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Los papeles positivos

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Las exposiciones sobre el nacimiento virginal pueden degenerar fácilmente convirtiéndose en meras negativas, como si la doctrina conllevase solamente la exclusión de la paternidad humana. De hecho, también incluye roles muy positivos para María y el Espíritu Santo.

Si abordamos primero el papel del Espíritu Santo, el lenguaje de Lucas 1:35 es muy significativo: «el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra». El verbo episkiazein recuerda a la transfiguración, cuando una nube vino sobre ellos, cubriéndolos (Lc. 9:34). Como las nubes del Sinaí (Ex. 24:15) y las de la parousia, sugiere una presencia teofánica. También nos recuerda que, aunque la concepción de Cristo fue milagrosa, no es inexplicable. Queda explicada por el poder del Espíritu Santo, del mismo modo que la existencia del propio cosmos está explicada por el hecho de que el Espíritu Santo se movía sobre la faz de las aguas (Gn. 1:2). Sin embargo, una cosa se elude cuidadosamente: toda sugerencia de que el Espíritu Santo fuera el Padre de Jesús, o que el nacimiento de éste fuera el resultado de la unión sexual entre María y la deidad. La naturaleza humana de Cristo no fue engendrada de la esencia de Dios, sino creada de la sustancia de la Virgen. Si tanteamos reverentemente un poco más, podemos decir que un óvulo ordinario, producido de una forma natural, fue fertilizado milagrosamente por el poder y la bendición del Espíritu. Por lo tanto, Juan Damasceno46 tenía razón, aunque lo expresara de un modo curioso, cuando describió la oreja de María (su respuesta creyente) como el órgano físico de la concepción milagrosa.

En aras de la precisión, y para evitar malos entendidos, sería mejor no hablar de Dios como Padre de la naturaleza humana de Cristo. Quizá ni siquiera sea útil hablar de Él como Padre de la naturaleza divina. Él es el Padre de la Persona eterna, el Hijo de Dios. Dado que Cristo no cambia ni renuncia a su identidad cuando se hace carne, Dios es el Padre del Hijo encarnado tanto como del Hijo preexistente. Pero no es el Padre de su naturaleza humana. Es su Creador.

También el papel de María fue positivo. La humanidad de Cristo no fue creada ex nihilo, sino ex María: de su sustancia.47 Ella contribuyó a él igual que cualquier madre humana contribuye a su hijo: óvulo, genes, un desarrollo fetal normal y un parto común. Él era, en un sentido plenamente correcto, «el fruto de su vientre» (Lc. 1:42). John Pearson escribió que no hay motivo para negar a María «lo que se concede a otras madres en relación con el fruto de su vientre; al Espíritu no se le atribuye nada más que lo necesario para hacer que la Virgen realice los actos de una madre».48

La contribución de María no concluyó con el nacimiento. Ofreció el hogar, el entorno y los cuidados con los que Jesús creció, y es posible que tuviera que hacerlo sin la ayuda de un marido. La ausencia completa de referencias a José durante el ministerio público de Jesús sugiere poderosamente que a esas alturas ya había muerto. Bajo el cuidado de su madre, Jesús creció física, intelectual, social y espiritualmente (Lc. 2:52); y aunque en determinados momentos ella no entendía, su lealtad hacia Él jamás vaciló. Estuvo con Él hasta el final (Jn. 19:26), y su amor, su respaldo y su guía temprana contribuyeron inestimablemente a hacer de Él el hombre que fue. Esto no quiere decir que merezca nuestra adoración, pero sí nuestra gratitud.

La persona de Cristo

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