Читать книгу El verano sin final - Donacio Cejas Acosta - Страница 4
Sœur Citroën
Оглавление¡Uy, qué monos! ¡Mira, mira!, exclama Oli mientras sus dedos brujulean a toda velocidad por el surtido de bellezas masculinas que se deslizan por la pantalla de su teléfono en una de las tantas aplicaciones de flirt que se ha descargado con la intención de descubrir Europa man by man como la canción de Liza, pero ni esa recua de torsos musculados y osos amorosos consigue que apartes tu mirada de las tranquilas aguas del Sena que reflejan como candilejas las fachadas iluminadas de la rive gauche, abarrotada a esta hora de sofisticados parigots entregados al hedonismo de beber, fumar y gozar de la mutua compañía en una noche tan linda como esta.
El vino, de supermercado, pero francés amiga, como las grandes snobs, tiñe de carmín de borgoña tus labios mientras la noche cae sobre París, poblando el cielo de estrellas aunque la ola de calor, que tropicaliza la ciudad, sigue sin dar tregua y convierte las calles en un horno; si no fuera por pudor te quitarías la camiseta, como ha hecho el grupo de ingleses borrachos que canta algo ininteligible unos metros más allá.
Piensas que son unos ordinarios, aunque, para qué engañarte, hay uno o dos que están bastante buenos y a los que no te importaría llevar a algún rincón oscuro bajo el Pont Neuf.
Unas pizpiretas francesas se acercan a pediros algo que no alcanzas a entender si es vino o hielo –quizá fuego para encender sus gauloises– así que te dedicas a sonreír de forma bobalicona mientras Oli, menos cortado que tú para comunicarse con desconocidos, te aclara que no quieren nada, que nos están preguntando si somos novios... ¡No, cariño, no!, ¡somos amigas! We are like sisters!... ¿cómo es que se dice hermana en francés...? ¡ah! ¡Sœurs...! ¡Somos sœurs!, ¡como Sœur Citroën! ¿Me entiendes...?
Y tú te quieres morir de la risa mientras una de las chicas saca su teléfono para sacarse una foto con vosotros porque dice que sois muy cute como pareja aunque tú piensas que de ninguna manera podríais Oli y tú ser nada de eso porque, como dice tu amigo, sois como dos hermanas separadas al nacer y además, en cuanto a gusto por los chulos, no podéis ser más distintos como descubristeis en vuestras primeras escapadas por Chueca al poco de haceros amigos cuando os lanzasteis a descubrir –tímidamente al principio, luego más lanzados– esa variada fauna nocturna de osos, nutrias, musculosos y travestidos con la que solo podías soñar en tu pequeña ciudad de provincias, o al menos fue así hasta que apareció Miguel con sus ojos azules como canicas, su acento seco castellano y su jersey rojo que destacaba tanto en esa página de perfiles con su descripción de chico serio, discreto, no plumas, no ambiente con el que quedaste, al borde de un ataque de nervios, tras varias semanas chateando.
El mismo Miguel que tras varias cervezas te invitó a su casa una noche de extranjis para ver no-se-qué peli francesa que por supuesto no visteis porque había otros laberintos más interesantes entre sus sábanas donde perderse y descubrir los recovecos de otro cuerpo tan parecido al tuyo, aunque tan distinto; pero también el Miguel de los mensajes sin responder de madrugada, reacio a presentarte a sus amigos o reconocer que sí, que había algo entre vosotros y que no solo eras un colega, Miguel para el que la palabra discreción implicaba secreto, ocultación, silencio. Miguel que negaría vuestro amor para salvar su dignidad... Miguel lo prohibido.
Sin embargo hoy su memoria queda lejana, y no piensas arruinar esta preciosa noche estrellada pensando en su fantasma, así que ultimando vuestra botella de vino tinto buscas la manera más corta de llegar al distrito de Le Marais para dejarte llevar por la noche –has comprobado en las últimas semanas cuán generosa es cuando depositas en ella tu confianza– porque siempre hay algún bar con música tonta de verano para dejarte flotar en la mirada de los otros chicos que seguro se preguntan de dónde han salido este par de barbilindos que beben y bailan como si nada más importase.
Paris, la nuit! Folies Bergére! Bataclan!, gritáis a coro imitando al eximio Fabio McNamara dejando alucinados a un par de musculocas que os miran con deseo y pasmo en la pista de baile de un club al que habéis entrado siguiendo la promesa de un par de chupitos gratis de la peor calidad y máxima graduación alcohólica.
Te gusta levantar los brazos al bailar, como si quisieras atrapar la luz de los focos de colores que giran sin parar, y dar vueltas perdiendo la noción del tiempo y del espacio, canturreando por encima el estribillo tonto de algún éxito pop de hace un par de años al que nunca has prestado la suficiente atención como para saber qué dice, ni falta que hace; de tanto en cuanto le sostienes la mirada a un chico con bigote que te mira desde la barra, rodeado por su grupo de amigos que tampoco bailan.
Un par de fogonazos estridentes y una melodía infantil anuncian la llegada de la hora de cierre del local, un poco temprana para lo que estás acostumbrado en España, pero tal vez prudente teniendo en cuenta el plan de visitas culturales que tenéis pensado para el día siguiente. Al pisar la calle, aún con el sudor resbalando por la espalda, sientes un rugido en tu estómago –apenas habéis cenado un paquete de patatas fritas– y estás por sugerirle a Oli que busquéis algún mal kebab de madrugada cuando ves que se ha puesto a hablar con un grupo de muchachos que, maldita casualidad, es el mismo de tu crush bigotudo.
¡Qué pudor más tonto te asalta! Te acercas a Oli y le confiesas bajito que quieres irte a dormir al hostal porque es bastante poco tarde, a lo que él responde con grandes aspavientos de borracho un sonoro ¡Amiga!, ¡¿qué dormir ni qué dormir?! ¿Tú has visto cómo te mira el del mostacho...? ¡Álex, si tiene cara de escritor maldito como a ti te gusta...! ¡Menos mal que no me entiendes, cariño, pero es que eres igualito a Omar Sharif! ¿Tú conoces a Omar Sharif, canalla? ¿Le connaissez-vous?, le dice al sorprendido muchacho que queda boquiabierto ante tal despliegue de verbosidad Álex que nos están invitando a ir con ellos a una fiesta, ¿vamos, no? y tú la verdad es que no sabes qué te apetece más, si volverte a dormir o seguir de jarana, pero Oli no está dispuesto a darse por vencido tan fácilmente y te suplica con grandes alharacas que os quedéis un rato más, que la noche es tan joven como nosotros y que podéis pasarlo bien con los chicos estos tan simpáticos, ¡o hacer cualquier otra cosa! ¡Alguna cosa locura que nunca hayamos hecho!, no sé...¡ir a una sauna por ejemplo...! Si total, aquí no nos conoce nadie y al fin y al cabo, ¡es nuestra primera noche en París y la ciudad está que arde...!
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