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La vertical del agapanto

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Después de una perdida guerra

(ganarla era improbable, si me acuerdo),

volvía a casa al ritmo

de un galope (de ajedrez).

Comimos, velamos, hacía calor.

Eso que antes de la revolución la atmósfera

era angosta, apenas rendía para estar dormido,

tenía un trazado imposible a paso humano.

Era esa zona de abril en que la flora,

como un trabajo publicado,

se muestra algo apenada

porque ya no queda disimulo

de lo que no llegará a ser.

Irrumpió la vertical del agapanto:

capullo del amor, lirio africano, pluma azul:

es la primera flor de infancia que recuerdo,

dijo alguien, por eso la tengo en mi terraza.

Yo debía seguir pero el camino

se rompía entonces a lo ancho

y tuve que pegarme a una pared de olor.

El parasimpático

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