Читать книгу Horizontes culturales de la historia del arte: aportes para una acción compartida en Colombia - Diego Salcedo Fidalgo - Страница 6
PREFACIO
ОглавлениеHoy iniciamos un diálogo que indaga sobre el cómo y el para quién de la Historia del Arte. Con la apertura de la Maestría en Estética e Historia del Arte en el año 2009, la Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano ha liderado un proceso académico para que esta disciplina, nueva en Colombia y que cuenta con un objeto autónomo de estudio, sea reconocida. Hoy, afortunadamente estamos menos solos en este reto. Gracias a la apertura de nuestro pregrado en Historia del Arte en el año 2013, junto con la Universidad de los Andes ya somos dos las instituciones que hemos apoyado su cultivo.
No sé si yerre al afirmar que la historia es ante todo una disciplina de la integración, un espacio en el cual confluyen los aportes metodológicos de varias ciencias. Quizá incluso con esta afirmación peque de ingenuo al recordar que, si bien la historia sólo encuentra su asiento en las universidades hasta bien entrado el siglo XVIII, es tan antigua como los relatos de Herodoto, los cuales no tenían otro propósito que el de articular sentido en el presente para no olvidar las gestas del pasado.
El objeto de la historia no es otro que el de esclarecer en el presente el sentido de los acontecimientos pretéritos. Gracias a ella, los seres humanos también pueden encontrar diferentes formas para otorgar sentido a su vida en el futuro. Ya desde la época de Aristóteles existía suficiente claridad acerca de la diferencia de este tipo de indagación científica sobre el pasado frente a las búsquedas propias de las ciencias naturales, por una parte, y de las artes, por la otra. La historia, a diferencia de la física y de las demás ciencias naturales, se ocupa de eventos singulares, casi únicos. Mientras que los eventos físicos, como el movimiento de los astros o la caída de los cuerpos, se repiten, presentan regularidades, son necesarios y, por ende, altamente predecibles; y los eventos biológicos, constituidos por procesos cíclicos, son menos predecibles, tales como el nacimiento, el crecimiento, la reproducción, el envejecimiento y la muerte, los hechos históricos muestran singularidades y, a pesar de sus parecidos, no se dejan encasillar en ciclos, como algunos historiadores nos han hecho creer. En términos lógicos, los eventos históricos no son necesarios ni tampoco imposibles. Por esa razón, son altamente impredecibles.
Adicionalmente, la historia se diferencia de la literatura, en la medida en que no está permitida la licencia de la ficción. Por estas circunstancias particulares, los hechos históricos deben abordarse con estrategias metodológicas diferentes a las de la física, a las de la biología o las de la literatura, para que la ciencia de la historia se adecue a su objeto de estudio.
En un pasaje del libro sobre la interpretación (De interpretatione 18b), en el cual Aristóteles discute el principio de bivalencia de la lógica, es decir, que las proposiciones son verdaderas o falsas, se enfrenta con dos asuntos que ponen en duda dicho principio. Por un lado, el carácter impredecible de los hechos históricos y, por otro lado, el reconocimiento de que algunos de los actos humanos son libres. Si se supone, como nos plantea Aristóteles, que mañana no se librará una batalla naval, entonces era cierto ayer que no tenía sentido combatirla. Si algo no será el caso, entonces no es posible que hoy sea el caso. No hay azar, cuando mañana algo es y no es. Pero, además del azar, ni los acontecimientos históricos, ni la voluntad libre que se exige para algunas de nuestras acciones, caben en esta disyuntiva que exige la lógica. No por ello Aristóteles sacrifica la comprensibilidad de los hechos históricos ni la libertad humana y propone una solución a la paradoja, consistente en indicar la imposibilidad de ambas opciones mañana. Si una opción resulta verdadera, la otra es falsa. Para mantener el principio de bivalencia en la lógica, Aristóteles indica que los eventos impredecibles como los hechos históricos y los de la voluntad de un ser racional no son posibles o imposibles, sino que son contingentes. Todo esto viene a colación, por cuanto ya desde Aristóteles existía la preocupación sobre el estatus epistemológico de la historia frente a otras ciencias, sin tener que sacrificar el carácter singular y altamente impredecible de los fenómenos históricos.
En la historia del arte se reproducen hasta nuestros días algunas disputas sobre las características de la historia como episteme de los hechos singulares, casi únicos, en los términos de Aristóteles, sobre las cuales no pretendo incursionar ahora. Tan sólo constato que vivimos en una época en la cual, además de aprovechar la distancia crítica que nos dejan las lecturas de los viejos maestros, presenciamos un debate con aproximaciones novedosas. Ambas lecturas deben ser objeto de formación del historiador. En el último siglo hemos sido testigos de varias revoluciones en la manera de entender la historia del arte y su más reciente aproximación para buscar en la vecindad de la estética un intersticio de interlocución. Son nuevas maneras que nos permiten acceder a las obras de arte, y a la vez, reflexiones que han alimentado el ingenio humano para convertirlas en obras. La historia del arte no sólo tiene la función de registrar el acontecimiento de la obra de arte como gesta del pasado, sino que hoy en día también ofrece la posibilidad de exploración para la creatividad del genio artístico capaz de plasmar sus pensamientos en nuevas obras. Sin embargo, alguien podrá preguntarse y, con razón, cómo se articula esta meditación en un país como Colombia, el cual con un retraso de décadas, por no decir de un siglo, apenas incursiona en la historia del arte. La doble tarea del historiador del arte no sólo está en registrar y documentar para evitar el olvido y la destrucción, sino que además está en el compromiso con la construcción de sentido para el futuro. En Colombia la historia del arte desempeña un papel clave en la configuración de tejido social. Por eso, su presencia es cada vez más notoria en actividades pedagógicas de la educación básica, media y superior universitaria. Pero, además, con los vientos de paz que soplan en la actualidad, la historia del arte está llamada a actuar en la etapa de posconflicto.
Para cumplir con los propósitos en la formación del historiador del arte se requiere un sólido conocimiento de las teorías que configuran la disciplina y los debates que la jalonan. El historiador del arte: 1) debe contar con las herramientas conceptuales para el registro; 2) debe ser capaz de determinar la configuración formal de las obras de nuestro entorno que somete a escrutinio; 3) debe explicitar las coordenadas espacio-temporales que le permitan determinar el contexto en el que las obras se produjeron; 4) debe estar en condiciones de discutir el problema de la recepción; 5) debe entender las condiciones sociales que rodean el surgimiento de las obras; y, finalmente, 6) debe revelar las claves de la historia de la imagen y esclarecer sus posibles sentidos iconográficos. Muy de carrera he mencionado que, con la apropiación de estas seis herramientas epistemológicas de registro, configuración formal, análisis del contexto, condiciones sociales, de la recepción de la imagen y esclarecimiento de sus sentidos iconográficos, el historiador del arte estará en condiciones de participar en las discusiones con las corrientes ideológicas presentes en esta disciplina desde Aby Warburg hasta Svetlana Alpers, pasando por Panofsky, Wölfflin, Arnheim, Gombrich, Burke, Belting y Huberman, por sólo mencionar los nombres de algunos de los viejos maestros que constituyen las cabezas visibles de estas seis aproximaciones metodológicas. Además de la familiaridad que tenga el historiador del arte con estas herramientas conceptuales, es necesario que también conozca a profundidad la realidad artística colombiana, cuyo origen se remonta a la época prehispánica. Las obras de nuestro entorno deben estar también en el centro de su mirada.
Atendiendo a esos dos focos, el historiador del arte debe conocer los planteamientos novedosos que han aparecido en las últimas décadas. Sin pretender ser exhaustivo mencionaré tres. Gracias a Martin Kemp y sus estudios sobre Leonardo es posible mostrar que, por lo menos en la época del Renacimiento, arte y ciencia sí fueron dos caras de una misma moneda, dos maneras profundamente entreveradas de entender la complejidad de los fenómenos en el mundo. Según Ellen Dissanayake, deducimos que el arte como manifestación única de los seres humanos es el resultado de nuestra evolución como especie. El ser humano es, antropológicamente hablando, un homo aestheticus. Siguiendo a Mark Johnson, la comprensión de nuestra naturaleza humana es ante todo una experiencia estética de lo que es nuestra corporalidad y, en consecuencia, las artes son parte constitutiva del florecimiento integral de nuestra esencia como seres humanos, de ahí que no deban ser un lujo de pocos.
Sin olvidar que la tarea del historiador del arte tiene un segundo foco de atención en lo que ocurre con el arte en Colombia, no sobra recordar que, desde la época prehispánica hasta nuestros días, muchas de las manifestaciones artísticas están por ser registradas, cartografiadas y analizadas. En nuestros museos varias de las piezas exhibidas sólo tienen la etiqueta del inventario; otras obras están a punto de desaparecer por olvido, negligencia e ignorancia, como los frescos de la iglesia parroquial de Turmequé, situada a menos de 80 kilómetros de Bogotá y posiblemente una de las escasas pruebas de la presencia del Renacimiento español en América a finales del siglo XVI, antes de la llegada de los pintores Figueroa. Pero estas obras no sólo deben preservarse: deben ser también objeto de esclarecimiento de sentido. De esa manera el historiador del arte que formamos en nuestras aulas estará en condiciones de aportar elementos que permitan comprender mejor nuestra cultura en pasado, presente y futuro.
Es interesante constatar que, con la apertura de la Maestría en Estética e Historia del Arte, nuestros primeros egresados, sin perder de vista el doble foco que he planteado antes, han asumido ese reto a cabalidad y esta circunstancia, además de ser motivo de orgullo, nos compromete con un panorama optimista. Sus trabajos de investigación han contribuido a llenar vacíos, pues han documentado el sentido de experiencias artísticas pretéritas. Termino mencionando algunos ejemplos: el problema del dolor en la escultura colonial, estudiado por Martín Mesa; el análisis de Claudia Angélica Reyes sobre la representación de lo femenino en los heraldos y carteles de cine entre los años treinta y cuarenta; y la investigación adelantada por Adriana González acerca de la mística y el delirio en la serie de retratos de las monjas muertas, constituyen tres casos de los aportes al trabajo cotidiano y permanente de construcción plural de cultura desde la historia del arte.
Estoy absolutamente seguro de que los trabajos aquí reunidos son otro avance significativo para la consolidación de la historia del arte en Colombia y serán referente obligado para estudiantes e investigadores.
Álvaro Corral Cuartas
Durante el proceso de edición del libro era el Director del Departamento de Humanidades de la Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano.
Actualmente es profesor en la Universidad del Rosario.