Читать книгу El verano sin final - Donacio Cejas Acosta - Страница 10
Anna Karina
ОглавлениеEstás a punto de aceptar la oferta de Maciek –tan mono él, tan sympathique–, pero lo cierto es que te sabe mal haber dejado plantado a Oliver para ahora irte a tomar unas cañas con el primer desconocido que pasa, así que respondes que estás muy cansado, pero que le deseas que se lo pase muy bien y que no se preocupe si vuelve tarde porque duermes como un tronco y no te va a despertar.
Una sombra de decepción empaña la sonrisa del muchacho polaco, lo cual te sorprende un poco, incluso te pregunta una última vez un are you sure? que suena a intento desesperado y con el que casi te hace picar, pero al final nada, le dices que good night, que have fun, que maybe tomorrow if you are around, pero Maciek te responde que mañana se va a Londres, but has been nice to meet you, Álex y cerrando la puerta tras de sí, te deja a solas en la habitación donde el aroma fresco, cítrico, desenfadado de su perfume queda flotando por un largo rato.
¡Ah!, ¡el discreto encanto de los chicos heteros! No han pasado cinco minutos de su marcha cuando ya estás arrepentido de haberte quedado, pero, en fin, aprovechando la ocasión retomas tu plan original, aunque esta vez te acaricias recordando las visiones fugaces del cuerpo de Maciek secándose, su torso delgado y fibroso salpicado de lunares, su culo prieto, tan bonito como un melocotón maduro y esa otra parte, la más íntima, la más secreta, que has entrevisto apenas una décima de segundo, pero que era también jugosa.
En tu imaginar desbocado y autoerótico Maciek, lejos de irse, se ha quedado contigo, es más, derrotado por la fatiga de tanto viaje en tren ha tenido que pedirte ayuda para acabar de secarse, porque apenas le alcanzan las fuerzas y tú por supuesto, cómo no, faltaría más, es lo más normal del mundo porque entre tíos no tiene que haber vergüenza, si total los dos tenemos lo mismo entre las piernas, así que tomas la toalla imaginaria y le vas secando con mimo mientras él, como en esas escenas de porno barato, te va contando que ha tenido una discusión terrible con su novia y que lleva muchos días sin... en fin, que hace tiempo que no... tú ya sabes a lo que me refiero, tal vez, si no es molestia, podrías ayudarme en esto también... en plan coleguitas, es que estoy tan cansado, ¿sabes...? Y mira, mira cómo se me ha puesto con el masaje, cabrón, mira cómo me la has puesto....
Concluida la función en tu cabeza y tus manos, te vas dejando dormir y ni siquiera el retorno de Oli un par de horas más tarde consigue arrancarte del sueño. Cuando despiertas al día siguiente descubres que habéis dormido hasta las diez – te olvidaste de poner la alarma en el móvil– y además no hay nadie en la cama de Maciek, que ha dejado un paquete de galletas y una nota de despedida con su número de teléfono y un you owe me a drink in Madrid, Álex con una elegante caligrafía, nota que te apresuras a esconder en la mochila antes de zarandear a Oliver, que se hace el remolón entre las sábanas hasta que corres la cortina de par en par y la luz de la mañana inunda la habitación.
Ave maría purísima hermana, acierta a gruñir Oli con los ojos entrecerrados ojalá café muchísimo... ¡tengo la gran resaca de Puerto Rico!
Habéis perdido la hora del desayuno del hostal así que buscáis una cafetería cercana y lo bastante parisina como para justificar el precio del café au lait y los croissants que devoras mientras Oli cuenta sus aventuras y desventuras por todo Paris la nuit y su intento infructuoso de seducir a un daddy con pinta de leñador en un bar de osos cerca del Pompidou.
Me dijo que le parecía demasiado joven, que a él le iban los tíos tíos y que yo no soy un tío tío, ¿tú te lo puedes creer? ¡Rechazada y humillada cual emperatriz Ferrer en La dama de rosa...! ¡Ay, amiga! ¡Qué cruz!, ¡qué dislate...!
Le comentas por encima tu conversación con Maciek, guardando para ti un par de detalles fundamentales –como su entrada medio desnudo al cuarto y lo que pudiste ver al despiste mientras se secaba– que prefieres guardar para ti aunque hubieran hecho las delicias de Oli, tan proclive siempre a los delirios romanticones y a caer rendido ante la belleza masculina.
Tal vez le escribas más tarde, piensas.
Descansado y lleno de energía tras el desayuno, te sientes con ánimos para asaltar la más alta cumbre de la cultura, aquella que requerirá todas vuestras fuerzas para recorrer sus interminables pasillos: el Museo del Louvre.
Cuando te acercas a la célebre pirámide de cristal, reluciente y precisa como un diamante en medio de un pastel, sientes una profunda emoción estética que no te abandonará en toda la visita, de la Victoria de Samotracia hasta la Virgen de las Rocas. Bromeas con Oli acerca de la pertinencia de atravesar corriendo alguna de las galerías, como en aquella película de Godard donde salía Anna Karina tan guapa, ¿cómo se llamaba? ¿Bande à part?, pero no os atrevéis, por supuesto, no sea que los seguratas del museo confundan vuestro espontáneo homenaje a la nouvelle vague con simple gamberrismo adolescente y os echen a patadas antes de haber podido comprobar si la sonrisa de la Gioconda es tan misteriosa como dicen.
Rodeada de paparazzos como Anita Ekberg en La Dolce Vita, encuentras a la Gioconda bastante mona, más pequeña de lo que imaginabas, pero enigmática con su sonrisa etrusca; cuando consigues acercarte lo bastante abriéndote paso entre la patota turística, hay un instante fugaz, apenas un parpadeo en que te parece que esa sonrisa, si es que de sonrisa se trata, ha sido pintada para que tú la vieras.
Cumplida la visita, los rugidos en tu estómago no engañan; ha llegado la hora de la brasserie o del pequeño bistrot encantador, de gozar con ese entrante exquisito, ese plat du jour, esa tablita de queso a los postres todo regado con una copita del mejor vino, o del vino de la maison si el precio no acompaña al bolsillo, en fin, un lunchito parisino, para qué decir más.
Tras el spresso llega el momento de desplegar el mapa de la ciudad y como Napoleoncillos maricas, señalar cuál será vuestro próximo objetivo.
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