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INTRODUCCIÓN

Un texto que conmueve

En la primera pincelada, el autor rompe la inercia del blanco del papel y queda definida la obra con una expresión contundente: “¿Quién llora a los que lloran?”. Y reflexiona que son pocos, porque el principio de la escasez que rige la cosmovisión económica de la existencia en la sociedad actual esconde la verdadera escasez: falta de ideas y confianza en los jóvenes, que a la postre no genera un “afuera” que les permita comprender que la libertad es el don que Dios le dio a las personas para poder independizarse de todas las cadenas y no para forjarlas con mayor rigidez.

Señala el texto que ni la sociedad, ni el sistema, ni los jóvenes quieren el encierro. Este resulta ser una manifestación de una cultura que reniega de la libertad y, con ella, de la vida destacando que, cuando la sociedad encierra a una persona, no solo le cercena la libertad a ella sino a todos.

Al abordar la tecnociencia como una ideología −que, además de consolidar un pensamiento homogéneo conformando un enorme dispositivo que condiciona la libertad, hace de la persona un sujeto, esto es un ente que se encuentra amarrado−, incita a no sucumbir ante la ideología, sino a ensayar un nuevo lugar desde el cual se pueda generar libertad a partir de aquella. Porque no se puede negar que el homo sapiens ha convivido desde siempre con la técnica que, en la actualidad, se presenta con novedades como los cyborg, la promiscuidad entre lo orgánico y lo inorgánico, el intercambio de órganos que es posible por la técnica, etc., y señala que es indispensable la visión ética del desafío.

El enfoque “socio-psicológico” cultural de la juventud que se opone al “biologicista” como constructor de subjetividades, abre una ventana de discusión sobre la construcción de “la juventud” que es una alternativa para no sucumbir en la manipulación de la configuración de ella según parámetros como el sexo, el trabajo, la posición geobarrial, etc.

La segmentando facilita su “administración”, en especial a partir de la fuerza policial, con categorías sociales a priori: buenos, malos, lindos, feos, estudiantes, vagos, trabajadores, holgazanes, etc., resumiendo todo en ilicitud o licitud judicial. Se sostiene la pureza de los dispositivos en detrimento de la de la libertad, a pesar de la arbitrariedad e incoherencia de aquellos.

La “mano dura” o “policialización” del territorio solo consolida el miedo en el que la policía y los políticos que instruyen a estos son los administradores, estigmatizando a los malos y acorralando a los buenos en guetos (villas de emergencias para los primeros y barrios cerrados para los segundos), con una paradoja: los vigilantes son siempre los mismos erigiéndose en los dueños del umbral que se abre entre los dos sectores que les permite deambular más allá del orden. Ellos son los que emiten el bando que a su vez define a los abanderados, a los bandidos y a los abandonados.

La juventud y la ley, señala el texto, se elaboran a partir de los datos que generan los medios que no son suficientes ni exactos, porque responden a la necesidad de mantener el sistema comunicacional mediático. A partir de ellos se desarrollan los debates, los informes, los planteos sociales, las políticas públicas, procesos que terminan en la sanción de las leyes que en general giran alrededor de la idea de “mano dura”.

Como dice el autor, la energía que mueve las ideas no son la razón, la prudencia, la ponderación, sino circunstancias emocionales y viscerales que vuelve al punto de partida ancestral: la venganza, la ley del talión, diente por diente, ojo por ojo, con la crueldad consiguiente y sin reparar en que el principio de la dignidad humana encuentra su sustento en el amor cívico, consecuencia de la vocación relacional del ser humano, y no en la violencia de las bestias.

La reflexión sobre el estado de derecho también resulta otro acicate para la reflexión, porque es cierto que el estado de derecho es el reflejo del orden jurídico del pacto social sobre el que se sustenta la armonía social que se ajusta a la dinámica de la vida cambiante. Pero inferir de ello la imparcialidad y la desigualdad exige un mayor diálogo y análisis.

Destapa el autor que los menores reciben una educación distorsionada por los distintos idiomas (guardia cárceles, guardias de seguridad, educadores, médicos, sicólogos, capellanes, judiciales, etc.) que expresan de maneras diferentes los valores y principios que regulan la existencia del joven, conformando un dispositivo semejante a la Torre de Babel.

La necesidad de mantener la Babel en orden exige subordinar al “interno” (reducción del ser humano a un mero adjetivo) y para ello no solo se requiere despojarlo del yo relacional, cortando sus vínculos comunicacionales con sus semejantes, la naturaleza y el cosmos, sino que también requiere diluir su interioridad profunda a partir de desdibujar la intimidad del deseo y la libertad espiritual. Lo importante no es la dignidad humana sino el orden totémico de la Babel.

El texto concluye en que las instituciones en las que se amontonan personas se asemejan a un depósito de cosas para reparar que nadie repara.

La vida es para vivirla libre y, cuando los tientos que amarran el alma se olvidan de esta, los cuerpos mutan en cosas.

Dr. Claudio Martín Viale (1)

1- Claudio es el tercero de mis muy queridos 6 hermanos. Él me introdujo en el maravilloso mundo del pensamiento social de la Iglesia Católica hace 45 años. (N. del A.).

Condenando la Esperanza

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