Читать книгу Prevén el lumbago - Dr. Jordi Sagrera-Ferrándiz - Страница 7

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NUESTRA ESPALDA, UN DISEÑO PERFECTO

Nuestro cuerpo es fascinante, una máquina perfecta en la que todo está organizado y coordinado al milímetro. Incluso aquello que nos puede parecer un error de diseño tiene su razón de ser. Sin mencionar estructuras como el sistema nervioso, los órganos, la corriente sanguínea, etc., que darían para otros tantos libros más, los huesos y los músculos tienen sus propias funciones y si los cuidamos adecuadamente las realizarán sin problemas. Nuestro esqueleto está formado por 208 huesos que confieren estabilidad a nuestro cuerpo. Algunos, además, tienen un trabajo esencial: proteger los órganos internos. Por ejemplo, las costillas arropan nuestro corazón y los pulmones. Y todos ellos favorecen la acción de los músculos para permitir los movimientos.

La columna vertebral, también llamada espinazo, es el eje central de nuestro cuerpo. Gracias a sus resistentes huesos y a sus potentes músculos nos sostenemos en pie. Además, nos ayuda a mantener el equilibrio, porque los movimientos de su musculatura son como un contrapeso que compensa los del resto del cuerpo. Eso es fundamental para que nuestro centro de gravedad se mantenga estable y no nos caigamos. Sin embargo, y a pesar de su aparente rigidez, en realidad la columna vertebral es muy flexible. En cada vértebra —24 móviles y dos fijas—, se producen movimientos muy pequeños que se van acumulando. Al final, logran algo importantísimo: que podamos hacer movimientos curvos con la espalda. ¡Compruébalo! Ponte en pie y, sin mover las piernas, los brazos y la cadera, ve girando tu cuerpo desde la cabeza hasta la cintura. Podrás hacerlo hacia la izquierda, hacia la derecha, hacia delante y hacia atrás. Incluso, y aunque apenas se note, las vértebras de tu espalda también son capaces de girar sobre ellas mismas. Todo ello gracias a un perfecto diseño basado en 26 niveles de articulaciones flexibles, ideados para dar movilidad al tronco.

Otra de las funciones de nuestra columna, y no por mencionarla la última es menos importante, es la de proteger la médula espinal y las raíces de sus nervios. Cuando pensamos en el sistema nervioso es habitual creer que solo está formado por el cerebro. Una creencia bastante comprensible debido a su colosal importancia. Sin embargo, el cerebro se conecta con el resto del cuerpo a través de la médula espinal. Ella recibe información del cerebro y la transmite y viceversa, porque también recibe información y se la lleva al cerebro. Imagina que el cerebro da la orden de levantar el brazo. Esa orden llega a la médula espinal y es ella la que dice a los músculos y huesos del brazo que ejecuten ese movimiento. Del mismo modo, cuando alguien nos acaricia, por ejemplo, la información pasa primero a la médula y de esta va al cerebro, que se encarga de registrarla. Pero la médula no es una simple mensajera. De ella dependen nuestros actos reflejos. ¿Alguna vez el médico te ha dado un golpecito en la rodilla y tu pierna se ha movido involuntariamente? ¿Alguna vez te has quemado cocinando y has retirado la mano en milésimas de segundo? Esos movimientos dependen solo de la médula, que se comporta como una unidad de emergencias y decide que hay que actuar de inmediato, sin esperar a que la información llegue al cerebro. De su enorme importancia para que nuestro cuerpo funcione bien se desprende que necesite un guardián que vele por ella. Y ese no es otro que nuestra columna vertebral, de la que depende buena parte de nuestro bienestar físico y emocional.

La columna vertebral es un mecano articulado

La columna vertebral está compuesta por 24 vértebras móviles, el sacro y el coxis. Las cervicales, situadas en la zona de la nuca, son siete. En la parte superior de la espalda tenemos las 12 dorsales y en la inferior las cinco lumbares (objeto de este libro). El sacro (cinco vértebras) y el coxis (cuatro vértebras) forman cada uno de ellos una sola pieza (figura 1).

Figura 1. La columna vertebral


¿Cómo son esas pequeñas piezas de mecano que logran que nos mantengamos en pie y podamos realizar un buen número de movimientos? Cada una de nuestras vértebras móviles (cervicales, dorsales y lumbares) tiene dos partes: el cuerpo y el arco. En el espacio que queda entre ambos hay un canal por el que transcurre la médula espinal. ¿Y cuál es el trabajo de cada parte de una vértebra? Tal como ocurre, por ejemplo, con nuestros órganos, también se trata de una función muy especializado. Imagina que tu cerebro da la orden de mover la cintura. Esa orden llega a la médula espinal, que la transmite a tu zona lumbar. Allí el movimiento se produce en el cuerpo de cada una de las cinco vértebras lumbares y son los arcos quienes lo dirigen. Son como el timón de un barco (figura 2). Además, cada vértebra está protegida por músculos y ligamentos que no solo la sostienen, sino que también frenan los movimientos antinaturales que puedan ponerla en peligro. Y todas están unidas entre ellas por otro buen número de estructuras musculares con idéntica función.

Figura 2. Partes de la vértebra lumbar


Ahora imagina tus lumbares como una estructura de piezas rígidas. Por mucho que el cerebro diera la orden de girar la cintura, sería imposible que lo hicieran. Todo tu cuerpo se movería como un solo bloque. ¿Alguna vez has padecido un episodio de lumbago? Ahí tienes el mejor ejemplo de esa falta de movimiento. Cuando la musculatura lumbar se bloquea es como si se convirtiera en una coraza de hierro que impide que las vértebras se muevan. Por eso no podemos girar hacia los lados ni flexionarnos hacia delante o hacia atrás. Y si ese episodio se produce de repente y el resultado es lo que conocemos por «quedarnos clavados» (inclinados hacia delante), ni siquiera podemos ponernos rectos. ¿Cómo se las arreglan entonces las lumbares, que son huesos duros y resistentes, para ser tan flexibles? Gracias a que actúan como un mecano articulado y a que entre ellas se encuentran los discos vertebrales, que son como almohadillas que las separan y amortiguan el movimiento (figura 3). Imagina una especie de pequeña bolsa en la que hay un líquido gelatinoso. Los discos que dan a nuestras lumbares la flexibilidad imprescindible para el movimiento serían como esa pequeña bolsa.

Figura 3. Articulación intervertebral


Ahora fíjate en la zona del cuerpo en la que están situadas nuestras lumbares: al final de la columna vertebral. Imagina todo lo que soportan. Por su situación, las cinco vértebras lumbares y sus correspondientes discos son los que más sufren. De hecho, a lo largo de toda mi carrera he podido comprobar que la mayoría de las lesiones de espalda están localizadas en las dos últi­­mas (L4 y L5). Y es que las lumbares tienen que aguantar todo el peso de la cabeza y del tronco. Para que te hagas una idea aproximada, en una persona que pese 70 kilos las lumbares soportan el peso de su cabeza, unos ocho kilos de promedio, más el del tronco y los brazos, es decir un 60 % del peso total del cuerpo. El caso es que las cinco vértebras lumbares y sus discos tienen encima 50 kilos. Imagina ahora que durante todo el día estuvieras obligado a hacer tu vida normal sujetando en cada mano 25 kilos y sin soltarlos ni un momento. Insoportable, ¿no? Pues eso hacen nuestras lumbares y por este motivo son las más vulnerables. Además del peso, están sometidas a fuertes presiones, porque aseguran nuestra estabilidad junto con las cervicales. Toda la tensión que soportan es el origen de la mayoría de los problemas de espalda que sufrimos y que describiremos más adelante, de lesiones que afectarán a un 80 % de las personas a lo largo de su vida, según varios estudios. Si no las cuidamos, las lumbares pueden convertirse en curvas peligrosas capaces de hacernos la vida imposible, porque de ellas dependen la resistencia y la flexibilidad de nuestra columna vertebral.

El secreto de nuestro equilibrio

Seguro que alguna vez has visto a algún recién nacido. Por poco que te hayas fijado en él habrás observado que su espalda no tiene nada que ver con la de un adulto. En los bebés la columna es toda redondeada y está como abombada hacia afuera, y la cabeza no se aguanta. Poco a poco, el bebé puede estar boca abajo y levanta un poco la cabeza. Su columna entonces se parece más a una línea recta. Y cuando gatea empieza a dibujar una ligerísima curva hacia adentro en las lumbares y en las cervicales, que ya aguantan la cabeza. ¿Qué está ocurriendo? Algo muy sencillo. Se está preparando para ponerse de pie y caminar. Cuando lo consigue, empieza titubeando e incluso se cae en numerosas ocasiones. También estira los brazos hacia delante y da un paso tras otro con las piernas arqueadas y abiertas. ¿Por qué? Porque en su columna aún no se han creado las curvas que necesitamos para mantener el equilibrio, y los brazos y las piernas le ayudan a mantener el centro de gravedad estable. Sin ese proceso natural, que hace que nuestra columna se curve, no podríamos andar. No nos aguantaríamos de pie (figura 4). Además, el cuerpo, desde que somos bebés, siempre busca el equilibrio. Por eso la formación de las curvas cervical y lumbar (lordosis) tiene como consecuencia que se formen otras en sentido contra­rio: la del cráneo, la de las dorsales y la del sacro (cifosis). Del mismo modo que las primeras llevan el cuerpo hacia delante, las segundas sobresalen hacia atrás. Sin las unas no existirían las otras. Son inseparables.

Figura 4. Formación de la curvatura de la espalda


Los músculos trabajan en equipo

En todo el cuerpo tenemos más de 600 músculos y más del doble de tendones. Suponen, aproximadamente, el 40 % de nuestro peso y son los encargados de realizar todos los movimientos. Pero no solo eso. También protegen los huesos y los órganos. ¿Alguna vez te has roto un brazo o una pierna? Si no ha sido así eres afortunado, aunque seguro que conoces a alguien a quien sí le ha ocurrido y sabrás que una vez que se ha soldado el hueso fracturado, a los pacientes se les retira el yeso y tienen que ir a rehabilitación. Pues esas sesiones no están pensadas para el hueso roto, que, de hecho, ya está perfectamente. De lo que se trata es de devolver su estructura y funciones originales a la musculatura que lo rodea. ¿Y por qué las pierde? Cuando el hueso se fractura, los músculos de alrededor salen en su defensa para protegerlo. Y en esa acción a la desesperada se contracturan. El objetivo de la rehabilitación no es otro que volver a estirarlos para que recuperen su forma y puedan hacer el trabajo que les corresponde.

Ya hemos comentado que los músculos de nuestra espalda protegen las vértebras y, en consecuencia, toda nuestra columna. Ellos son, además, los encargados de realizar los movimientos cuando la médula espinal transmite la orden dictada por el cerebro. Con tantas e importantes funciones su estructura es, como no podía ser de otro modo, especial. Son músculos fuertes y naturalmente tensos (acortados) que tienen tendencia a acumular un exceso de tensión, especialmente los situados alrededor de las cervicales y las lumbares. De ahí que sean las zonas en las que muchos de nosotros sufrimos la mayoría de las molestias o patologías.

Además, como los del resto del cuerpo, los músculos de la espalda se unen formando grupos. Pero en ella acaban creando dos poderosas cadenas musculares (a la derecha y a la izquierda de la columna) que la recorren de arriba abajo. Son cadenas muy fuertes que nos mantienen erguidos y en ellas los músculos se comportan como uno solo. Por eso, en cuanto uno de ellos deja de realizar su función los demás acuden en su ayuda: cuando uno se contractura y se acorta, los demás también sufren. La buena noticia es que, cuando conseguimos devolverle su forma original, no solo se desbloquea el músculo contracturado, sino que también lo hacen los restantes músculos que lo rodean.

Si tenemos en cuenta el enorme trabajo que hacen nuestras vértebras y nuestros músculos lumbares cada día, cada noche, cada hora y cada minuto de nuestras vidas, no es extraño que en más de una ocasión se quejen. Y su lenguaje es sencillo: la molestia o el dolor. Tanta presión y tanto esfuerzo pueden acabar pasándoles factura y, como si necesitaran un respiro, se bloquean y dicen: «Basta. No puedo más». Respetar su forma y sus funciones originales, no sobrecargándolas, es la mejor manera de prevenir futuras lesiones.

Prevén el lumbago

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