas institucionalistas o esencialistas en donde se busca identificar las características propias de la organización (Ashforth et al., 2011). Esto ha dado como resultado una cacofonía y una polisemia tanto en su definición como en sus aportes al ámbito organizacional, y ha llegado incluso a generar una contradictoria y consecuente situación en donde pareciera que todo es identidad, y simultáneamente nada lo es.
Retomando la definición que Clegg y Hardy (1996) hacen sobre los estudios organizacionales (EO) presentándolos como “una serie de conversaciones, en particular de aquellos investigadores organizacionales que contribuyen a constituir las organizaciones mismas por medio de términos derivados de paradigmas, métodos y supuestos, ellos mismos derivados de conversaciones anteriores” (p. 3), se abre este capítulo en donde se busca, precisamente, discutir el estado de las conversaciones sobre la IO dentro de los EO. El objetivo es proporcionar un panorama general de las investigaciones referidas a este ámbito dentro de los estudios de la organización y de esta manera enmarcar la exploración y los hallazgos obtenidos. Junto con ello, se busca dar a conocer las oportunidades que ofrece este constructo para comprender y analizar los fenómenos sociales que se inscriben en las organizaciones.
Así, este capítulo se encuentra dividido en seis apartados.3 En un primer momento se describe la importancia que ha adquirido últimamente el tema de la IO en el ámbito académico, así como la problemática que lo rodea. En un segundo momento se discutirán los fundamentos disciplinarios, ontológicos y epistemológicos del término, con el ánimo de entender las bases de su inserción dentro del ámbito organizacional, así como los presupuestos para su comprensión e interpretación. Luego se presenta la discusión en torno a las convergencias y divergencias que ha generado el concepto primigenio esclarecido por Albert y Whetten en 1985. A continuación se exponen los paradigmas, perspectivas y discusiones que se vienen realizando dentro del marco de la IO. En un quinto apartado se realiza una breve discusión en torno a lo anteriormente presentado, para terminar el capítulo con algunas reflexiones finales y horizontes de investigación. De esta manera, se busca delimitar y poner al lector en contexto de las conversaciones que se vienen desarrollando sobre el tema de investigación.
Contexto, importancia y problemática
El concepto de identidad ha venido extendiéndose en los últimos años a niveles macro de análisis, y se ha convertido en un aspecto fundamental para la comprensión de lo que significa una organización en la sociedad (Albert y Whetten, 1985; Ashforth et al., 2011; Dutton y Dukerich, 1991; Czarniawska, 1997a, b; Gioia et al., 2000; Hatch y Schultz, 2002). De ahí que el estudio de la IO sea hoy en día un dominio relevante entre los teóricos e investigadores de las organizaciones.
Basados en la definición de IO de Albert y Whetten (1985),4 los investigadores han abordado el concepto explorando sus implicaciones para la vida organizacional en una variedad de entornos. Este creciente interés ha conducido a tomar la IO como una perspectiva importante para analizar diversos temas como la toma de decisiones estratégicas (Dutton y Dukerich, 1991; Elsbach y Kramer, 1996; Gioia y Thomas, 1996; Glynn, 2000; Maitlis y Lawrence, 2003), el cambio organizacional (Chreim, 2005; Martins, 2005; Nag, Corley y Gioia, 2007), mostrar cómo las organizaciones y sus directivos interpretan temas (Dutton y Dukerich, 1991), identifican amenazas (Elsbach y Kramer 1996), perciben y resuelven conflictos (Golden-Biddle y Rao 1997), establecen una ventaja competitiva (Fiol, 1991) y construyen estrategias (Fiol y Huff, 1992), por mencionar solo algunos.
El tema de la IO es, por tanto, importante a nivel teórico, y a la vez proporciona elementos valiosos para análisis empíricos, dado que brinda formas creativas para comprender una amplia variedad de contextos y fenómenos organizacionales (Alvesson, Ashcraft y Thomas, 2008). Junto con ello, este tema también ha sido abordado simultáneamente como perspectiva de análisis y como objeto de estudio. En otras palabras, existe una preocupación por lo que “se es”, como forma cultural e histórica, y una propensión a tomar la IO como perspectiva para comprender los problemas y fenómenos sociales presentes en las organizaciones.
Dentro de esta inquietud por el tema identitario, la organización se convierte en un colectivo integrado por diversos aspectos de la identidad, en donde algunos miembros de la organización pueden percibir ajustes, y algunos otros logran distinguir que sus aspectos individuales no encajan en la organización en donde habitan (Kreiner, Hollensensbe y Sheep, 2006a). Para Mead (1934), la identidad es esencialmente el conjunto de creencias y significados que responden a la pregunta ¿quién soy? Al trasladar esta pregunta al ámbito organizacional, quedaría formulada como ¿quiénes somos? (Foreman y Whetten, 2002).
Una de las posibilidades que brinda el término IO es que permite situar una entidad como tal. Ya sea una organización, grupo o persona, cada entidad necesita por lo menos una respuesta preliminar a la pregunta ¿quiénes somos? para poder interactuar eficazmente con otras entidades a largo plazo y, a su vez, estas necesitan por lo menos la respuesta preliminar a la pregunta ¿quiénes son ellos? para realizar esa interacción. La IO sitúa socialmente, de esta manera, a la organización, al grupo o a la persona (Albert, Ashforth y Dutton, 2000).
Otro aspecto que tiene gran posibilidad para el análisis es que los conceptos de identidad e identificación poseen la capacidad de integrar y generalizar. Son términos que viajan fácilmente a través de los distintos niveles de análisis. Transmiten simultáneamente un distintivo y una unidad, lo cual permite al mismo tiempo confusión, multiplicidad y dinamismo, tanto del contenido de lo que es la identidad, como del proceso de su construcción. Identidad (nombre) e identificar (verbo) pueden ser utilizados como conceptos versátiles, marcos teóricos o herramientas que generan posibilidades para el desarrollo teórico (Albert et al., 2000).
Para Kreiner, Hollensensbe y Sheep (2006a), el término identificación se ha entendido en la literatura organizacional a partir de dos significados: en relación con un estado y con un proceso. La identificación como un estado se refiere a la asociación del individuo con un grupo social (una organización, una profesión, etc.) y, como proceso, describe el paso de alinear la propia identidad con la de un grupo social. Los autores resaltan que la identidad puede cambiar en este proceso, ya que es cíclica, y no determina cuándo un individuo se llega a identificar con una entidad en particular.
Las personas desarrollan una gran variedad de procesos de identificación intertextuales entre el yo y el otro en la interacción con sus entornos sociales (Fuller et al., 2006). Esto permite una construcción simultánea de la identidad personal como ser humano y la identidad pública como actor social. Y dado que tales prácticas articulan lo personal con lo social, analíticamente la noción de identidad puede ser considerada como un concepto puente entre el individuo y la sociedad (Ybema et al., 2009). Su potencial de mediación radica precisamente en ese doble carácter, por lo que la identidad puede ser considerada una dialéctica permanente entre la estructura personal y la social.
En este sentido, el estudio de la IO permite comprender el deseo permanente y subyacente de generar congruencia o encaje de ciertas actitudes y comportamientos personales con lo establecido por la organización. Esto podría implicar también revaluar las creencias fundamentales del individuo, o presionar a la organización para que haga cambios en sus prácticas, pudiendo llevar a reconsiderar la relación misma del individuo con la organización (Foreman y Whetten, 2002).
A pesar de su importancia y de las posibilidades de abonar a la comprensión de los fenómenos organizacionales, Pratt y Rosa (2003) han afirmado que la identidad, como un concepto explicativo, es a menudo usado en exceso, y no ha sido especificado lo suficiente: “El concepto de identidad de la organización está sufriendo una crisis de identidad” (Whetten, 2006, p. 220).
Pratt (2003), haciendo alusión al término IO, afirma que “un concepto que significa todo, no significa nada” (p. 162). Esto constrasta con la definición de Albert y Whetten (1985), los cuales presentaron el concepto como un constructo definido. El mismo Whetten (2006) da cuenta de esta problemática al afirmar que si bien algunos autores proponen dicha identidad como un conjunto de fragmentos, a menudo incompatibles, otros autores cuestionan esta posición, ya que consideran que concebirla como algo estable, permite una coherencia consistente con la acción organizativa.
Los diferentes puntos de vista en diferentes momentos de la historia pueden simplemente servir para diferentes propósitos, la falta de un acuerdo universal es, de algún modo, un impedimento para el futuro. De hecho, puede resultar que algunas de las más profundas cuestiones planteadas referidas a la identidad, no se puedan resolver, debido a que su profundidad y densidad serán siempre un enigma. (Whetten, 2006, p. 15)
Es entonces dentro de este contexto que la IO es importante para el análisis organizacional. La problemática que subyace remite a una serie de interrogantes: ¿qué es lo que se ha dicho en relación con ella? ¿Cuáles son las principales perspectivas teóricas que los investigadores han utilizado para su estudio? En otras palabras: ¿en qué va la conversación sobre este concepto?
A continuación, se presentan los fundamentos disciplinares, ontológicos y epistemológicos de la identidad organizacional.
El concepto de IO ha sido desarrollado por la filosofía, por los estudios culturales y por la teoría literaria así como por la psicología, la sociología y la antropología. Por ello no es sorpresa que haya encontrado en los estudios organizacionales su espacio y lugar para ser también interrogado. A continuación se presentan los fundamentos disciplinares desde la filosofía, la sociología, la psicología y la antropología.
El término identidad en el ámbito filosófico ha sido examinado desde varios puntos de vista, siendo los más destacados el ontológico (o metafísico) y el lógico. En el primero se hace referencia a la identidad según la cual toda cosa es igual a ella misma. El segundo corresponde al llamado principio lógico de la identidad, donde este es considerado el reflejo lógico del principio ontológico de la identidad y se podría expresar así: si p (enunciado declarativo)... entonces p (lógica de las proposiciones). Ambos sentidos, tanto el ontológico como el lógico, se han entremezclado e incluso confundido con frecuencia.
Según Ferrater Mora (1994) la idea de identidad parece ser el resultado de una cierta tendencia de la razón a reducir lo real a lo idéntico, es decir, a sacrificar la multiplicidad de la identidad con vistas a su explicación. La noción de identidad metafísica fue criticada por Hume pues no estaba de acuerdo con aquellos que afirmaban que hay un yo que es idéntico a sí mismo o idéntico a través de todas sus manifestaciones. Esta idea, decía, no podría derivarse de ninguna impresión sensible, dado que penetrar en el yo conllevaría encontrar alguna percepción particular (muchos yos) que terminaría convirtiéndose solamente en haces o colecciones del mismo yo. Así, Hume considera el problema de la identidad como insoluble.
En ese orden de ideas, Kant acepta la crítica de Hume al considerar la insolubilidad de la identidad, pero solo cuando se pretende identificar cosas en sí o cuando se funda el término en la persistencia de las múltiples visiones o representaciones del yo. Sin embargo, considera que la identidad puede asegurarse en la medida en que no es ni física ni metafísica, sino trascendental: la conciencia de sí mismo en diferentes momentos.
Siguiendo con Ferrater Mora (1994), los idealistas post-kantianos crearon un concepto central metafísico en el que la identidad es, además de un concepto lógico, el resultado de representaciones empíricas unificadas. Hegel entiende la identidad como un concepto universal, una verdad plena y superior que ha absorbido las identidades anteriores; hay en el principio de identidad –según este autor– más que una identidad simple y abstracta, hay movimiento de la reflexión en el que lo otro surge como apariencia.
Cuando trató de definir la identidad, Aristóteles observó que esta se daba en varias formas: es una unidad de ser, una unidad de multiplicidad de seres o una unidad de un solo ser tratado como múltiple. Los escolásticos, por su parte, definieron varios tipos de identidad: la real, la racional, la específica, la genérica entre otras, pero en términos generales la establecieron como la conveniencia de cada cosa consigo misma.
Si bien puede hablarse de un fundamento común de la identidad recogido en la expresión anterior, se puede hablar también de identidad en diversos sentidos: identidad real, identidad racional o formal, incluso muchos autores han hablado sobre el principio psicológico de la identidad, sin embargo, con frecuencia la idea de todas las formas de identidad existentes se puede reducir a las dos mencionadas al comienzo.
El sociólogo Erik Erikson enfoca la identidad como el proceso que hace que el núcleo de la individualidad y el núcleo de la comunidad sean uno mismo. La consideración más sociológica de la identidad ha sido iniciada por la escuela de pensamiento del “Interaccionismo simbólico” que muestra cómo son los procesos sociales de construcción de la identidad social a partir de la distinción entre el yo y él. A partir de los años sesenta surgen presupuestos en los que se considera la conciencia de la identidad como un atributo del individuo, la cual se basa en significaciones sociales de rasgos tanto individuales como colectivos y cuya significación constituye un proceso de construcción de sentido en donde todos participan de maneras desiguales.
Por otro lado, Giménez (2000) considera que el concepto de identidad aparace a finales de los años sesenta, aunque sus elementos ya se encuentran presentes en la teoría social anterior. La sociología, ya como ciencia, plantea el estudio de la identidad en dos tradiciones: por un lado, la americana, en la que se destaca al sujeto como actor social y la formación de su identidad a partir de la participación en el mundo social; y por el otro lado, la francesa, la cual estudia la identidad como dimensión subjetiva de las representaciónes socialmente elaboradas o el capital cultural que distingue a las clases sociales.
La tradición francesa vincula tambien el estudio de la identidad con los movimientos sociales y las migraciones. La identidad se define a partir de cómo los grupos se representan a sí mismos frente a otros. Durkheim fue el primero en plantear la existencia de representaciones sociales que se expresan en el comportamiento de los individuos. Moscovici retoma esta idea y, en su teoría de las representaciones sociales, las define como campos de conceptos o sistemas de nociones asociadas que sirven para dar cuenta de la realidad y, a la vez, determinan el comportamiento individual (Giménez, 1996).
En la antropología, se considera que la identidad es un elemento de la cultura internalizada que distingue (Bourdieu) o una representación elaborada por los actores sociales (Moscovici). En ese sentido, la identidad es el lado subjetivo de la cultura considerando su función distintiva. Sin embargo, la identidad no es una especie que se atribuyen los actores sociales a sí mismos; por el contrario, la identidad surge del proceso de intercambio social como una afirmación de razgos que distinguen a un grupo y puede modificarse de acuerdo con la historia de los diferentes grupos o colectivos.
Se pueden distinguir las siguientes controversias (Giménez, 1996) en torno al problema de la identidad:
• La concepción de la identidad como un proceso social que se juega de distintas formas, sea como una identidad colectiva o como una identidad personal.
• El papel que se les da a los sujetos en tanto se plantean como poseedores de una identidad que los hace distintos a otros.
• La participación de los sujetos en los conflictos, en lugar de enfocarse en las estructuras que los determinan.
• La exploración de temas como los relatos que elaboran los grupos y el uso estratégico de las identidades.
No obstante, se le ha dado un peso excesivo a las representaciones sociales como el núcleo de la identidad, destacando la parte cognitiva, y un escaso reconocimiento a los valores y las prácticas sociales como los componentes que dan sentido a la identidad (Hernández, 2008).
El sociólogo norteamericano Charles Horton Cooley (1902) buscó explicar la sociedad sin excluir lo individual. Para ello trató de sintetizar el individualismo y el socialismo en una forma orgánica, evitando caer en perspectivas parciales: “La visión orgánica hace hincapié en la unidad del conjunto y el valor peculiar del individuo, explicando uno por el otro” (Cooley, 1964, p. 36). Este uno por el otro hace referencia al aspecto distributivo (las personas hacen la sociedad) y colectivo (la sociedad hace a las personas) de los aspectos de la vida. Su visión orgánica se sintetiza en el hecho de que para él, la sociedad y los individuos no denotan fenómenos separables, sino que son sencillamente aspectos colectivos y distributivos de una misma cosa.
No es posible dividir la psicología social del hombre en aquello que es social y aquello que no lo es. Todo es social en un sentido, y lo social es parte del común de la vida humana. En este sentido afirma Cooley: “todo lo humano acerca de su misma historia tiene un pasado social” (1964, p. 47), definiendo así el yo en términos sociales, esta es quizás su mayor contribución a la teoría de la identidad (Hatch y Schultz, 2004). Para él, la idea de identidad es definida por la percepción de cómo nos ven los demás5 y, plantea a su vez, la concepción –promovida recientemente por los posmodernistas– de la identidad como una construcción lingüística: “Que el ‘Yo’ del habla común está envuelto en el hecho que las palabras y las ideas que definen son fenómenos del lenguaje y de la vida comunicativa”6 (Cooley, 1964, p. 180).
El también sociólogo norteamericano George Herbert Mead (1934), teórico del Interaccionismo simbólico, presenta el yo como dinámico y social, afirmando que la identidad se forma por la interacción social y destaca la internalización de los otros como parte del sí mismo. Mead formula una concepción del sí mismo como un proceso social y, a la vez, una capacidad mental de considerarse a sí mismo como objeto. Este concepto presupone el proceso social de comunicación entre los humanos; surge con el desarrollo y a través de la actividad social y, además, está dialécticamente relacionado con la mente. Es así que el autor afirma que el yo no es un sí mismo y se convierte en tal cuando la mente se ha desarrollado por medio de un proceso reflexivo. Por medio de la reflexión, los procesos sociales de participación y comunicación son internalizados en la experiencia de los individuos.
Mead (1934) identifica dos aspectos o fases del sí mismo: el yo y el mí. Afirma que ambos son partes de un todo, pero separables en cuanto al comportamiento y la experiencia. De un lado, el yo es la respuesta inmediata de un individuo a otro, el aspecto no calculable, imprevisible y creativo del sí mismo. Las personas no saben con antelación cómo será la acción del yo, no se es totalmente consciente de él, tan solo cuando se ha realizado el acto. Y de otro, el yo reacciona contra el mí que es el conjunto organizado de actitudes de los demás que uno asume, es la adopción del otro generalizado –actitud del conjunto de la comunidad hacia mí–; las personas son conscientes del mí pues implica la responsabilidad consciente.
El autor tiene una concepción moderna de las instituciones sociales, que constriñen a los individuos, a la vez que les capacitan para ser creativos.7 Albert y Whetten (1985) enfatizan el concepto de yo de Mead para formular la definición de identidad y las relaciona con la percepciones del sí mismo formado por los otros. La aportación de Mead es considerar que el sí mismo se forma en el proceso de interacción social y de comunicación, donde entonces puede concebirse como un desarrollo social, al participar en las actividades, y como la capacidad de reflexionar sobre las experiencias que internaliza.8
El sociólogo y escritor norteamericano Erving Goffman (1989) estudió las unidades mínimas de interacción entre las personas, centrando su atención en grupos reducidos, diferenciándose de esta manera de la mayoría de los estudios sociológicos que se habían hecho hasta el momento a gran escala. Estudió la influencia de los significados y los símbolos de la acción e interacción humana. Goffman plantea el desarrollo de un sí mismo que realiza actuaciones estratégicas dependiendo de los escenarios y recursos disponibles. La identidad para el autor aparece como una construcción subjetiva de los actores sociales y les aporta una capacidad de actuación frente a las estructuras del mundo social.
Goffman equipara la interacción social con el desempeño dramatúrgico. Como en una obra de teatro los actores conspiran con su audiencia para que sean testigos de su desempeño, así la identidad, sugiere este autor, es un desempeño y las habilidades de los actores resultan relevantes para controlar o manejar las impresiones que se dejan en los otros. Por lo tanto, los otros en las definiciones de Cooley y Mead vienen a ser la audiencia para Goffman dentro de la metáfora que plantea, permitiendo introducir a los stakeholders dentro del debate (Hatch y Schultz, 2004).
Goffman (1989) se aleja de las ideas de Mead sobre el sí mismo, en particular con su análisis de las tensiones entre el yo espontáneo y el mí, y las actitudes o constreñimientos sociales. Existe una tensión entre lo que las personas esperan que se haga y lo que se quiere hacer espontáneamente. Las personas actúan para sus audiencias sociales con la finalidad de mantener una imagen aceptable del sí mismo, por lo tanto, en diferentes situaciones (escenarios) los individuos presentan imágenes distintas. Goffman se centró en la dramaturgia como un modelo social que le permite analizar esta presentación, adoptó una perspectiva de la vida social como si esta fuera una serie de actuaciones dramáticas que se asemejan a las representadas en el escenario y no creía que el sí mismo fuera una posesión del actor; lo consideraba como el producto de la interacción dramática entre el actor y la audiencia. Este autor analizó las situaciones como si las interacciones sociales fueran representaciones, desmenuzando sus distintos componentes y su efecto en la interacción entre el actor y la audiencia.9 El sí mismo aparece como la apariencia que el actor muestra (una máscara) y que manipula para dar cumplimiento al desarrollo de la presentación.10
Desde esta perspectiva, y en contraste con Cooley y Mead, la identidad deriva de las formas en que los otros consideran el sí mismo. Goffman, describe no cómo las imágenes de los otros son transformadas en identidad (propuesto por Cooley y Mead), sino cómo la identidad puede ser satisfecha comunicándose por los otros a través de la impresión del management. En su texto “The arts of impression Management”, no solo describe la manera en que los individuos impresionan a otros, sino cómo los otros conspiran con el individuo para ayudarlo la mantener satisfecha sus relaciones sociales. Goffman también nota que el contexto de intercambio entre los actores y la audiencia, toma un lugar que provee expectaciones compartidas y da directrices para el desarrollo.
Locke y Hume definen la identidad como un mecanismo psicológico que tiene su principio no en la unidad sustancial del yo, sino en la relación que establece la memoria entre las impresiones continuamente cambiantes: el presente y el pasado. De esta manera, la identidad no es más que una construcción de la memoria. Esta reflexión, si bien filosófica, fue aceptada sustancialmente por la psicología la cual habla de identidad y crisis de identidad de acuerdo con la solidez o fragilidad de dicha construcción haciendo referencia únicamente a la identidad personal, a su existencia continua a pesar de cambios o funciones (Galimberti, 2002).
Carl Jung realizó algunas reflexiones en torno a una igualdad inconsciente y a priori con los objetos, estableciendo un tipo de identidad donde se establecen ciertos prejuicios ingenuos y en la cual la psicología de una persona es igual a la de las otras. En cuanto a la identidad consciente, esta representa la reflexión que hace el sujeto sobre su propia continuidad temporal y su diferencia con los demás.
Por su parte, Henri Tajfel y John Turner (1979) desarrollaron la teoría de la identidad social11 enfocándose en la identificación dentro y fuera de los grupos, en el etnocentrismo competitivo y en el negativo estereotipo entre los grupos sociales. Proponen una teoría social de identidad contraponiéndola con la entonces idea dominante en la psicología social referida a que la moral del grupo, la cohesión y la cooperación son estrictamente productos de la competencia intergrupal. Estos autores observaron que la identidad dentro de los grupos puede operar independientemente de la competición. Otros psicólogos sociales asumen que hay una fuerza motora detrás de la identificación grupal.
Sus investigaciones muestran el poder que tiene un grupo pequeño, esto es, el simple nombre de algún miembro del grupo es suficiente para crear distinciones dentro y fuera del grupo, lo cual sugiere que la construcción de la identidad de las organizaciones juega un rol en la creación de la competencia; precisamente aquello que investigadores anteriores asumieron como producto de la identidad grupal.
Taifel y Turner proponen una categorización social como la base de la definición de un grupo:
[...] los individuos interesados se definen a ellos mismos y son definidos por otros como un grupo. Podemos conceptualizar un grupo como una colección de individuos quienes se perciben a sí mismos como miembros de la misma categoría social, comparten las mismas emociones que los envuelven en esta común definición de sí mismos, y logran un cierto grado de consenso social acerca de la evaluación de su grupo y de sus miembros. (1979, p. 40)
Los autores creen que la identidad social está basada en el deseo individual de una mejor autoestima mediante los procesos de comparación social, resaltando las diferencias individuales de sí mismos y la forma positiva o negativa de la evaluación al interior y al exterior de los grupos. Esta diferenciación es explicada mediante la comparación con los otros y significa que dicha distinción está fundamentada por la competición intergrupal.
Marilyn B. Brewer y Wendi Gardner (1996) combinan la distinción entre la identidad personal y social propuesta por Cooley y Mead, con la distinción de Marcus y Goodman (1991) entre independiente e interdependencia. De acuerdo con estos autores, la identidad personal diferencia el self con los otros. La identidad relacional refleja la asimilación individual de los otros en particular mientras que la identidad colectiva manifiesta la asimilación significativa de los grupos sociales. Brewer y Gardner afirman que estas diferencias coexisten en el mismo individuo, pero se activan en diferentes contextos y en tiempos diferentes.
Inicialmente la identidad étnica era entendida como una concepción del mundo particular exenta de cambios o modificaciones. Posteriormente, dicha postura fue deslegitimada, llegando a negar toda posibilidad de entenderla como un conjunto de hechos objetivables y definiéndola entonces como el resultado de la interacción de un grupo humano con otros cuya interpretación debe darse a la luz de las necesidades y conflictos generados a partir de sus relaciones. La identidad debe entenderse, en otras palabras, como el resultado de complejas dinámicas históricas, sociales, políticas, económicas, etc., que no puede ser concebida al margen de la manera en que distintos grupos humanos, con intereses y objetivos específicos, la emplean como fuente de legitimidad.
Cuando los Estados nación definen aquello que los identifica, vigilan el mantenimiento de aquella misma identidad que se habían ocupado de inventar. Para mantener esa unidad identitaria, niegan o vulneran el derecho que las minorías tienen a una identidad propia, estableciendo una construida y artificial, que nunca lo será más, por fuerza de aquella otra que pretende abarcarlas. De manera pues que la identidad –en concreto aquella cuyo núcleo básico es la cultura– es, hoy, el instrumento discursivo por medio del cual las personas y grupos enteros son colocados en desventaja en la vida social, como consecuencia de una asignada incompetencia crónica e insalvable para incorporarse a la vida civil plenamente normalizada.
Lo discutido hasta aquí permite tener un panorama general de los fundamentos disciplinares de la identidad. Es pertinente luego de ello preguntarse por la naturaleza de aquello que se llama IO, y la manera de abordarla teóricamente. ¿Es una metáfora o una realidad?, ¿deriva de un proceso de construcción social o hace referencia a un núcleo esencial? Estos dos interrogantes obligan a rastrear los fundamentos ontológicos y epistemológicos de la IO.
¿Existe realmente la identidad organizacional? Tanto la metáfora como la realidad del fenómeno se han utilizado legítimamente para abordar el tema, sin embargo, ambas dimensiones se basan en perspectivas tan disímiles, que vale pena profundizar en ellas.
Conceptualizar la IO como metáfora sugiere utilizar el lenguaje para subrayar una semejanza entre las características individuales y las características de la colectividad (Cornelissen, 2002a) y al igual que las personas pueden verse a la luz de su identidad, el colectivo puede verse a la luz de ella. Se usa la identidad como metáfora cuando la dinámica de la organización responde a la siguiente pregunta: ¿qué es aquello que percibe el colectivo y hace que se vea como si tuviera una identidad? Esto ofrece una perspectiva distinta de la común mirada que se tiene de la organización catalogada como una máquina, un sistema abierto, un organismo, etc. (Pratt, 2000). La IO es una metáfora utilizada en la teorización sobre cómo las organizaciones son similares y diferentes entre los individuos y la colectividad (Gioia et al., 2000), y también para entender las dimensiones simbólicas de la vida organizacional (Cornelissen, 2002b).
En contraste con esta posición, ver la IO más allá de una metáfora permite advertirla como un fenómeno experimentado por los miembros de la organización, percibida además por aquellos que están por fuera de ella, convirtiéndose en fundamental para los procesos sociales dentro de los contextos organizacionales. Esta visión colectiva de las identidades se diferencia de las identidades a nivel individual (aunque conceptualmente relacionadas) por ser capaz de ser modelada como antecedente y consecuencia de otros procesos sociales y de los resultados. Hay varias investigaciones que vinculan esta aproximación de la IO con la identificación de la organización (Dutton y Dukerich, 1991; Dutton, Dukerich y Harquail, 1994; Pratt, 1998, 2000), y otras que indagan sobre diferentes aspectos estratégicos del fenómeno (Fiol, 2002; Gioia y Chittipeddi, 1991; Gioia y Thomas, 1996; Glynn, 2000; Glynn y Abzug, 1998; Golden-Biddle y Rao, 1997).
¿Cómo podemos conocer la identidad organizacional? El cuestionamiento se centra ahora en el enfoque epistemológico. ¿Existe la IO como una construcción social de la realidad o como un núcleo esencial, en forma diferente a como los individuos la conciben por medio de los símbolos y el lenguaje? ¿Si la identidad es real y no metafórica, entonces cómo puede ser estudiada? Estas preguntas no solo remiten a preguntarse por la ontología y la teoría que apropia el término identidad, sino que influencia la manera en que la identidad organizacional es usada como una variable.
Las creencias más fuertes respecto de estas interrogantes confluyen en afirmar que la identidad de las organizaciones es un fenómeno contingente cuyo núcleo o esencia es el resultado de los procesos de construcción social. Hatch (2005) afirma que estos procesos se encuentran en el conocimiento distribuido y/o en la conciencia colectiva de los socios de la organización (stakeholders). Conceptualizar a la organización como una construcción social permanente que se lleva a cabo entre los miembros de la organización, permite que se pueda influir y acceder a los individuos, grupos, equipos de alta dirección que la integran, así como a otros colectivos. Así mismo, entenderla como construcción narrativa ha posibilitado a muchos investigadores sustentar –desde diferentes perspectivas– una amplia variedad de características de esta identidad y así proveer contextos en donde esas propuestas de significaciones toman sentido (Czarniawska, 1997a).
En contraste, el otro punto de vista sobre este tema trata la IO como una característica o propiedad que de alguna manera se encuentra dentro de ella misma. Ejemplo de este tipo, es la conceptualización de la organización como un actor social, con un estatus social y jurídico (W. R. Scott, 2003; Whetten y Mackey, 2002) cuya identidad se refleja en los tipos de obligaciones contractuales propios de la organización. Aunque hay alguna variación dentro de este conjunto de concepciones en cuanto a los orígenes de la IO, estas nociones abordan la identidad de la organización como un conjunto de características organizativas que existen, que los miembros pueden creer o no, y que se puede experimentar, evaluar, valorar y gestionar.
Convergencias y divergencias en torno al concepto
Muchas de las investigaciones en torno a la identidad organizacional han abordado el tema buscando definirla; otras se han acercado a los fenómenos organizacionales a partir de este concepto para comprender los problemas que se inscriben en las organizaciones. De esta manera, varias de las estudiadas dentro de este proceso comprensivo organizacional aportan elementos y enfoques nuevos para esclarecer el concepto. En ese apartado se discutirán las controversias y los nuevos horizontes que se avecinan alrededor de lo que se denomina: identidad de las organizaciones.
A partir de definición seminal de Albert y Whetten
La definición primigenia de Albert y Whetten (1985) sobre aquello que es central, distintivo y constante en la organización es, más que una definición cerrada y definitiva, una propuesta que abre la discusión. Incluso el mismo Whetten en un artículo más reciente (2006) vuelve a formular el concepto de IO con el fin de que este se pueda distinguir analíticamente de los conceptos relacionados con la cultura organizacional y la imagen. En dicho artículo, Whetten busca fortalecer el texto seminal escrito anteriormente con Albert en donde se enfatiza la definición tripartita como un constructo. Así como este ejemplo, muchos otros han interrogado y generado diversas aproximaciones frente aquello que es central, distintivo y duradero en una organización.
Es sumamente difícil definir qué es lo central dentro de la organización. Junto con ello, este término remite a una identidad estructural. ¿Pueden las organizaciones tener más de un centro? Siguiendo a Corley et al., (2006) lo central se puede conceptualizar como:
• Profundidad. Hablar de aquello que es central en las organizaciones requiere implícitamente definir con claridad la distinción entre aquello que es superficial y aquello que es fundamental. La profundidad indica que las características de la identidad no son tan obvias, y que algunas pueden ser difíciles de articular ya que están profundamente enraizadas en las creencias de los individuos acerca de la organización, las cuáles pueden ser consideradas como características esenciales (Whetten y Mackey, 2002). Lo esencial puede ser entendido entonces, desde la perspectiva del actor social, como una estructura institucional; lo esencial se convertiría en el alma de la organización.
• Centralidad compartida. Lo central también puede ser visto como aquello que es compartido por los miembros de la organización.
• Centralidad estructural. Central puede ser también considerado aquel nudo que permite que varias características se articulen como propias de la organización. Esta centralidad ha sido descrita por aquellos atributos que están en el centro según los miembros de la organización (Fiol y Huff, 1992; Reger, Gustafson, DeMarie, y Mullane, 1994). Estas características muestran una aproximación ontológica objetivista y una epistemología positivista, en donde se considera a la identidad como poseedora de atributos objetivos capaces de ser identificados y medidos.
¿Cuenta la organización con un solo centro o puede tener múltiples centros? ¿Se puede hablar de centros periféricos? ¿Pueden tener más de un núcleo? Albert y Whetten (1985) han afirmado que las organizaciones pueden tener al menos dos identidades organizativas, e introducen el concepto dual de identidad. Así, muchas son híbridos, organizaciones cuya identidad es dual, es decir, se consideran a sí mismas alternativamente –y más aun simultáneamente– como si fuesen dos organizaciones diferentes; ya no solo complejizan su identidad misma, sino que problematizan la identificación de su estructura y el mismo diseño organizacional. Otros investigadores han adoptado un enfoque similar argumentando que las organizaciones pueden tener múltiples identidades (Fiol, 1991, 2001, Glynn, 2000; Glynn, Barr, y Dacing, 2000; Golden-Biddle y Rao, 1997; Pratt y Foreman, 2000). Sin embargo, el debate continúa en la multiplicidad de identidades de la organización y cómo estas pueden ser conceptualizadas o estructuradas.
La perspectiva de las investigaciones en torno a múltiples identidades depende en gran medida de sus presupuestos epistemológicos. Los esencialistas identifican la identidad de la organización con el alma de una organización o con la esencia fundamental (la parte más profunda de la organización), por lo que la idea de múltiples identidades es absurda para ellos y encuentran las identidades múltiples como simplemente facetas de una sola identidad. La idea de la multiplicidad es también un problema para los investigadores que se acercan a la identidad de la organización como conocimientos compartidos dado que si sus características no son compartidas a través de una organización, ¿pueden realmente ser parte de la identidad de la misma? Si las identidades organizacionales son creencias que se tienen en común (como una mente grupal) o creencias acerca de quiénes somos, que son por consenso colectivas, entonces puede ser difícil conciliar estos planteamientos con una perspectiva de identidad múltiple. Sin embargo, aunque las organizaciones pueden ser capaces de presentar diferentes caras, es poco probable que tan radical configuración de identidades sea fácil de mantener.
Si las organizaciones tienen más de una identidad, ¿cómo estas identidades se relacionan con los demás? En la actualidad, existen dos tipos de identidades múltiples: identidades híbridas e identidades múltiples como tales. Los dos puntos de vista difieren en sus supuestos sobre el número de posibles identidades que una organización puede mantener o expresar, sobre la naturaleza de su relación.
Tal vez, la concepción más común de las múltiples identidades de la organización es la noción de identidades híbridas o dobles de Albert y Whetten (1985). Las identidades híbridas son una combinación de identidades totalmente articuladas que parece que no van de la mano. Además, los autores realizan una distinción entre identidades híbridas ideográficas y holográficas. Las primeras están en manos de grupos específicos en la organización (por ejemplo, departamentos), pero no son comunes a todos los miembros; se distribuyen o comparten en determinados estamentos de la organización. Ejemplos ilustrativos se pueden ver en las investigaciones de Pratt y Rafaeli (1997), donde estudian la IO de una unidad de rehabilitación, o la de Glynn (2000) que estudia la lucha entre la identidad artística y económica de la orquesta sinfónica. Las segundas, por el contrario, se producen cuando cada una de las múltiples identidades de la organización está en manos de todos los miembros de la organización. Los estudios de Golden-Biddle y Rao (1997) sobre la junta directiva de una organización no lucrativa es un ejemplo de ello.
Dos supuestos generales parecen ser comunes al enfoque híbrido. En primer lugar, existe la suposición de que todas las identidades múltiples son identidades duales, por lo tanto, las organizaciones son limitadas en el número de las identidades múltiples que pueden tener o expresar, no pueden tener literalmente todas las cosas en todas las personas. En segundo lugar, este enfoque asume que las identidades múltiples a menudo son inherentemente conflictivas (Golden-Biddle y Rao, 1997; Pratt y Rafaeli, 1997), ya que poseen elementos que no suelen ir de la mano (Albert y Whetten, 1985).
Por otro lado, Pratt y Foreman (2000) examinaron dos dimensiones de las así llamadas identidades múltiples: la pluralidad y el grado de sinergia. Sugirieron que las organizaciones con múltiples identidades deben considerar cómo mantenerlas bajo un cierto grado de tolerancia, armonía o equilibrio entre ellas. Este enfoque propone no solo que las organizaciones puedan tener más de dos identidades (Fiol, 1991, 2001; Glynn, Barr y Dancing, 2000), sino también que esta diversidad no tiene por qué generar conflicto de unas con otras. Además, sostiene que los conflictos de identidad, si es que existen, pueden estar latentes en lugar de manifestarse.
Lo distintivo se basa en la comparación, en los juicios de similitud y diferencia entre entidades comparables. Las personas comparan sus organizaciones con otras de referencia y consideran el grado en que sus atributos o su núcleo central la diferencian de otras similares. “No todos los atributos en una definición de la identidad deben ser distintivos o únicos” (Albert y Whetten, 1985, p. 267), algunos de los atributos en una definición de la identidad, en realidad, pueden ser similares a los atributos de otras organizaciones. En definitiva, se trata de un conjunto distintivo de características que establece una organización a partir de otros. Una tendencia en la literatura sobre la identidad de la organización es poder encontrar el criterio que permita identificar cuándo un atributo sobre la identidad es distinto del otro (Elsbach y Kramer, 1996).
El tercer componente de Albert y Whetten (1985) en su definición consiste en el carácter continuo de la IO, el cual descansa en la forma de entender la identidad de una organización como “lo central” en su autodefinición (independientemente de cómo se define el centro), y se basa en que los cambios de identidad de la organización solo son interrupciones importantes en la vida organizacional. Por lo tanto, estos autores examinaron los cambios como algo que ocurre muy lentamente, durante largos períodos de tiempo, aunque a pesar de esta posición (o quizá debido a ella) la relación entre el cambio organizacional y la identidad de la organización ha sido uno de los aspectos más debatidos en la definición original. El cambio es un tema importante en el estudio de las organizaciones, y esto es igualmente cierto en el estudio de la identidad de la organización.
Luego de la definición analizada sobre la identidad organizacional, algunos especialistas han llegado tan lejos como para afirmar que si hay algo que cambia, no es la identidad (Whetten y Mackey, 2002). Desde este punto de vista, los investigadores se limitan a estudiar cómo otros procesos organizativos se relacionan con, y son influenciados por, la estabilidad de la identidad de la organización. Algunos ejemplos de los conocimientos obtenidos a través de esta ruta de acceso incluyen la influencia de la identidad de la organización en la toma de decisiones estratégicas y las conductas de los miembros de la junta directiva (Golden-Biddle y Rao, 1997), el potencial de los conflictos que surjan en las instituciones culturales con identidades híbridas (Glynn, 2000), y la influencia de una fuerte construcción identitaria sobre las dimensiones éticas y morales en la toma de decisiones al interior de la misma (Barney, 1998).
Es así que el término IO ha sido construido como una metáfora fenomenológica, o como una construcción social que objetivamente existe en esencia, y como una propiedad de las organizaciones en tanto que actores sociales (Whetten y Mackey, 2002), o como un conjunto de entendimientos compartidos (Humphreys y Brown, 2002a, b).
Diversos estudios y teorías apoyan la idea alternativa de que la identidad de la organización puede cambiar y, en algunos casos, podría incluso tener que cambiar (Gioia y Thomas, 1996; Reger et al., 1994). Hatch y Schultz (2002, 2004) propusieron un modelo de IO destacando la dinámica de los procesos especificados por el cual ella surge de la interminable conversación entre los miembros de una cultura organizacional y los stakeholders. Aunque no todas las organizaciones deben cambiar su identidad para sobrevivir o para poner en práctica otros cambios en la organización (Fiol, 2002), otros estudios demuestran el potencial (y a veces la necesidad) para que el cambio de identidad se produzca. Corley (2005) sugiere que se investigue la dinámica de la dirección organizativa de identidad con base en cinco dimensiones que atienden al cambio: (1) la naturaleza (¿qué está cambiando?), (2) la frecuencia (¿con qué constancia se producen?), (3) la velocidad (¿cuánto tiempo tardan?), (4) el origen (¿cómo surgió o qué lo motivó?), y (5) el modo y la unidad de cambio (¿cuáles son los motores?).
Una aproximación de lo que sí es
La identidad organizacional involucra un significado de autorreferenciación (Albert y Whetten, 1985). Las preguntas sobre ¿quién soy? y ¿quiénes somos? implican la esencia de la identidad en diferentes niveles de análisis, por ejemplo, a nivel organizacional, la identidad captura aquello que da sentido y significado a sus miembros, es una autorreferenciación en donde el yo es el colectivo que puede ser tácita o explícita, propia o cedida, y estar más o menos presente en los individuos (Corley y Gioia, 2003).
Junto con esto, la IO sirve de contexto y es inherentemente comparativa. Dentro de un determinado entorno social, la organización puede parecerse a unas y diferenciarse de otras, tal es el caso de un mismo sector industrial donde las organizaciones tienden a ser evaluadas entre sí, a la par que suelen compararse básicamente a partir de sus diferencias y similitudes, aspectos fundamentales para establecer la propia identidad.
Una mirada más estructural o institucional se basa en estos aspectos contextuales y comparativos en los que la identidad es típicamente contextualizada en términos de la posición del actor o del rol establecidos por un sector industrial específico, es decir, el marco social y laboral. En ese sentido, Zuckerman, Kim, Ukanwa, y von Rittmann (2003) definen identidad en términos de la capacidad o habilidad para indicar la pertenencia a una identidad simple o una identidad enfocada.
La IO envuelve un conjunto de significados compartidos por la colectividad y esta idea común problematiza la identidad (Pratt, 2003). Uno de los problemas a resolver es precisamente la noción de colectividad y a quiénes recoge dicho término: ¿son solo los miembros de la organización o una gama más amplia de stakeholders? (Scott y Lane, 2000a). Otro tema es qué se entiende por o se cree aludir con el término compartir, pues no está claro si se trata de un agregado (conjunto de creencias de los miembros) o algun tipo de propiedad gestalt derivada de la dinámica de grupo (Corley et al., 2006).
Por otro lado, hay cierto acuerdo en considerar la IO como un nivel de construcción colectiva, sin embargo, las disonancias ocurren acerca de la interacción entre los niveles de análisis: individual y colectivo. Por ejemplo, Whetten y Mackey (2002) argumentan que esta identidad es una propiedad de la organización en tanto que entidad o actor social en donde los compromisos, obligaciones y acciones son definidos por los niveles de la entidad organizacional, de ahí que la mirada de la IO sea un fenómeno que se da en el nivel del actor social, donde explícitamente se rechaza la idea de unas creencias colectivas acerca de la organización. En una dirección distinta, otros investigadores argumentan que se trata de una comprensión individual acerca de lo que la organización es (Dutton, Dukerich y Harquail, 1994; Harquail y King, 2003; Haslam y Ellemers, 2005). Estas conceptualizaciones son el producto de una relación dialéctica entre la colectividad en donde se comparten creencias y la estructura social individual de creencias (Haslam y Ellermers, 2005). De esta manera, se podría decir que existen dos representaciones preponderantes: la identidad organizacional colectiva y la identidad organizacional construida (Haslam y Ellermers, 2005).
Una aproximación de lo que no es
La identidad organizacional está lejos de ser definida y de tener una aceptación universal. Muchos autores confunden esta noción con la identidad corporativa, la imagen organizacional y la reputación. Como ya se ha dicho, la IO es autorreferencial, permite acercarnos a entender ¿quiénes somos?, por el contrario, la identidad corporativa y la imagen corporativa envuelven la noción de aspectos relacionados con una identidad para audiencias externas (Gioia, Schultz y Corley, 2000), y la reputación atiende más bien a la visión de cómo la audiencia ve a la organización (Fombrun, 1996; Fombrun y Shanley, 1990). Sin embargo, la confusión en torno a ella ocurre también en un nivel más micro, por ejemplo, el concepto de lo organizativo se refiere a un nivel de abstracción, no a un nivel de análisis (Pratt, 2003). Corley et al. (2006) proponen el término IO para describir algo acerca de una organización como un colectivo, y el de lo organizativo (basado en identidad) para describir la parte del autoconcepto que define la conexión con la organización. Mayor confusión causa cuando se usa el término para describir algo que la organización hace, tal es el caso cuando la consideran como un objetivo. Es así que varios investigadores proponen el término identificación organizacional como aquel que define el proceso por el cual los individuos llegan a relacionar su propia definición o propio concepto con sus percepciones de la organización (Ashforth y Mael, 1989; Dutton, Dukerich, y Harquail, 1994; Ravasi y van Rekom, 2003).
Junto a lo anterior hay otros dos conceptos asociados a la IO que causan confusión. El asunto de la cultura organizacional se encuentra estrechamente relacionado a pesar del esfuerzo de los investigadores por tratar de esclarecer las diferencias. En ese sentido, Hatch y Schultz (2002) muestran un modelo para describir cómo la identidad es la relación entre la cultura organizacional y la imagen organizacional, en donde la identidad expresa las creencias culturales a la vez que se convierte en un espejo que los otros tienen de la organización. Al mismo tiempo, la IO puede envolver valores importantes de la organización, pero no es lo mismo que los llamados valores organizacionales, solo coinciden cuando estos hacen parte de aquello que es central, distintivo y continuo dentro de las organizaciones.
Otro concepto con el que se confunde la IO es el clima organizacional el cual es definido como la “percepción compartida de cómo son las cosas por aquí” (Reichers y Schneider, 1990, p. 22), y en donde se incluye el significado que se le da a un evento; se enfoca en el entorno de trabajo (James y Sells, 1981) y en la autorreferenciación de la organización en su conjunto. Por otro lado, el clima organizacional se refiere a la percepción compartida acerca de específicas dimensiones de la organización y, en ese sentido, no todas las dimensiones de la organización son centrales, distintivas y continuas; es decir, que dichas dimensiones recogidas en el clima no contribuyen a dar un comprensión definitiva de los atributos de identidad. Lo anterior se resume en la siguiente tabla.
TABLA 1. Definiciones de IO desde distintos niveles de análisis
Nivel de análisis / aproximación a la definición | ¿Qué es? | ¿Qué no es? |
Individual | La autorreferenciación comparativa que captura aquello que da sentido y significado a sus miembros | Un nivel de análisis que permita describir y explicar el comportamiento de los individuos |
Colectivo | Conjunto de significados compartidos por la colectividad, que sirve a su vez como referente comparativo | Imagen corporativa, imagen organizacional, cultura organizacional, ni clima organizacional |
Fuente: Gonzales-Miranda (2012, p. 54).
Paradigmas, perspectivas y discusiones
La discusión en torno a la realidad de la IO y la manera de comprenderla ha permitido que su estudio sea abordado a partir de diversos temas de análisis. Partiendo de una revisión documental y hemerográfica se identificaron tres paradigmas, cinco perspectivas y distintas discusiones en relación al concepto mismo, así como en relación a otros términos. A continuación se presentan estos hallazgos.
Siguiendo la tipificación de Cornelissen (2006) en donde se concibe la IO como un concepto y tomando la propuesta de Harquail y King (2010), se pueden distinguir tres paradigmas o concepciones acerca de lo que es: (1) el paradigma esencialista de los actores sociales; (2) el paradigma de la construcción social; y (3) el paradigma lingüístico-discursivo. Cada uno de estos tres paradigmas tiene su propia concepción: el primero como conjunto de características que identifican dichas concepciones, el segundo como dispositivo de elaboración cognitiva y el tercero como argumento narrado continuamente.
El paradigma esencialista del actor social concibe la IO como un objetivo de la entidad organizacional y comprende atribuciones reificadas de aquello que es central, distintivo y perdurable. Se entiende a la organización como un actor social unificado, donde los atributos que la definen se describen como características de ella, reflejando su realidad y los rasgos fijos de la organización (Chreim, 2005). Así mismo, desde este punto de vista esencialista, se percibe a la organización como una entidad en sí misma, como autoreflexiva: “la identidad organizacional es un concepto que las organizaciones utilizan para caracterizar aspectos de sí mismas” (Albert y Whetten, 1985, p. 264). Esta perspectiva pone de relieve cómo los miembros de la organización podrían experimentar, evaluar, apreciar y posiblemente administrar estas carácterísticas concretas (Harquail y King, 2010).
En segundo lugar, dentro del paradigma de la construcción social, la IO es conceptualizada como un colectivo generalizado y una interpretación sostenida de quienes somos en la organización. Esta interpretación se utiliza como marco para organizar y dirigir la experiencia colectiva, por lo que está sujeta a negociación (Scott y Lane, 2000a) y a las influencias políticas (Rodrigues y Child, 2008). Los argumentos giran en torno al comportamiento colectivo de la organización y sobre qué características son más definitorias que otras, reflejando la perspectiva de cada grupo en la organización (Coupland y Brown, 2004). De esta manera, esta perspectiva es más negociada que la esencialista, y más anclada en la realidad. La IO es, desde esta perspectiva, una forma de enmarcar e interpretar colectivamente la información (Fiol, 2002) y los miembros de la organización la utilizan para comprender sus acciones, establecer expectativas en cuanto a su comportamiento e instaurar un punto de referencia para guiar sus acciones en nombre de la organización.
En tercer lugar, el paradigma lingüístico-discursivo se centra en el lenguaje y en el papel que este tiene en la construcción de la realidad. La investigación lingüística de este paradigma pone en primer plano el papel de la metáfora (Cornelissen, 2006; Heracleous y Jacobs, 2008), la categorización y el nombre en la construcción de la IO. La construcción de la identidad se entiende como un proceso continuo de narración en la que tanto el narrador como el público formulan, editan, aplauden y niegan elementos de la producción narrativa. La investigación discursiva centra su atención en las prácticas de desarrollo-realización, a la vez que subraya el papel del poder y la política, desafiando la hegemonía de un discurso en particular (Brown y Humphreys, 2006; Chreim, 2005; Coupland y Brown, 2004; Humphreys y Brown, 2002b).
De otro lado, Alvesson, Ashcraft y Thomas (2008) plantean que los estudios sobre la IO se han concentrado en diversos campos filosóficos, y proponen otra clasificación: (1) el funcionalista, (2) el intrepretativo y (3) el crítico, este último inspirado por los posestructuralistas. Tomando a Habermas (1972), los autores plantean que existen tres enfoques cognitivos para el conocimiento, los cuales subyacen a la investigación humana: el técnico, el práctico-hermeneútico y el emancipatorio.
El interés técnico se relaciona con la investigación funcionalista, ya que tiene como objetivo desarrollos del conocimiento de relaciones causa-efecto a través del control sobre los recursos naturales y sociales. Este enfoque parece dominar los estudios de la identidad y de la identificación que emanan de la corriente de investigación acerca de la gestión empresarial. Los estudios que tienen un interés cognitivo técnico se concentran en la forma como la identidad y la identificación pueden mejorar potencialmente la eficacia de la organización.
El enfoque práctico-hermenéutico busca una mayor comprensión de experiencias culturales y humanas o, dicho de otro modo, cómo comunicar para generar o transformar el significado. En contraste con el interés técnico, asociado a lo funcional, hay poca preocupación por la utilidad instrumental de estos conocimientos en el desempeño organizacional. Lo práctico-hermeneútico se centra en cómo las personas elaboran su identidad a través de la iteracción, o cómo las narrativas del yo tejen significados en concierto con los demás y por fuera de los diversos recursos contextuales que están a su alcance. Desde esta perspectiva interpretativa, la identidad tiene una clave vital para comprender lo complejo del desarrollo y la dinámica relación entre el yo, el trabajo y la organización.
Por último, la visión emancipatoria tiene una clara orientación crítica, en ella la atención se centra en las relaciones de poder y en las diversas maneras en que los individuos se pueden liberar de las formas de represión que se implementan en las organizaciones. Los investigadores han utilizado el tema identitario para entender las relaciones contemporáneas de control y de resistencia, en especial aquellas acciones que se han orientado a indagar por esas visiones del mundo que sirven para subordinar los cuerpos humanos a los regímenes de gestión.
Estos son los paradigmas que subyacen al estudio de la IO; ambas clasificaciones tienen puntos en común, y permiten comprender cuál es la naturaleza de la relación entre el conocedor y lo que puede ser conocido.
A continuación, se presentan diversas perspectivas teóricas que se han desarrollado en relación con la IO.
A partir de una teoría literaria y una filosofía posestructuralista se argumenta que la identidad, individual y colectiva, es construida a través de la narrativa o el discurso. La caracaterísticas de la narrativa de las identidades tiene sus raíces en el grado en el cual el lenguaje es usado para construir significado, tanto para sí mismo como para los otros. Todo el tiempo se usa el lenguaje para construir identidades y forjar discursos y estos, a su vez, pueden tomar vida propia al alimentarse de identidades construidas. Esto aporta una clave de la teoría crítica, la cual entiende que más que definir su propia identidad, los miembros de la organización son definidos por las identidades del management o segmentos de la organización construidos para ellos.
Dubar (2002a) plantea que la identidad es algo cambiante que depende de las denominaciones o nombres que se utilizan para designar a los sujetos o colectivos empíricos, no puede afirmarse como una esencia o sustancia fija y se formula a partir de las operaciones linguísticas puestas en juego: la diferenciación (como singular de alguien) y la generalización (como el nexo común). La identidad depende entonces, de los recursos simbólicos utilizados para establecer identificaciones con grupos o comunidades del mundo social, de aquí que sea necesario considerar otras dos formas de identidad –más allá de la comunitaria y societaria– en que los individuos establecen identificaciones.
La primera, la forma de identidad narrativa se refiere a la manera en que el individuo es capaz de organizar un relato describiendo su trayectoria vital, los incidentes que la modificaron, pero también considerar futuros proyectos y un plan de vida. Ricoeur (1996) realizó un examen filosófico de esta forma de identidad y las paradojas que suscita el poder mantenerla a pesar de los cambios físicos. Afirma que la identidad se juega entre la comunidad y el cambio en las personas y que la continuidad se encuentra en la mismidad del cuerpo y el carácter –los cuales pueden permanecer semejantes a lo largo del tiempo–, en tanto que el cambio corresponde al desarrollo de la ipseidad (sí mismo) y el mantenimiento de la palabra que se reacomoda en la trama narrativa de una vida. La identidad se expresa como una narrativa que da coherencia a los diversos episodios vitales y en la que se muestran los proyectos asumidos.
Se da sentido a las identidades personales en la misma forma en que se narra la identidad de los personajes de un relato, donde estos se comprenden por medio de la trama, lo que les sucede, los propósitos y proyectos que adoptan y aquello que hacen. De manera similiar, el individuo genera un sentido de identidad personal al recitar relatos de lo que ha sido su vida. En ambos casos, la identidad no es una estructura fija o una sustancia, sino algo cambiante y móvil, y toma lugar en el movimiento del relato, en la dialéctica entre el orden y el desorden, en el encadenamiento de los episodios de un relato y otro (Ricoeur, 1996).
La identidad narrativa opera como mediación entre la identidad social y la singularidad del individuo; al contar la historia se está articulando estos dos polos aparentemente opuestos. El mismo autor afirma que los humanos se apropian del tiempo mediante la narración, la cual trata de cursos de acción organizados en determinadas tramas narrativas. Puesto que cada cultura tiene un repertorio de relatos distintos, la identidad narrativa comprende un aprendizaje de distintas historias y la apropiación de aquellos elementos adecuados para contar la historia.
Bruner (1991) examina estas ideas para explicar la forma en que las narrativas personales engarzan con aquellas proporcionadas por cada cultura. Sostiene que los individuos, al construir significados y narrativas, utilizan sistemas simbólicos que les preceden, los cuales se encuentran arraigados en el lenguaje y en la cultura; sistemas que constituyen un tipo de herramientas culturales que hacen del usuario un partícipe de la comunidad. Igualmente, afirma que el sentido de la agencia del yo deriva de la sensación de poder iniciar y llevar a cabo actividades por su cuenta. Lo que caracteriza a la persona humana es la construcción de un sistema conceptual que organiza un registro de encuentros agenciales con el mundo, un registro que está relacionado con el pasado, pero que también está extrapolado hacia el futuro. La habilidad para construir narraciones y entenderlas es crucial en la cimentación de las vidas y de un lugar para enfrentar el mundo del individuo.
Ya en el ámbito organizacional, Czarniawska (1997a) analiza la responsabilidad del sector público para interrogar la eficiencia de las prácticas de negocios (cultura de la empresa). Con base en un estudio longitudinal en organizaciones públicas en Suiza, la autora muestra cómo la identidad se despliega (desarrolla) mediante procesos narrativos, emergiendo a partir de la interacción entre los actores. Siguiendo a esta autora, la identidad es un continuo proceso de narración donde tanto el narrador como la audiencia formulan, editan, apluden y rechazan varios elementos de las producciones narrativas; presenta un caso de responsabilidad organizacional que implica amenazas a la identidad de forma externa (es un trabajo paralelo al de Dutton y Dukerich (1991) y Elsbach y Kramer (1996)); y expone una versión dinámica de la identidad en las definiciones y re-definiciones sobre franqueza, diferenciación, reflexitividad e individualidad. Su trabajo se podría considerar como un complemento al de Hatch y Schultz (2002).
Alvesson y Willmott (2002) muestran las maneras o formas que usan los managers de la cultura para transformar la identidad organizacional a través de una identidad regulada, esto es, actos que definen a la persona, su moral y valores, conocimiento y técnicas; caracterización del grupo, reglas de juego y la construcción social dentro del contexto de la organización. Para los autores, estos intentos por regular la identidad están siendo realizados mediante prácticas discursivas donde el énfasis está en el uso de sofisticados discursos para influir en los sentimientos de los trabajadores, ello a través de una identidad con el trabajo y de la influencia organizacional de narrativas para formar, reparar, mantener, fortalecer o revisar sus sentimientos del yo. El punto central de los autores es la manera en que la identidad sirve como regulación y opresión en las organizaciones, a la vez que consideran también cómo los procesos de regulación sirven para liberar a individuos que trabajan en una nueva área, flexible y descentralizada. En este tipo de organizaciones se promueve la microemancipación de los nuevos empleados por buscar redefinir su trabajo, técnicas y valores organizacionales, con sus propios propósitos.
La segunda forma es la IO entendida como un discurso (Whetten, 2006), o, dicho de otra manera, la construcción por medio de narrativas de aquello que es central, duradero y distintivo en una organización (Albert y Whetten, 1985). Es una conversación que se construye socialmente y puede incluir individuos internos y externos (Brown, 2006; Hatch y Schultz 2002; Scott y Lane, 2000a); al respecto, Sillince y Brown (2009) afirman que es un constructo social retórico en donde las organizaciones representan lo que los directivos quieren o dicen que es.
McAdams (1996) afirma que las identidades narrativas que construyen las personas representan los esfuerzos por llegar a un acuerdo “con el pasado reconstruido, con el presente percibido y con el futuro anticipado” (p. 307), en el sentido de proporcionar un sentido de unidad, y mejorar las contradicciones y multiplicidades de la modernidad. Sin embargo, para Brown y Humphreys (2006) tales unidades son esencialmente contigentes y frágiles, espacios temporales de clasificación. Para Beech (2008) el proceso de construcción identitario es el resultado de una combinación de escribirse uno mismo, estar escrito por otros y tratar de escribirse uno mismo en la historia de los otros. Para Clarke, Brown y Hope Hailey (2009), en cambio, las identidades están a disposición de los individuos en forma subjetiva mediante autonarrativas que operan a través de monólogos internos y por medio de la interacción con los otros. También es un proceso de absorción y personalización de una narrativa general (Coupland y Brown, 2004; Slay y Smith, 2011) limitada por la estructura de la duración de dicha narrativa (Gabriel, 2003).
Ybema (2010) se acerca a la identidad a partir del discurso buscando trasladar la teorización de la relación entre las categorías temporales, la identidad colectiva y el cambio organizacional. Para este autor, el eje central de análisis y de exploración reside en la manera en que las personas construyen su identidad colectiva en el discurso organizacional cotidiano. En este sentido, para Ybema et al. (2009), y Ellis y Ybema (2010), el análisis del discurso de la identidad abarca una amplia variedad de métodos y enfoques, pero como mínimo, un marco o perspectiva discursiva de identidad situada y constituida por las prácticas de hablar y escribir. El énfasis está invariablemente en cualquier discurso de la identidad (Hardy, Lawrence y Grant, 2005; Thomas y Linstead, 2002), en hablar de identidad (Snow y Anderson, 1987) o de narrativas de identidad (Brown, 2006; Czarniawska, 1997a; Thomas y Davies, 2005).
El discurso de la identidad es fundamental en los intentos de establecer, legitimar o desafiar las relaciones dominantes de poder y estatus (Ball y Wilson, 2000). De este modo, para Ybema et al. (2009), el posicionamiento discursivo subraya la idea de que la construcción de la IO puede ser una medida de lo neutral o benigno, en donde participan las emociones, los juicios y aprobaciones, es decir, dicho proceso de construcción implica maniobras sociales y juegos de poder.
La construcción de la IO es un proceso cognitivo permanente, iterativo, encarnado por los empleados, quienes se basan en múltiples modalidades para asimilar la realidad organizacional, con la capacidad de acercarse a ella de diversas maneras, que evocan a la vez diferentes perspectivas a partir de tal experiencia (Harquail y King, 2010). Para ello, un miembro de la organización se basa en el procesamiento, examinación, interpretación y expresión de la información incorporada, que es formal y no formal, oficial y no oficial, simbólica y material, así como la información que se comparte es colectiva, interpersonal y específica a ese individuo. Junto con esto, la conceptualización que construye cada individuo se configura no solo a partir de estímulos físicos y experiencias, sino tambien de hábitos socialmente construidos y de las acciones intencionales de gestión para elaborar ciertas creencias acerca de lo que es una organización (Humphreys y Brown, 2002a).
A pesar de existir una serie de estudios sobre la construcción de la IO (por ejemplo, Fiol, 2002; Humphreys y Brown, 2002b; Coupland y Brown, 2004; Denissen, 2010; Brown y Lewis, 2011) y de que algunos investigadores se ocupan de cierta faceta sobre la formación de identidad en las organizaciones (Clegg, Rhodes y Kornberger, 2007; Corley y Gioia, 2004; Czarniawska y Wolff, 1998), no ha habido ningún estudio exhaustivo acerca de cómo las identidades organizacionales se forman en sus inicios (Gioia, Price, Hamilton y Thomas, 2010). Para estos últimos autores, solo tres trabajos han estudiado la formación per se: Czarniawska y Wolff (1998); Clegg, Rhodes y Kornberger (2007); Corley y Gioia (2004); cada uno de ellos aborda tan solo algunos aspectos de la construcción, pero, en su conjunto, son un buen punto de partida para una consideración más holística de la formación de IO.
Estos tres estudios sugieren que el proceso de participación, tanto por alcanzar legitimidad a través de procesos miméticos como por la construcción de algunas dimensiones de carácter distintivo en el campo organizacional, requiere de un contexto externo receptivo para esos esfuerzos. Estas conclusiones están en estrecha relación con investigaciones que sugieren la importancia de la pertenencia a grupos, industrias u organizaciones. Al respecto, Suddaby y Greenwood (2005) señalan que la identidad reclama mayor legitimidad dentro de contextos amplios.
Para Gioia et al. (2010) estas investigaciones ofrecen, sin embargo, solo una visión limitada de la forma de interacción en que estos procesos podrían afectar la actual formación de IO. La búsqueda de legitimidad es, por ejemplo, una explicación funcional de por qué algunos miembros de la organización participan en la construcción de la identidad, pero no explica cómo es el proceso, de modo que el conocimiento y la comprensión del proceso, de la formación en sus inicios, es aún limitado e incipiente.
A nivel individual, Linstead y Thomas (2002) tienen caracterizado el proceso de formación de la identidad como la gestión de la tensión entre las respuestas demandadas y presentadas al continuo cuestionamiento sobre ¿qué es lo que la organización espera de mí? y ¿qué es lo que yo quiero ser en el futuro? La primera pregunta tiene que ver con la propia identidad como actor social dentro del espacio propiamente organizacional y la segunda está en relación con la construcción social de la identidad personal; sin embargo, estas cuestiones no son discretas sino que están inextricablemente entrelazadas. Desde el ámbito propiamente organizacional, estas preguntas también representan, para estos autores, las dos perspectivas dominantes para el estudio de la IO: la construcción social y la visión del actor social sobre la identidad, ambas expresadas en dos preguntas de investigación fundamentales: ¿cómo los miembros de una naciente organización desarrollan una comprensión colectiva de quiénes son en la organización?, y ¿cómo una nueva creación de organización desarrolla un sentido de sí misma como un actor social en su campo o industria?
Esta visión constructivista implica la negociación –por parte de los miembros– de los significados compartidos sobre lo que somos para la organización, centrando la atención en los esquemas interpretativos que se construyen colectivamente para proporcionar un significado a su experiencia organizacional (Gioia et al., 2000; Whetten, 2006). Ravasi y Schultz (2006) observaron que esta visión implica un énfasis en los procesos de construcción de sentido asociados a la construcción social de la identidad como significado y significados de estructuras que son negociadas intersubjetivamente entre los mismos miembros de la organización (Fiol, 1991). De tal forma, la IO es progresiva, compleja, recursiva, reflexiva y en permanente construcción (Ybema et al., 2009), negociada por los miembros de la organización por medio de las interacciones que sostienen entre sí y con la participación de partes interesadas externas (Coupland y Brown, 2004; Hatch y Schultz, 2002), dejando de lado las pretenciones de linealidad y causalidad rígidas para abrir espacios en la comprensión de la complejidad de su construcción (Simpson y Carroll, 2008).
En este sentido, la estabilidad de la identidad es, en gran medida, algo transitorio ya que su construcción será discursiva y emergente y estará inmersa en un proceso continuo de reconstrucción, por lo que además será un logro momentáneo o una ficción resistente (Simpson y Carroll, 2008). Del mismo modo, todos forman parte del juego en el proceso necesario de construcción identitaria, tanto individual como colectivamente: desde la visión de los fundadores (Rodrigues y Child, 2008), las repetidas negociaciones en varios niveles (Ybema et al., 2009), las reclamaciones de las decisiones de la organización como entidad (Whetten, 2006) y la legitimación de un valor.
Sin embargo, de acuerdo con la visión del actor social la IO es una propiedad de la organización como una entidad (King, Felin y Whetten, 2010) y es perceptible principalmente por las formas de compromiso y las acciones que se toman (Corley et al., 2006). Whetten (2006) llamó a estos compromisos las notificaciones de identidad, o referentes, que significan la autodeterminación y la autodefinición de la organización en el espacio social. Dentro de él, la IO tambien es contextualizada y se convierte en un fenómeno comparativo que identifica a la organización y la diferencia de otras (Glynn y Abzug, 2002). King et al. (2010) afirman que desde el punto de vista de una organización como actor social, el camino por recorrer depende de su propia historia. En ausencia de ella durante el proceso, los miembros dibujan en sus propias historias personales a otras organizaciones con el fin de tener un referente para decidir que acciones y compromisos se pueden apropiar, a la vez que encuentran importantes elementos que correspondían a la búsqueda de la distinción óptima esencial del ser iguales y diferentes al mismo tiempo. De esta forma, las construcciones de identidad no están libres de contradicciones y elementos provenientes de este proceso, y pueden incluso socavar el proceso mismo de construcción (Alvesson y Robertson, 2006).
Para Beech (2011), la construcción de la IO ha sido concebida como una interacción de co-construcción entre los individuos y las estructuras sociales (Ybema et al., 2009); entre la identidad del propio individuo (su noción de quién es él) y la identidad social (la noción de esa persona en discursos externos, instituciones y cultura) (Watson, 2009). Pero también hay que anotar que si bien es una construcción, esta tiene que parecer creíble para sus miembros sin pasar por una estricta prueba de realidad rigurosa (Albert y Whetten, 1985). En relación con lo anterior, Sluss y Ashforth (2007) ofrecen un modelo conceptual para integrar el proceso de construcción en el cual confluyen lo personal, las relaciones interpersonales y los niveles colectivos basados en los roles.
Así pues, se ha utilizado el enfoque del constructivismo social para el estudio de las identidades organizacionales (Cornelissen, 2006; Ravasi y Schultz, 2006), donde se destaca que las identidades se reconstruyen mediante la acción simbólica y la interacción social en contextos sociales (Cunliffe, 2002). Esto es importante ya que se convierten en el marco de posibilidades para que las personas puedan crear y reconocer el sentido de sus acciones. En este tenor, el proceso de construcción identitaria es gradual, en donde el sujeto llega a darse cuenta de que las cosas son distintas debido a un punto de inflexión que conduce a una expectativa por un nuevo significado. Las transformaciones de la identidad se producen cuando hay una desalineación, sorpresa, shock, disgusto, ansiedad, tensión, desconcierto, cuestionamiento de sí mismo, y la persona se ve obligada a reconocer que no es la misma que era antes. Es similar a volverse a escribir a sí mismo.
Las estrategias de regulación de la IO representan los esfuerzos de gestión destinados a influir en la manera como los empleados resuelven los conflictos por las yuxtaposiciones entre los valores y las expectativas generadas en las organizaciones (Hackley y Kover, 2007). Directores contemporáneos están cada vez más atentos a cómo se puede ejercer el control a través de la fabricación de la subjetividad (Watson, 1994). La literatura crítica ha proporcionado aportes sobre estos tipos de control y sus posibles abusos (Sveningsson y Alvesson, 2003). Sin embargo, se presenta una escasez de estudios que examinan cómo las empresas pueden ayudar a los empleados a hacer frente a las múltiples demandas identitarias (Down y Revely, 2009; Gotsi, Andriopoulos, Lewis y Ingram, 2010).
Otras investigaciones sugieren que las estrategias de gestión han pasado de un enfoque de control tecnocrático (a través de la estandarización y supervisión en forma directa) a los intentos por buscar influir en las creencias de los trabajadores, dejándose ver controles a nivel normativo, ideológico e identitario (Karreman y Alvesson, 2004; Ainsworth y Hardy, 2008). En este sentido, algunas investigaciones sugieren que los controles sobre los empleados, incluidos los directivos, buscan colonizar el interior para crear selfs de ingeniería (Kunda, 1992), selfs del diseño (Casey, 1995) o selfs del empresarismo (Brown y Humphreys, 2006). Así, el aspecto regulatorio es considerado como una forma de control normativo que busca gestionar los interiores de los trabajadores de manera que sean flexibles y comprometidos con la organización porque se identifican con ella. El manejo del interior de las personas es considerado potencialmente menos molesto y más eficaz que las tradicionales formas externas de control administrativo (Alvesson y Willmott, 2002).
La regulación de la identidad denota estrategias destinadas a influir en el trabajo de los empleados con la intención de apoyar las metas de la organización mediante discursos y prácticas, y cuidando la frecuencia e intensidad de su aplicación. Estas estrategias pretenden prescribir la forma en que los miembros deben pensar en sí mismos y en su trabajo, y por ello las funciones administrativas están encaminadas a localizar a los empleados dentro de una estructura, ayudando a crear, mantener y transformar sus identidades (Alvesson y Willmott, 2002).
En esta dirección, uno de los componentes fundamentales de la IO serán los conflictos, ya que los individuos tendrán que negociar su propia identidad con otros grupos dentro de la organización (Kelman, 2006). Sobre esto, y a pesar del gran potencial que tiene el concepto identitario para acercarse a comprender los fenómenos organizacionales, no ha sido aún estudiada en forma sistemática en que la gestión de la identidad puede ayudar a resolver intransigencias y facilitar sostenidamente la armonía intergrupal (Fiol, Pratt y O’Connor, 2009).
Para Alvesson y Willmott (2002), los esfuerzos por regular la identidad se centran en cuatro aspectos: (1) el empleado: ayuda a definir directamente al individuo y/o a otros relacionados con él; (2) orientaciones de la acción: proporciona un vocabulario específico de los motivos y los valores (por medio de cuentos, arquetipos, selección de personal, actividades sociales) a través de los cuales los empleados pueden construir un significado de su trabajo y el desarrollo de habilidades; (3) las relaciones sociales: aclara categorizaciones grupales y afiliaciones, especificando la ubicación jerárquica; y (4) la escena: establece claramente las reglas de juego que delimita el contexto (por ejemplo, las del mercado o la industria).
Desde una perspectiva crítica, las investigaciones presentan estos esfuerzos de control como un medio para alcanzar cierta hegemonía (Alvesson y Willmott, 1996). Así, la resistencia normalmente prevalece cuando los directivos tratan de ejercer un amplio control sobre la mentalidad de los empleados. Las estrategias de control son vistas como un problema porque las personas necesitan que se les controle para que subordinen su voluntad a la organización como un colectivo (Alvesson y Willmott, 2002).
Mientras que algunos estudiosos han sugerido que la gestión de la IO es una función importante de liderazgo (Voss, Cable y Voss, 2006), se ha argumentado que estas construcciones discursivas pueden ser a veces altamente resistentes a las intervenciones de gestión dirigidas a la integración, la agregación, la participación o la eliminación (Pratt y Foreman, 2000). Dado que las identidades de las organizaciones pueden ser adaptativamente inestables (Gioia et al., 2000; Vaara, Tienari, Piekkari y Santti, 2005; Vaara, Kleymann y Seristo, 2004) y, por lo tanto, mutables dentro de las restricciones, no es claro entonces que el individuo pueda ser manejado por las élites directivas de manera programada y predecible. Es por ello por lo que se puede afirmar que la hegemonía como una forma de control, nunca es completa (Brown y Humphreys, 2006).
En relación con el proceso de construcción de IO, también se han explorado los esfuerzos de la gestión por fabricar subjetividad (Alvesson y Willmott, 2002) –y la posible resistencia de las personas (Collinson, 2005)–, las cuales buscan cambiar de un yo actual a una identidad aspiracional (Thornborrow y Brown, 2009), o visualizar e identificar una identidad laboral impuesta con el fin de considerar el sí mismo como auténtico (Costas y Fleming, 2009). La subjetividad del trabajador es vista como producto de los mecanismos disciplinarios y de las técnicas de vigilancia y poder estratégicas.
El enfoque dialógico explica cómo es posible generar un tipo de resistencia gracias a la transformación del significado a través del diálogo interior y del uso potencial de los significados del contexto lingüístico para formar contra-narrativas y contra-discursos (Beech, 2008). El reto es analizar cómo quedan integrados estos procesos en la construcción de un nuevo significado y, en este sentido, el diálogo podría conducir a reforzar o rechazar la construcción de la identidad, o a generar puntos de encuentro entre los extremos.
Es así como los empleados, frente a estas estrategias de regulación, pueden generar resistencia al buscar perseverar en elementos que valoran de una IO en particular (Ravasi y Schultz, 2006). Así, cuando los empleados se sienten amenazados o se encuentran a la defensiva o inseguros, las estrategias de regulación de la identidad pueden amplificar el cinismo y la resistencia (Kosmala y Herrbach, 2006), a la vez que pueden ser contraproducentes y alienantes, impidiendo la innovación, precisamente por la homogeneidad que se promueve. A esta reacción por parte de los empleados se le ha llamado desidentificación (Beech, 2011; Costas y Fleming, 2009).
El concepto de identidad organizacional tambien ha estado relacionado con temas referidos a la comunicación gerencial y en general, con los medios de comunicación dentro de las organizaciones. Elsbach y Kramer (1996) consideran los efectos de los rangos de los sistemas dentro de las organizaciones, centrándose en cómo las comparaciones y las amenazas afectan –con relación a la IO– a los miembros de la organización. Los autores estudian las ocho mejores escuelas de negocios según la revista Business Week concentrándose en la responsabilidad de los miembros de estas escuelas: los resultados presentan la evidencia de cómo la audiencia organizacional tiene injerencia sobre la organización y cómo los miembros perciben la identidad en sus organizaciones. Este estudio es una aplicación de las ideas de Ginzel, Kramer y Sutton (1993) y la teoría social presentada por Ashforth y Mael (1989) y sugiere que los rankings se convierten en una amenaza para la identidad definiendo dos dimensiones para percibir esta amenaza: la primera, en cómo los miembros definen lo central de la organización, lo distintivo y lo duradero de sus cualidades. La segunda, en aquello de localizar la posición de la escuela en el estatus jerárquico. Los resultados indican que los miembros tienden a responder aspectos de su identidad que no son mencionados en la revista y revelan las dinámicas cognitivas que ocurren entre los miembros de la organización y las audiencias en la configuración de la IO.
Cheney y Christensen (2001) examinan los efectos de la organización en sus intentos por influenciar a los otros y cómo dicho intento termina por afectar a los mismos miembros. Los autores argumentan que la distinción entre identidad e imagen está desapareciendo debido también a la superposición de las prácticas internacionales y la comunicación externa, así como al uso de los medios de comunicación basados en la publicidad para influir en los empleados a través del marketing interno. Estos autores sostienen que si bien las organizaciones que adoptan estas prácticas siguen afirmando que están comunicando a sus entidades externas, resultados de investigación redefinen estas prácticas como autocomunicación. Su teoría es que la autocomunicación confirma la autodefinición de la organización (identidad) y se reproducen internamente las imágenes que los managers quieren que se perciba desde afuera de la organización. Lo de afuera se refleja al interior por medio de una comunicación autorreferencial.
Se conceptualiza la identidad como un proceso en lugar de una construcción estática. Gioia et al. (2000) explicitan los cambios en la definición de Albert y Whetten de la identidad como duradera, por un enlace de identidad para un cambio organizacional. Los autores argumentan que la identidad es inestable y adaptativa aun cuando las organizaciones utilizan las mismas etiquetas para describir cómo son por décadas y pareciera que no siempre están cambiando. Sin embargo, la IO cambia por el hecho de que los significados e interpretaciones de las etiquetas utilizadas para describir sí cambian constantemente. Estos autores afirman que los cambios en la interpretación permiten a las organizaciones adaptarse a cambios en el entorno preservando el sentido sobre sí misma, un estado que definen como inestabilidad adaptativa.
Afirman, a su vez, que la imagen organizacional está empezando a crecer en la sociedad post-industrial, la cual crea muchas más condiciones inestables para la construcción de identidad, forzando a las organizaciones a adaptar su identidad a la siempre fluctuante percepción externa y a las expectativas. Basándose en el concepto de imagen (propuesto por Dutton y Dukerich (1991) y Alvesson (1990)), los autores muestran cómo la interdependencia entre identidad e imagen activa un proceso de comparación (Tajfel y Turner, 1986) entre variaciones sobre cómo pensamos que somos y cómo piensan ellos que somos, dejando a la organización con diferentes caminos para responder sobre la base de impresiones transitorias. Así, desde estas ideas, discuten las limitaciones de la adaptación de identidad, argumentando que si bien los procesos de construcción de identidad y de la imagen son cada vez más interdependientes, cada uno de ellos mantiene un núcleo de independencia.
Hatch y Schultz (2002) describen la identidad organizacional como un conjunto interrelacionado de procesos (expresión, impresión, duplicación y reflejo) a través del cual tanto la cultura organizacional como las imágenes influyen en la identidad organizacional y viceversa. Estos procesos representan la identidad organizacional como dinámica pero todavía capaz de ofrecer una sensación de estabilidad a su público. Siguiendo a Mead (1934), argumentan que la propia identidad emerge en un proceso donde participan el mí (cómo los otros te ven) y el yo (cómo te sabes a ti mismo).
Los autores proponen analogías organizacionales con los conceptos de Mead así: yo, como cultura organizacional y mí, como imagen organizacional, y en su texto ofrecen un modelo de identidad organizacional el cual emerge de procesos en donde la cultura organizacional y la imagen de los stakeholders juegan un papel influeyente. Así mismo, definen los procesos de conexión de identidad como imagen reflejo (basados en Dutton y Dukerich, 1991) e impresión (basados en Goffman, 1989) y ambas conexiones de identidad a la cultura como reflejo y expresión. El modelo de estos autores da cuenta de la estabilidad y el cambio, y diagnostican dos disfunciones dinámicas de las identidades, el narcisismo y la hiperadaptación, en términos de disfunciones entre los cuatro procesos. Esto trae a cuenta la similitud entre la organización narcisista, la noción de organización ideal de Schwartz (1987) y la organización como sí misma seductora de Cheney y Christensen (2001).
Otras perspectivas de análisis
Las cinco perspectivas aquí expuestas fueron las más relevantes como resultado de la revisión. No obstante, existen muchas otras que también tienen una relevancia importante dentro del campo de los EO, concretamente desde la temática de la IO. Entre ellas se encuentran las que refieren al psicoanálisis (Driver, 2009; Harding, 2007; Roberts, 2005) y a contracciones y conflictos (Fiol, Pratt y O’Connor, 2009; Foreman y Whetten, 2002; Kreiner et al. 2006b), entre otras.
En el ámbito regional, son pocas las investigaciones referidas al tema de la IO. En una de ellas, que enmarca el estudio de este tema a nivel latinoamericano, García de la Torre (2007) establece la relación con la cultura, a la vez que considera que la identidad es la fuente ontológica de esta. En un trabajo anterior, Carvajal (2005) plantea el problema de la existencia de las organizaciones y los criterios para establecer su identidad. Pero en términos generales, el tema no se ha desarrollado tanto como el de cultura organizacional, de ahí que el tema identitario sea una agenda pendiente también a nivel regional (Ferreira, 2010).
Termina este apartado mencionando el texto de Etkin y Schvartein (1997) Identidad de las organizaciones. Invarianza y cambio, en el cual proponen estos dos asuntos como ejes centrales, afirmando, a su vez, que la identidad es el factor primordial para la invarianza y presentando algunas dimensiones de la identidad (tiempo, tamaño, localización, tangibilidad, etc.) para su estudio.
Conversaciones en relación con el concepto
Para Driver (2009), la definición seminal de IO ha tardado en entenderse como una construcción unitaria que ejerce una fuerza considerable por mantenerla constante y coherente en el tiempo. Otros investigadores consideran esta construcción unitaria como una esencia unitaria, la cual es estable, aunque más de lo que pareciera (Corley et al., 2006; Scott y Lane, 2000b). Incluso, si bien el proceso de adaptación a las demandas ambientales –lo cual es crucial para el éxito de la organización (Brown y Starkey, 2000; Corley y Gioia, 2004; Corley et al., 2006; Gioia et al., 2000)– se considera igualmente importante y, a veces más, retener esta identidad unitaria que proporciona el reconocimiento (Whetten, 2006), la legitimidad y la ventaja competitiva.
Es de este modo en que el concepto de IO ha sido construido como una metáfora fenomenológica, o como una construcción social que objetivamente existe en esencia y, por lo mismo perdura, como una propiedad de las organizaciones como actores sociales, o un conjunto de entendimientos compartidos (Humphreys y Brown, 2002a, b).
Autorreferencial e intersubjetiva
La IO esencialmente consiste “en un significado de autorreferencia [...] acerca de los intentos de la entidad por definirse a sí misma” (Corley et al., 2006, p. 87). Este tipo de significados son siempre contextualizados e inherentemente comparativos, y pueden ser tácitos o explícitos, se puedan dar por sentado o ser conscientemente trabajados (Clarke, Brown y Hope Hailey, 2009; Thornborrow y Brown, 2009). Este proceso de autorreferenciación no es otra cosa que la forma en que una organización esta comúnmente representada (Sillince y Brown, 2009).
Para algunos autores, la IO es un fenómeno intersubjetivo (Clegg, Rhodes, y Kornberger, 2007) que reside en la percepción e interpretación de sus miembros o grupos de interés (Hatch y Schultz, 2002); para Ravasi y Schultz (2006) esta es definida a partir de esquemas interpretativos que los miembros de la organización construyen colectivamente con el fin de proporcionar un sentido a su experiencia.
La identidad se encuentra compartida por todos los miembros de la organización. Es por eso que se va a desarrollar y se va a manifestar por medio de múltiples capas o dimensiones en las definiciones de los miembros de una misma organización cuando estos definen quiénes son.
Pratt y Rafaeli (1997) investigaron cómo la vestimenta en un hospital de rehabilitación revela una multiplicidad de interpretaciones de varios subgrupos asociados a un código de vestimenta. Siguiendo a Tajfel y Turner (1979) y a Ashforth y Mael (1989), los autores definen la identidad social como las autocategorizaciones que los individuos usan para denotar su sentido de pertenencia; sin embargo, enfatizan cómo se encuentran insertas en unos supuestos culturales y valores que utilizan la autodefinición del símbolo organizacional del vestido para revelar las múltiples capas de significados inherentes a toda identidad social. Los autores (utilizando la definición de Albert y Whetten (1985) de un híbrido identitario) exponen la tensión entre el hospital local y las demás identidades profesionales que están detrás del debate por la vestimenta.
Karen Golden-Biddle y Hayagreeva Rao (1997) realizaron un estudio empírico de cómo el proceso de construcción de identidad influencia la accion organizacional (se puede comparar este estudio con el de Dutton y Dukerich (1991) y el de Pratt y Rafaeli (1997)), y nos ofrecen una descripción de la manera como la IO se ve amenazada, es reparada y preservada por las acciones organizacionales –que involucra a los altos ejecutivos y a la junta de directivos– en una organización sin fines de lucro. En esta descripción, los autores señalan la propuesta teórica de Goffman sobre la distinción entre frontstage y backstage; de un modo similar a lo que hicieron Pratt y Rafaeli (1997), enmarcan el conflicto y las múltiples construcciones de identidad dentro de un contexto organizativo; y usan los conceptos de holográficos y de identidades híbridas (Albert y Whetten, 1985) para analizar las tensiones entre la identidad del voluntario y la identidad de familiares y amigos en una organización del tercer nivel. El caso muestra cómo el individuo y la identidad organizacional están interconectados mediante procesos identitarios.
Autores como Carter y Mueller (2002) y Foreman y Whetten (2002) han reconocido que las organizaciones pueden tener múltiples identidades. Se considera que la IO es múltiple cuando los miembros de la organización realizan dos o más afirmaciones acerca de lo que es la organización. Para Sillince y Brown (2009) esta comprensión se debe a una aproximación desde la retórica (Carter y Mueller, 2002; Collinson, 2005), en donde se analiza cómo el reconocimiento y las afirmaciones sobre la identidad pueden contribuir a los esfuerzos por explicar con más detalles el comportamiento de las organizaciones. Aunque la noción de identidad múltiple es frecuente en la literatura, la falta de consenso en cuanto a su significado compromete su utilidad como constructo teórico (Foreman y Whetten, 2002).
Para Sillince y Brown (2009), la mirada desde la retórica en la concepción de una IO múltiple tiene al menos tres implicaciones importantes para la teorización y la investigación en este campo: (1) sugiere que existe la necesidad de reconsiderar la ampliamente mencionada suposición de que las organizaciones tienden a comunicarse en forma coherente. En este sentido, se pueden presentar muchos yos en una organización; (2) asume que responde a una visión clara sobre lo que sus miembros son, son sinónimo de o deberían ser con el objetivo de promover la identificación, es decir, conducentes a promover procesos activos de integración y sentimientos de pertenencia; y (3) ofrece nuevas ideas para teorizar en este campo, en la medida en que las identidades son estables y duraderas (Albert y Whetten, 1985), dinámicas (Gioia et al., 2000) o adaptativas (Brown y Starkey, 2000).
En ese mismo sentido, la IO está en una constante desestabilización por la producción de nuevos textos, en los cuales la identidad está sujeta a una reconstrucción continua, donde dicha reconstrucción puede ser muy diferente en algunos casos, mientras que en otros el cambio sea casi imperceptible (Chreim, 2005; Nayak, 2008). Es conocido que los psicólogos han aceptado que las personas tiene múltiples identidades, y más recientemente también se ha afirmado que los individuos tienen un repertorio de identidades que se hacen prominentes en diversos roles y contextos. Asimismo, los individuos tenemos “múltiples conceptualizaciones acerca de quiénes somos” (Pratt y Foreman, 2000, p. 19), sobre la base de factores tales como la historia personal o la posición en la jerarquía de la organización (Corley, 2004).
La literatura ha contribuido a enmarañar la comprensión de la IO, emergiendo los conceptos de cambio y pluralidad como posibles fuentes de tensión, en lugar de acercarse a ella como algo estático e inmutable. La identidad se conceptualiza como fluida y maleable (Kreiner, Hollensensbe y Sheep, 2006b), impermanente y fragmentaria (Bendle, 2003), múltiple y contextual (Alvesson, 2000). Las identidades se construyen continuamente y son reconstruidas al negociarse constantemente a través de procesos de identificación y diferenciación.
Las identidades emergen de la interacción y de la negociación, y comparten procesos de sentido, interpretaciones que ocurren y están contextualizadas e infuenciadas por el entorno, de manera tal que las interacciones entre los miembros externos y los miembros internos de la organización contribuyen a la formación de identidades (Gioia et al., 2000). Esto evita considerar la IO como algo estático o esencial, y permite aproximarse a ella a través de performances. Esta idea extiende la teorización de la identidad como un proceso dialéctico de ser-siendo y de llegar a ser (Tsoukas y Chia, 2002; Clegg, Kornberger y Rhodes, 2005), lo que quiere decir que en vez de ser algo ontológicamente seguro, surge del proceso de organización de la entidad misma; en otras palabras, está en constante cambio. Las identidades no son estáticas u existen objetivamente, sino que se construyen discursivamente en forma fluida y constante (Brown y Humphreys, 2006).
La identidad tiene un carácter esencialmente relacional (Ybema et al., 2009). Pueden surgir de las articulaciones de las similitudes y las diferencias, lo que implica la separación discursiva del yo y el otro, apareciendo una parte intrínseca del proceso en la cual se llega a comprender lo que uno es, a partir de las nociones acerca de lo que no se es y, por extensión, quiénes son, y quiénes no son los demás. Como argumenta Jenkins (2004), “la construcción social de la identidad es una cuestión de establecer y significar las relaciones de similud y diferencia” (p. 5), más que imponer límites aparentemente arbitrarios para crear y definir la alteridad.
Este diálogo puede ser construido de diversas formas, centrándose, por ejemplo, en discursos dramatúrgicos y también dentro de las llamadas luchas discursivas (Alvesson y Deetz, 1999). Las expresiones de los demás pueden llegar a ser asimiladas en uno mismo y convertirse en un mismo sentido. Desde esta concepción, trabajos como los de Cunliffe (2002) se han centrado en el discurso de los administradores como práctica que actúa e interactúa con otros, es decir, la identidad en tanto que un proceso que es resultado de, y al mismo tiempo posibilidad para el diálogo como tal.
Lo dialógico es considerado como un concepto puente entre el individuo y la sociedad. Su potencial mediático radica en su doble carácter que refracta lo que puede ser visto como una dialéctica permanente entre la estructura personal y la social. Por esta razón, los estudios de la identidad prestan atención simultáneamente a ambas definiciones, a las autodefiniciones y a las definiciones de los demás (Ybema et al., 2009), de esta manera puede ser sujeto y, al tiempo, ser vista como un proceso activo de trabajo discursivo en relación con otros hablantes. En esta interrelación discursiva “la organización no sólo construye al empleado, sino que el empleado construye la organización” (Gabriel, 1999, p. 190).
Utilizando esta concepción dialogal, Foreman y Whetten (2002) proponen entender la IO como la conjunción de la comparación entre la percepción de la identidad actual de una organización (creencias sobre el carácter existente), con sus expectativas en términos ideales (creencias sobre lo que es deseable, informado por los mismos miembros) y cómo la brecha o congruencia de la identidad resultante (la distancia cognitiva entre la identidad actual e ideal) afecta de manera significativa el nivel de involucramiento de los empleados.
Conversaciones en relación con otros términos
La identidad es entendida como un proceso donde es construida y reconstruida a través de una interacción dinámica en la que la persona es arrojada a una identidad de otros (Karreman y Alvesson, 2001) y busca proyectar una identidad al mundo exterior (Brown, 2001), o adquirir los comportamientos, símbolos y las historias de una identidad (Sims, 2003). Estas interacciones implican un diálogo entre la autoidentidad interior y la social-identidad exterior (Watson, 2009). La identidad social se compone de las proyecciones de los demás hacia uno mismo, las proyecciones del yo hacia los demás y las reacciones a las proyecciones recibidas (Beech, 2008); es un espacio o lugar en donde las personas recurren y se imponen por discursos externos. La autoidentidad es la visión interiorizada del self en donde las personas tratan de mantener una narrativa particular (Watson, 2009).
Para Ybema et al. (2009), la identidad social es una versión de la agencia-estructura dialéctica en acción, es decir, el proceso mediante el cual el agente individual constituye y es constituido por sus derechos sociales en torno a los discursos disponibles para ello y lo que los rodean. Para Gioia et al. (2010), en cambio, las organizaciones son colectivos sociales porque la sociedad las trata como si fuesen personas, asignándoles estatus legal como actores sociales colectivos.
Desde la perspectiva del actor social, la IO es esencialmente un conjunto de notificaciones institucionales que explícitamente articulan la organización y es, a su vez, lo que representa. Lo importante de este punto de vista es que la identidad no reside principalmente en la interpretación de sus miembros, sino en las reivindicaciones institucionales asociadas con la organización (Corley et al., 2006; Whetten, 2006). Para Ravasi y Schultz (2006) esta concepción de IO tiende a enfatizar la función interpretativa (sensegiving) de la identidad, uniendo la construcción de identidad con la necesidad de proveer una guía coherente en cómo los miembros de una organización deben comportarse y como otras organizaciones deben relacionarse con ellos (Whetten, 2006).
Para Kreiner, Hollensensbe y Sheep (2006a) el término identificación se ha entendido en la literatura organizacional a partir de dos significados: en relación a un estado y a un proceso. La identificación como un estado se refiere a la asociación del individuo con un grupo social (una organización, una profesión, etc.). El segundo (como proceso) es el paso de alinear la propia identidad con la de un grupo social. Los autores resaltan que la identidad puede cambiar en este proceso ya que es cíclica y no determina cuándo un individuo se llega a identificar con una entidad en particular.
La construcción de la IO es un proceso crítico del proceso de identificación organizacional en el sentido en que los individuos construyen esa identidad y evalúan la resonancia y concordancia entre la propia conceptualización y sus propias identidades. Junto con ello, y dentro de este proceso, obtienen la posibilidad de poder definirse a sí mismos dentro de la organización (Alvesson y Robertson, 2006; Dutton, Dukerich y Harquail, 1994; Holmer-Nadesan, 1996). Un empleado se identifica con una organización cuando experimenta una concordancia entre su construcción de IO y su propia autoconstrucción (Dutton et al., 1994), estableciéndose diferentes tipos de identificación a partir de este proceso (Kreiner y Ashforth, 2004). La identificación con la organización aparece cuando las creencias de un individuo sobre lo que es la organización se autorreferencian o se autodefinen consigo mismo (Pratt, 1998).
Para Sluss y Ashforth (2007), la identidad relacional responde a la pregunta: ¿cuál es la naturaleza de nuestra relación?, y la identificación relacional: ¿cuánto tengo internalizada esa identidad como parte de mí mismo? Usando estos términos, los autores ofrecen un modelo conceptual para integrar el proceso de construcción en el cual confluye lo personal, las relaciones inter-personales y los niveles colectivos basados en los roles.
A nivel individual, Linstead y Thomas (2002) caracterizan el proceso de formación de la identidad como la gestión de la tensión entre las demandas presentadas frente a las preguntas que continuamente se plantean: ¿qué es lo que quiere la organización de mí? y ¿qué es lo que quiero ser a futuro? La primera pregunta tiene que ver con la propia identidad como actor social dentro del espacio organizacional, mientras que la segunda tiene que ver con la construcción social de una identidad personal. Sin embargo, ambas estan inextricablemente entrelazadas, a la vez que expresan las dos perspectivas dominantes en el estudio de la IO: la construcción social y los puntos de vistas de los actores sociales (Gioia et al., 2010).
Las identidades personales son negociadas, creadas, amenazadas, reforzadas, reproducidas y revisadas, a través del proceso de construcción como tal, siendo encarnadas en dicha interacción (Alvesson, Ashcraft y Thomas, 2008). Y con respecto a la forma y al fondo, las identidades personales necesariamente recurren a discursos sociales disponibles o a narrativas sobre quién uno puede ser y cómo se debe actuar, por lo que algunos individuos pueden tener un apoyo institucional más fuerte y acceso a ciertos recursos materiales más que otros (Thomas y Davies, 2005).
De esta manera, la identidad individual se compone de los aspectos del self que surgen de las características personales, así como de las categorías sociales con las que el individuo afirma estar vinculado (Tajfel y Turner, 1986). Sin embargo, hay que precisar que los individuos no son meros receptores pasivos de identidades que provienen de entidades sociales. Estos son capaces de reconocer las implicaciones y exigencias de las organizaciones, grupos y otras entidades (Kreiner et al., 2006b).
Así, la identidad personal está compuesta por múltiples aspectos que varian en accesibilidad y relevancia a través de diversas situaciones, entre los cuales algunos son más importantes y estables mientras que otros están sujetos a la interpretación y cambios permanentes (Kreiner et al., 2006b).
Discusión: consideraciones para futuras conversaciones
Lo discutido lleva a preguntarse por la posibilidad que tiene la IO de considerarse como un fenómeno que pueda ser deconstruido en un conjunto de componentes generalizables como la orientación moral, las preferencias de riesgo o las clasificaciones de estado (Brickson, 2000). Aunque Albert y Whetten (1985) propusieron que las “dimensiones seleccionadas para definir el carácter distintivo de una organización puedan ser muy eclécticas” (p. 268), a muchos académicos les gustaría ser capaces de comparar la identidad de una organización con las identidades de las otras. Las primeras investigaciones versaron sobre la posibilidad de encontrar una identidad única en cada organización o si hay un conjunto de dimensiones de IO que se puedan generalizar en todas las organizaciones. Si hay dimensiones generalizables, entonces se debe tener en cuenta los atributos de centralidad, distinción y duración, revisadas anteriormente.
La idea de que cada organización tiene una identidad única es el enfoque en donde esta se evalúa con dimensiones sugeridas por los miembros de la entidad a sí mismos (por ejemplo, con la técnica de rejilla, Gustafson y Reger (1998)). Por lo tanto, la identidad de una organización no es necesariamente o directamente comparable con la identidad de otra organización. El enfoque de los que buscan generalizar las dimensiones de la identidad de la organización es una perspectiva ética, en la que los investigadores identifican los atributos que les interesan y evalúan la solidez de estos atributos en una organización con respecto a otras.
Las posiciones teóricas, ontológicas y epistemológicas a través de las cuales uno se acerca a una construcción son fundamentales para toda investigación y, en el tema de la IO, no va a ser la excepción. Sin esta claridad, pueden surgir confusiones en los niveles de análisis. Por ejemplo, cuando los investigadores definen la identidad de la organización como una construcción social, pero luego tratan de medir los atributos globales y sus dimensiones (mezclando aspectos positivistas y subjetivistas) las conclusiones pueden ser confusas y perder su carácter de validez.
Una cuestión fundamental será cómo en el trabajo de campo mantener múltiples perspectivas sobre la identidad de la organización y, al mismo tiempo, acumular conocimientos para aclarar el ámbito de la identidad de la organización objeto de estudio. Sería un error concluir que un solo enfoque es el correcto en tanto que existen varias rutas para su estudio, cada uno con su propia base de supuestos y de destino. La IO se trata una construcción en torno al cual existen profundos desacuerdos y diferencias que no pueden ser reconciliadas, y sin embargo hay una gran promesa para su construcción.
Según Corley et al. (2006), la discusión anterior permite avanzar hacia una concepción socio-cultural de la identidad. En primer lugar, destacan la concepción de la identidad como un proceso inacabado y abierto, que los sujetos están obligados a realizar para enfrentar los cambios del mundo moderno; constituye una interfaz entre lo individual y lo social; lo que somos es en buena medida la forma como actuamos y aquello que decimos en los distintos ámbitos del mundo social.
En segundo lugar, la identidad es algo inserto en el mundo cotidiano y se le puede tomar como punto de partida en lo que dicen los sujetos de sí mismos, o bien como la forma en que participan de las prácticas cotidianas. Se trata de concebirla como una herramienta que es utilizada de acuerdo con las actividades en que participa el sujeto e, incluso, que se improvisa según los contextos y los recursos (económicos, sociales, simbólicos) disponibles; es vivida y encarnada por las personas de acuerdo con su participación en las prácticas sociales. La identidad tiene, entonces, un carácter relacional en tanto permite decir quién es uno y situarse en relación con las otras personas en un contexto social; supone un otro frente al cual se construye y tiene un carácter cambiante, adaptable a los contextos o ámbitos de experiencia en que actúan los sujetos.
En tercer lugar, la construcción de la identidad es un trabajo que se realiza en las prácticas situadas al participar de cierta manera en las actividades y, simultáneamente, en el pensamiento como un habla interna y como generación de un sí mismo capaz de orquestar distintas voces; es un proceso de autoformación al participar y entrar en contacto con las prácticas y significados culturales. En la medida en que se conocen más ámbitos de la experiencia se generan nuevas capacidades de ser y pensar que se entroncan y permiten apropiarse de los mundos culturales. Las personas y actividades que se efectúan en lugares específicos proporcionan recursos identitarios a los sujetos en formación.
En cuarto lugar, es importante destacar el desarrollo de capacidades reflexivas y de autodescubrimiento que desarrollan los sujetos al participar de las prácticas y discursos socio-culturales que conforman un ámbito de experiencia o mundo figurado. Las concepciones del sí mismo implican una aptitud reflexiva, al tomarse como objeto, precisamente, el sí mismo y sus experiencias. La construcción de identidad supone al sí mismo como un proceso social, que se encarna en el sujeto y depende del desarrollo de su capacidad de reflexionar sobre el mundo cultural. Las personas a lo largo de su vida pueden tener distintas identidades, incluso contradictorias, que son objeto de una reflexión y adquieren una coherencia en las narrativas biográficas.
Un aspecto más por considerar es que el hecho de disponer distintos enfoques teóricos sobre la identidad permite visualizarla y comprenderla en su carácter dinámico y multiforme, de acuerdo con las prácticas a las que el sujeto busca afiliarse y de su conocimiento para participar de las mismas.
Todo lo comentado en este capítulo está orientado a mostrar las diversas conversaciones que se vienen realizando en torno al tema de la IO, buscando con ello promoverla y evidenciando los principales paradigmas, perspectivas y discusiones que forman parte de los actuales diálogos sobre este tema. Los resultados de la revisión de la literatura sobre este asunto enmarcan, al mismo tiempo, un estado de la discusión para seguir impulsando debates y controversias, a la vez que delimitan y contribuyen a presentar un panorama general sobre el tema para aquellos investigadores que quisieran profundizar en él.
La IO ha sido reconocida y establecida como un importante concepto dentro de los EO (Brown, 2001), y últimamente ha sido vista como un constructo teórico de creciente importancia (Ashforth et al., 2011). Aunque la definición seminal de Albert y Whetten (1985) de aquello que es central, distintivo y perdurable aún es válida y es retomada por los investigadores para sus trabajos, ha sufrido una serie de cambios y desarrollos en los últimos años. Diferentes estudios han partido de distintos paradigmas y diversas perspectivas teóricas para interpretar estos atributos, configurando un controversial diálogo acerca de lo que la IO es o debería ser. A continuación, se presenta una tabla en donde se resume lo discutido.
TABLA 2. Paradigmas en relación con la identidad organizacional
Fuente: Gonzales-Miranda, Gentilin, Ocampo-Salazar (2014, p. 140).
Lo central, distintivo y duradero de la IO ha dado paso a lo dinámico e inestable (Gioia et al., 2000), a las múltiples facetas en las cuales no hay una unidad singular (Brickson 2000; Essers y Benschop, 2007; Pratt y Foreman, 2000), lo cual ha permitido que las conversaciones sean disímiles, variadas y muchas veces contradictorias. Sin embargo, la investigación teórica y empírica sobre los procesos de construcción de identidad podría considerarse relativamente reciente (Kornberger y Brown, 2007; Sillince y Brown, 2009), a pesar de que “el concepto de identidad es clave para entender las organizaciones modernas” (Gioia et al., 2000, p. 78). No obstante, hay poco acuerdo sobre lo que el concepto de IO denota, o si existe una metodología para estudiarlo; incluso, y retomando a Harquail (2004), se podría afirmar que la anarquía aún reina en dicho concepto.
Frente a la diversidad de voces relacionadas con el concepto mismo, al paradigma que subyace a dicha conceptualización, y a las relaciones que tiene con otros términos, el abordaje de la IO como objeto de estudio, así como perspectiva teórica para el análisis organizacional, requiere y exige claridad conceptual y epistemológica para no caer en inconsistencias metodológicas y teóricas, reto de todo investigador que tenga su interés de estudio en este campo de conocimiento.
Si bien es cierto que algunas distinciones importantes se han elaborado, las herramientas analíticas, tanto a nivel conceptual como su aplicación a nivel metodológico, son relativamente escasas y no permiten dar cuenta del proceso de construcción identitario como tal. Un ejemplo de ello es que aún no se ha abordado plenamente cómo los conceptos de identidad y cultura se relacionan entre sí, cuáles son sus puntos de similitud y diferencia, y el potencial que tienen para ofrecer una contribución analítica distinta a los EO. Otro aspecto aún por abordar son las posibilidades que tiene la IO para comprender, tanto a nivel teórico como empírico, las relaciones de la organización con el medio ambiente y las repercusiones en relación con la legitimidad, la reputación y la atracción de inversores, por mencionar tan solo algunas vetas de futuras investigaciones.
La aplicabilidad del concepto de identidad a múltiples niveles de análisis y su capacidad para integrar conocimientos analíticos a nivel micro, medio y macro, subraya aún más su potencial de convertirse en un constructo integrador. Como Albert et al. (2000) han argumentado: “el poder de la identidad y la identificación se deriva de la capacidad integradora y generadora de estos constructos” (p. 13). El reto estará entonces en encontrar formas de desarrollo y despliegue de conceptos de identidad que sean atractivas a través de los límites científicos sociales tradicionales, para ofrecer la posibilidad de múltiples tipos de análisis perspicaces, siendo a la vez lo suficientemente bien definidos para promover una comprensión más profunda de la compleja realidad organizacional.
Las conceptualizaciones de lo que es la IO, y los alcances que tiene para el análisis organizacional, están lejos de ser un tema cerrado. Kenny, Whittle y Willmott (2011), en un reciente texto sobre identidad y organizaciones, ponen en debate la importancia de este tema como aspecto primordial y relevante para la comprensión de los fenómenos organizacionales. Por ello, se ha buscado presentar en qué va la conversación y hacer eco a las distintas voces e intereses que se vienen desarrollando alrededor del concepto, abriendo de esta manera el espacio para nuevas discusiones y propiciando un mayor conocimiento de lo que es lo organizacional y lo que se circunscribe a esta afirmación.
La revisión ha permitido mostrar tres paradigmas y algunas perspectivas teóricas para el análisis organizacional. Si bien el paradigma constructivista y el enfoque narrativo-discursivo vienen teniendo una importancia considerable (Coupland y Brown, 2004; Driver, 2009; Humphreys y Brown, 2002b; Ybema, 2010), la revisión muestra que la construcción o configuración de la IO no solo se restringe a estos procesos discursivos. Los conocimientos cognitivos (Harquail y King, 2010), así como los aspectos de construcción en organizaciones en evolución, con gran influencia de los procesos propiamente institucionales, ofrecen a los sujetos posibilidades de configurar una IO en particular (McKendrick, Jaffee, Carroll y Khessina, 2003). A ello hay que sumarle que estas construcciones también se pueden encontrar en los mismos procesos organizacionales, lo que implica que la estructura subyace a muchos de los fenómenos de organización humana (Hsu y Hannan, 2005; Labianca, Fairbank, Thomas, Gioia y Umphress, 2001).
Adicionalmente, es preciso recalcar que la construcción de la IO es un trabajo que se realiza en prácticas situadas, al participar de cierta manera en las actividades, y simultáneamente en el pensamiento como un habla interna y la generación de un sí mismo capaz de orquestar distintas voces. Es un proceso de autoformación al participar y entrar en contacto con las prácticas y significados culturales. En la medida en que se conocen más ámbitos de la experiencia, se generan nuevas capacidades de ser y pensar que se entroncan y permiten apropiarse de los mundos culturales. De esta manera, las personas y las actividades que se efectúan en lugares específicos proporcionan recursos identitarios a los sujetos que buscan configurar una IO.
Aunado a lo anterior, y como parte de las reflexiones finales de esta revisión, causa cierto asombro que el tema de la IO, a partir de la documentación revisada, prácticamente no esté ligado al asunto cultural. No hay referencias o desarrollos en donde se la relacione con la cultura organizacional, más allá de que los investigadores citan textos u estudios sobre ese ámbito. A esto se le suma la gran variedad de temas y marcos teóricos en los cuales es tomada tanto como objeto de estudio, así como perspectiva teórica para el análisis de los fenómenos organizacionales. Entonces, se podría pensar que la IO pareciera tener la importancia y la relevancia suficientes para ser considerada como una corriente de estudio en sí misma.