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ОглавлениеII. LOS ITALIANOS Y EL PARTIDO FASCISTA
EL PARTIDO NACIONAL FASCISTA
Simultáneamente a la política de represión, iba creciendo y madurando en el movimiento fascista el Partido Nacional. No debe ser considerado como un cuerpo homogéneo e invariable, sino como una institución sometida a una lenta e incesante metamorfosis que se adaptaba a las transformaciones estructurales del Estado y de la sociedad italiana y a las dinámicas de poder del grupo dirigente fascista. El PNF tuvo, así, al menos en el decenio siguiente a la Marcha, una vida propia, contribuyendo de manera decisiva a configurar el sistema político, convirtiéndolo en una dictadura personal y en un régimen corporativo. El fascismo actuó basándose en la integración de hombres y cargos del Partido en el Estado y en el servicio que los funcionarios públicos prestaron al Partido Fascista. Con el tiempo, y de manera clara a partir de la secretaría de Achille Starace en 1931, el PNF perdió el carácter de representante institucional de un movimiento y asumió las funciones de educador político y de órgano de organización del consenso en torno al Estado fascistizado. Coincidían, por tanto, la fe en la ideología fascista y la fidelidad al Estado fascista. Bajo este aspecto también se modificaron el concepto de ciudadanía y de nacionalidad, así como las reglas para su obtención y conservación, que ya no estaban basadas en un derecho adquirido al nacer y confirmado por una buena conducta civil y social, sino en la pertenencia a una comunidad con un credo común y a un cuerpo político. En consecuencia, el Partido se convertía en el principal filtro selectivo de dicha ciudadanía. Según esta lógica, era considerado «buen italiano» solo quien era fascista, y eran excluidos de la vida pública, y en última instancia de la comunidad nacional, quienes, en cuanto opositores al fascismo, eran clasificados inmediatamente como antinacionales y antipatrióticos. Además, el Partido representaba el vehículo, el sistema nervioso a través del cual la voluntad central del jefe de Estado y del fascismo se irradiaba a la periferia de la nación, y al mismo tiempo representaba el principal instrumento de ejercicio del principio de jerarquía y de culto del jefe.
Además, en los años treinta, el PNF había absorbido progresivamente, transformándose a su vez, los organismos que él mismo había contribuido a crear y en los cuales había delegado en un primer momento actividades de representación de intereses: institutos económicos y jurídicos, asociaciones que representaban categorías especiales y sujetos cuyo fin era controlar y coordinar el ámbito educativo, el laboral y el tiempo libre y la vida cotidiana de una gran masa de italianos que de no ser así habrían escapado al reclutamiento y a las reglas del Partido. Al final de ese decenio la proliferación de uniformes, funciones, carnés, reuniones y celebraciones marcaba la vida de los italianos y determinaba la relación con el prójimo, creando una normalidad en la movilización constante que hacía que dicha movilización fuese para muchos apolítica, espontánea, a veces apática, sin aparentes alternativas. Los pocos que resistieron fueron los que conservaron ámbitos informales o clandestinos de encuentro, alternativos al sistema: las tertulias y las reuniones exclusivas de las familias de la alta burguesía refractaria al populismo y a las vulgaridades del régimen; las lecturas y las conversaciones de la burguesía intelectual contraria al conformismo imperante; o las formas de rechazo y negación del poder pretencioso e injusto, sentidas por los trabajadores de la industria y la agricultura, que en fases económicas desfavorables acabaron en revueltas espontáneas circunscritas, pero que con el tiempo dieron como resultado un antifascismo más consciente y militante, alimentado tanto por convicciones y memorias familiares como por la presencia de una red política clandestina.
A lo largo de un ventenio el PNF fue estructurado por al menos cinco estatutos que fueron objeto de varias modificaciones y reglamentos. El primero fue aprobado el 20 de noviembre de 1921 por una dirección colegial al día siguiente de la decisión tomada por el Congreso, que tuvo lugar en el teatro Augusteo de Roma, de transformar el movimiento de los Fasci di Combattimento en partido político. El paso a partido fue determinante a la hora de dar disciplina y una forma representativa nacional a un movimiento todavía extremadamente heterogéneo en el plano político y local. Ya en el Congreso de Florencia, celebrado en mayo de 1920, los Fasci se habían impuesto algunas reglas de comportamiento, propaganda y coordinación. Las sucesivas modificaciones que se realizaron de 1922 a 1925 y el segundo Estatuto de 1926 fueron redactados por el Gran Consejo del Fascismo. Los estatutos de 1929, 1932 y 1938 también fueron obra del Gran Consejo, pero además fueron sometidos a la aprobación, por decreto, del Gobierno; acto que confirmaba el reconocimiento del Partido como órgano del Estado italiano. El secretario nacional político asumió una función fundamental solo después de la crisis Matteotti, cuando fue llamado a cubrir dicho cargo Roberto Farinacci. Hasta aquel momento la dirección había sido colegial; entre 1919 y 1922 habían sido tres hombres, Cesare Rossi, Giovanni Marinelli y, sobre todo, Michele Bianchi, que fue formalmente secretario de 1921 a 1922, quienes dieron continuidad a la dirección, reforzada en enero de 1923 por la labor del Gran Consejo y por dos secretarías generales, una política y otra administrativa. En cambio, de 1925 a 1943 se sucedieron en el cargo de secretario del PNF diversos dirigentes: Roberto Farinacci, de febrero de 1925 a marzo de 1926; Augusto Turati, hasta octubre de 1930; Giovanni Giuriati, durante poco más de un año, de octubre de 1930 a diciembre de 1931; y Achille Starace, el más longevo de los jerarcas fascistas, que ocupó el cargo durante ocho años, hasta octubre de 1939. Le siguieron, hasta la caída del régimen fascista, Ettore Muti, de octubre de 1939 a octubre de 1940; Adelchi Serena, hasta diciembre de 1941; Aldo Vidussoni, hasta abril de 1943, y Carlo Scorza, que ocupó el cargo desde abril hasta julio de 1943.
Roberto Farinacci, que ocupó el cargo durante poco más de un año, tuvo la función de sacar al Partido de la profunda crisis de identidad y militancia que había vivido en el bienio precedente, especialmente en el segundo semestre de 1924. El cargo de Farinacci, ras de Cremona, fue una elección hábil, porque llevaba a Roma, y por tanto neutralizaba en las provincias, la acción de uno de los principales jefes del escuadrismo extremista y del fascismo más intransigente que habían criticado la moderación con la que Mussolini había gestionado la crisis Matteotti. Es interesante recorrer la biografía de Farinacci. Nació en 1892 en Isernia, Molise, donde el padre napolitano prestaba servicio como comisario de policía. Más tarde, en 1909, la familia Farinacci se trasladó a Cremona, donde Roberto, que había abandonado los estudios, encontró trabajo en los ferrocarriles. Con el estallido de la guerra pasó de posturas socialistas reformistas a una postura intervencionista. De 1915 a 1917 estuvo en el frente, donde alcanzó el rango de cabo y le fue concedida una cruz al mérito. De nuevo en servicio en los ferrocarriles (trabajo que conservó hasta 1921), Farinacci se dedicó al activismo entre los veteranos de guerra y a la organización asociativa de los arditi; en 1919 formó parte de quienes fundaron en Milán los Fasci di Combattimento. A partir de aquel momento se distinguió por la violencia con la que organizó y condujo en Cremona y en sus alrededores ataques a sedes políticas y sindicatos y a militantes. En mayo de 1921, fue uno de los primeros treinta y tres diputados que entraron en la Cámara con Mussolini, pero al año siguiente fue inhabilitado, junto a Dino Grandi y Giuseppe Bottai, por no tener aún treinta años, que era la edad mínima solicitada para la elegibilidad. En el verano de 1922 el Comité General del PNF lo nombró cónsul general de la Milizia. También en 1922, completada la conquista de la provincia de Cremona, a mano armada, con la disolución forzada de las administraciones locales y el control completo de la prensa a través de su diario Cremona nuova, se trasladó con Achille Starace para actuar en el área de Trentino y del Tirol del Sur.
Durante el año en el que ejerció de secretario del PNF, Farinacci logró devolver la disciplina y la confianza al Partido, integrando las diferentes corrientes en un instrumento capaz de gestionar el paso de un sistema pluripartítico a un régimen totalitario de partido único. El recién elegido secretario contribuyó, como él mismo declaró en diversas ocasiones, a legalizar la ilegalidad fascista y con esta su violencia y su intolerancia hacia los adversarios políticos. Para Farinacci el Partido, mucho más que las corporaciones y la Milizia, era el órgano que mejor representaba la experiencia revolucionaria y preservaba la ideología fascista. Según la visión de Farinacci, el secretario político del Partido debía asumir un papel político de primer orden, una gestión del poder de tipo consular, y por lo tanto paritaria, al lado del jefe del Gobierno, en cuanto representante de una milicia ideal de combatientes para la salvación y el honor nacional. Eso presuponía una dualidad personal e institucional del poder que Mussolini no podía aceptar. Además, la presencia de Farinacci en la cúpula del Partido alentó la vuelta de la violencia escuadrista en el país durante la primavera y el verano de 1925, violencia que, además de dar el golpe de gracia a las organizaciones no alineadas con el fascismo, puso en evidencia en las provincias la autoridad del Gobierno, representado por los prefectos, lo que provocó un duro enfrentamiento entre el secretario del Partido y el ministro del Interior, el boloñés Luigi Federzoni. Ferderzoni, que ocupó el cargo desde junio de 1924 hasta noviembre de 1926, era un exponente de relieve de la corriente nacionalista que confluyó en 1923 en el PNF y a través de la cual el Partido estaba destinado a efectuar la importante coalición de las fuerzas de la derecha interesadas en una transformación del Estado en sentido autoritario y antiliberal. Estos contrastes provocaron el alejamiento de Farinacci de la secretaría y su sustitución, en marzo de 1926, por otro jefe del fascismo local, el bresciano Augusto Turati, lo que determinó su eclipse político. De hecho, después de 1926, Farinacci mantuvo un papel secundario en la clase dirigente fascista; siguió controlando su feudo cremonés e interpretando el papel de representante del sector intransigente, puro y duro, del fascismo del primer tiempo. Solo después de diez años, a partir de 1936, Mussolini lo llamó para desempeñar algunas funciones de representación; en España con Francisco Franco y en la Alemania nazi en estrecho contacto con Goebbels y Himmler. Farinacci encarnaba mejor que otros escuadristas el nuevo clima que se había creado en Italia y en Europa representando la conversión de la intransigencia fascista en alianza con el nazismo, la aspiración de llevar a cabo juntos una expansión ideológica y territorial y, no menos importante, el antisemitismo, que había manifestado entre los primeros con su virulencia característica.
La autonomía política del Partido terminó con Farinacci; antes de su destitución ya se habían extinguido la dialéctica y la vida interna. El Congreso Nacional del Partido, que tuvo lugar en Roma en junio de 1925, consistió en un breve y pasivo desfile de discursos, apariciones y deliberaciones tomadas unánimemente sin discusión. A partir de ese momento, el fascismo italiano ya no eligió los congresos como formas de exhibición de la propia fuerza y cohesión política, a diferencia de lo que hizo el Partido nacionalsocialista alemán cuando llegó al poder. Mussolini y los demás jerarcas prefirieron las asambleas y las manifestaciones multitudinarias en las plazas a los encuentros políticos entre los cuadros dirigentes del Partido para demostrar que progresivamente todo el pueblo italiano se había convertido en Partido. Al mismo tiempo, tenía lugar la concentración del poder decisional en Mussolini y en pocos elegidos que él sabía seleccionar, o alejar según los casos, suscitando entre ellos rivalidades, envidias y en última instancia una dependencia acrítica del jefe. El nuevo Estatuto del PNF, redactado en el verano de 1926 por Mussolini y Augusto Turati y aprobado por el Gran Consejo en octubre, abolió el sistema electivo de los cargos internos del Partido, introduciendo la norma del nombramiento desde la cúpula de todos los cargos nacionales y periféricos. El PNF, a partir de aquel momento, sería guiado sobre la base de las relaciones personales y jerárquicas mantenidas entre Mussolini y la Secretaría y el Gran Consejo y el Gobierno. Los dos secretarios que siguieron a Farinacci, Turati y Giuriati, llevaron a cabo una depuración interna en el Partido, expulsando tanto a los escuadristas rebeldes como a todos aquellos que eran sospechosos de oportunismo por haber «monetizado el carné», que se habían hecho después de 1922 para obtener privilegios y cargos. De esta manera fueron expulsados, a finales de 1927, algunos diputados, alrededor de 2.000 dirigentes y 30.000 afiliados; poco menos de 11.000 correrían la misma suerte hasta 1929. Giuriati expulsó a lo largo de 1931 a otros 120.000. Desde octubre de 1925 se habían cerrado las inscripciones en el PNF, decisión que el Gran Consejo reiteró en 1927, cuando la entrada de una nueva leva fue permitida solo a los avanguardisti (uno de los grupos de la juventud fascista) que habían cumplido dieciocho años de edad y, en general, a los jóvenes entre 18 y 21 años que cumplían los requisitos necesarios. El Partido, por tanto, siguió creciendo, aunque lentamente, con una nueva leva de jóvenes, pasando de 1.035.000 inscritos en 1927 a los poco más de 1.057.000 registrados el 28 de octubre de 1930.
El papel de secretario de Augusto Turati fue esencial. Oriundo de Parma, se trasladó cuando era joven a Brescia, donde empezó a trabajar como periodista apoyando posiciones liberal-democráticas. En 1914 también fue intervencionista y después voluntario en la guerra, logrando el rango de capitán de infantería. No se había distinguido como fascista de la primera hora, pero se había convertido en dirigente de relieve del movimiento sindical fascista de la provincia de Brescia. Superada la sorpresa general que suscitó el hecho de que Mussolini lo quisiese en Roma, se reveló como el hombre adecuado en el momento adecuado. Se había mantenido fuera de las disputas políticas de 1924-1925; decidido y moderado, mostró inmediatamente, por carácter y por aptitud política, fuertes diferencias con Farinacci. Turati consideraba que el escuadrismo había tenido su momento y que ya era necesario que el Partido se configurase como una fuerza política capaz de formar y seleccionar a una nueva clase dirigente. Así pues, había que terminar con las formas de veleidad y de sectarismo, reeducando, en caso de que fuese necesario, a los antiguos fascistas y cooptando fuerzas nuevas tanto entre la juventud como entre los adultos que daban prueba de fidelidad al nuevo Estado sobre la base de una convencida fe patriótica. Siguiendo esta línea, Turati privó a las sedes periféricas del PNF de poder real, dictó procedimientos homogéneos en la gestión de las federaciones provinciales, examinó las relaciones entre el Partido y los sindicatos fascistas e incluso eliminó la prensa fascista excesivamente autónoma, forzando el cierre de al menos unos treinta periódicos fascistas y facilitando el encuentro entre la prensa conservadora y la fascista. Pocos periódicos fascistas resistieron semejante ímpetu censorio; se salvaron los que estaban fuertemente ligados al territorio y protegidos por fascistas de peso, como el Corriere padano de Balbo en Ferrara, el Regime fascista de Farinacci en Cremona y el Resto del Carlino controlado en Bolonia por Arpinati. Turati intentó definir la relación entre Estado fascista y Partido, afirmando la supremacía del Estado sobre el Partido, pero al mismo tiempo valorizando el papel determinante del Partido único como esqueleto del sistema estatal. De esta manera obtuvo una simbiosis entre Estado y PNF: aparentemente independientes, se controlaban mutuamente. El Partido era el garante de la fascistización del Estado, y el Estado del orden en el Partido.
Esta forma de esquizofrenia reflejaba la actitud del fundador del movimiento fascista, Benito Mussolini, que manifestaba que no creía en el instrumento partido, a pesar de que había tenido que volver a examinar su posición antipartidista de 1919 por exigencias concretas de oportunidad política. Una de las muchas contradicciones de la labor de Turati como secretario fue la de no haber sabido, y posiblemente no haber podido, construir una relación orgánica y clara entre el Partido y su máximo dirigente, e incluso de haber contribuido a crear el ducismo, la figura de un jefe provisto de poder absoluto, más allá de esquemas, jerarquías y alternancias. Se ha recordado que, después de los repetidos atentados de los que fue objetivo Mussolini a lo largo de 1926, Turati percibió la vulnerabilidad del fascismo representado por la persona física del propio jefe y se comprometió mucho más en estructurar un Partido que pudiera sobrevivirle. Pero Mussolini, y los mismos secretarios, no se activaron para identificar instrumentos adecuados para formar nuevas figuras que pudieran preparar un recambio en la cúpula del PNF. El Duce prefería pensar que el fascismo se perpetuaría a través de la nueva leva juvenil, sin plantearse el problema de una sucesión para la que era necesaria la identificación de herederos. El mismo Turati, para contrarrestar el poder local de los ras, había reforzado el poder del jefe en el centro, empezando el proceso de mitificación y exaltación de Mussolini como el «hombre del destino», como el líder italiano por encima de las partes.
De este modo, Mussolini se fue construyendo progresivamente un poder personal, paternalista y despótico: si en los Estatutos de 1926 y 1929 aún era el primer dirigente del Partido, a partir de 1932 se posicionó fuera de la jerarquía, hasta convertirse en el «jefe del Partido» en el Estatuto de 1939. Además, en cuanto jefe del Estado fascista, concentraba en sí un doble control: el del Gobierno y el del Partido. Esta ambigüedad también se reflejaba en los intercambios entre las dos jerarquías, estatal y del partido, sobre todo en las relaciones entre el ministro del Interior y el secretario general del Partido en Roma, y entre los secretarios de las federaciones provinciales y los prefectos en la periferia. A pesar de que ningún Estatuto del PNF preveía la dependencia del secretario federal respecto al prefecto, de hecho desde principios de 1927 una serie de disposiciones y circulares hacían de este último «el más alto cargo del Estado en la provincia», al cual los secretarios provinciales del Partido (los federales) debían obediencia. Una parte de los jefes federales se atuvieron a las disposiciones, demostrando conformidad cuando no verdadera debilidad y falta de autonomía en la gestión del Partido; otros siguieron rebelándose a las excesivas interferencias. Esta situación se prolongó durante los secretariados de Turati y Giuriati, desde 1927 hasta 1931, y no se resolvió ni siquiera con el largo secretariado de Starace, aunque los primeros afrontaron directamente la situación con informes y declaraciones dirigidas al jefe de Gobierno y al Gran Consejo, mientras que Starace eludió la cuestión, haciendo frente a los problemas conforme se iban presentando en las provincias. Por otra parte, después de la eficaz conducción por parte de Federzoni del ministerio del Interior, desde noviembre de 1926 Mussolini ocupó provisionalmente dicho ministerio y a partir de ese momento fue nombrando como subsecretarios a hombres con un pasado fascista y escuadrista: hasta 1933 se sucedieron a su lado Giacomo Suardo, Michele Bianchi y Leandro Arpinati; y a partir de 1933, y durante diez años, el fiel Guido Buffarini Guidi. Fue fundamentalmente una elefantiásica burocracia estatal, paraestatal y de partido lo que siguió administrando el país mientras el Consejo de Ministros había sido despojado progresivamente de poder consultivo y directivo con el alejamiento de las personalidades más prestigiosas, y lo que en realidad hacía el Gran Consejo, promovido por la ley del 9 de diciembre de 1928 a órgano constitucional del Estado con poder decisional sobre el Partido, era funcionar de caja de resonancia y de cámara de aprobación para las decisiones tomadas a menudo en otra parte.
Mientras tanto, Mussolini se había asegurado la fidelidad de la policía, cuerpo autónomo que controlaba la acción de los funcionarios del Estado y del Partido. Para reorganizar los servicios de seguridad pública fue llamado en septiembre de 1926 el prefecto de Génova, Arturo Bocchini. Bocchini había nacido en 1880 en la provincia de Benevento y entró en la administración pública en 1903, tras licenciarse en Derecho. Después de la Marcha sobre Roma fue nombrado prefecto, primero en Brescia, después en Bolonia y, en octubre de 1925, en Génova. A Bocchini se le encargó el mando del cuerpo de los agentes de policía del Estado, reconstituido en 1925, y de las policías metropolitanas de Roma y de Nápoles. No era hombre de convicciones políticas; sirvió al fascismo en cuanto Estado. Oportunista y fiel a las instituciones de poder, había dado prueba de su habilidad al administrar ciudades difíciles y aún no completamente sometidas al fascismo. Sobre todo era un gran organizador y conocedor del aparato burocrático del ministerio del Interior y de su entorno. Mussolini hizo de él y de la policía, de la que Bocchini tuvo el mando hasta su muerte (en noviembre de 1940 estando en servicio), instrumentos dúctiles y autónomos respecto al Partido, vinculados solo a la voluntad del jefe del Estado fascista y, en cuanto dependientes del poder ejecutivo, incapaces de ser una fuerza alternativa al fascismo en caso de crisis. Además, a través de Bocchini, convirtió el cuerpo de los guardias de seguridad pública en el instrumento de control de la sociedad más fiel, proponiéndolo como alternativa y a menudo en competición con el Arma dei Carabinieri, que dependían de las jerarquías militares que permanecieron fieles a la Corona. El resultado fue que, cuando cayó Mussolini en el verano de 1943, en consecuencia también se derrumbó la policía del Estado, mientras que el control del orden público, ramificado en las provincias, quedó encomendado a los Carabinieri, que representaban y representarían también en 1945 la continuidad de las fuerzas del orden, más allá y a pesar del fascismo.
Las transformaciones también afectaban a las funciones del secretario nacional del PNF, que se convirtió en el garante de la dependencia del Partido respecto al Estado fascista y, al mismo tiempo, en el dirigente político más prestigioso, subordinado solo al Duce. Con el decreto del 11 de enero de 1937, el secretario recibió, además, el cargo de ministro secretario de Estado. La fusión entre Estado y fascismo, empezada diez años antes con el decreto del 12 de diciembre de 1926 que escogía el fascio littorio (los fasces o haz de lictores) como emblema del Estado italiano, casi había concluido. El Estatuto del PNF de 1932 definía oficialmente el Estado con el adjetivo «fascista». Contemporáneamente el PNF, bajo la nueva dirección de Starace, se lanzaba a un nuevo y amplio programa para fascistizar a toda la sociedad civil y absorber instituciones y actividades del campo educativo, cooperativo, sindical y poslaboral que hasta ese momento habían sido tuteladas por los ministerios, entre los que se encontraban el de Educación y el de Corporaciones. Con motivo de los diez años de la Revolución fascista la política de reclutamiento fue modificada de nuevo y se volvieron a abrir las inscripciones a quienes se encontraban en el momento de incorporarse al mundo laboral y a quienes pertenecían a las asociaciones que habían sido absorbidas por el Partido. De esta manera, el Partido fue definiéndose como una estructura piramidal y jerárquica, tan amplia como la misma sociedad, regida desde el centro y ramificada en la periferia a través de poderes de control y responsabilidad y de referencia al más inmediato superior: desde el responsable de un grupo de viviendas, pasando por los de barrio, distrito, núcleo urbano, hasta llegar a los secretarios de las federaciones provinciales y al secretario nacional del Partido. Las iniciativas y las prescripciones del Partido llegaban a las provincias a través de un Foglio d’Ordini: un boletín que no pretendía explicar las decisiones tomadas en la cúpula ni suscitar debates o iniciativas autónomas en el organismo político, sino, como indicaba el nombre, impartir órdenes a las cuales las federaciones estaban obligadas a atenerse.
La palabra lo dice todo –escribía Mussolini en el Foglio d’Ordini emitido el 31 de julio de 1926–. No se trata de un periódico. Por lo tanto, no contendrá artículos [...] [E]s otra señal clara de cómo se consideran la organización y las actividades del Partido; nuestra organización es un verdadero ejército: sus actividades se caracterizan por el trabajo cotidiano y por las metas lejanas que alcanzaremos cueste lo que cueste. ¡Viva el fascismo!
Los tres secretarios que se sucedieron desde 1926 hasta 1939 contribuyeron, cada uno de ellos con su propia personalidad y convicción política, a definir las funciones y la presencia del Partido en la sociedad hasta convertirlo en un instrumento de una movilización permanente de masas. Augusto Turati amplió las competencias del Partido en muchos campos, trazó el culto de la jerarquía y del jefe, concibió el Partido como escuela de vida capaz de forjar las cualidades y la fuerza moral del «nuevo italiano» y la disciplina de la colectividad nacional. Giovanni Giuriati era de formación y de generación diferente a la de su predecesor: doce años mayor que Turati, procedía de una familia de juristas vénetos y él mismo era abogado; nacionalista de formación, había sido un estrecho colaborador de D’Annunzio en la batalla de Fiume. Giuriati, sobre la base de la experiencia y de su credo político, identificó entre las principales tareas del Partido la de educador patriótico: tenía el deber de acoger y orientar a los nuevos creyentes en la nación surgida de la Gran Guerra. En su breve año de secretaría, Giuriati esencialmente actuó como «transbordador» del intento de valorizar el Partido como alma política del Estado fascista, en el cual creía Turati, al vaciamiento del Partido y a su dilatación y penetración en la sociedad, que llevó a cabo Starace.
Un balance de los resultados obtenidos por las varias secretarías políticas muestra que la actividad de Turati resultó ser la que menor éxito obtuvo de las tres, al menos respecto a las intenciones iniciales. Su esfuerzo por reprimir la disidencia también comportó la eliminación de fuerzas aún frescas en el Partido. El PNF, después de 1926, carecía de cuadros dirigentes y de una clara reorganización interna y era inadecuado para las nuevas tareas a las cuales debía hacer frente. Y, sobre todo, a los pocos años de la conquista del poder, se manifestaba la dificultad para crear a través del Partido una nueva clase política dirigente, adiestrada culturalmente, y moralmente superior a la anterior clase liberal: la «aristocracia educativa y formativa del pueblo italiano» que Mussolini todavía estaba esperando en enero de 1928. El mismo Turati fue víctima de esa depuración de la que él había sido artífice y precursor. En Italia, la normalización del fascismo para poder llevar a cabo una alianza con fuerzas moderadas y conservadoras no fue confirmada por un acontecimiento sangriento y radical, como en el caso de la noche de los «cuchillos largos» en Alemania, que en junio de 1934 eliminó a los seguidores del ala revolucionaria del frente nazi liderada por Röhm y Strasser; dicha normalización coincidió, por el contrario, con el ascenso de Mussolini como único dominador de la escena política, y como tirano que sospechaba de cualquiera del Partido que pudiese hacerle sombra o postularse como rival. Entre 1926 y 1932, después de los intransigentes, los autónomos y los carismáticos, también cayeron las cabezas de los dirigentes fascistas de las provincias y las de quienes habían apoyado a Mussolini en la represión del ala escuadrista del fascismo. La eliminación tuvo lugar sin derramamiento de sangre; con campañas difamatorias, como en el caso de las dirigidas a Turati y Arpinati; o con ascensos que, en realidad, eran alejamientos: Dino Grandi dejó el ministerio de Exteriores para convertirse en embajador en Londres; Balbo de ministro de Aviación y de potencial delfín de Mussolini acabó en el exilio «dorado» de la gobernación de Libia y a Bottai le quitaron el Ministerio de Corporaciones que concebía como laboratorio político.
También fue instrumental la referencia al concepto de Revolución fascista, distorsionado y objeto de continuos malentendidos por parte de Mussolini en sus discursos, ya que creaba fuertes expectativas y amargas decepciones sobre todo entre los más jóvenes, a quienes se les hacía creer que por «Revolución» se entendía una transformación permanente de la sociedad, en la cual ellos estaban llamados a participar como protagonistas. Por el contrario, ya en 1927 la antigua guardia del PNF había tratado la Revolución como un hecho: se había sustituido a la antigua clase dirigente liberal y estaba actuando profundamente en la psicología de las masas. Para los nacionalistas, las principales transformaciones ahora estaban destinadas al Estado y no a la sociedad. El Partido se convertía por lo tanto en el garante de dichas transformaciones y el Estado en el más alto destinatario de estas.
Con la llegada de Starace a la Secretaría en 1931, el PNF se burocratizó todavía más, convirtiéndose en una máquina de órdenes y en un instrumento dócil de pedagogía de las masas. El llamado «estilo fascista» (que él mismo resumiría al final de su secretariado en un vademécum) no era otra cosa que una imposición de comportamiento a los afiliados y, más en general, un adoctrinamiento político de vastos sectores de la población italiana que estaban en contacto con el Partido y el Estado fascista a través de la escuela, el trabajo, la asistencia y las formas de socialización que tenían lugar en el tiempo libre. Hubo una rápida multiplicación de las asambleas, los grados y los uniformes. Starace fue un histrión, la personificación, a través de sus actos y su omnipresencia, de los aspectos fideístas y militantes del fascismo originario. Sin embargo, no hay que olvidar que, a diferencia de lo que ha quedado en la memoria colectiva, no fue Starace quien impuso la liturgia fascista; él, gracias a un complaciente y acrítico servicio colectivo prestado a la voluntad del jefe y a las necesidades del Partido, supo perfeccionar ritos y costumbres ya ideados y adoptados en los años veinte. Su Secretaría completó la fascistización de las masas italianas, gracias a una creciente permeabilidad y maleabilidad de la sociedad civil para adaptarse al culto del jefe y a los principios de jerarquía y movilización constante, basándose en una educación y en una imposición difusas que tenían como objetivo la participación de los italianos en la vida del Partido y del Estado. Ninguna otra forma de vida civil era oficialmente posible, al tiempo que una propaganda incesante se dirigía con especial fuerza y éxito a las nuevas generaciones. Starace, nacido en Gallipoli en 1889, había participado en la guerra como oficial de complemento. En la posguerra su militancia escuadrista se había dividido entre las tierras de proveniencia y los territorios irredentos. Fue subsecretario del Partido en 1921 y de nuevo, al lado de Farinacci, en 1926; en 1924 fue elegido diputado. Fue empleado repetidamente como inspector para efectuar expulsiones y cambios en la cúpula de muchas secretarías federales, función que también llevó a cabo durante el primer año de Secretaría nacional, cuando expulsó a varios miles de inscritos, mientras al mismo tiempo el Partido se abría a nuevos miembros. Mussolini se deshizo de Starace en octubre de 1939 sin demasiadas contemplaciones. Un testigo de la época, el entonces joven miembro de los Gruppi Universitari Fascisti (GUF) Luigi Preti, ha dado una de las tantas versiones corrosivas que circulaban en aquel momento sobre el secretario del Partido:
estaba ya tan desacreditada su persona, que hasta los jerarcas se dejaban recitar el mordaz epitafio que, contra la verdad, lo hacía incluso cobarde y ladrón: «Aquí yace Starace / vestido de estambre: / en paz rapaz, / en guerra fugaz, / en cama pugnaz, / con el pueblo mendaz, / de nada capaz. / Requiescat in pace» (Preti: 112).
Pero el legado de su Secretaría fue imponente: en octubre de 1939, de una población de 43.733.000 personas, 2.633.515 hombres y 774.181 mujeres se habían inscrito a los Fasci; 7.891.547 niños y jóvenes pertenecían a la Gioventù Italiana del Littorio y 105.883 eran estudiantes adheridos a los GUF, alcanzando un total de 11.405.125 personas. A estas hay que sumar los inscritos a organizaciones, entidades y asociaciones públicas pertenecientes al PNF, lo que elevaba la cifra total de los italianos que individualmente o mediante grupos asociativos estaban adheridos al Partido a 21.606.468, es decir, la mitad de los habitantes de la península.
Cuando dejó el cargo, Starace fue nombrado jefe del Estado Mayor de las milicias, pero poco después de un año salió de escena definitivamente, sin asumir ningún cargo en los meses de la República de Saló. Convencido de haber obtenido de esta manera una especie de inmunidad, el 28 de abril de 1945 se mezcló con la multitud milanesa que se dirigía a la plaza de Loreto, donde habían sido transportados los cuerpos de Mussolini, Claretta Petacci y otros jerarcas de la República Social. Fue reconocido y ejecutado inmediatamente por una unidad partisana, y él también fue expuesto en la plaza. En cuanto a Farinacci, durante la reunión del Gran Consejo del 24 de julio de 1943, que sancionó la destitución de Mussolini, defendió la continuación de la guerra junto a los nazis. Pocos días después, huido a Alemania, se ofreció a Hitler como sustituto de Mussolini; esta acción lo marginó de nuevo en Cremona durante la República Social Italiana (RSI) y, cuando esta cayó, intentó refugiarse en Suiza. Capturado y reconocido por los partisanos, fue fusilado el 28 de abril de 1945 en Vimercate. En cambio, corrió diversa suerte Turati, el cual, habiéndose quedado solo en el Partido, volvió al empleo de periodista en 1931 aceptando la oferta de Giovanni Agnelli como director de La Stampa, pero fue inhabilitado y enviado al confinamiento en la colonia de Rodi entre 1933 y 1937. Después volvió a Italia y fue readmitido en el PNF. No volvió a ocupar cargos importantes. Condenado en la posguerra por actividades fascistas, y luego amnistiado, murió de infarto en 1955. Giuriati, en cambio, se convirtió en senador en 1934, votó contra Mussolini el 25 de julio de 1943 y por ello fue condenado a muerte en contumacia por la RSI. En la posguerra fue absuelto de procesos judiciales y murió con más de noventa años. También Adelchi Serena, nacido en 1895, murió de vejez en 1970; así como también Vidussoni, que murió en 1982, después de haberse adherido con convicción a la RSI. Y en 1988 moría Carlo Scorza, con más de noventa años. Había votado contra Mussolini; procesado por la RSI, no cumplió la condena y cuando la guerra concluyó emigró a Argentina. Un destino diferente tuvo el ravenés Ettore Muti (1902), el escuadrista más combativo y aventurero de los secretarios junto a Farinacci. Voluntario jovencísimo en la Gran Guerra, legionario en Fiume, participante en la Marcha, cónsul de la Milizia y combatiente en Etiopía, España y la Segunda Guerra Mundial, Muti murió en un tiroteo con los carabinieri, que en agosto de 1943 habían ido a arrestarlo a su chalet de Fregene. Se convirtió en un mito para las milicias fascistas reconstituidas durante la RSI.
Estas breves noticias biográficas nos llevan a la cuestión de la depuración de los dirigentes fascistas inmediatamente después de la Liberación, empezando por la suerte de los secretarios nacionales y de las federaciones provinciales. Pocos cuadros dirigentes, tanto locales como nacionales, sufrieron duras sanciones y condenas capitales, al contrario de quienes habían participado activamente en la República Social. En general, quien había reducido la actividad y las apariciones después de septiembre de 1943 se libró o sufrió condenas leves, amnistiadas durante los años siguientes. La justicia y la violencia vengativa se dirigieron principalmente contra quienes fueron considerados los autores de episodios concretos de violencia fascista, incluidos los ocurridos en el periodo de la toma del poder, pero fundamentalmente de los episodios reiterados y todavía más atroces realizados por la acción del escuadrismo de la República Social y de su Guardia Nacional: fueron condenados a muerte en el momento de la captura por parte de formaciones de partisanos o tribunales populares y militares, y la condena fue efectuada inmediatamente. A fin de cuentas, más que mandatarios y dirigentes, sobre los cuales se habría debido efectuar un proceso de identificación de sus responsabilidades a escala nacional, quienes pagaron los actos y las responsabilidades fascistas fueron en su mayoría ejecutores y dirigentes locales, fácilmente localizables por las pequeñas comunidades que sentían odio hacia ellos o, más en general, pedían justicia e indemnización moral.
LA CLASE DIRIGENTE FASCISTA
La obra de restructuración llevada a cabo por Turati hizo que después de 1926 las expectativas y las ambiciones que muchos ponían en el Partido se dirigiesen a las carreras directivas de la administración central y periférica del Estado, que absorbió, pues, a un número conspicuo de fascistas de los primeros tiempos. Esta entrada fue especialmente facilitada durante 1928, tanto que los nuevos dirigentes, reclutados a través del PNF, fueron llamados ventottisti (literalmente veintiochistas), término que usaban a menudo de manera irónica los colegas que habían entrado de otra manera. Sin embargo, la mayoría de los pertenecientes al ventottismo estaban escasamente preparados desde el punto de vista cultural y profesional, tanto como para suscitar críticas internas e incluso la burla en ambientes diplomáticos extranjeros. Análisis llevados a cabo en la posguerra han redimensionado el alcance de este fenómeno, que en términos numéricos fue reabsorbido y al final circunscrito tanto a la carrera en el Ministerio de Interior y en el de Exteriores y también en los ministerios más marcadamente fascistas, como el de Corporaciones. Por ejemplo, de alrededor de setenta funcionarios ventottisti que entraron en la diplomacia, la cifra más alta desde la Unificación de Italia, pocos alcanzaron los cargos más altos de la carrera diplomática y asumieron direcciones de embajadas; la mayoría llevó a cabo funciones consulares y de representación política en el extranjero. La transformación de la administración central se volvió lenta cuando el fascismo sustituyó a parte de los dirigentes periféricos garantizándose, al mismo tiempo, la fidelidad de otros funcionarios. A principios de los años treinta, ya alrededor de la mitad de los prefectos de las provincias no procedían de una trayectoria específica, sino que eran elegidos a través de nombramiento político. De nuevo, en 1937 se estableció que al menos tres quintos de ellos debían ser elegidos entre el personal efectivo del Ministerio de Interior. En definitiva, el cambio existió, pero se produjo diluido en el tiempo, estuvo basado esencialmente en la fiabilidad política de los candidatos y además fue determinado por otras tendencias preexistentes aceleradas por el fascismo: el rejuvenecimiento de la administración en el primer periodo de la posguerra, el recambio social (que sí que fue evidente en la diplomacia, donde hasta los años veinte prevaleció la «nobleza de servicio», es decir, el reclutamiento de miembros de grupos aristocráticos leales a la Corona) y la creación de un nuevo grupo de procedencia centro-meridional. En aquel momento ya se había confirmado la obligación de inscribirse al PNF para obtener cargos más altos en el Ejecutivo y en la judicatura ordinaria (jueces de primera instancia, mediadores, etc.). A partir de 1932 se hizo necesario el carné del Partido para participar en oposiciones para plazas en la administración central, a partir de 1933 para las de los organismos locales y paraestatales y a partir de 1938 también fue solicitada la inscripción a los trabajadores remunerados por el Estado. No siempre era suficiente la inscripción en el PNF para puestos de responsabilidad; a ella debía sumarse el juicio favorable del secretario federal. Además, las oficinas centrales ya estaban repletas de jóvenes con estudios y con el carné en el bolsillo, dispuestos a poner sus ambiciones no ya directamente en el Partido, sino en el Estado fascista.
Un claro ejemplo es el rápido ascenso de Galeazzo Ciano, que nació en 1903 y entró en la carrera diplomática inmediatamente después de licenciarse en Derecho en 1925. La trayectoria de Ciano fue especialmente afortunada. Era hijo de un oficial de la Marina, Costanzo, que había destacado durante la Primera Guerra Mundial y en la empresa de Fiume tanto como para que le otorgasen el título de conde de Cortellazzo en 1928 y ocupase varios cargos importantes, desde el de subsecretario de la Marina hasta el de ministro de Correos y Comunicaciones. Galeazzo asistió a los colegios y a los círculos de la alta sociedad; se casó en 1930 con la hija mayor de Mussolini, Edda; asumió cargos diplomáticos en el extranjero entre 1930 y 1933; después de un breve paréntesis como jefe de la Oficina de Prensa, se convirtió en subsecretario y luego ministro de Prensa y Propaganda y finalmente, en junio de 1936, con solo treinta y tres años, fue nombrado ministro de Asuntos Exteriores. Naturalmente, el ascenso fulminante de Ciano fue excepcional incluso para aquella época y demuestra muy claramente lo necesario que eran en aquel momento las relaciones personales, familiares y políticas para ascender. Galeazzo había sacado el máximo provecho de todas las etapas no por sus excelentes dotes profesionales, sino porque había aprovechado sus favorables condiciones familiares y las había consolidado a través del matrimonio con Edda y de su relación con los ambientes propicios para un tal ascenso. También tendrían la posibilidad de tomar decisiones similares otros vástagos de la burguesía. Giorgio Amendola, hijo de Giovanni, ya ministro y opositor de Mussolini, recordaba en sus memorias que había conocido y tratado durante las noches romanas de 1924 al coetáneo Ciano, que era un «joven abierto, inteligente, y tenía muchas ganas de gustar, de ser admirado. Conmigo acentuaba su distancia del fascismo, como si la suya fuese una posición obligada»; tanto que Amendola le preguntó por qué no se alejaba de él, a lo que el otro le respondió: «¡Ni que estuviese loco! Con mi padre ministro y miembro del Gran Consejo tengo la carrera asegurada» (Amendola: 98).
El ascenso de Ciano indicaba, además, que había una burguesía que aspiraba junto con sus hijos a abrirse camino, a infringir las barreras establecidas por la alta burguesía del capital y la aristocracia de sangre ligada a la Corona y a la nobleza y a enriquecerse y a adquirir poder a través del Estado. Mussolini sabía dirigir y utilizar sabiamente estas carreras rápidas, capaces de ofender y herir privilegios consolidados que el fascismo no atacaba directamente. Algunos dirigentes del fascismo fueron ennoblecidos: Acerbo se convirtió en barón en 1924; Dino Grandi obtuvo el título de conde en 1937; el mariscal Rodolfo Graziani fue nombrado marqués en 1938 y al banquero y subsecretario del Ministerio de Finanzas Giuseppe Bianchini lo nombraron conde en 1941. Igualmente ocurría con los rangos militares; un ejemplo fue el nombramiento de Italo Balbo como mariscal de Italia, nombramiento que confirió el máximo grado del Ejército a un hombre que había sido un desconocido oficial de complemento durante la guerra y que no provenía de la Academia ni de una familia de consolidada carrera militar. De este modo, se vinieron a formar pequeñas «cortes particulares», como la de los Ciano en Roma, o la de los Balbo en Tripoli, que aglutinaban a los nuevos llegados al poder, a los arribistas que se introducían como un cuño entre la pequeña y la alta burguesía, mientras que algunos representantes de la aristocracia venían asociados al régimen, sobre todo gracias al cargo de potestad. Dicho cargo suponía en el centro-norte la constitución de una nueva clase de notables, además de la neutralización de los bandos más extremistas del escuadrismo y del rassismo, mientras que en el sur representaba un instrumento para cooptar a grupos de propietarios que de otra manera hubiesen estado destinados a desaparecer.
Sin embargo, todavía hay que completar la investigación sobre la proveniencia social y generacional, la formación política y la educación de los cuadros dirigentes del PNF. El análisis que hemos realizado de alrededor de unos mil perfiles biográficos de hombres que desempeñaron funciones directivas y de representación tanto en el centro como en la periferia, en el Partido y en los sindicatos fascistas, en la MVSN, en el Gran Consejo y en el Tribunal especial, así como de ministros y subsecretarios del Gobierno Mussolini después de 1924, nos lleva a anticipar algunas primeras consideraciones. Durante el ventenio fascista, los cargos de responsabilidad fueron ampliamente ocupados por personas nacidas en el último decenio del siglo precedente, sobre todo en los años 1895, 1896, 1898 y 1899. Recordemos que Bottai y Grandi nacieron en 1895; Balbo en 1896; Arpinati, poderoso secretario federal de Bolonia y después subsecretario, en 1892; y Bastianini, secretario de Mussolini, en 1899. Era la generación que, con apenas veinte años, había querido o acogido con entusiasmo el conflicto; eran, también, los jóvenes conocidos como i ragazzi del’99, que habían conocido la experiencia de la guerra. Uno de ellos, uno de los pocos intelectuales realmente de la «plantilla» del fascismo, fue Camillo Pellizzi (1896-1976), combatiente en la Gran Guerra y estudiante universitario en Pisa, donde fue influido por el idealismo gentiliano y la cultura vociana. Más tarde fue docente en Gran Bretaña durante casi un ventenio y allí fundó el Fascio de Londres en 1921. Pellizzi, ya en 1925, se identificaba con una generación histórica que había vivido la misma experiencia bélica y política, había realizado las mismas lecturas y había tenido los mismos maestros y por lo tanto podía convertirse en una nueva élite. Pero no toda esta generación tomó las mismas decisiones: algunos se adhirieron con convicción al fascismo; otros, con igual convicción, se opusieron.
Tuvimos nuestros maestros nuevos. Para problemas político-sociales citamos como ejemplo a Sorel. En sociología, a Pareto; en economía, Pantaloni. En filosofía, puede casi decirse que toda la filosofía moderna, de Bergson [...] a Gentile. Pero todavía no teníamos una religiosidad, porque no teníamos un carácter... La experiencia grande fue la guerra y fue precisamente durante la guerra cuando empezó a formarse el carácter de la nueva generación. Este nuevo carácter es, si me lo permite, el fascismo (Pellizzi: 90).
Un año después, otro representante de esta generación, Roberto Cantalupo (1891), de origen napolitano y monárquico, perteneciente a la carrera diplomática, se mostraba aún más crítico con respecto a la clase política liberal y consideraba el fascismo «el primer intento orgánico y consciente de creación de una clase dirigente» y de un Estado nuevo y por lo tanto «joven» (Cantalupo: 98).
Los que superaron indemnes las crisis y las discordias internas que tuvieron lugar en el Partido entre 1924 y 1927 formaron la clase política, con apenas cuarenta años, que tuvo el poder político en el país hasta casi el final del régimen. Estos estaban acompañados por un grupo menor numéricamente, pero situado en los puestos de mando, que tenía diez años más; a este grupo, nacido en los años ochenta, pertenecían Mussolini y Bianchi, del año 1883, y Graziani, de 1882. El número de los dirigentes del Partido nacidos en el penúltimo decenio del siglo aumenta en los años que van de 1885 a 1889. Estos componen el cuadro maduro, pero todavía joven, de la dirección fascista, que en el ventenio osciló entre los cuarenta y los cincuenta años de edad. Aportaban al régimen experiencia y formación políticas (socialistas, anarquistas, sindicalistas, nacionalistas) de los años giolittianos ampliamente reconsideradas a la luz de los nuevos tiempos de la posguerra. Todavía menor numéricamente, pero fuertemente representativos, eran los nacidos entre principios de los años sesenta (entre ellos Gabriele D’Annunzio, de 1863) y finales de los setenta. En concreto, a este último decenio pertenecía un grupo selecto de intelectuales, profesionales, juristas, militares y empresarios entre los cuales se encontraban el filósofo Giovanni Gentile y Giovanni Giuriati, de 1875 y 1876 respectivamente. Este grupo representaba una mayor continuidad en la trayectoria política de la derecha nacionalista y una mayor coherencia en la visión conservadora, ya fuese laica o católica, de la sociedad y de la política, y estaba protegido de las exclusiones contradictorias de las que habían sido objeto las generaciones más jóvenes, los nacidos en los dos últimos decenios del siglo.
Además, a lo largo de los años treinta destacó una nueva generación, de veinte y treinta años, nacidos entre 1900 y 1905, y sobre todo en 1903: los coetáneos de Galeazzo Ciano, como Alessandro Pavolini, secretario del Partido durante los meses de la RSI; y como Ettore Muti, secretario del Partido a los treinta y siete años, en octubre de 1939. En cualquier caso, esta generación también incluye a los nacidos en el decenio sucesivo, entre 1906 y la entrada en guerra. Estos representan poco más del 20% de los mil dirigentes del PNF censados y presentan aspectos comunes que merecen atención. La misma muestra ya había revelado que la mayoría de los miembros directivos del Partido tenían un título escolar superior y universitario. Los estudios jurídicos y la declarada profesión de abogado prevalecían sobre otras formaciones profesionales, como las de ingeniería, medicina y agraria, y sobre nuevas formaciones universitarias en ciencias económicas, políticas y diplomáticas. Es interesante subrayar que los títulos que caracterizaron el ventenio fascista eran los mismos que los de la anterior clase dirigente de la época liberal, especialmente los de los diputados. Este dato puede dar la razón a quienes han visto una continuidad con la tradición liberal en la clase política de la periferia dentro de los organismos institucionales del Estado, en concreto en su capacidad localista, es decir, como portavoces en el centro de grupos de interés residentes en las provincias. Pero a esta mayoría de directivos se sumó una clase media de políticos que solo habían realizado estudios de secundaria y que no contaban con un patrimonio familiar o una posición profesional tales como para aspirar a un escaño en el parlamento, como ocurría generalmente en la época liberal. Esta clase representaba el recambio, que tuvo lugar entre 1921 y 1926, de una parte de la clase política italiana, y su llegada coincidió con la anulación de las prerrogativas del parlamento.
Sus componentes se declaraban principalmente contables, aparejadores, peritos industriales, empleados de banco y comercio y agentes de seguros. Pocos eran los profesores y los que procedían de familias de profesores, y entre estos pocos se encontraba Benito Mussolini. Más numerosos eran los oficiales del Ejército y de la Marina, aunque habría que distinguir entre quienes habían emprendido la carrera militar, con una formación completa en la Academia, y quienes, en cambio, procedían de la filas de complemento. Aún en los años treinta, los terratenientes, casi siempre incluso con un título universitario, superaban numéricamente, entre los cuadros nacionales del PNF, a los empresarios y a los dirigentes industriales, lo que probaba una directa implicación de los latifundistas en la política activa. Resulta evidente un crecimiento social y de nivel educativo de muchos cuadros del PNF con respecto a la familia de origen: muchos de los que declararían títulos de secundaria y empleos administrativos habían ascendido al menos un escalón en la jerarquía social con respecto a los padres, trabajadores manuales, artesanos, pequeños empleados y comerciantes. Este dato confirmaría que fueron las clases pequeñoburguesas las que sacaron mayor ventaja del fascismo en términos de movilidad social, aprovechando la educación y las nuevas posibilidades de carrera ofrecidas por el empleo público y, por tanto, fueron estas las que protestaron cada vez que el acceso a la educación y a los sectores profesionales era interrumpido.
Del perfil colectivo de los cuadros dirigentes del Partido que hemos examinado, resulta que la mayor parte de los títulos de estudios que les consintieron un crecimiento social fueron adquiridos en la inmediata posguerra, gracias a medidas especiales que facilitaron el itinerario académico, y luego profesional, de los excombatientes. De la muestra también destacan dos grupos no mayoritarios, pero considerables: los que, emprendida desde la juventud la carrera política, una vez dentro del Partido y de los institutos directivos, se declararon periodistas y publicistas y los que, desde el principio, eran organizadores sindicales. Los secretarios nacionales Farinacci y Turati formaban parte de estos grupos, y representan las nuevas carreras políticas a tiempo completo aceptadas y asimiladas por el régimen. Un estudio de los primeros años cincuenta, lamentablemente nunca actualizado, revelaba que entre 1921 y 1943 la estructura directiva y federal del PNF no había cambiado mucho y que alrededor del 80% de los 709 secretarios federales que se habían sucedido a lo largo del ventenio fascista se habían inscrito en el Partido antes de la Marcha sobre Roma y pertenecían a la pequeña y mediana burguesía. Estos datos muestran aparentemente una solidez y una continuidad del Partido, y en conjunto denuncian la falta de dinamismo y alternancia del régimen, como si todos los cargos hubiesen sido rápidamente ocupados durante los años de ascenso al poder, llevando a una rápida esclerotización del sistema. No obstante, en la clasificación propuesta por los estudios pasados no están incluidos los personajes que, a pesar de no haber ocupado cargos políticos en los organismos del Partido, fueron los ideólogos o contribuyeron a la resistencia del régimen. Eran intelectuales y hombres de servicio que llevaron a cabo labores de responsabilidad, a veces con un gran poder, tanto en las provincias como en las oficinas centrales de la capital.
La acción de despojar al Partido de sus funciones directivas y de formación de una clase dirigente, llevada a cabo por Starace en los años treinta, mostró las primeras señales de debilidad en torno a 1938, en el momento en el que se habían planteado nuevos objetivos en política interior y exterior, como la finalización de algunos institutos del régimen y el relanzamiento de su posición europea en el ámbito de la alianza con la Alemania nazi. Además, junto a una educación del italiano medio, había que desarrollar una labor política alta, basada en presupuestos culturales, y no solo en consignas fideístas. En aquel momento el PNF recurrió, en consecuencia, a una nueva generación: la que representaba el 20% del total de los dirigentes nacionales. Estos jóvenes que asumieron cargos de responsabilidad en el PNF en la segunda mitad de los años treinta parecen contradecir todo lo que hasta hoy se ha presupuesto sobre el envejecimiento irreversible del Partido: por el contrario, posiblemente confirman el hecho de haber recurrido tarde, cuando se aproximaba la crisis institucional del régimen, a una joven guardia, después de casi quince años de ausencia de recambio y sobre todo de ausencia de formación de una nueva élite fascista. Estos constituyen una muestra muy homogénea: asumieron la responsabilidad de secretario federal a una edad media de entre treinta y treinta y cinco años, algunos incluso entre los veinticinco y los treinta años; casi todos poseían un título de estudios superior y universitario y muchos de ellos emprendieron la carrera política a través de la experiencia y la dirección de los GUF y de la práctica de las armas: los de más edad como jovencísimos miembros de los Fasci y en las filas de los legionarios fiumanos y los de menos como voluntarios en España. Estos demostraban una buena predisposición a la movilidad, al contrario de lo que habían expresado después de 1925 los cuadros precedentes del Partido, muy sedentarios y solo dispuestos a trasladarse a la capital. Después de haberse formado en sus ciudades de nacimiento o en las sedes de sus estudios universitarios, a menudo fueron enviados, como primer destino como vicesecretarios o secretarios, a provincias alejadas de su cultura y sociedad de origen. Su permanencia en una federación fue breve, normalmente un año, en cualquier caso casi siempre inferior a cinco años, y parecía decidida por la Secretaría del Partido, tanto como prueba para una candidatura a dirigente de órganos nacionales como por que muchas federaciones, especialmente en las provincias de frontera e insulares, necesitaban a un dirigente joven y enérgico para fascistizar el territorio o sustraerlo a intereses privados, a círculos de poder y a redes familiares. Parecían responder, finalmente, a una nacionalización del cuadro dirigente fascista. A esta generación también pertenecían muchos dirigentes de los sindicatos fascistas que se habían formado sobre todo en el funcionariado cooperativo y ya no directamente en el mundo del trabajo y de las profesiones. Además, para muchos de ellos, la carrera política no parecía ser la única posibilidad. La formación universitaria y la posterior incorporación a un colegio profesional dejaban abierta la elección entre política a tiempo completo y profesión, que algunos ejercían volviendo a sus lugares de origen y a veces ocupando el cargo de potestad. A esta generación de veinte-treinta años, la dirección del PNF recurrió en los momentos de crisis de identidad del Partido, como fueron los años de la guerra. Esta generación la representó el penúltimo secretario del PNF, Aldo Vidussoni. Vidussoni había nacido en 1914, se inscribió al Partido a los veintidós años, lo que era usual, combatió en España, fue secretario de los GUF de Trieste, donde estudiaba Ciencias Económicas y Comerciales, secretario nacional de los GUF en 1941 e inmediatamente después, a partir de diciembre, secretario nacional, con solo veintisiete años.
Queda por identificar la procedencia geográfica de la clase dirigente fascista a nivel político: parecen prevalecer los cuadros procedentes de la zona septentrional y del centro del país con respecto a la zona meridional y a las islas, sobre todo en niveles federales y de prefectura, en la Milizia y entre los diputados. Ello era resultado de un movimiento fascista que había tenido su origen precisamente en las regiones centro-septentrionales, de las que se había alimentado el primer grupo dirigente nacional, así como de la llegada al poder central, a mediados de los años veinte, de la corriente intransigente, que representaba al strapaese, es decir, a la provincia rural y aparcera, enferma del complejo de estar excluida del poder, deseosa de que se sustituyese a una clase dirigente política liberal considerada ciudadana, romana y meridional, y a una clase dirigente económica y tecnocrática septentrional. El «italiano nuevo» asumió los hábitos y la mentalidad de la periferia toscana y padana. Esta tendencia no fue modificada ni siquiera con el cambio político del Partido que tuvo lugar en 1932, en el momento en el que se alejó del poder central a personajes padanos influyentes, como Grandi, Balbo, Arpinati, Federzoni, sobre todo porque el meridional Starace necesitaba el espíritu populista, el «selvagismo» a la manera de Malaparte, las posturas antiburguesas, antioperarias y antiurbanas provenientes del fascismo tosco-emiliano para construir el partido de masas.
Mientras tanto, había tenido lugar una parcial pero importante meridionalización y romanización de la administración pública central, al menos por lo que nos dicen algunos estudios. El fenómeno se revela plenamente solo en los años treinta, después de que por lo menos durante cinco años la reforma de la administración pública aprobada en 1925 por el ministro de Finanzas De Stefani hubiese congelado las plazas. Siguió siendo difícil el diálogo entre los cuadros dirigentes del Partido y los cuadros de la administración, entre otras cosas porque a menudo se habían quedado sin definir las funciones y los límites respectivos en lo que concernía al gobierno del país. Pero hay que recordar que la cuestión de una Revolución fascista se planteó hasta finales de los años treinta, y la sintieron especialmente las nuevas generaciones educadas por el fascismo, creando en ellas expectativas e ilusiones. El Partido, como representante de un cuerpo único, de una cohesión nacional, del pueblo mismo, no excluía la formación de una élite dirigente, de una jerarquía que se basase en una elección determinada por cualidades morales, intelectuales y de competencia. En cambio, esta aristocracia fue sustituida por un aparato burocrático, anónimo y mastodóntico que, si bien procuraba una seguridad parcial en la distribución de servicios y empleos a la pequeña y mediana burguesía, a la que principalmente recurría, ahogaba especialmente las aspiraciones ascendentes y de libre competición de jóvenes cuadros, formados en el fascismo y procedentes de estas clases. Bajo esta luz, el Partido y el Estado fascista entraron en crisis por una ausencia de recambio político de sus dirigentes antes aún de que la guerra mundial revelase la desafección de la población hacia el régimen.