Читать книгу El fascismo de los italianos - Dogliani Patrizia - Страница 7
ОглавлениеINTRODUCCIÓN
Han pasado exactamente ocho años desde que entregué la primera edición de esta historia social del fascismo a la editorial Utet y diecisiete de mi anterior libro, L’Italia fascista, publicado por Sansoni. Si bien durante este tiempo han aparecido muchos trabajos sobre el tema, creo que las preguntas y el propósito de estos volúmenes siguen siendo válidos. La pregunta que me hacía en 1999 era si seguía siendo necesario escribir otra síntesis sobre la historia del fascismo, y me respondí afirmativamente tanto entonces como en 2008, al publicar una segunda reconstrucción de aquel intenso y complejo periodo de la historia italiana y europea. Cabe señalar que en estos algo más que tres lustros no ha aparecido ninguna historia general del fascismo, excepto un trabajo de reflexión histórico-política de Salvatore Lupo, una reedición general sobre los orígenes del régimen de Roberto Vivarelli y algunas obras colectivas tanto bajo forma de diccionario como de volúmenes de ensayo en torno a temas relacionados con el ventenio fascista. Tampoco se ha publicado ninguna historia propiamente social de aquel periodo histórico y, por otra parte, las historias sociales de la Italia contemporánea todavía son pocas. Así pues, sigue siendo válido lo que afirmaba en la introducción de la edición de 2008: se trata de una historia social del fascismo, una entre las muchas y las diferentes que podrían escribirse y todavía esperamos. En cambio, la historiografía alemana y anglo-americana que se ha ocupado del nazismo ha trabajado durante mucho tiempo sobre la sociedad alemana. La realización de un trabajo sobre el caso italiano me la sugirieron la síntesis de Richard Grunberger de 1971, el trabajo pionero de William Sheridan Allen de 1965 sobre Alltag, que trata sobre la vida cotidiana de un tranquilo pueblo alemán que se desliza rápidamente hacia el nazismo, y sobre todo la obra de Detlev Peukert de 1982, Volksgenossen und Gemeinschaftsfremde (literalmente «Compatriotas y extraños a la comunidad», publicada en italiano con el título Storia sociale del Terzo Reich), la cual, según su autor, analizaba el conformismo, la eliminación y la rebelión (así decía el subtítulo) de las clases, los estamentos, los grupos sociales, los cuerpos profesionales y las generaciones de la nueva nación forjada por el nazismo. Era lo que después retomaron más explícitamente dos autores, el inglés Michael Burleigh y el alemán Wolfgang Wippermann, en otro significativo análisis sobre la obra de redefinición y reconstrucción de la sociedad alemana por parte del Estado racial germánico. En la introducción de 1992 estos últimos historiadores se hacían la misma pregunta que yo me haría algunos años después: ¿por qué escribir otro libro sobre el Tercer Reich, cuando la bibliografía sobre el tema ya era inmensa? Por mi parte, en 1999 respondí reivindicando la necesidad que sienten todas las generaciones de historiadores de formular su propia lectura de ese pasado.
Al final de los años noventa todavía tenía la intención de hacer frente al menos a dos generaciones precedentes a la mía que habían sido testigos (al menos la primera, directamente implicada) y habían escrito sobre el fascismo como deber moral y civil y que asimismo habían puesto en marcha el vivo debate entre las escuelas interpretativas; de ellas, afirmaba, me alejaba la edad, pero aun así me habían influido a través de la formación, la tradición y la cultura.
Diez años después ya me sentía libre de ellas. El panorama político había cambiado. Dos cuestiones estaban en el centro de la nueva síntesis de historia social que quería hacer. La primera, de manera similar a la formulada por Burleigh y Wippermann, concernía a la relación entre modernidad y antimodernidad que caracterizaba la ideología y la práctica de los regímenes fascistas. El nacimiento del fascismo también parece dictado por una modernidad política que pretendía conseguir profundas transformaciones, pero que estaba en contradicción con una retórica reaccionaria que se fue consolidando con el tiempo a causa de los compromisos y del enfriamiento del radicalismo inicial del primer movimiento fascista laico y subversivo. El resultado fue el intento frustrado del régimen de detener las tendencias ya presentes en el país: industrialización, urbanización, migraciones internas, malthusianismo, emancipación femenina y redención de las clases subalternas, concretamente las campesinas. El proyecto fascista terminó colocándose a contracorriente con respecto a lo que ocurría en la mentalidad, los hábitos y la cotidianidad de los italianos, surgiendo una resistencia pasiva y a menudo inconsciente ante los dictámenes y el sistema impuestos por el régimen. El fascismo ejercitó un esfuerzo inútil por cambiar estas transformaciones de largo plazo, cayendo en contradicción y obteniendo, a pesar de ello, resultados parciales que influyeron a medio plazo, mucho más allá de su conclusión, en la historia del país: entre la historia de Italia y la historia del fascismo hay conexiones profundas que deben estar constantemente bajo observación. El libro tiene una tesis de fondo que se desarrolla en los capítulos centrales, precedidos y concluidos por dos capítulos que orientan al lector menos maduro en la contextualización del periodo histórico. La tesis es que el fascismo, a pesar de todos los esfuerzos coercitivos y propagandísticos, ni modificó radicalmente ni interrumpió las tendencias que ya se estaban desarrollando en la sociedad italiana. Sí que impuso políticas, sobre todo en los años que precedieron a la Gran Depresión, orientadas a reformar procesos y remediar carencias. Fue el principio del Estado social, pero no de una ciudadanía social, porque excluyó a quienes no respondían o no se adecuaban a su visión de la sociedad. Creó un Estado paternalista y clientelar que encontró en el Partido Fascista su mejor agente. Nacionalizó a los italianos más y mejor de cuanto lo había hecho anteriormente el Estado liberal, pero les impuso una idea unívoca de comunidad nacional que los llevó a aceptar y a participar incluso activamente en políticas, acciones y agresiones nacionalistas, racistas y xenófobas. El régimen no siempre tuvo éxito en sus políticas sociales: por ejemplo, aun practicando políticas de incremento demográfico y de ruralización, no logró impedir que los núcleos familiares se modificasen según las nuevas necesidades y las nuevas economías, ni que la población italiana disminuyese y abandonase la montaña y el campo para desplazarse a la llanura y la ciudad. Así pues, hemos considerado los largos procesos de transformación de la sociedad italiana prestando atención a los agentes, como las legislaciones; las ideas, como la de nacionalidad; las relaciones, entre generaciones y géneros; la economía en la gestión de los recursos humanos y la demografía y el territorio geográfico.
El fascismo fue la única experiencia contemporánea que tuvo un proyecto unitario y autoritario de transformación de la sociedad, de la mentalidad, de los roles de género y de las tareas destinadas a las generaciones y al individuo incluso en su esfera privada. De todo esto se ocupa el libro: de ilustrar las políticas creadas para remodelar la sociedad y crear italianos «nuevos» y del consenso real que obtuvieron tales proyectos. Giulia Albanese y Roberta Pergher, coordinadoras de la obra colectiva publicada en 2012 In the Society of Fascists, me han señalado que en mi libro el estudio del consenso se concentra más en las políticas para obtenerlo que en la efectiva correspondencia en la sociedad. En esta nueva edición no habría podido obtener un resultado diferente de no haber modificado totalmente la estructura y la dirección de la investigación y de no haber construido el libro a partir de los casos de estudio aplicando el enfoque bottom up. Otra historia social sobre los sentimientos de la población podría llevarse a cabo investigando las huellas y las señales que aparecen en los diarios y en los epistolarios particulares: es lo que hizo Peter Fritsche con una reconstrucción de las condiciones de «vida y muerte» de los alemanes en la Alemania nazi en un libro publicado contemporáneamente a mi primera edición, y Christopher Duggan en el innovador libro sobre las «voces» de los diarios y los epistolarios de los italianos publicado en 2012.
En cualquier caso, este libro no se ha pensado como un texto de alta divulgación, como algunos críticos lo han definido, sino como un trabajo historiográfico, dirigido principalmente a estudiosos y estudiantes universitarios, cuyo propósito es proporcionar a distintos niveles un cuadro completo de los resultados de las investigaciones realizadas y en curso y sugerir pistas y lagunas sobre las que dirigir la atención para investigaciones futuras. Algunas cuestiones señaladas como irresueltas en la primera edición se han ido investigado durante este tiempo. Entre las más interesantes y completas se encuentran la aplicación de las leyes raciales antijudías y sus consecuencias sociales y económicas, la construcción del fascismo en las zonas provinciales y la compleja relación entre el poder central y el poder local y la reconstrucción de la vida colonial bajo el fascismo. Estos nuevos estudios se han tenido en cuenta en la reescritura de algunas partes del libro y sobre todo en la actualización de la bibliografía final. La primera edición también contó con una categoría más amplia de lectores, que espero que asimismo estén interesados en esta reedición. Es sobre todo por ellos por lo que he agilizado la lectura gracias a un texto que conscientemente ha evitado las notas; pero todo cuanto aquí está escrito es el resultado de un intenso estudio de la bibliografía historiográfica sobre el tema y de las fuentes impresas y archivísticas.
Y esto nos lleva a la segunda razón de este libro. Una historia social es una narración que se basa en las fuentes y en los resultados de una investigación. No tiene nada que ver con la literatura evocativa del «cómo éramos», fundamentalmente dominio de publicistas banales, pobres de lecturas y de preparación adecuada, que en los últimos años han pretendido narrar la sociedad italiana bajo el fascismo. Recordaba en la primera edición las corresponsabilidades que, años antes, el historiador Massimo Legnani también había atribuido a la historiografía italiana: la de haber sido insensible y evasiva a la hora de afrontar temas como la experiencia de la gente común y el espíritu público. Pienso que estas responsabilidades por fin han sido asumidas por una nueva generación de historiadores italianos, al igual que está ocurriendo con la superación del periodo de fácil «negación» de las responsabilidades del fascismo italiano. Desde hace al menos dos décadas los trabajos más innovadores hablan de colonialismo, racismo, antisemitismo, antieslavismo, sexismo, homofobia y todas las fobias hacia los diferentes y hacia los «otros», no solo proscritos por el fascismo sino también olvidados durante mucho tiempo por los historiadores, atentos exclusivamente al enfrentamiento político e ideológico entre fascistas y antifascistas militantes. El fascismo, lo recuerdo de nuevo, fomentó prejuicios y odios que produjeron dramas personales y colectivos; además, empujó a la mayoría de italianos, que se consideraban y que han seguido considerándose «buenas personas» no solo a sufrir una política agresiva, sino también a apoyar su exportación más allá de las fronteras nacionales, convirtiéndose ellos mismos a su vez en víctimas y verdugos.
Vuelvo a dedicar esta edición a Adriana Vaccaro y a Francesco Dogliani, que transcurrieron su infancia y su primera juventud bajo el fascismo y supieron redimirse conscientemente, aprendiendo de lo que habían vivido; la primera a través de la emancipación y el anticonformismo, el segundo a través de la difícil pero necesaria entrada en la resistencia armada a finales de 1943, siendo aún estudiante liceal. Lamento no haber hablado más con ellos; ha sido por pudor filial, pero también por esa dificultad de comunicación entre generaciones que, en cuanto italianos, nos ha impedido durante mucho tiempo llegar al fondo de ese periodo y adquirir plena conciencia de nuestro pasado todavía reciente.
Un agradecimiento especial va a los amigos y colegas que han apoyado esta edición, Ángel Duarte i Montserrat, Maximiliano Fuentes Codera y la querida amiga Anna Maria Garcia Rovira de la Universitat de Girona e Ismael Saz Campos de la Universidad de Valencia. También un agradecimiento a Vicent Olmos, editor, porque ha creído en este proyecto, y a Patricia Gómez Soler, por la traducción y la paciencia: nuestra constante colaboración se ha convertido en amistad. Grazie a tutti.
Bolonia, diciembre de 2016