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ОглавлениеLIBRO XXXVI
SINOPSIS
1 Sorteo de los cónsules. Metelo marcha a Creta (1a ).
2 Lúculo combate en Asia contra Mitrídates, Tigranes y Fraates (lb -17).
3 Guerra Cretense (17a -19).
4 Origen de la piratería. Su expansión durante el periodo tratado (20-22).
5 La guerra contra los piratas. Gabinio propone que se encomiende la guerra, con concesión de poderes extraordinarios, a Pompeyo. Discursos de Pompeyo y Gabinio (23-29).
6 Oposición a la propuesta de Gabinio. Discurso de Cátulo (30-36a ).
7 Pompeyo inicia la guerra contra los piratas (37).
8 Disturbios políticos en Roma. Se encomienda a Pompeyo la dirección de la guerra en Asia (38-44).
9 Pompeyo asume la guerra en Asia. Sus combates contra Mitrídates. Mitrídates se refugia en la Cólquide (45-50).
10 Intervención de Pompeyo en Armenia (51-53).
11 Pompeyo combate con Oroises, rey de los albanos (54).
Tiempo abarcado, cuatro años, en los cuales fueron cónsules quienes a continuación se relacionan:
[685/69]
Q. Hortensio Hórtalo, hijo de Lucio; Q. Cecilio Metelo (Crético), hijo de Gayo.
[686/68]
L. Cecilio Metelo, hijo de Gayo; Q. Marcio Rex, hijo de Quinto.
[687/67]
G. Calpurnio Pisón; M. Acilio Glabrión, hijo de Marco.
[688/66]
M. Emilio Lépido, L. Volcacio Tulo.
[1a ] Echaron 1 suertes los cónsules y tocó a Hortensio la guerra cretense. Pero la afición a vivir en su ciudad y las ocupaciones jurídicas, campo en el que — después, ciertamente, de Cicerón — destacaba más que cualquiera de sus contemporáneos, lo movieron a ceder la expedición voluntariamente a su colega mientras él permanecía en el país. Pues bien, Metelo marchó a Creta ***
[1b ] Por aquel tiempo Lucio Lúculo había vencido en batalla a los soberanos de Asia, Mitrídates y el armenio Tigranes, y tras forzarlos a rehuir el combate asediaba Tigranocerta 2 . Grandes daños le infligieron los arqueros bárbaros y la nafta arrojada por los bárbaros [2] sobre las máquinas. La nafta es un compuesto a base de asfalto, de una combustión tal que consume por completo cuanto toca, sin que líquido alguno la extinga con facilidad. Y Tigranes, reanimado por ello, avanzó con tan numeroso ejército que incluso tomaba a broma a los romanos que allí había. Pues decía, según cuentan, que eran pocos cuando venían a luchar, pero muchos cuando venían en [3] embajada. Sin embargo su diversión no se prolongó, pues pronto aprendió hasta qué punto la valía y la destreza predominan sobre cualquier magnitud numérica. Una vez puesto en fuga, los soldados encontraron su tiara y la diadema que la sostenía y las entregaron a Lúculo. Efectivamente, temeroso de caer prisionero al ser conocido por éstas, se había desprendido de ellas para arrojarlas.
*** y porque en ambas direcciones había experimentado [1] pujantes embates de la fortuna, se lo entregó 3 . En efecto, tenía credencial de hombre a quien sus muchas derrotas y no menos victorias habían hecho muy versado en cuestiones bélicas. Ambos, por tanto, se dedicaron a preparar la guerra como si entonces la iniciaran por primera vez, y enviaban embajadas a los pueblos de alrededor, entre ellos —y no obstante el hecho de que éste fuese enemigo de Tigranes en razón de cierta disputa territorial— al de Ársaces el parto 4 ; al cual cedían el territorio en cuestión, a la par que lanzaban [2] críticas contra los romanos, de quienes afirmaban que, si a ellos se les dejaba solos y por esa razón los romanos les vencían, inmediatamente se produciría un ataque romano contra Ársaces: pues por naturaleza toda parte que vence es insaciable en la explotación de su éxito y no pone límite alguno a su ambición, y así los romanos, una vez obtenidos considerables dominios, no querrían dejar en paz a Ársaces.
En tal menester se hallaban éstos; mientras, Lúculo, que [2 ] no corrió en persecución de Tigranes, sino que incluso le permitió ponerse a salvo con gran tranquilidad, se veía en razón de ello bajo la acusación que, entre otros, le dirigían los ciudadanos, según la cual no había querido liquidar la guerra con objeto de prolongar su mandato. Por esta razón [2] fue devuelto entonces el gobierno de Asia a los pretores, y más adelante, dado que pareció haber incurrido de nuevo en el mismo proceder, le enviaron como sucesor al cónsul correspondiente [3] a aquel año. Pues bien, en lo referente a Tigranocerta, la capturó cuando los extranjeros que residían en ella se alzaron contra los armenios. Dichos extranjeros —en su mayoría cilicios que en otro tiempo fueron sacados de su [4] país— introdujeron de noche a los romanos. De aquí que todo fuera saqueado menos las pertenencias de aquéllos, y en cuanto a las mujeres de los notables, que fueron capturadas en abundancia, Lúculo las puso bajo guardia sin inferirles ofensa alguna, gracias a lo cual se hizo también con sus [5] maridos. Habiéndole llegado misivas de Antíoco, rey de Comagena (esto es, el territorio sirio que se halla entre el Eufrates y el Tauro), de cierto Alcaudonio, dinasta árabe 5 , y [3 ] de otros, los recibió. Y al saber por ellos de la embajada que Tigranes y Mitrídates habían enviado a Ársaces, a su vez hizo llegar a éste por algunos de sus aliados amenazas en el supuesto de que socorriera a Tigranes y Mitrídates, promesas [2] si anteponía militar a su lado. En un primer momento Ársaces (pues con Tigranes se hallaba aún encolerizado y contra los romanos no albergaba sospecha alguna) le devolvió la embajada y entabló acuerdos de amistad y alianza con él. Pero después, cuando vio llegar a [Secilio] 〈Sextilio〉 6 , conjeturó que venía a espiar sus territorios y sus fuerzas (pensaba, en efecto, que por esta razón y no por el acuerdo a [3] la sazón concluido le era enviado, pues se trataba de un hombre con reputación en cuestiones bélicas) y ya no le dispensó ayuda alguna. No obstante tampoco puso obstáculos de ninguna clase, sino que mantuvo una posición intermedia entre ambos, sin querer, como es lógico, que ninguno de ellos cobrase auge. Pues estimaba que mientras permaneciese indecisa la guerra que mantenían gozaría de la mayor seguridad.
Tales empresas ocuparon durante ese año a Lúculo, que conquistó abundantes porciones de Armenia. Y bajo el consulado [4 ] de Quinto Marcio (éste, efectivamente, ejercía el consulado en solitario a pesar de no haber sido designado solo; pues quien fue elegido con él, Lucio Metelo, murió a comienzos del año y su sustituto pereció antes de tomar posesión del cargo, razón por la cual no fue nombrado ningún otro), en este año, por tanto, Lúculo, ya mediado el verano [2] (en primavera no pudo invadir el territorio enemigo a causa del frío) avanzó con su ejército y devastó una porción de terreno con objeto de que los bárbaros, al emprender su defensa, se vieran atraídos al combate; y como continuaran quietos, se lanzó contra ellos. En este enfrentamiento la caballería [5 ] romana se veía obstaculizada por la caballería enemiga, mientras que con la infantería nadie trababa combate, produciéndose una huida cada vez que la infantería pesada de Lúculo corría en auxilio de los jinetes. A pesar de ello, no sufrían estrago alguno, e incluso, disparando a los que les perseguían con sus arcos, ocasionaron la muerte inmediata de muchos y produjeron gran cantidad de heridos. Las [2] heridas eran, además, complicadas y difíciles de curar, porque utilizaban puntas dobles y, por añadidura, acopladas, de suerte que el dardo, ya permaneciese clavado en cualquier parte del cuerpo o ya fuese arrancado de éste, rápidamente lo destruía, pues el otro hierro, el segundo, permanecía dentro al no haber punto alguno desde el que tirar de él.
[6 ] Lúculo entonces, dado que les estaban causando un gran número de heridos —de los cuales el que no moría quedaba inválido— y como, por añadidura, comenzaron a faltarles [2] los víveres, se retiró de allí, para marchar a Nísibis 7 . Esta ciudad se encuentra situada en la llamada Mesopotamia (ese es el nombre que recibe toda la zona comprendida entre el Tigris y el Eufrates); actualmente es nuestra y tenida por colonia nuestra, pero por entonces Tigranes, que se la había arrebatado a los partos, tenía depositados en ella sus tesoros y la mayoría de sus otros bienes, colocándola bajo la custodia [3 ] de su hermano. Hacia ella, por tanto, marchó Lúculo en el verano, pero, pese a atacarla con energía, no obtenía ningún progreso: pues los muros eran dobles y además de ladrillo, tenían gran espesor y entre ambos corría un profundo foso, de manera que no ofrecían parte alguna en que se les pudiera derruir y tampoco era posible socavarlos, por lo [7 ] cual Tigranes ni siquiera corrió en su auxilio Cuando llegó el invierno y los bárbaros empezaron a tomar las cosas con mayor desidia, ya que llevaban las de ganar y esperaban la inminente retirada de los romanos, aguardó una noche sin luna y agitada por violentas lluvias acompañadas de truenos, [2] de suerte que los enemigos, imposibilitados de ver u oir na da, abandonaron —menos unos pocos— el circuito exterior y el foso intermedio; atacó entonces por muchos puntos la muralla, subió a ella sin esfuerzo desde los terraplenes y [3] mató fácilmente a los escasos guardianes allí dejados. Colmó entonces —sin que, a causa de la abundante lluvia, pudieran dañarlo las flechas ni el fuego— una parte del foso (cuyos puentes habían sido cortados por el enemigo) y, una vez sobrepasado éste, inmediatamente capturó el resto, hallando una resistencia no muy enérgica por parte de la tropa del interior del recinto, la cual confiaba en los hombres apostados fuera del mismo. Algunos, sin embargo, huyeron a la acrópolis, entre ellos el hermano de Tigranes, con quien llegó [4] a un acuerdo; se adueñó también de muchas riquezas, y pasó allí el invierno.
Nísibis, por tanto, cayó en sus manos de la manera expuesta, [8 ] pero de Armenia y los restantes territorios pónticos perdió abundantes porciones. Efectivamente, si Tigranes no prestó socorro a Nísibis por pensar que no sería capturada, en cambio se lanzó sobre los mencionados territorios, pues creyó que al hallarse Lúculo ocupado en lo de Nísibis podría hacerse con ellos sin que aquel alcanzase a impedirlo. Mandó entonces a Mitrídates de vuelta a casa, mientras él se [2] dirigió a sus dominios de Armenia, donde acorraló y puso cerco a Lucio Fanio, que le había hecho frente, hasta que Lúculo se enteró y corrió en auxilio de aquél. Y mientras [9 ] ocurría esto, Mitrídates cayó sobre la otra Armenia 8 y comarcas adyacentes y acabó con gran número de romanos, ya liquidándolos al acometerlos inesperadamente mientras merodeaban por la zona, ya dándoles muerte en combate; al mismo tiempo recuperaba con rapidez la mayor parte de los territorios. Pues la población albergaba, tanto por comunidad [2] de sangre como por apego a la monarquía ancestral, sentimientos de afecto hacia su persona, mientras que guardaba odio a los romanos a causa de su condición de extranjeros y en razón de los daños infligidos por los gobernantes que les habían sido impuestos; en vista de lo cual se pasaron a su bando y a continuación vencieron al comandante romano [3] de la zona, Marco Fabio. A dicha victoria contribuyeron de manera importante los tracios que, mercenarios primero de Mitrídates, a la sazón militaban con Fabio, así como los esclavos que había en el campamento romano. Fabio, en efecto, envió a los tracios para que reconociesen el terreno, pero las informaciones que éstos remitieron no tenían validez [4] ninguna y, por añadidura, cuando Mitrídates cayó súbitamente sobre Fabio, que marchaba desprevenido, los tracios juntaron filas contra los romanos; en medio de lo cual, también los esclavos, al haberles prometido libertad el bárbaro, [5] se unieron al ataque. Y hubieran exterminado *** a no ser porque Mitríates, mientras se revolvía (entre) los enemigos *** 9 (pues a pesar de sus más de setenta años tomaba parte en la batalla), recibió el impacto de una piedra, haciendo que los bárbaros temieran por su vida. A la vista de lo cual pararon éstos el combate, con lo que Fabio y algunos [10 ] más pudieron huir para ponerse a salvo. Seguidamente se vio encerrado en Cabira 10 , donde, sometido a cerco, quedó libre gracias a Triario. Pues Triario, que pasó por allí cuando marchaba desde Asia para reunirse con Lúculo, al conocer lo ocurrido reunió cuantos efectivos pudo, a partir de sus [2] disponibilidades; de esta manera atemorizó a Mitrídates, quien se figuró que avanzaba con ingentes tropas romanas, hasta el punto de conseguir que se retirara sin aguardar siquiera a verlo. Ello le infundió ánimo para perseguir a Mitrídates hasta Comana 11 , donde se había refugiado, y allí lo derrotó. Mitrídates, efectivamente, había establecido su campamento [3] en una de las márgenes del río por donde avanzaban los romanos y, en la idea de trabarse en combate con ellos cuando se viesen bajo el cansancio producido por la marcha, él mismo les salió al encuentro, dando instrucciones para que otros cruzasen el río en el momento mismo de la batalla y atacasen; durante largo tiempo se debatió en igualado combate, pero como el puente, al correr por él muchos y a la vez, *** 12 quedó sin refuerzos y sumido en confusión.
A continuación —pues era ya invierno— unos y otros [11 ] buscaron refugio tras sus respectivas murallas, donde permanecieron tranquilos. Forma Comana parte de la actual Capadocia y, al parecer, ha albergado ininterrumpidamente la estatuilla taúrica de Ártemis y al linaje de Agamenón; pese a circular gran cantidad de versiones respecto a cómo aquélla y éste llegaron allí o cómo allí permanecieron, no puedo hallar ninguna explicación convincente: consignaré [2] así lo que sé con certeza. Son las Comanas dos ciudades del mismo nombre en territorio capadocio, no muy distantes entre sí y de idéntico rango 13 ; las leyendas y reliquias de ambas son las mismas, y en concreto ambas guardan, como si fuera la verdadera, la espada de Ifigenia.
Sobre este asunto baste lo dicho. El año siguiente, correspondiente [12 ] al consulado de Manio Acilio y Gayo Pisón, Mitrídates se estableció en las proximidades de la zona de Gaciura 14 , frente a Triario; se empleó en incitar a éste al combate al tiempo que llevaba a cabo maniobras tendentes a despertar su cólera (concretamente se ejercitaba él mismo y [2] e instruía al ejército a la vista de los romanos), ya que pretendía batirse con él y, según confiaba, vencerlo antes de que compareciese Lúculo, cosa que le permitiría recuperar el resto de su imperio. Pero dado que no efectuaba ningún movimiento, envía algunas tropas al fuerte de Dádasa 15 , donde estaban depositados los bagajes romanos, a fin de que aquéllos, al menos para defenderse de su acometida, plantasen batalla. Y logró su objetivo. Pues al principio Triario se [3] mantuvo tranquilo por temor a la magnitud de las huestes de Mitrídates y porque esperaba a Lúculo (a quien había hecho llamar). Pero cuando llegaron noticias del cerco de Dádasa y los soldados, llenos de ansiedad en lo concerniente a sus personas y por tal motivo revueltos, comenzaron a amenazar con socorrerse a sí mismos bajo iniciativa propia en caso de que nadie quisiera acaudillar la empresa, Triario hubo de abandonar, aun sin quererlo, sus posiciones. Cuando [4] estaba ya en marcha, los bárbaros atacaron para rodear y liquidar, apoyándose en su superioridad numérica, a cuantos encontraban, mientras que envolvían y daban muerte a quienes, sin saber que el río había sido desviado hacia la llanura, buscaron refugio en ésta. Y habrían sido exterminados [13 ] por completo a no ser porque un romano, haciéndose pasar por aliado de Mitrídates (el cual, como dije, contaba con no pocos de estos que combatían a su lado y ostentaban equipamiento idéntico al romano), se le acercó como si quisiera decirle algo y le infligió una herida. El romano fue capturado y muerto, pero a causa de la turbación que produjo en los bárbaros el suceso muchos de los romanos alcanzaron a escapar. Mientras Mitrídates sanaba de la herida entró en sospecha [2] de que algunos enemigos más se escondían también en el campamento, ante lo cual, y bajo pretexto de otra cosa, pasó revista a las tropas; y al ordenar que cada uno se retirase rápidamente a su tienda, logró sorprender y exterminar, separados como estaban de los demás, a los romanos. En esto [14 ] se presentó Lúculo, cuya llegada hizo pensar a muchos que vencería fácilmente a Mitrídates y en breve recuperaría cuanto se había perdido; no logró, sin embargo, resultado alguno. En efecto, Mitrídates, establecido en las alturas vecinas [2] a Talaura 16 , no le salía al encuentro, y el otro Mitrídates —el medo, yerno de Tigranes 17 — cayó repentinamente sobre los romanos cuando se hallaban desperdigados y mató a muchos hombres; adémas, llegó la noticia de que el propio Tigranes se dirigía hacia allí y el ejército se rebeló. Efectivamente, [3] entre los Valerianos 18 , —inicialmente excluidos de la expedición pero después incorporados a ella— reinaba ya en Nísibis la inquietud a causa de la victoria obtenida y de la falta de movimiento, de que disponían de todo en abundancia y de que, por estar Lúculo ausente con mucha frecuencia, [4] pasaban la mayor parte del tiempo sin él; y, sobre todo, en razón de que los incitaba a la sedición un tal Publio Clodio, llamado por algunos Claudio 19 , a quien, a pesar de que su hermana estaba casada con Lúculo, movía un ingénito afán de subversión. En aquella ocasión, concretamente, la turbulencia se desencadenó ante la noticia de que llegaba el cónsul Acilio, quien había sido designado, por las razones que ya expuse, sucesor de Lúculo. Ello hacía, en efecto, que considerasen desdeñosamente a Lúculo como relegado ya a [15 ] la condición de particular. Lúculo, en vista de ello y de que no obtuvo de Marcio —predecesor de Acilio en el consulado y a la sazón en camino a Cilicia, de cuyo gobierno iba a hacerse cargo— la ayuda que le había pedido, se veía sumido [2] en la incertidumbre, pues no se decidía a levantar la marcha sin motivo, pero también temía permanecer allí; se dirigió entonces contra Tigranes para ver si podía, al caer sobre él cuando no lo esperase y además se hallase fatigado, hacerlo retroceder, gracias a lo cual pondría fin, de la manera que fuese, a la rebelión de los soldados. Mas ninguna de [3] las dos cosas alcanzó a cumplir. Efectivamente, las tropas lo acompañaron hasta un punto desde donde era posible girar en dirección a Capadocia, hacia la cual todas, de manera unánime y sin decir palabra, se desviaron. Y por lo que respecta a los Valerianos, al conocer que las autoridades de Roma los habían eximido de la expedición, desertaron en masa 20 .
Nadie se extrañe de que Lúculo —que llegó a ser el más [16 ] avezado de los generales, el primer romano que cruzó el Tauro acompañado de un ejército y con fines bélicos, el vencedor sobre dos reyes de no poca monta a los que habría aniquilado si su decisión hubiera sido la de librar con rapidez la guerra— no pudiese imponer su autoridad a los soldados que combatían a sus órdenes, los cuales, por el contrario, se rebelaban una y otra vez para acabar desertando de su lado. Pues los abrumaba con órdenes, era riguroso al exigirles [2] su cometido, inflexible en los castigos y no conocía manera alguna ni de atraérselos con palabras, ni de ganar su adhesión mediante benevolencia, ni de hacerlos suyos con honores o repartos de dinero, cosas todas necesarias cuando se trata con una masa de hombres y especialmente cuando se la conduce a la guerra. Ante tal estado de cosas los soldados [3] prestaron obediencia mientras se veían en buena situación y obtenían el botín que les compensaba por los peligros, pero tan pronto sufrieron golpes adversos y el miedo sustituyó a la esperanza, dejaron de reconocer su liderazgo. Prueba de ello es que cuando Pompeyo cogió a esos mismos soldados (pues incluso enroló de nuevo a los Valerianos) no tuvo problema alguno de sedición. Tanto difiere un hombre de otro.
Siendo tal el proceder de los soldados, Mitrídates recuperó [17 ] prácticamente todos sus dominios y dañó gravemente el territorio de Capadocia, sin que lo socorriesen ni Lúculo —bajo el pretexto de que Acilio estaba cerca— ni Acilio. Éste, en efecto, primero se apresuró, como si tuviese propósito, incluso, de arrebatar a Lúculo la victoria, pero después, al conocer lo sucedido, ni siquiera llegó al campamento, sino [2] que dejaba pasar el tiempo en Bitinia. En cuanto a Marcio, no prestó ayuda a Lúculo con la excusa de que los soldados no habían querido seguirle, y en vez de ello se presentó en Cilicia, donde acogió a un tal Menémaco, que había desertado de Tigranes, y nombró a Clodio, quien había hecho defección de Lúculo bajo el temor de los sucesos acaecidos en Nísibis, comandante de la flota: pues también Marcio tenía [3] por esposa a una hermana de Clodio. Clodio cayó en manos de piratas, que lo soltaron por miedo a Pompeyo, y a continuación compareció en Antioquía de Siria albergando el propósito, al parecer, de unirse como aliado a los antioquenos para hacer frente a los árabes, con quienes los antioquenos mantenían diferencias. Allí provocó, igualmente, la sedición de ciertas gentes, a raíz de lo cual poco faltó para que perdiera la vida 21 .
[17a ] Seguidamente subyugó la isla entera 22 , y ello a pesar de que Pompeyo el Grande —cuya jurisdicción se extendía ya sobre todo el mar y sobre la franja territorial que alcanza hasta una distancia de tres días del mar— intentase impedírselo y le obstaculizase como si también las islas estuviesen bajo su autoridad. No obstante, Metelo puso fin a la guerra cretense incluso contra la voluntad de Pompeyo, y por este motivo celebró triunfo y recibió el título de Crético.
*** se abstuviese 23 . Pues en su afán de poder atacó incluso [18 ] a los cretenses que habían firmado un acuerdo con aquél y, sin consideración alguna hacia los tratados que aducían, se apresuraba a castigarlos antes de que llegase Pompeyo. Y Octavio, que estaba allí pero no disponía de efectivos militares (en efecto, no había sido enviado para librar ninguna guerra sino para hacerse cargo de las ciudades), se mantenía en calma. También Cornelio Sisena, gobernador de Grecia, llegó a Creta a fin de conocer lo que ocurría; Sisena aconsejó a Metelo que dejase en paz al pueblo, pero aunque Metelo desoyó su consejo no emprendió acción alguna. Entre los muchos lugares donde Metelo ejerció su saña [2] se encuentra la ciudad de Eleutera 24 , a la que capturó por medio de la traición y castigó con una contribución en metálico; efectivamente, había en ella una torre hecha de ladrillo, muy grande y muy difícil de reducir, torre a la que los traidores impregnaron de vinagre por la noche una y otra vez, de suerte que la dejaron a punto de desmoronarse 25 . Seguidamente atacó y tomó Lapa 26 , a pesar de hallarse ésta ocupada por Octavio; a Octavio no le infirió daño alguno, pero liquidó a los cilicios que lo acompañaban. Lleno de irritación [19 ] ante ello, Octavio no permaneció quieto, sino que primero utilizó las tropas de Sisena (ya que éste había muerto de enfermedad) para llevar ayuda a quienes, en cualquier parte, sufrían un tratamiento injusto; y cuando dichas tropas fueron retiradas de allí, marchó a Hierapidna 27 , donde combate al lado de Aristión. Pues por aquellas fechas Aristión dejó Cidonia 28 y, tras vencer a un cierto Lucio Baso que había sido enviado al mando de una flota para hacerle frente, capturó [2] Hierapidna. Durante algún tiempo resistieron, pero cuando Metelo marchó contra ellos abandonaron los muros y embarcaron; víctimas de una tormenta, fueron arrojados a tierra, perdiendo muchos hombres. A raíz de ello Metelo se [3] hizo con toda la isla. Fue así como los cretenses, que duran te todo el tiempo anterior habían constituído un pueblo libre sin que ningún dueño de fuera viniera a subyugarlos, cayeron en la esclavitud. Metelo obtuvo a raíz de ello el título de Crético, pero no pudo conseguir el envío de Pánares y Lástenes 29 (pues había capturado también a aquél) para que formaran parte de su cortejo triunfal; efectivamente, Pompeyo, trás convencer a uno de los tribunos, se le adelantó en hacerse con ambos, mostrando de esa manera que era a él, y en razón del acuerdo obtenido, a quien se habían entregado, no a Metelo.
[20 ] Y voy ahora a exponer cómo se desarrollaron los asuntos concernientes a Pompeyo. Infligían los piratas daños continuos al navegante, según el proceder que observan también los bandidos respecto a quien habita en tierra. Porque no hay tiempo en que esto no se haya producido, ni dejará de producirse mientras la naturaleza humana siga siendo la [2] misma. Ahora bien, en época anterior los actos de pillaje —ya fuese el mar su escenario, ya la tierra— tenían lugar en determinados lugares, solamente en la estación adecuada y a cargo de pocos individuos. Pero durante los años que estamos tratando, desde que había muchas y continuas guerras, eran muchas las ciudades arrasadas —pendiendo además las penas pertinentes sobre cuantos huían de ellas— y no había nada seguro, gran cantidad de gente se dio a la rapiña. Y si el bandidaje operante en tierra firme podía eliminarse [3] mejor (ya que resultaba más patente a la población, infligía daños inmediatamente perceptibles y su represión no era muy difícil), la desarrollada por mar alcanzó las mayores proporciones. Porque como las guerras contra potencias [4] rivales absorbían los esfuerzos de Roma, floreció gran número de piratas que circundaban abundantes tramos de la costa y unían fuerzas con cuantos estaban en su misma situación, hasta el punto de que muchas veces algunos de ellos socorrieron a otros en calidad de aliados. Lo que hicieron [21 ] en cooperación con los otros ya se ha expuesto. Pues bien, una vez terminó aquello, no depusieron su actitud, sino que ellos solos causaron grandes y graves daños a los romanos y sus aliados. Navegaban no en pequeños grupos, sino a bordo de grandes flotas y tenían generales, llegando la cosa al extremo de que algunos de ellos adquirieron considerable renombre. Primero y antes que nada pillaban y [2] capturaban a los navegantes (a quienes no dejaban en paz ni siquiera durante la estación invernal, ya que incluso a lo largo de ésta —movidos por la audacia, la costumbre y los éxitos obtenidos— se empleaban sin temor en sus barcos), después a los que se hallaban en los puertos. Porque cuando [3] alguien osó guiar sus naves contra ellos, la mayoría de las veces fue derrotado y muerto, y si venció, fue incapaz no obstante de efectuar captura ninguna ante la rapidez con que los piratas surcaban las aguas; gracias a lo cual al poco tiempo, como si hubiesen vencido, volvían sobre sus pasos y por un lado arrasaban e incendiaban no ya aldeas y campos, sino incluso ciudades enteras, por otro dispensaban amigable trato a determinados lugares, en los que establecían, cual si de tierra amiga se tratase, cuarteles de invierno y [22 ] bases de operaciones. De esta manera, puesto que el éxito coronaba sus empresas, comenzaron a adentrarse en tierra firme, donde causaban grandes daños incluso a aquellos que no tenían relación alguna con el mar. Y ello lo sufrían no [2] sólo los aliados de otras tierras, sino también la misma Ita lia. Pues al estimar que se harían con las riquezas, de mayor entidad, existentes en territorio italiano y que todos los demás habían de mirarles con un más grande temor si ni siquiera dicho territorio respetaban, incluso a Hostia, además de las restantes ciudades de la costa italiana, hicieron víctima de sus incursiones marítimas, en el curso de las cuales [3] quemaban las embarcaciones y lo saqueaban todo. Por último, como no hallaban resistencia ninguna, adquirieron el hábito de establecerse en tierra, donde, sin temor y de igual manera que si estuviesen en sus casas, se dedicaban a disponer de cuantos hombres no habían matado y de cuantas [4] riquezas habían apresado. Cada uno ejercía su actividad pirática en una zona (pues de ninguna manera podían los mismos devastar a lo largo de todo el mar y simultáneamente), pero la solidaridad entre ellos era tan fuerte que enviaban medios y ayuda no sólo a aquellos con quienes mantenían [5] lazos estrechos, sino también a los que apenas conocían. Y una de las principales razones de su fuerza estribaba en que si alguien de entre ellos ayudaba a cualquier otro, era objeto de la consideración general, y en cambio aquellos que lo atacaban sufrían los asaltos de todos los demás.
[23 ] Tal vuelo cobró el asunto de los piratas que la guerra por ellos librada se volvió grande, continua, imposible de prevenir y pérfida. Ciertamente los romanos recibían noticia de lo ocurrido e incluso presenciaban algunas de sus consecuencias (en efecto, como no les llegaba ningún artículo de importación, también los envíos de trigo habían sido clausurados), pero, a despecho de que ya era hora de hacerlo, no concedían gran atención al asunto, sino que se limitaban a [2] despachar barcos y generales sólo cuando alguna noticia aislada los llenaba de inquietud; con ello no conseguían nada, antes bien mediante esos mismos expedientes incrementaban en grado muy considerable las penalidades arrostradas por sus aliados, quienes finalmente quedaron reducidos a una situación extrema. Se reunieron entonces y durante muchos días discutieron el plan a seguir. Bajo el peso de peligros sin [3] tregua, considerando que se encontraban ante una guerra de gran magnitud, en la idea de que no eran capaces de plantar batalla ni a todos los enemigos conjuntamente ni a cada uno por separado (ya que se prestaban ayuda entre sí y de otro lado resultaba imposible combatirlos simultáneamente en multitud de frentes), se abatió sobre ellos un fuerte sentimiento de incertidumbre y desesperanza respecto a las soluciones que cabría arbitrar. Por fin cierto Aulo Gabinio, tribuno, [4] expuso una propuesta (y al hacerla o bien actuó movido por Pompeyo o, en todo caso, quiso agradar a aquél; pues no lo guiaba sentimiento alguno de benevolencia hacia la república, ya que era hombre de pésima condición): que para hacer frente a todos aquellos se eligiera de entre los consulares a un general, el cual, revestido con el título de dictador, ejercería el poder por tres años, contaría con la ayuda de un buen número de subcomandantes y dispondría de fuerzas considerables. No pronunció abiertamente [5] su nombre, pero resultaba evidente que nada más escuchar una propuesta de tal índole la asamblea elegiría a [24 ] Pompeyo. Y así fue, pues tan pronto aceptaron su moción, todos se inclinaron por Pompeyo excepto el senado. Éste, en efecto, prefería sufrir cualquier cosa a manos de los piratas antes que entregar a Pompeyo tamaño generalato; poco faltó, incluso, para que dieran muerte a Gabinio en el mismo consistorio. Pero como Gabinio logró escapar de la manera [2] que fuese, la plebe, al conocer la disposición de los senadores, entró en tal estado de turbulencia que arremetió contra ellos mientras permanecían en la sala de sesiones. Y en verdad que, si no se hubiesen quitado de en medio, les habrían [3] dado muerte. Los demás, por tanto, se dispersaron y lograron mantenerse ocultos, pero el cónsul Gayo Pisón (pues los presentes sucesos se desarrollaban bajo el consulado de éste y de Acilio) fue capturado, y a punto estaba de morir en lugar de los demás cuando Gabinio lo liberó. A raíz de lo cual los notables, satisfechos con que les íuera permitido guardar la vida, no emprendieron por sí mismos maniobra alguna, pero se dedicaron a convencer a los otros nueve tribunos para que [4] plantasen frente a Gabinio. De esos nueve, y por temor a la plebe, sólo se le enfrentaron un tal Lucio Trebelio y Lucio Roscio, quienes, aunque tuvieron ánimo para ello, no consiguieron ni decir ni realizar nada de lo que habían prometido. Pues una vez que sobrevino el día fijado para que se ratificase [5] la propuesta, ocurrió lo siguiente. Alentaba Pompeyo gran deseo de ocupar el cargo, y, bajo el efecto de su propia ambición y del empeño de la plebe, llegó a estimar no ya que la designación supondría un honor, sino que el no obtenerla equivaldría a una deshonra; ante lo cual, y percatándose de la resistencia de los notables, decidió aparentar que se veía forzado a [6] aceptarla. En general, efectivamente, había simulado no apetecer para nada aquello que perseguía; pero ahora lo fingía aún más, al tener en cuenta que pretender el cargo voluntariamente constituiría algo sujeto a críticas, mientras que alcanzar el nombramiento no por voluntad propia sino por ser considerado el militar de mayor valía representaría un motivo [25 ] de gloria. Hizo, pues, acto de presencia y dijo: «Me congratu lo, quirites 30 , de verme objeto de vuestras distinciones. Porque todo hombre, de acuerdo con un impulso natural, se ufana cuando sus conciudadanos le otorgan título honorífico, y así yo, que tantas veces he disfrutado de vuestros gestos de aprecio, no sé de qué manera puedo elevar mi regocijo al nivel que merecela presente ocasión. Pienso, sin embargo, que ni a vosotros os cumple esa actitud de incansable favor hacia mi persona, ni a mí el ocupar ininterrumpidamente la posición de poder que sea. Pues por lo que a mí respecta, desde mi juventud he dilapidado fuerzas en las fatigas del servicio, y en cuanto a vosotros, es preciso que también a los demás les dispenséis [2] vuestro apoyo. ¿Es que no recordáis cuántas penalidades soporté en la guerra contra Cinna, a pesar de que era muy joven, ni cuántas fueron mis fatigas en Sicilia y en África, sin que en puridad me contara aún entre los efebos, ni cuántos peligros hube de arrostrar, y ello cuando todavía no era miembro del senado, en la empresa de Hispania? No diré que me haya faltado, en recompensa por todos esos servicios, vuestro agradecimiento. ¿Cómo iba a decirlo? Más bien es [3] cierto lo contrario, pues junto a las demás distinciones, muchas y considerables, con que me obsequiasteis, para mí supuso grandísimo motivo de honra el que me confiaseis el mando de la expedición contra Sertorio, mando cuyo peso ningún otro quería ni podía asumir, y el triunfo que, contra lo acostumbrado, celebré a su término. Pero las muchas preocupaciones [4] y los muchos peligros que afronté han desgastado mi cuerpo y castigado mi ánimo. No miréis, en efecto, que aún soy joven, ni calculéis cuántos años cumplo. Pues si enumeráis [5] las expediciones a cuyo frente me he hallado y los peligros por los que atravesé, encontraréis que ciertamente éstos son mucho más abundantes que mis años, lo que contribuirá a persudiros de que no estoy ya en disposición de soportar ni las fatigas ni los desvelos. Y si hubiera quienes, pese a cuanto [26 ] he expuesto, perseverasen en la opinión contraria, considerad que toda empresa de la índole de la presente arrastra consigo envidias y odios. Punto este al que vosotros no prestáis atención ninguna (pues el atribuiros semejantes consideraciones [2] resulta totalmente impropio), pero que puede ser sumamente gravoso para mí, ya que, lo reconozco, ninguno de los peligros inherentes a la guerra me causa ni los desasosiegos ni las aflicciones que tales situaciones me producen. En efecto, ¿quién en su sano juicio viviría gustoso entre hombres que albergan sentimientos de celosa inquina contra su persona? ¿Quién acogería con agrado el desempeño de una tarea pública bajo la perspectiva de enfrentarse a juicio si fracasa y ser [3] blanco de envidias en caso de que la corone con éxito? Antes bien, permitid, en lo que a mí respecta, que tanto por éstas como por otras razones lleve una vida tranquila dedicado a mis ocupaciones, con objeto de que pueda al fin velar por mis asuntos particulares y no agote mis fuerzas hasta quedar aniquilado. Y para hacer frente a los piratas votad a otro. Son bastantes los que tienen voluntad y capacidad para ejercer el mando de una flota, y sus edades varían desde la juventud hasta años más maduros, de manera que podéis elegir facilmente [4] entre muchos. Pues no soy el único que os aprecia ni el único en contar con experiencia bélica, sino que también el de aquí o el de más allá —y no quiero pronunciar nombre alguno por no dar la impresión de estar favoreciendo a nadie— reune idénticas condiciones».
[27 ] Después de que en tales términos se dirigiera aquél a la asamblea, Gabinio tomó la palabra y dijo: «La actitud que adopta ahora Pompeyo, quirites, hace honor a su línea de conducta habitual, en la que no se registra ni ansia de mandos ni disposición a aceptar cargos cuando se le entregan [2] con precipitación. Y si no de otra manera debe aspirar al poder ni perseguir el desempeño de tareas públicas quien es varón de altas prendas, también a las presentes circunstancias cuadra que cualquier misión sea asumida de manera reflexiva, ya que gracias a ello su ejecución podrá efectuarse con paso igualmente firme. Pues las promesas aventuradas cobran inoportuna premura cuando llega el momento de la acción, provocando así numerosos fracasos, pero lo que desde el primer momento procede con meticulosidad guarda idéntica firmeza a la hora de actuar y es causa de común beneficio. En cuanto a vosotros, debéis elegir no lo que es del [3] gusto de Pompeyo, sino lo conveniente para el estado. Los asuntos públicos, en efecto, han de encomendarse a quienes son adecuados para ello, no a quienes apetecen cargos. Y hombres de esta última clase podeis encontrar en abundante profusión, pero de la primera no hallaréis a ninguno salvo a Pompeyo. Recordad todo lo que pasamos cuando, en la guerra [4] contra Sertorio, estábamos necesitados de un general, y cómo ni entre los más jóvenes ni entre los de más edad dimos con nadie, fuera de Pompeyo, que reuniese las cualidades precisas, sino que hubimos de elegirlo a él pese a la oposición de ambos cónsules y no obstante el que ni entonces alcanzase aún la edad requerida ni fuese miembro del senado. Sería mi voluntad que pudieseis contar con abundantes [5] hombres de valía, y si se tratase de formular deseos los formularía. Pero ni a base de formular deseos van a hallar salida nuestros actuales requerimientos, ni éstos son satisfechos automáticamente por cualquiera, antes bien, se hace preciso alguien cuya condición responda adecudamente a lo que el asunto exige, alguien que alcance a conocer los remedios oportunos, que ejecute las medidas convenientes y a quien en todo momento asista la buena suerte; y como la concurrencia de estos atributos en el mismo hombre resulta sumamente rara, desde el momento en que aparezca [6] alguien así todos unánimemente debéis volcar en él vuestros afanes y de él serviros aun contra su voluntad. Pues semejante coacción redunda en el mayor beneficio tanto para quien la ejerce como para quien la padece: para aquél porque así puede obtener su salvación, para éste porque con ello conseguiría salvar a sus conciudadnos, en defensa de los cuales entregaría cuerpo y alma, sin reserva alguna, [28 ] quien es hombre cabal y amante de su ciudad. Si el Pompeyo muchacho fue capaz de servir en el ejército, desempeñar el generalato, incrementar vuestros dominios, preservar los de los aliados, anexionar los de los enemigos ¿porqué no puede resultaros de la mayor utilidad el Pompeyo de ahora, el que se halla en su plenitud y cumple la edad en que todo hombre alcanza el sumo de sus cualidades, el que ha adquirido toda [2] la experiencia que puede adquirirse en las guerras? El ado lescente a quien vuestro parecer otorgó públicas responsabilidades ¿topará con vuestro rechazo una vez ha alcanzado la virilidad? El miembro del orden ecuestre en cuyas manos pusisteis las guerras de antaño ¿no conseguirá que le fiéis el [3] presente generalato cuando forma parte del senado? Quien fue, antes de dar prueba fiel de su calidad, vuestro único recurso frente a los peligros que a la sazón apremiaban ¿no obtendrá ahora, cuando tenéis la más sobrada prueba de su valía, vuestro voto para afrontar los asuntos que con premura no inferior nos urgen en la actualidad? El hombre a quien designasteis para luchar contra Sertorio, aunque entonces ni siquiera aunase los requisitos necesarios para el desempeño de cargos públicos, ¿no habrá de merecer que lo enviéis contra los piratas pese a estar ya en posesión de la distinción [4] consular? Por el contrario, vosotros ceñid vuestra actuación a este criterio, y tú, Pompeyo, préstanos obediencia a mí y a la patria. Pues en ella has nacido, en ella te has criado y es tu deber plegarte a los dictados de su conveniencia y no eludir trabajo ni peligro alguno que la defensa de tales dictados exija, sino aguardar tu suerte e incluso, en el caso de que resulte necesaria la entrega de tu vida, consentir en arrostrar la muerte. Motivo de risa es, por lo demás, que haga yo [29 ] blanco de semejantes exhortaciones a alguien como tú, que en tantas y tamañas guerras ha dado muestra de su valor y de su devoción a la patria. Por tanto, préstanos obediencia a [2] mí y a éstos y no temas que algunos alimenten sentimientos de envidia, antes bien, en razón justamente de ello, redobla tu firmeza y desprecia así, considerando el afecto mayoritario hacia tu persona y el común beneficio de todos nosotros, a quienes te miran con malos ojos. Y si deseas causarles [3] además algún daño, comienza por esto, ya que a ellos les infundirás pesar al revestir el generalato contra su criterio y en beneficio de tu reputación, y por lo que a tí toca, coronorás tu carrera de la manera que mereces al alejar de nosotros abundantes y considerables calamidades.»
Cuando hubo terminado Gabinio, Trebelio intentó replicarle, [30 ] pero como no le fue concedida la palabra, manifestó su negativa a que se procediese a votar. Ante lo cual Gabinio. [2] lleno de cólera, detuvo la votación concerniente a Pompeyo, pero propuso otra concerniente al mismo Trebelio. Las diecisiete primeras tribus que trataron el asunto decretaron que había actuado de manera ilegal y que en adelante no podía ocupar el cargo de tribuno. Y a punto ya de decantarse en el mismo sentido la décimo octava, con grandes dificultades se mantuvo en silencio a Trebelio. Al verlo Roscio [3] no osó decir nada, pero elevó la mano para exhortarles a que eligieran dos hombres, en la idea de que mediante tal expediente quebraría de alguna manera la supremacía de Pompeyo. Y al tiempo que movía de tal manera las manos, la muchedumbre estalló en grandes y amenazadoras voces, hasta el punto de que un cuervo cuyo vuelo discurría por encima de ella vino a quedar fuera de sí y cayó como si lo hubiese abatido un rayo. Y ello motivó que Roscio mantuviese [4] quieta no ya la lengua sino además las manos. Cátulo, a todo esto, guardaba silencio; pero he aquí que Gabinio lo invitó a intervenir, pues —junto al hecho de que Cátulo presidía el senado— creía que gracias a su intervención habrían [5] de conseguir también el asentimiento de los otros (esperaba, en efecto, que al ver el mal trance por el que pasaban los tribunos, Cátulo se adhiriera a su parecer); y dado que gozaba del respeto y la consideración de todos, que lo veían como hombre de palabras y actuaciones encaminadas siempre al encuentro de cuanto les beneficiaba, obtuvo venia para hablar, pronunciando el siguiente discurso:
[31 ] «Que me he afanado hasta un punto difícilmente ponderable en servir a los que integráis la mayoría, todos sin duda lo sabéis bien, quirites. Y siendo ello así, a mi me resulta obligado deciros con franqueza absolutamente todo lo que en mi opinión redunda en beneficio de la ciudad, y a vosotros os toca atender con calma a mis palabras y seguidamente [2] tomar una decisión. Porque en medio de turbulencias, aunque seáis capaces de entender lo que os conviene, quizás no lo pongáis en práctica, pero si prestáis oído a quienes se dirigen a vosotros, atinaréis con toda precisión en lo que constituye [3] vuestro provecho. Pues bien, en primer lugar y sobre todo quiero yo declarar que a ningún hombre debe ponerse de manera consecutiva al frente de tan altas magistraturas. Tal proceder no sólo está vedado por las leyes, sino también comporta un riesgo cuya altísima magnitud atestigua la experiencia. Respecto a la conducta de Mario puede decirse, en efecto, que no fue inducida sino por las muchas guerras que le fueron confiadas en brevísimo tiempo y los seis consulados [4] que en un lapso mínimo desempeñó; y respecto a la de Sila, no obedeció sino al generalato que durante tantos años lo mantuvo sin interrupción al frente del ejército para seguidamente ser nombrado dictador y a continuación cónsul. Y es que no entra en la condición humana el que un alma —y ello toca no ya a la joven, sino también a la de edad provecta— tras haber vivido durante largo tiempo el ejercicio del poder consienta en atenerse a los usos heredados. Hablo así no porque albergue motivo alguno de reprobación [32 ] hacia Pompeyo, sino porque ni me parece a mí que esto haya redundado alguna vez en beneficio vuestro ni las leyes permiten semejante proceder. Pues si los nombramientos honran a quienes son juzgados dignos de ostentarlos, dicha honra debe alcanzar a todos los que se ven designados por ellos (ya que en eso consiste la democracia), y si comportan esfuerzo, también en éste tienen todos que tener su parte alícuota (ya que en eso consiste la igualdad). Ocurre, además, [2] que el obrar conforme a semejante criterio aumenta el número de cuantos, ejercitados en las tareas públicas, están por su experiencia calificados para afrontar cualquier tipo de empresa, con lo cual vuestra elección se toma mas fácil; mientras si prevalece aquel otro parecer, de manera indefectible será grande la escasez de hombres que ejerciten sus fuerzas en el servicio público y merezcan que éste se les confíe. Una de las razones —y no la última— por las que [3] en la guerra contra Sertorio os visteis faltos de un general fue precisamente ésta, la de que durante los años anteriores recurrieseis frecuentemente a los mismos hombres. Y así, incluso aunque todas las demás consideraciones subrayen la idoneidad de Pompeyo para ser puesto al frente de la guerra contra los piratas, dado no obstante que su elección iría contra lo dispuesto por las leyes y lo acreditado por los hechos, de ninguna manera conviene ese proceder ni a vosotros ni a él.
»Son ésas, por tanto, las razones que en primer lugar y [33 ] sobre todo quiero exponer; y en segundo lugar las siguientes: si cónsules, generales y representantes de ambos asumen regularmente sus cargos y sus gobiernos de acuerdo con las leyes, ni por lo demás dice mucho en vuestro favor el que éstos permitan la introducción de una nueva magistratura ni [2] tal cosa os beneficia. ¿Con qué objeto, efectivamente, elegís magistrados cada año si en realidad de nada os van a servir ante situaciones como la presente? No desde luego para que deambulen con togas orladas de púrpura, ni para que revistan el solo título de magistrado sin desempeñar sus funciones. [3] ¿Y cómo éstos y todos los demás que se consagran a alguna otra tarea pública no os harán blanco de su hostilidad si abolís las magistraturas tradicionales y para nada recurrís a quienes fueron elegidos según las leyes, sino asignáis a un particular la autoridad derivada de una institución foránea y [34 ] sin carta aún de naturaleza? Ciertamente, en el caso de que fuera preciso designar una magistratura que viniera a sumarse a las anuales, hay para ello un precedente antiguo, el del dictador. Figura que, por la índole de sus atribuciones, diseñaron nuestros antepasados sólo para casos extraordinarios [2] y con vigencia no superior a los seis meses. De esta manera, si os veis ante el imperativo de conferir a alguien semejantes atribuciones, podéis elegir dictador a Pompeyo o a cualquier otro sin que vuestra elección falte a las leyes ni incurra en un tratamiento negligente de cuestiones concernientes al bien común, siempre que el ejercicio de tal cargo no se extienda fuera de Italia ni vaya más allá del tiempo fijado. Pues sin duda no ignoráis que precisamente este punto fue objeto de rigurosa observancia por parte de nuestros mayores, y que no se registra territorio alguno al que le fuese asignado dictador con excepción de Sicilia, donde hubo [3] uno que, sin embargo, no llevó a efecto nada. Pero si ni Italia necesita semejante figura, ni vosotros podríais tolerar no ya la presencia de un dictador, sino siquiera su nombre (según acreditan las oleadas de indignación que tributasteis a Sila), ¿cómo va a resultar acertada la asignación de un caudillaje recién instituido, prolongado además por espacio de tres años y bajo cuya competencia caerían prácticamente todos los asuntos, tanto referidos a Italia como concernientes a los territorios exteriores? Pues todos por igual sabéis cuántos [4] peligros nacen de aquí para las ciudades y cuántos han sido los que, por inicuo apego al poder, trajeron repetida intranquilidad al pueblo y se infligieron a sí mismos incontables males.
»No hablaré más, por tanto, de este tema. En efecto, encomendar [35 ] a uno solo la gestión del estado, poner en unas solas manos, aunque sean las de alguien dotado de las más altas prendas, la potestad de decidir soberanamente sobre todo aquello en que radican nuestros bienes, ni puede aprobarse bajo ningún punto de vista ni tampoco resulta conveniente ¿quién puede dudarlo? Porque los grandes honores y las jurisdicciones desmedidas exaltan y destruyen a quienes las desempeñan. Esto otro, en cambio, os pido que miréis, la [2] completa imposibilidad de que un solo hombre mande sobre todo el mar y administre con acierto toda esta guerra. Porque debéis, si es que os decidís a obrar como es debido, librar simultánea guerra contra todos ellos, a fin de impedirles que se concierten entre sí y también que busquen refugio entre los que están excluídos de la guerra, privados de lo cual no resultarán excesivamente difíciles de doblegar. Semejante [3] objetivo de ninguna manera podría realizarlo un solo general ¿cómo iba a guerrear durante los mismos días en Italia y en Cilicia, en Egipto y en Siria, en Grecia y en Iberia, en el Mar Jonio y en las islas? Por tanto, se hace preciso que sean muchos los soldados y muchos los generales atentos a esta empresa para que de su empleo resulte algún beneficio. Y en el caso de que se mencione aquello de que si [36 ] encomendáis a uno solo toda la guerra, ése contará de todas maneras con abundantes almirantes y subcomandantes ¿cómo no va a resultar —diría yo— más conforme a la justicia y más conveniente, y qué impedimento hay para que quienes han de recibir el mando por delegación de éste sean previamente asignados a la misma función por vosotros y de vosotros reciban su autoridad, independiente así de cualquier [2] otra instancia? De esa manera incluso prestarán más atención a la guerra, al haberle sido confiada a cada uno en particular una parte y verse imposibilitados de trasladar a otro su incuria en lo tocante a ella; competirán además por la gloria con mayor encono, ya que al ser independientes guardarán en propio haber el renombre nacido de sus empresas. Pero de la otra manera ¿quién creéis que igualmente *** 31 si está sujeto a algún otro, y quién creéis que obedecerá cualquier orden sin replicar cuando la victoria ha de ser no para él sino para una persona ajena?
[3] »Por tanto, de ninguna manera podría un hombre solo librar simultáneamente tamaña guerra, según ha reconocido el mismo Gabinio: pues estima, ciertamente, que a la persona elegida se la debe dotar de muchos colaboradores. Queda así por mirar si los que se despachen han de ser comandantes o subcomandantes, generales 〈o subgenerales〉, legitimados por el pueblo entero para ejercer una suerte de autoridad [4] plenipotenciaria o por aquél para su asistencia. Que la propuesta por mí enunciada realmente se adecua más a la ley y resulta 〈más ventajosa〉 no ya con referencia a todos los demás aspectos, sino en lo tocante a los piratas mismos, cualquiera de vosotros lo aceptará. Con independencia de lo cual, prestad también atención a aquella otra vertiente de la cuestión, esto es, a la abolición de todas las demás magistraturas que de vosotros dependen con la excusa de los piratas, y al hecho de que durante este periodo ninguna de ellas ni en Italia ni en territorio sometido *** 32 ».
Y Cátulo, uno de los nobles, se expresó ante el pueblo de la siguiente [36a ] manera: «Si es enviado a esta tarea y fracasa, como suele suceder en muchas confrontaciones y especialmente en las marítimas, ¿con qué otro lo sustituiréis en momentos de mayor apremio?» Entonces el pueblo entero, como a una señal convenida, prorrumpió en un grito diciendo: «a ti». De esta manera quedó Pompeyo en posesión del imperio sobre el mar, las islas y el territorio de los continentes hasta una distancia de treinta estadios a partir del mar.
*** y cónsul de Italia por tres años, le asignaron quince [37 ] subcomandantes y la flota entera, y en lo tocante a dinero y tropas, decretaron que tomara cuantas quisiera. Todo aquello lo ratificó, aun contra su voluntad, el senado, y además dictaminó, cada vez que fue necesario, sobre cuanto requerían las diferentes cuestiones; lo movió a ello especialmente [2] la ingente cólera que concibió la asamblea del pueblo cuando Pisón, gobernador de la Galia Narbonense, no permitió a los delegados proceder a las levas en el territorio sujeto a su jurisdicción. Incluso habrían depuesto de inmediato a éste a no ser porque Pompeyo los hizo desistir. Efectuó, por tanto, [3] los preparativos que la empresa y su propio criterio requerían; a continuación recorrió, mediante un movimiento conjunto que en parte dirigió personalmente, en parte encomendó a sus generales, toda la línea costera que sufría la acción de los piratas, y dentro de ese mismo año pacificó la [4] mayor parte de ésta. Tanto en barcos como en en fuerzas de infantería el aparato militar que desplegaba era ingente, gracias a lo cual se imponía por mar lo mismo que por tierra sin resistencia posible; pero asimismo era ingente la benignidad desplegada hacia quienes se pasaban a su bando, conducta esta mediante la cual también logró atraer a una gran mayoría. [5] Pues doblegadas por sus fuerzas y conocedoras de su probidad, de muy buen grado abrazaban las gentes su causa. Se afanaba, entre otras cosas, porque de ninguna manera los volviese a colocar la pobreza en el trámite de atropellar las leyes, y cuantas tierras veía desiertas, cuantas ciudades necesitadas [6] de residentes, las ponía en sus manos. Una de las ciudades que así fueron refundadas es la llamada Pompeyópolis: situada en la costa de Cilicia, había sido devastada por Tigranes, portando anteriormente el nombre de Solos.
[38 ] Tales sucesos acaecieron bajo el consulado de Acilio y Pisón; y contra los convictos por soborno para la consecución de magistraturas decretaron los cónsules mismos la prohibición de desempeñar cargos y acceder al senado, e incluso [2] les impusieron el pago de sanciones económicas. Pues como la potestad tribunicia había vuelto a su antigua condición y muchos de los que habían sido tachados por los censores se esforzaban por recuperar mediante cuaquier procedimiento el acceso al senado, todas las magistraturas se veían envueltas en abundantes luchas de partidos y conspiraciones. [3] Los cónsules procedieron así no por rechazo hacia semejante práctica (se demostró, en efecto, que ellos mismos habían protagonizado intentos de esa índole; Pisón, concretamente, fue acusado por este motivo y compró de unos y otros la no celebración del juicio), sino bajo presión del senado. [4] La razón fue que un tal Gayo Cornelio, tribuno en ejercicio, propuso la imposición de penas muy duras sobre quienes actuaban de esta manera, siendo seguido en ello por la asamblea popular. Por su parte el senado consideraba que la severidad en los castigos esgrime amenazas capaces de infundir pánico, pero dificulta con lo irreparable de sus sanciones el dar con acusadores y con gentes dispuestas a la condena de los culpables, y que por el contrario la mesura [5] convoca numerosas acusaciones y no disuade de veredictos condenatorios; por lo cual instó a que fuera alterado el tenor de aquella propuesta y a que los cónsules le confirieran rango de ley. Puesto que la elección de magistraturas ya había [39 ] sido convocada y, consecuentemente, no era posible establecer ninguna disposición legislativa antes de ellas, dado además que en ese intervalo los candidatos habían perpetrado gran número de acciones criminales hasta el punto de que incluso se produjeron asesinatos, votaron que la ley fuera introducida antes de la elecciones y que se dotase de guardia a los cónsules. Y Cornelio, lleno de irritación ante semejantes [2] medidas, planteó una proposición que arrebataba al senado tanto la facultad de conceder magistratura alguna a quien la solicitase sin el amparo de la leyes, como la posibilidad de emitir acuerdos sobre cualquier otra cuestión cuyo arbitrio correspondiese al pueblo; tal era, efectivamente, el dictado de la antigua ley, dictado que sin embargo no se observaba en la práctica. Sobrevino ante ello gran turbulencia [3] (nacida de la oposición que, junto a muchos otros miembros del senado, levantaba Pisón), a resultas de la cual la muchedumbre quebró las haces de éste y a él lo intentó descuartizar. Al ver Cornelio tal vehemencia, disolvió de momento, [4] antes de que se procediese a votar, la asamblea, pero posteriormente efectuó un añadido a la ley por el cual en todos aquellos asuntos el senado formularía un decreto previo que el pueblo de manera obligada había de sancionar. De esa [40 ] manera reguló por ley el supuesto en cuestión, así como otro del siguiente tenor: todos los pretores debían ocuparse [46] de compilar y publicar las normas legales que habían de informar los procesos a celebrar bajo su mandato; pues ocurría que las disposiciones referentes a los contratos no siempre [2] se hallaban formuladas. Ahora bien, los pretores no cum plían este precepto mediante una promulgación definitiva, y tampoco se atenían a lo que habían publicado, sino que muchas veces volvían sobre lo allí escrito y, como es de esperar, en bastantes ocasiones tal vuelta venía dictada por el favor o la hostilidad hacia determinados personajes; ante lo cual Cornelio propuso que anunciaran inmediatamente al inicio de su mandato la normativa de que se iban a servir y que no [3] introdujeran ningún cambio en ésta. En suma, tal celo dedicaron los romanos en aquella época a la eliminación de sobornos, que además de castigar a los convictos dispensaban también recompensas a sus acusadores. Ocurrió así que Marco Cota hizo destituir al cuestor Publio Opio bajo el cargo de soborno y de sospecha de conspiración, mientras que de otro lado él mismo se hizo con gran cantidad de riquezas [4] procedentes de Bitinia; y que a Gayo Carbón, su acusador, lo distinguieron con honores consulares, a pesar de había desempañado sólo el cargo de tribuno. Posteriormente Carbón fue a su vez gobernador de Bitinia, y como incurrió en irregularidades de no menor monta que las de Cota, fue recíprocamente acusado por el hijo de aquél y se le encontró [5] culpable. Pues hay quienes, mucho más proclives a la ajena censura que a la propia advertencia, con la mayor facilidad hacen suyas aquellas prácticas que juzgan merecedoras de castigo cuando las cometen los de al lado, y por esta razón sus recriminaciones a otros no ofrecen garantía ninguna de que [41 ] odien aquello que recriminan. Y Lucio Lúculo desempeñó la pretura urbana, pero cuando le tocó en suerte el gobierno de Cerdeña no lo quiso, ya que aborrecía este cometido por ser muchas las ejecutorias provinciales caracterizadas por el abuso. Ofreció, en efecto, prueba más que sobrada de su honradez: cuando Acilio ordenó destruir la silla desde la [2] que Lúculo emitia sus veredictos porque en cierta ocasión éste permaneció sentado tras reparar en su presencia, Lúculo no se llamó a cólera, sino que desde ese momento, y en razón del proceder de Acilio, tanto él como sus colegas de magistratura impartieron de pie sus veredictos.
Roscio también introdujo una ley, y lo mismo Gayo [42 ] Manlio cuando fue tribuno. Ahora bien, el primero llegó a ser elogiado por su iniciativa (que separaba escrupulosamente de los demás asientos los lugares ocupados por los caballeros en las representaciones teatrales), mientras que [2] Manlio a poco estuvo de ser llevado a juicio. En efecto, el último día del año y por la tarde, confirió al estamento de los libertos, tras sobornar a algunos miembros de la asamblea popular, la facultad de votar juntamente con quienes los habían liberado. Y como al día siguiente mismo, justo al [3] iniciarse el mes en que inauguraron consulado Lucio Tulio 33 y Emilio Lépido, el senado rechazó su medida, Manlio, lleno de temor ante la ingente cólera del pueblo, atribuyó primero la proposición a Craso y algunos otros, pero puesto [4] que nadie le creía, dio en adular, aunque se hallaba ausente, a Pompeyo, movido especialmente por el gran predicamento que, según le constaba, tenía Gabinio ante aquél. Asignó a Pompeyo, de acuerdo con ello, la guerra contra Tigranes y Mitrídates, así como el gobierno de Bitinia y Cilicia. Un indignado [43 ] rechazo se adueñó de los notables, entre otras cosas porque Marcio y Acilio iban a ser depuestos antes de consumir el plazo de su mandato. Pero la plebe, a pesar de [2] haber enviado poco antes a estos hombres para regir los territorios conquistados (ya que, a tenor de los informes de Lúculo, creían haber culminado la guerra), votó no obstante la última propuesta, siendo inducida ante todo por César y [3] Marco Cicerón. Unieron éstos sus fuerzas a la plebe no porque estimasen que las medidas convenían a la ciudad, ni porque pretendiesen congraciarse con Pompeyo. Ahora bien, como las cosas iban a tomar precisamente este rumbo, César, por una parte, hizo al pueblo objeto de sus atenciones, [4] pues veía hasta qué punto era superior al senado, por otra inició preparativos para que en un futuro se decretase una medida semejante en beneficio suyo; y al tiempo persiguió que, en virtud de las atribuciones conferidas, Pompeyo resultase blanco de mayores envidias y carga más onerosa, a fin de que, en un plazo rápido, se hartasen de él. En cuanto a Cicerón, aspiraba a dirigir la república y quería demostrar tanto al pueblo como a los notables que incrementaría decisivamente la fuerza del bando, fuese cual fuese, en el que se [5] integrara. Se mantenía, pues, en medio, y a veces secundaba a éstos, a veces a aquéllos, con objeto de que ambos lo requiriesen. Así, tras alegar primero que prefería a los notables, en consonancia con lo cual había puesto sus miras más en el cargo de edil que en el de tribuno, a la sazón se pasó a [44 ] la plebe. Posteriormente los notables iniciaron determinado proceso contra Manlio, proceso que éste intentaba demorar, ante lo cual Cicerón (que era pretor y presidía el tribunal), además de hacer todo lo posible en peijuicio de Manlio, a duras penas lo pospuso para el día siguiente, aduciendo como [2] excusa que el año tocaba a su fin. Seguidamente, el malestar surgido en el pueblo lo llevo a comparecer ante la asamblea popular —obligado, según decía, por los tribunos—, donde se extendió en críticas contra el senado y prometió hablar en defensa de Manlio. Objeto, a resultas de ello, de los vituperios correspondientes y calificado en especial de tránsfuga, el tribunal, sin embargo, no llegó a reunirse a causa de los desórdenes que inmediatamente sobrevinieron. Ocurrió que Publio Peto y Cornelio Sila, sobrino del [3] famoso Sila, habían sido nombrados cónsules; y convictos de corrupción, tramaron dar muerte a sus acusadores, Lucio Cota y Lucio Torcuato, movidos sobre todo porque éstos los habían sustituido. Fueron sobornados, entre otros, Gneo Pisón [4] y Lucio Catilina, hombre de la mayor osadía (también él había pretendido el cargo, y de aquí el furor que albergaba), pero no pudieron llevar nada a efecto porque la conjura fue delatada y el senado asignó guardia a Cota y Torcuato: *** 34 haberse emitido un decreto en su contra a no ser por [5] la oposición de un tribuno. Y puesto que aun bajo tales circunstancias daba Pisón muestras de osadía, invadió al senado el temor de que acaeciera algún disturbio, con lo que al punto se le despachó a Iberia bajo la excusa del desempeño de un cargo. Allí fue acuchillado por los nativos a causa de haber perpetrado cierto atropello.
En cuanto a Pompeyo, que inicialmente se preparaba para [45 ] navegar a Creta y hacer frente a Metelo, cuando conoció las medidas aprobadas dio, al igual que antes, fingidas muestras de fatiga y acusó a sus rivales de proporcionarle continuas cargas con objeto de causar el daño que pudiesen; no obstante acogió esas medidas con el mayor júbilo, se desentendió [2] de Creta y de cualquier otra cuestión referente a las operaciones marítimas que aún quedase pendiente y se dedicó a organizar la guerra contra los bárbaros. Y estando en ello quiso probar las intenciones de Mitrídates, a cuyo efecto envía a Metrófanes como portador de proposiciones amistosas. En un primer momento Mitrídates no se dignó a atenderlo (pues por esas fechas había muerto Ársaces, el rey de [3] los partos, y Mitrídates creyó que su sucesor Fraates haría causa común con él 35 ), pero como Pompeyo se apresuró a ofrecer propuestas de amistad a Fraates en idénticos términos y lo convenció para que desencadenase un ataque contra la Armenia de Tigranes, al enterarse de la maniobra Mitrídates envió inmediatamente una embajada con objeto de entablar [4] un acuerdo. Le instó Pompeyo a que depusiera las armas y le entregase a los desertores, lo que Mitrídates no tuvo ocasión de considerar. Pues al oír semejantes cosas se alzaron tumultuosamente los soldados de su campamento, temerosos los desertores (que eran muchos) de ser entregados, y los bárbaros de verse obligados a combatir sin ellos. [5] Y habrían liquidado a Mitrídates si éste no los hubiera con tenido a duras penas mediante falsas alegaciones de que envió la embajada no con vistas a la paz, sino para espiar los efectivos romanos.
[46 ] Pompeyo comprendió entonces que habría de combatir, a cuyo efecto, y entre otros preparativos, alistó a los Valerianos. Y cuando estaba ya en Galacia 36 , Lúculo le salió al encuentro para manifestarle que todas las operaciones de la guerra habían concluído y en esos momentos no había ninguna necesidad de expedición, en razón de lo cual incluso estaban ya presentes los hombres enviados por el senado para [2] encargarse de la administración. Como no lo convenció de que se retirara, recurrió al insulto, llamándole, además de otros calificativos, intrigante, amigo de guerras y acaparador de cargos. Pero Pompeyo le dedicó escasa atención, prohibió que nadie le rindiera obediencia y apresuró su marcha contra Mitrídates, pues pretendía entablar combate con él cuanto antes.
Durante algún tiempo Mitrídates se dedicó a esquivarlo [47 ] (ya que sus fuerzas eran inferiores), a esquilmar la tierra que pisaba y a hacerlo errar al tiempo que le dificultaba el avituallamiento. Pero cuando Pompeyo, en razón de lo anterior y para apoderarse de ella, puesto que estaba vacía, invadió Armenia, Mitrídates, temeroso de que la capturase antes de su llegada, penetró en el mismo territorio y tomó un sólido [2] cerro situado enfrente, donde se mantenía quieto con todo su ejército, suponiendo que la imposibilidad de obtener alimentos agotaría a los romanos (en cuanto a él, al hallarse en territorio sujeto a su autoridad, contaba con provisiones abundantes y de muy variada procedencia); por otra parte, mediante continuas incursiones de sus jinetes a la llanura de abajo, que estaba desnuda, infligía daños a quienes se les acercaban, y los numerosos desertores que con tal motivo surgían encontraban en él acogida. Pompeyo no se atrevió [3] de momento a trabar combate con ellos, sino que trasladó su campamento a otra posición cuyos alrededores, al ser boscosos, debían exponerle en menor medida a los daños causados por la caballería y los arqueros enemigos; a continuación [4] tendió una emboscada en lugar apropiado para ello y con unos pocos se aproximó abiertamente al campamento de los bárbaros, a los que llenó de confusión y atrajo al paraje que pretendía, donde liquidó a muchos. Y a raíz de lo ocurrido cobró ánimos para envíar distintos grupos a las diversas partes del territorio en busca de provisiones.
Puesto que a Pompeyo los víveres le llegaban con fluidez, [48 ] ya que se había adueñado, por medio de ciertos personajes, de Anaítis 37 —ciudad de Armenia consagrada a una [2] diosa epónima— y gracias a esta captura se habían pasado a su bando bastantes otros e incluso contaba con los soldados de Marcio, Mitrídates, lleno de temor, no permaneció ya en el territorio, sino que, de noche y a escondidas, levantó rápidamente el campamento para dirigirse por medio de marchas [3] nocturnas a la Armenia de Tigranes. Pompeyo le seguía deseoso de cruzar las armas; sin embargo ni de día (cuando no salían del campamento) ni de noche (por miedo a su desconocimiento del terreno) se atrevió a hacerlo hasta que pisaron el borde de la frontera; entonces vió que iban a escapar, lo que le impuso la necesidad de entablar combate [4] nocturno. Cuando se percató, pues, de ello, levantó la marcha y, sin que los bárbaros, que reposaban el mediodía, lo advirtiesen, se adelantó al lugar por donde aquéllos habían de pasar. Al dar con cierto paraje encajonado entre unas colinas, hizo que las tropas ascendiesen a las alturas, y allí se [5] dedicó a esperar a las fuerzas enemigas. Estas penetraron en el ahuecado paraje confiadamente y sin efectuar reconocimiento previo, pues como antes no habían sufrido ningún contratiempo y en esos momentos se encontraban ya más seguros, ni siquiera esperaban que todavía les siguiesen los romanos: y entonces, en la oscuridad —pues ni brillaba luz alguna en el cielo ni disponían de ninguna otra iluminación—, cayó sobre ellas Pompeyo.
[49 ] La batalla fue como sigue. Primero las trompetas, a una señal convenida, hicieron sonar simultáneamente el toque de guerra y a continuación los soldados y demás componentes del ejército emitieron el grito de ataque, golpeando unos sus escudos con las lanzas, otros sus herramientas de bronce con piedras. Los huecos montes acogieron el estruendo producido [2] para devolverlo con incremento de su horrísono clamor, de suerte que los bárbaros, al percibir repentinamente, en medio de la noche y en la soledad el ruido que hacían, se vieron invadidos por extroardinaria ansiedad, como si hubiesen caído bajo los efectos de algún evento sobrenatural. Al tiempo los romanos, apostados en las alturas, les arrojaban [3] desde todos los lados piedras, flechas y dardos, y, dado su ingente número, inevitablemente herían a algunos, acabando así por colocarlos en situación sumamente peligrosa. Pues como guardaban no la disposición propia de un enfrentamiento, sino la de una marcha, los caballos y los camellos, bagajes de todo tipo, los hombres y las mujeres se movían en un mismo espacio, e iban en mezcolanza unos sobre carros [4] ligeros, otros sobre carretas, dentro de los vehículos cubiertos o las carrozas; de esta suerte, al recibir unos ya los disparos y a la espera otros de recibirlos, entraron en un estado de confusión bajo el cual se atropellaban entre sí y justamente por ello aumentaban sus posibilidades de perecer. Una vez que los romanos, tras agotar sus recursos de ataque [5] a distancia, se abatieron sobre ellos, los contingentes de los bordes eran masacrados (para liquidarlos les bastaba un solo golpe, pues la mayoría se hallaban desguarnecidos), mientras que los de la parte central, al retroceder todos sobre ella por miedo a lo que ocurría en el perímetro, se veían comprimidos. Así, presionados y arrollados los unos por los [6] otros, recibían muerte sin que hallasen ni amparo alguno para sus personas ni medio de aventurar un golpe contra el enemigo. En efecto, siendo en su mayoría jinetes y arqueros, la oscuridad les impedía ver y la angostura de espacio [54] maniobrar. Cuando salió la luna, hubo quien se alegró, bajo la creencia de que la luz les habría de proporcionar algún [7] medio de defenderse. Y en algo les habría beneficiado de no ser porque los romanos, con la luna a sus espaldas, les acometían ya por un lado ya por otro y hacían que tanto su atención como sus movimientos errasen de acá para allá. Pues como eran muy numerosos y todos por igual arrojaban una muy larga sombra, no los distinguían bien hasta el momento [8] en que prácticamente estaban ya sobre ellos. De esta manera los bárbaros golpeaban inutilmente el vacío, en la idea de que estaban ya cerca, acometiendo en la sombra para ser alcanzados cuando no lo esperaban. Y así murieron muchos y no pocos fueron capturados. Pero también escaparon bastantes, entre ellos Mitrídates.
[50 ] El cual al principio apresuraba su marcha hacia Tigranes. Pero después detectó en éste, gracias los emisarios que despachó por delante, una disposición nada amistosa, ya que su hijo Tigranes se había rebelado y la responsabilidad de semejante infortunio recaía, según las sospechas del padre, sobre Mitrídates, abuelo de su hijo, por lo cual no sólo decidió no acoger a aquél, sino incluso aprehendió y encarceló a [2] sus emisarios; frustradas, por tanto, sus esperanzas, desvió el camino en dirección a la Cólquide 38 , y desde allí, recuriendo ya a la persuasión ya a la fuerza, alcanzó por tierra la Meótide 39 y la zona situada junto al Bósforo 40 ; se introdujo a continuación en el país, donde mandaba su hijo Mácares, que había abrazado la causa de Roma, y tras infundirle tal temor que ni llegó a comparecer ante él, le dio muerte por medio de gentes de su entorno, a quienes prometió inmunidad y riquezas. Entre tanto Pompeyo envió fuerzas para perseguirlo, [3] pero como Mitrídates se les anticipó atravesando el Fasis 41 , fundó una ciudad en el lugar donde había vencido, ciudad que entregó a los soldados heridos y de edad más avanzada. También muchas gentes del entorno se les unieron voluntariamente, y aún existe hoy la ciudad, cuyos habitantes, llamados nicopolitas, pertenecen al distrito de Capadocia 42 .
En tales cosas se ocupaba. Respecto a Tigranes, el hijo [51 ] de Tigranes, tras hacerse con algunos notables a quienes el gobierno del anciano no satisfacía, buscó refugio al lado de Fraates —que a la vista de sus acuerdos con Pompeyo deliberaba sobre el camino a tomar— y lo convenció para que invadiese Armenia. Apoderándose de todo el territorio que [2] hallaron a su paso, alcanzaron Artaxata 43 , a la que igualmente acometieron. Pues Tigranes el Viejo se había refugiado, por miedo a ellos, en las montañas. Sin embargo les pareció que el cerco requeriría tiempo, por lo cual Fraates dejó a Tigranes hijo una parte de sus fuerzas y regresó a su país; entonces el padre regresó para enfrentarse a su hijo solo, a quien venció. Huyó éste, y en primer lugar corrió hacia [3] su abuelo Mitrídates, pero cuando supo que se hallaba vencido y necesitado de ayuda más que en situación de prestarla a nadie, marchó junto a los romanos; Pompeyo lo nombró general y con su ayuda dirigió sus ejércitos a Armenia para combatir a Tigranes padre. Éste, lleno de temor ante la noticia, [52 ] al punto le envió mensajeros y le hizo entrega de los emisarios de Mitrídates. Pero a causa de la oposición de su hijo, no halló una respuesta comedida, sino que, a pesar incluso de sus deferencias, Pompeyó pasó el Araxes 44 y llegó [2] junto a Artaxata; entonces Tigranes le entregó la ciudad y voluntariamente entró en el campamento romano, ocasión para la cual revistió, a fin de parecer digno tanto de respeto como de compasión, un atuendo con que de la manera más clara se colocaba a sí mismo en posición intermedia entre su anterior encumbramiento y su decaimiento actual. Pues, desechada la túnica moteada de blanco y el vestido de púrpura, [3] portaba la tiara y la banda que la circundaba. Pompeyo envió un lictor y lo hizo descender de su caballo (ya que Tigranes marchaba como si, según es costumbre en su pueblo, pretendiese cabalgar hasta dentro de la empalizada misma), pero cuando lo vio acercarse a pie, arrojar banda y tiara y [4] saludarlo postrado en tierra, lleno de compasión se levantó rapidamente para incorporarlo; a continuación le ciñó la banda e hizo sentar a su lado al tiempo que le dirigía palabras de consuelo, afirmando entre otras cosas que no había perdido el trono de Armenia, sino adquirido la amistad de Roma. Con tales palabras lo confortó Pompeyo, quien además [53 ] lo invitó a comer con él. En cuanto al hijo, que estaba sentado al otro lado de Pompeyo, ni se puso en pie para saludar a su padre ni le dio la bienvenida de ninguna otra manera, y ni siquiera compareció en la comida, a pesar de que también había sido invitado. Ello suscitó considerable animadversión [2] por parte de Pompeyo. Y al día siguiente, tras atender a las palabras de uno y otro, devolvió al anciano cuanto había sido el dominio tradicional del reino; pues lo que éste había adquirido (entre otras posesiones, parte de Capadocia y Siria, Fenicia y la Sofanena, un territorio no pequeño limítrofe con Armenia 45 ) se lo quitó, y además le exigió el pago de una suma. Al hijo le concedió sólo la Sofanena. Como ocurría que el tesoro se hallaban en esta última, [3] entabló el joven disputa por su posesión; y al no conseguirlo (pues de ninguna otra parte podía obtener Pompeyo la suma acordada), lleno de cólera tramó escapar. De ello tuvo conocimiento previo Pompeyo, por lo que, sin encarcelarlo, lo puso bajo vigilancia, y a continuación envió un mensaje a quienes custodiaban las riquezas con la orden de que las entregasen en su totalidad al padre. Dicha orden no fue acatada, pues alegaban [4] que debía darla el hijo, bajo cuya jurisdicción estaba ya el territorio, y ante la negativa Pompeyo hizo que el joven marchara a las fortificaciones. Éste las encontró cerradas, por lo que se aproximó y, aun contra su voluntad, instó a que las abrieran. Pero como los otros persistieron en su negativa por estimar que daba la orden no voluntariamente, sino bajo coacción, Pompeyo, irritado, mandó encarcelar a Tigranes. Así [5] se hizo el anciano con el tesoro; y en cuanto a Pompeyo, tras dividir a su ejército en tres partes se dispuso a pasar el invierno en territorio de Anaítis, junto al río Cirno 46 , recibiendo de Tigranes, además de otras abundantes dádivas, una suma mucho mayor que la estipulada. No fue éste el último motivo por [6] el que, poco después, inscribió a aquél entre los amigos y aliados de los romanos, mientras que a su hijo lo envió a Roma bajo guardia.
Sin embargo no pasó el invierno en calma. Pues Oroises, [54 ] rey de los albanos que habitan más allá del Cirno 47 , resuelto por una parte a realizar algo del agrado de Tigranes el Joven, que era su amigo, por otra, y principalmente, bajo el temor de que los romanos atacasen también la tierra albana, en la idea además de que forzosamente habría de obtener algún logro si les acometía cuando, al ser invierno, no lo esperaban y sin que se hallasen acuartelados en un solo campamento, condujo sus fuerzas contra ellos justamente en la [2] época de las Saturnales 48 ; él marchó contra Metelo Céler, a quien estaba encomendado Tigranes, otro contingente lo despachó contra Pompeyo y otro contra Lucio Flaco, comandante de un tercio del ejército, a fin de que, sumidos todos y al mismo tiempo en confusión, no se auxiliasen unos a [3] otros. En ninguno de los puntos, sin embargo, consiguió nada. Pues a él lo rechazó Céler enérgicamente, y Flaco, como no era capaz de guardar el extenso perímetro que recorría su foso debido a la amplitud del mismo, construyó otro por dentro, con lo cual hizo creer al enemigo que era presa del miedo [4] y así los atrajo al interior del foso externo, donde, acometiéndolos inopinadamente, mató a muchos en combate cuerpo a cuerpo, y a muchos otros cuando huían. Entre tanto Pompeyo, al conocer previamente el intento que los bárbaros habían dirigido contra los otros, se adelantó inesperadamente al encuentro de quienes marchaban contra él, los venció y sin demora alguna corrió hacia Oroises. No lo cogió (ya que, rechazado por Céler e informado de los fracasos que cosecharan los otros, había emprendido la huída), [5] pero en los alrededores del paso del Cirno atrapó a numerosos albanos a quienes dio muerte. Después de lo cual, y a petición de los albanos, firmó la paz. Pues si abrigaba, por lo demás, vivo deseo de penetrar a su vez en territorio albano, a causa del invierno pospuso con agrado la guerra.