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PRÓLOGO

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Standish Hotel,

Worcester, Massachusetts, EE.UU.

8 de septiembre de 1909

Queridísima Gisela:

¡Te envío un cariñoso abrazo de oso desde el nuevo mundo! Con el viaje, la hospitalidad, las conferencias, los honores (sobre todo a Freud, naturalmente, y, en menor grado, a Jung), apenas he tenido tiempo de sonarme la nariz, y mi cabeza es un torbellino. Pero ya está más que claro que América está ansiosa de recibir nuestro movimiento. Brill y Hall son tipos estupendos, y todo el mundo en la Clar University nos ha abrumado con su amabilidad y atenciones. Freud me maravilló hasta a mí con su genial destreza, pronunciando cinco conferencias sin ninguna nota; había compuesto sus disertaciones de antemano, durante un paseo de media hora conmigo. Apenas necesito agregar que causó una profunda impresión. Jung dio también dos excelentes conferencias sobre su trabajo, ¡sin mencionar ni una sola vez el nombre de Freud! Aunque en conjunto los tres nos hemos llevado espléndidamente, en circunstancias más bien penosas (¡incluidos, puedo decir, ataques de diarrea en Nueva York...!), ha habido una pequeña tensión entre Jung y Freud. Te cuento algo más al respecto dentro de un momento.

Pero querrás saber cómo fue el viaje. Fue agradable, ¡pero no vimos casi nada! Una densa neblina de mediados de verano descendió casi en el acto. En realidad no dejaba de ser impresionante. Jung, en especial, se sintió atenazado por la concepción de este «monstruo prehistórico» que avanza hacia su objetivo revolcándose en la oscuridad de la luz diurna, y pensó que nos estábamos deslizando hacia el pasado primitivo. Freud le pinchó por ser cristiano y, en consecuencia, místico (¡destino del que cree que los judíos han escapado!), pero confesó sentir cierta simpatía por la idea mientras miraba por la falsa ventana del camarote y escuchaba lo que denominó «el grito de apareamiento de las sirenas de niebla». Emergiendo de aquella oscuridad, Nueva York era aún más imponente e increíble. Brill nos recibió y nos enseñó muchas cosas bonitas, pero ninguna más agradable que las imágenes en movimiento, ¡una «película»! A pesar de mi estómago revuelto me pareció enormemente divertido; sobre todo se veían policías cómicos persiguiendo por las calles a maleantes más chistosos todavía. No había mucha trama, pero la gente se movía realmente de un modo convincente y muy natural. ¡Creo que a Freud no le impresionó gran cosa!

Sí, tengo que contarte el suceso bastante extraordinario que nos aconteció en Bremen la víspera de nuestra partida. Estábamos francamente agradecidos por habernos encontrado felizmente en el lugar de la cita, y naturalmente excitados por la aventura que nos aguardaba. Freud fue invitado a un lunch en un hotel muy lujoso, y persuadimos a Jung de que abandonase su habitual abstención y tomase con nosotros un poco de vino. Al no estar, probablemente, acostumbrado a beber, se puso extraordinariamente parlanchín y alegre. Desvió la conversación hacia unos «cadáveres de turbera» que al parecer habían sido descubiertos en el norte de Alemania. Se presume que son cuerpos de hombres prehistóricos, momificados por efecto del ácido húmico en el agua de ciénaga. Parece ser que los hombres se habían ahogado en los pantanos o habían sido enterrados allí. Y bien, era medianamente interesante; o lo habría sido si Jung no hubiera hablado y hablado sobre ello. Finalmente Freud saltó varias veces: «¿Por qué te preocupan tanto esos cadáveres?». Jung siguió exaltándose por la fascinación que le causaba la historia, y Freud cayó de su silla, presa de un desmayo.

El pobre Jung se quedó muy trastornado por este giro de los acontecimientos —lo mismo que yo—, y no lograba entender qué había hecho de malo. Cuando volvió en sí, Freud le acusó de querer desplazarle. Jung, por supuesto, lo negó con la mayor vehemencia. Y, a decir verdad, es un compañero amable y animado, mucho más agradable de lo que sugieren sus gafas con montura de oro y su pelo cortado al cepillo.

En el barco hubo otro breve altercado. Para entretenemos (¡en la niebla!) empezamos a interpretar los sueños de los otros dos. A Jung le interesó enormemente uno de Freud, en el que su cuñada (Minna) tenía que cargar fardos de maíz en tiempo de cosecha, como una campesina, mientras su hermana (la esposa de Freud) la contemplaba ociosa. Con muy poco tacto, Jung insistió en presionarle para que proporcionara más información. Hizo constar claramente que, en su opinión, el sueño tenía algo que ver con el afecto que Freud siente por la hermana pequeña de su mujer. Me asombró que conociera tan bien la vida privada de Freud. Naturalmente, este se sentía muy molesto y se negó a «arriesgar su autoridad», como expresó él mismo, revelando algo más personal. Jung me dijo más tarde que en aquel momento Freud había perdido su autoridad, por lo menos ante él. Sin embargo, creo que conseguí suavizar las cosas y ahora mantienen de nuevo buenas relaciones. ¡Pero por un rato me sentí como un árbitro en un combate de lucha! Todo muy difícil. No cuentes nada de esto.

Mi propio sueño (el único que pude recordar) era sobre una trivial decepción de la infancia. Freud, por supuesto, no tuvo el menor problema para averiguar que se refería a ti, querida. Vio exactamente la cosa: que yo temo que tu decisión de no divorciarte de tu marido hasta que tus hijas estén casadas sea un engaño a ti misma, y que no quieres consumar nuestra larga relación mediante un lazo tan profundo como el matrimonio. Bueno, ya conoces mis preocupaciones, y has hecho todo lo posible por ahuyentarlas; pero no pude evitar soñar con ellas, ya ves, ahora que estamos separados (y probablemente afectado por la deprimente niebla marina). Freud fue una gran ayuda, como siempre. Dile a Elma que le conmovieron sus buenos deseos, y dice que le emocionó profundamente que a ella le pareciese tan provechoso el análisis que le hizo. También te envía a ti recuerdos, y dijo con buen humor que si la madre iguala a la hija en encanto e inteligencia (¡yo le aseguré que sí!), soy un hombre envidiable... ¡Ya lo sé! Abraza y besa afectuosamente a Elma de mi parte, saluda también a tu marido.

La semana que viene vamos a visitar las cataratas del Niágara, acontecimiento que Freud considera el más importante de todo el viaje; y zarparemos a bordo del Kaiser Wil­ helm dentro de menos de dos semanas a partir de ahora. Así que llegaré a mi casa de Budapest casi antes de que recibas esta carta; y no acierto a expresarte cómo anhelo tu abrazo de bienvenida. Mientras tanto te beso (¡cielos!, ¡mucho peor!, ¡mucho mejor!) en mis sueños.

Siempre tuyo,

SANDOR FERENCZI

El hotel blanco

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