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él CoNtrIbuyó a quE El muNDo ENtENDIEra a ChINa

Lois Wheeler Snow

En 1972, después de la muerte de mi esposo, vine a China con mi hermana y mi hijo a expresar mis agrade­cimientos al pueblo chino y sus dirigentes por la gran so­licitud y atención que habían prestado a nuestra familia en Suiza durante un tiempo de gran necesidad. Enviado por Mao Tse-tung y Chou En-lai, un equipo médico com­puesto por doctores y enfermeras chinos, entre ellos esta­ba el viejo amigo de Snow, Dr. George Hatem, fue capaz de rodearnos de atenciones y consuelo que, de otra for­ma, no habríamos podido encontrar e hizo más sopor­table la agonía para Edgar y más fácil de aceptar para mí, nuestros dos hijos, nuestros familiares y amigos. Estos chinos impresionaron profundamente a cada uno de los que entraron a nuestra casa en aquel tiempo. Sé que las circunstancias eran especiales; comprendo que tal ayu­da puede ser dada sólo como un grande y especial obse­quio. Pero hubo muchos servicios prácticos que podrían ser aplicados ampliamente en la clínica; que podrían ser administrados de manera general para mejorar los con­ceptos generales actuales sobre el cuidado del enfermo. A medida que pasan los años, el conocimiento de esta ge­nerosa y hábil ayuda ha influenciado el pensamiento de muchas personas de dentro y fuera de la profesión médi­ca, quienes buscan alternativas a unos servicios médicos despersonalizados demasiado comunes.

En 1973, regresé a China con mi hija trayendo parte de las cenizas de su padre. Estas fueron colocadas en un jardín en la universidad de Pekín, campus de la antigua universidad Yanjing donde, mucho tiempo antes, Edgar Snow había enseñado por algún tiempo.

Varios meses después, otros familiares y amigos se reunieron en la casa de un amigo en Sneden’s Landing, Nueva York, y colocaron el resto de las cenizas de Edgar en otro jardín a la orilla del río hudson. De esta manera se cumplió la voluntad que el norteamericano amigo de China había expresado antes de su muerte cuando es­cribió que deseaba que parte de él descansara en China y la otra en su tierra natal. Entre otras palabras, escri­bió: “Amo a China. Quisiera que parte de mí se quede allí después de mi muerte, como lo hice durante la vida. América me crió y me alimentó. Desearía que parte de mí fuera colocada a la orilla del río hudson… que corre a verterse en el Atlántico y, de paso, alcanza a Europa y a todas las costas de la humanidad de la cual yo me siento parte, porque conozco buena gente en casi to­das las tierras”.

(…) Para mí, lo esencial en aquella vida fue la comuni­cación. Edgar Snow era un reportero y periodista. Era un emprendedor y buscador de los hechos. Pasó sus años de madurez comunicándose con la gente. Observando con gran visión lo ocurrido a su alrededor, abrió los ojos a la gente. Afortunadamente, fue a muchos lugares, co­noció muchas personas y vio muchas cosas; por eso su comunicación era profunda y producto de su propio compromiso. Desconfiado del dogma, escribió en su auto-biografía: “Lo que me interesa es principalmente la gente, la gente de toda índole, y lo que ellos piensan y dicen y cómo viven, y no los funcionarios ni lo que ellos dicen en sus intervenciones ni segundas versiones sobre lo que ‘la gente’ piensa y dice”. Al escribir sobre la gen­te y los sucesos que formaban o deformaban su vida, los puntos de vista de Snow eran esencialmente honestos y penetrantes, basados sobre su propia investigación y so­bre la verdad de los hechos por él percibidos con pers­picacia y sentimientos solidarios. Su estimada amiga y redactora. Mary heathchote, dijo que para Edgar Snow, “verdadero profesionalismo significa decir la verdad tal como uno la ha visto, con la mayor cantidad posible de fundamentos como uno pudiera encontrar y con la más profunda comprensión posible de la gente que la expe­rimenta…” “Edgar Snow -añadió- respetaba a todas las personas y sabía que hay miles de millones de personas importantes en el mundo”.

El que él sea recordado principalmente por su Estrella roja sobre China es comprensible. Los relatos de este li­bro fueron de importancia internacional y para el autor la experiencia de coleccionar esos relatos fue tal vez la más significante en su vida. Después de que su libro fue un éxito, comentó en forma típica en él: “Apunté sim­plemente lo que me habían relatado los extraordinarios jóvenes, hombres y mujeres, con quienes tuve el privi­legio de vivir cuando tenía 30 años y de quienes apren­dí muchas cosas”. Esas “muchas cosas” se esparcieron a través de las páginas de Estrella roja sobre China y cam­biaron las ideas de innumerables personas, incluidos muchos ciudadanos chinos, quienes fueron conducidos por ella a tomar acciones que influyeron drásticamente en sus propias vidas y el curso del futuro de su país. En ese punto, el joven periodista comprendió también la te­rrible responsabilidad personal, de la cual fue conscien­te el resto de su vida, al enterarse de que algunos de sus amigos y jóvenes estudiantes murieron en una guerra a la que se habían unido muy influenciados por sus re­portajes, y saber que sus escritos habían tomado la na­turaleza de acción política y que él, como escritor, tenía que responder personalmente por todo cuanto escribía.

Hubo otros trabajos que acabaron con la ignorancia y el prejuicio de forma similar: El frente del Lejano Oriente, China viviente, La lucha por Asia, El pueblo está de nues­tro lado, Alborada de la revolución en Asia, para mencio­nar algunos de sus 11 libros; así como muchos reportajes sobre inundaciones y hambre, guerras declaradas y no declaradas, dilemas e indignidades humanos, héroes no elogiados y sacrificios desconocidos. Estos fueron un estudio de toda su vida sobre el impacto de gentes y hechos de muchos países conocidos de primera mano. A medida que pasaban los años, Snow ganaba la aten­ción de la gente que buscaba la realidad a través de los titulares y lenguajes de los periódicos, personas que, gra­cias a él, comprendieron algo más sobre“los que tienen y los que no”, como decía, en el mundo que él conoció. Justamente fueron “los que no tienen” quienes se gran­jearon su simpatía, atención y apoyo.

Igual que sus compatriotas Agnes Smedley y Jack Belden, Snow fue un destacado representante de la prensa norteamericana. También George Hatem, el jo­ven que le acompañó al noroeste de China en 1936, es un representante excelente de la tradición de la prác­tica médica norteamericana. Jack Service, amigo ínti­mo de Snow, es un exponente cualificado del personal gubernamental de EE.uu y Evans Carlson sobresalió entre quienes fueron golpeados por la pobreza e injus­ticia que los rodeaban. Todos ellos estaban dedicados a la acción y a la comunicación que permitieran ayudar a disminuir las penurias y a corregir la injusticia. Uno de sus objetivos principales era contribuir a compren­der a China y las pesadas cargas que llevaba sobre sus espaldas en un mundo dominado por la arrogancia, la ambición y la ignorancia, porque estuvieron allí y vie­ron, porque eran internacionalistas que se preocupa­ban por el bienestar, valor y dignidad de la humanidad.

(…) Esta reunión en Pekín diez años después del fa­llecimiento de Snow es, a mi parecer, una manifestación del deseo de llevar adelante todas estas metas recordan­do a una persona que dedicó su vida creyendo que ellas podrían ser alcanzadas.

La Larga Marcha

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