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La preexistencia en Pablo

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Cuando nos centramos en los escritos paulinos, no somos conscientes de entrar en un mundo diferente en ningún sentido del de Juan o Hebreos. Bien pudiera haber dicho, en este sentido, lo mismo que dijo en otro: «a mí, pues, los de reputación nada nuevo me comunicaron» (Gá. 2:6). Su cristología es tan elevada como la de ellos, y al menos igual de enfática en su afirmación de la preexistencia de Cristo.

Seguramente el pasaje aislado más importante es Gálatas 4:4: «Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley». Lo que estas palabras parecen decir es lo mismo que dijo Cecil Francis Alexander:

Descendió a la Tierra desde el cielo, quien de todos es Dios y Señor. Cristo fue el Hijo de Dios antes de su misión y fue enviado como delegado y representante de Dios. Sin embargo, Dunn objeta que el verbo exapesteilen («enviado») es ambiguo, y no sugiere nada sobre el origen y el estatus del enviado. Dios envió a ángeles, igual que a Moisés, Gedeón o los profetas. Escribe:

Partiendo de esto es evidente que exapesteilen, cuando se usa para hablar de Dios, no nos dice nada sobre el origen o punto de partida del enviado; subraya el origen divino de su misión, pero no el del mensajero.

Por consiguiente, por lo que respecta a su uso en Gálatas 4:4, lo único que podemos decir es que los lectores de Pablo pensarían, probablemente, tan sólo en alguien enviado por comisión divina.24

Pero ¿no detectamos aquí cierta confusión? Es cierto que el verbo exapesteilen se usa normalmente en el griego tardío para hablar de cualquier tipo de misión y que, por lo tanto, partiendo de este verbo no podemos decir si la persona enviada era príncipe o mendigo, dios, embajador o cartero. Sin embargo, la cuestión no es ésta. La cuestión no es si Cristo fue Dios antes de ser enviado, sino si existía antes de ser enviado. Es muy difícil encontrar un caso de exapesteilen referido a un nacimiento, y los casos que cita Dunn no contribuyen a su argumento. Los ángeles existieron antes de ser enviados. Igual que lo hicieron Moisés, Gedeón y los profetas. Existe la presunción a favor de que lo mismo podemos decir de Cristo. Él es enviado como alguien que ya existe, no como alguien que empieza a existir cuando es enviado.

Sin embargo, existe una cuestión todavía más importante. El propio Dunn suscita la pregunta: «El hecho de que fue su Hijo el enviado, ¿no resuelve la ambigüedad del verbo?». Lamentablemente, no ofrece ninguna respuesta satisfactoria. No obstante, la idea de una relación especial entre Jesús y Dios no es un caso aislado que quede limitado solamente a este pasaje. Aparece, por ejemplo, en otros dos pasajes de Pablo: Romanos 8:3 y 8:32.

En Romanos 8:3 escribe: «Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado». El pasaje presenta dos peculiaridades interesantes. Primero, Pablo no se contenta con decir su Hijo sino su propio Hijo («el Hijo de sí mismo»), enfatizando así la intimidad especial del vínculo existente entre Él y el Padre. El énfasis carecería prácticamente de sentido si este vínculo no hubiera existido antes de que fuese enviado. Segundo, Pablo dice que Dios le envió en semejanza de carne de pecado. Esto se refiere, claro está, a la humanidad del Señor. Pero ¿por qué hacer referencia a ella? ¿No somos todos «enviados» en semejanza de carne»? ¿Y por qué expresarlo de una forma tan extraordinaria, en semejanza de carne de pecado? Está claro que sentía la necesidad de decir que Jesús fue humano. Está igual de claro que sentía la necesidad de definir con gran exactitud el tipo de humanidad que poseía. Todo esto se encuentra en plena consonancia con su unicidad como preexistente y divino; y es muy difícil de explicar de no ser así.

Romanos 8:32 dice: «El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá también con Él todas las cosas?». Sea cual fuere el significado preciso de no eximir y de entregar, una cosa está clara: existía una relación muy especial entre el Padre y el Hijo. Él era su propio Hijo, tan precioso que, si no lo eximió, entonces, a fortiori, no eximiría nada. De hecho, el lenguaje de este versículo recuerda mucho a Juan 3:16: «Dios entregó a su unigénito».

Esto expresa de forma muy clara la gravedad de las cuestiones involucradas en la negación de la preexistencia de Cristo. La gloria de la iniciativa de amor del Dios Padre es el tema más importante del Nuevo Testamento. La manifestación suprema de ese amor es la entrega, el envío y el sacrificio de su Hijo: pero para alcanzar toda su fuerza depende de la relación especial entre Cristo y el Padre. Por eso, en Juan 3:16 y en Romanos 8:32 los escritores utilizan un lenguaje que recuerda a Abraham cuando sacrificó a Isaac: «Toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas» (Gn. 22:2). La auténtica maravilla de la devoción de aquel patriarca radica en la cualidad preciosa y única de Isaac, y la esencia de la maravilla del Calvario, considerado (como debe ser) un acto de Dios Padre, radica en la naturaleza única y preciosa de Cristo. El envío pierde la mayor parte de su valor si no mediaba amor entre ellos. La entrega pierde la mayor parte de su majestad si la relación entre «padre» e «hijo» sólo hubiera durado unos pocos años. El Calvario podría seguir siendo un monumento al heroísmo de Cristo, pero dejaría de hablarnos del amor del Padre. Por curioso que parezca, la fuerza de Juan 3:16 y de Romanos 8:32 depende de la homoousios («una sustancia») de Nicea. Según Nicea, Dios entregó lo Suyo. Según aquellos que niegan la preexistencia, Dios entregó a Otro.

Nuestro pasaje paulino clave sobre la preexistencia es 2 Corintios 8:9: «Porque conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, sin embargo por amor a vosotros se hizo pobre, para que vosotros por medio de su pobreza llegarais a ser ricos». Estas palabras tienen un interés práctico evidente. El motivo de la liberalidad es lo que Cristo hizo por usted (di hymas, para su beneficio): se hizo pobre. Era rico, precisamente como Dios lo es, en gloria (Fil. 4:19). Pero se hizo a sí mismo pobre. No fue un proceso gradual, sino un momento decisivo, como indica el tiempo aoristo. Aplicado meramente al Cristo histórico, esto no tiene sentido. ¿Cuándo fue rico el Cristo posterior a la natividad? «No fue como Moisés, que renunció a los lujos del palacio para servir a sus hermanos; nunca tuvo ninguna riqueza terrenal a la que renunciar».25 Lo que dice Pablo es que mientras que para el cristiano la pobreza inicial da paso a la riqueza, para Cristo sucede lo contrario. Además, esta comprensión de la misión de Jesús no es una novedad para los cristianos corintios. Es algo con lo que están muy familiarizados: «pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo [...]».

En Colosenses 1:15 y ss. retomamos la atmósfera de Juan 1:1-4 y de Hebreos 1:2-4, con su énfasis en la importancia pre-temporal y cósmica del Señor. Esto resulta más notable si, como aducen algunos eruditos, el pasaje es un himno pre-paulino. Entonces reflejaría incluso más directamente la tradición cristiana primitiva.

La afirmación clave es el versículo 17: «Y Él es antes de todas las cosas». Pablo no dice fue sino es (estin). Como mínimo en la forma es muy parecido a Juan 8:58: «antes que Abraham naciera, yo soy» (egō eimi). Es difícil creer que la frase antes de todas las cosas se pretende señalar una superioridad de rango antes que una prioridad de existencia. La forma natural de expresar la superioridad no hubiera sido pro pantōn, sino epi pantōn (Ro. 9:5; Ef. 4:6), o hyperanō pantōn (Ef. 1:21; 4:10), o hyper panta (Ef. 1:22). Además, el contexto precedente deja claro que Pablo estaba pensando en la preexistencia: «por Él fueron creadas todas las cosas [...] todo fue creado por Él y para Él». Si todo lo que fue creado lo hizo Él, entonces es evidente que Él no fue creado.

Pero ¿qué pasa con las palabras del versículo 15: «Él es [...] el primogénito de toda creación»? ¿No sugieren que Cristo fue una criatura, aunque fuese la primera? Ciertamente, los arrianos aplicaron este sentido a las palabras, para respaldar su doctrina de que «hubo cuando él no estuvo» (ēn pote ouk ēn). Sin embargo, debemos tener en mente que Pablo (o quienquiera que fuese el autor originario) no dice prōtoktistos («primer creado»), sino prōtotokos («primer nacido»). Además, la Septuaginta había usado prōtotokos en el Salmo 89:27: «Yo también lo haré mi primogénito» y, como resultado, prōtotokos, usado de forma absoluta, se había convertido en un título mesiánico reconocido.26 Esto lo facilitó su aplicación a Israel en pasajes como, por ejemplo, Éxodo 4:22: «Israel es mi primogénito».

La connotación más poderosa en el título prōtotokos es la primogenitura (de hecho, la Vulgata lo traduce como primogenitus), que a su vez transmite las ideas de soberanía sobre la casa y el derecho de herencia. La idea de la soberanía ya está vinculada con el término en Salmos 89:27: «Yo también lo haré mi primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra». En Hebreos 1:2 la filiación divina está claramente vinculada con la herencia y, en Hebreos 12:23, todo el pueblo de Dios está contenido en la designación «la iglesia del primogénito». Dentro de la comunidad cristiana, cada miembro tiene derechos de primogenitura: somos «herederos de Dios y coherederos con Cristo» (Ro. 8:17). Cabe destacar, además, que tanto Lightfoot27 como Bruce28 citan dos casos de una fuente rabínica en los que claramente no se puede pensar en Dios como parte (aunque fuera la primera) del mundo.

La persona de Cristo

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