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SIguIENDo SuS paSoS CamINo a yENaN

Zhao Rongsheng

En una hermosa tarde de marzo de 1937, veinte estu­diantes progresistas chinos se reunieron en el cuarto de estar de un profesor norteamericano en Pekín. Habían venido a escuchar a Edgar Snow sobre su viaje a Yenan, base de apoyo del Ejército Rojo. Yo estaba entre ellos y presencié por primera vez un verdadero cuadro de una nueva sociedad en China.

Edgar Snow nos enseñó unas 200 fotografías del ta­maño de una tarjeta postal y varios originales meca­nografiados de Estrella roja sobre China. Los hicimos circular de mano en mano con gran interés. Nos sen­timos muy afortunados por estar entre los primeros lectores de este libro, que hoy es internacionalmente co­nocido. Con la ayuda de su entonces esposa Nym Wales, Edgar Snow proyectó la película que había rodado en Yenan. Nos impresionaron el espíritu prevaleciente en la base de apoyo, el Ejército Rojo bien entrenado y podero­so, y las vigorosas imágenes de Mao Tsetung, Chou En­lai, Chu Teh y otros dirigentes revolucionarios pasando revista al ejército y, espontáneamente, aplaudimos.

Snow manipulaba el proyector a mano y explicaba cada escena mientras pasaba la imagen. Al final había algunos metros en que aparecía Chou En-lai estrechan­do la mano a un hombre que cultivaba una barba tu­pida. Edgar Snow preguntó en chino: “¿Saben ustedes quién es este hombre barbudo? un ‘imperialista’”. Nos miramos, caímos en la cuenta de que era el propio Edgar Snow y reímos a carcajadas. Las últimas secuencias, to­madas por otra persona, mostraban a Snow, fatigado y sin afeitar, y comprendimos cuán duro había trabajado durante su viaje.

Después de la película, Snow nos refirió brevemen­te los puntos esenciales de su conversación con el Presidente Mao y habló de lo que había observado du­rante los cuatro meses que estuvo con el Ejército Rojo, y de las historias que había escuchado de la gran Marcha. Nos informó también de los soldados del Ejército Rojo. Estos eran todavía jóvenes, pero habían caminado 12.500 kilómetros en la gran Marcha y habían sido partícipes de muchas batallas, lo cual nos parecía in­verosímil. En respuesta a sus relatos y fotografías, ex­clamamos: “¡Milagroso!”

Cuando la tarde tocaba a su fin, Edgar Snow nos en­señó una copia del poema del Presidente Mao La Gran Marcha. Inmediatamente sentí que era muy diferente de mis poemas clásicos favoritos. El lirismo de Mao en­trañaba el espíritu revolucionario de la época. Me apre­suré a tomar mi libreta de notas para copiar el poema y guardarlo como un tesoro.

Antes de nuestra despedida, Snow añadió: “Sólo co­nozco algo de ellos. Si desean saber más, mejor será que ustedes mismos vayan allí a echar una mirada”. Estas palabras me impactaron fuertemente. Yo pensa­ba: Si un periodista extranjero pudo arriesgar la vida yendo a la zona de los soviets. ¿por qué no puedo yo presentarme en esa tierra? Entonces resolví ir también. Subsiguientemente, hablé con Snow en privado y le pre­gunté cómo poder llegar allí, los obstáculos que podrían sobrevenir y las precauciones que debería tener. A cada pregunta me contestó con detalles.

Posteriormente, diez estudiantes, entre ellos yo, pretextamos una excursión de vacaciones primavera­les para abandonar Pekín rumbo a Yenan. Nos guiamos por el mapa que había dibujado Snow llegamos a Yenan, centro revolucionario.

Al día siguiente, se nos llevó a la casa-cueva del Presidente Mao, quien conversó con nosotros largamen­te hasta la noche y respondió a nuestras preguntas, inclu­yendo las de si podría estallar una guerra de resistencia antijaponesa, si China podría ganar, cómo se haría la guerra, y por qué el Partido Comunista debía coope­rar con un Kuomintang tan corrupto. Encontramos sus explicaciones muy exhaustivas. Varios días más tarde, asistimos a una reunión y escuchamos su informe so­bre el frente único.

También fuimos recibidos por Chu Teh y Tung Pi Wu, cada uno de los cuales dedicó un considerable tiempo para conversar con nosotros. Además, un miembro del Secretariado del Comité Central del Partido citó a una reunión a todos los miembros del Partido que había en nuestro grupo.

Aprendimos mucho en pocos días. Nueve estudian­tes regresaron a Pekín para organizar el movimiento es­tudiantil, mientras uno se quedó a estudiar en Yenan. Cuando fuimos a decir adiós al Presidente Mao, éste nos comunicó que un análisis de la reciente situación reve­laba que el Japón atacaría pronto a China y que Pekín sería parte del frente de defensa nacional. Nos instruyó para que fuésemos modelos entre el pueblo.

De regreso, dimos a conocer nuestras experiencias a las organizaciones estudiantiles progresistas y a otros estudiantes. Se organizó un nuevo grupo de estudian­tes para visitar Yenan, el cual siguió la misma ruta tra­zada por Snow.

Edgar Snow fue más que un profesor para nosotros, unos cuantos estudiantes en ese entonces; sus escritos iluminaron y estimularon a incontables jóvenes progre­sistas a emprender el camino revolucionario.

La Larga Marcha

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