Читать книгу El verano sin final - Donacio Cejas Acosta - Страница 8

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Jodie Foster

El pánico te paraliza, los músculos se agarrotan en tus piernas y tu pulso se acelera, ¡necesitas huir!

Incapaz de articular palabra, tiras de Oli en tu carrera desesperada en la dirección contraria a los atacantes, tropezando con los retrovisores de los coches aparcados en la estrecha calle.

No llegáis muy lejos.

El primer golpe apenas duele; un impacto seco desde atrás que te hace caer al suelo, dejándote la piel de las mejillas y la frente en las baldosas. Aún tienes la lucidez suficiente para entender que esto te está sucediendo a ti.

En vano intentas protegerte con los brazos desde tu posición vulnerable donde no alcanzas a ver la cara de vuestros agresores, solo las suelas de sus botas que se estrellan una y otra vez contra tu cabeza, acompañadas de esos insultos que has oído ya tantas veces en tu vida que ni siquiera te hace falta traducirlos del francés para entenderlos.

...maricones de mierda, fiottes, enculés, pédés de merde..., ¿no son siempre las mismas palabras? Repetidas una y otra vez, en el colegio o en las calles, o lo que es peor, dentro de tu cabeza, resonando incesantes, royendo tu autoestima desde su mismo centro hasta que apenas queda; no es tan distinto ahora, solo vienen subrayadas con golpes.

Rodando hacia un lado consigues recuperar el equilibro y ponerte en pie, y al ver a tu amigo tumbado en el suelo con la cara ensangrentada una furia visceral te hace hervir la sangre, y te lanzas con más desenfreno que técnica al contraataque... Pero ellos son más.

Ni siquiera recuerdas el golpe que te hizo perder el conocimiento. Despiertas varias horas después en la habitación aséptica de un hospital, asistido por una enfermera que comprueba el goteo del suero cargado de calmantes que te sumen en un profundo sueño.

Cuando vuelves a despertar tu familia y un agente de policía están a tu lado, pero tú no recuerdas nada, solo quieres saber si Oliver está bien; el agente te aclara que intentaste defenderle, pero que os dieron una buena paliza.

Nunca habías sentido un dolor así, emanando difuso de cada rincón de tu cuerpo, y cuando tu hermana te acerca su espejito de bolsillo con forma de corazón, no eres capaz de reconocerte en ese rostro amoratado e hinchado que te observa.

Respondes lo mejor que puedes al interrogatorio del agente, pero los detalles del ataque están borrosos. La prensa lo calificará como escalofriante ataque homófobo a dos turistas españoles y un travesti.

Tu selfie con la cara amoratada se vuelve viral, corriendo como la pólvora por todas las redes sociales y portales digitales de noticias, pero nada de eso te importa; tú solo quieres ver a tu amigo, y ante tu insistencia consigues que te acerquen en silla de ruedas hasta la habitación de Oliver.

Amiga, amiga... ¿por qué nos han hecho esto...?, alcanza a decir Oli antes de que ambos rompáis a llorar de pura rabia y frustración. Las lágrimas escuecen al pasar sobre las cicatrices recién cosidas, pero aun así aprietas la mano de tu amigo y os dejáis llorar por largo rato.

¡Ay, Álex...! Mira que pintas, ¡si parezco Jodie Foster en Acusados! A ver cómo compongo yo este estropicio....

Estalláis en risas dejando atónito al personal sanitario que os rodea. Pero tú sabes bien que esa risa es vuestra arma más poderosa contra la discriminación, contra todos aquellos que quieren apagar vuestra sonrisa.

Volvamos a París el próximo verano, Álex, volvamos juntos...

Volveremos, te lo prometo... ¡vaya si volveremos!

FIN

El verano sin final

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