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1. Un regreso inesperado

En una fría noche de enero, hacia 1870,

los carruajes más lujosos

atravesaban las calles nevadas de Nueva York.

La alta sociedad de la ciudad se reunía en la Ópera

para asistir a la representación de Fausto.

Muy elegante, con chaleco blanco y una gardenia en el ojal,

Newland Archer entró en su palco algo tarde.

Llegar pronto a la ópera no estaba bien visto

entre la alta sociedad de Nueva York.

Y, además, le causaba un gran placer entrar

en el justo momento en que los cantantes

entonaban su fragmento favorito de la obra.

El joven miró al otro lado del teatro.

Frente a su palco estaba el de la anciana Manson Mingott.

En él vio a la encantadora May Welland,

acompañada por su madre, la señora Welland,

y su tía, la señora Lovell Mingott.

Archer recordó con satisfacción que, aquella misma tarde,

May Welland se había convertido en su prometida.

Se imaginaba ya en su luna de miel,

instruyendo a la inocente joven

para que llegara a ser una admirada mujer casada.

De pronto, observó que había alguien más en aquel palco.

Era una mujer joven y delgada, de pelo castaño y rizado.

Llevaba un vestido de terciopelo azul oscuro

algo pasado de moda.

Archer tardó unos minutos en reconocerla

y, al hacerlo, se sintió incómodo.

Se trataba de la prima de May Welland,

que acababa de llegar de Europa

y a la que todos llamaban “la pobre Ellen Olenska”.

A Archer no le molestaba que May tratara bien

a su desdichada prima en privado,

pero aquella aparición en público le parecía intolerable.

Le escandalizaba el amplio escote del vestido de Ellen,

que consideraba una ofensa al buen gusto.

Y le enfurecía que aquella mujer pudiera influir

en su prometida, la ingenua May.

En aquel momento, Lawrence Lefferts,

el caballero más elegante de la ciudad,

comentaba con otro joven la historia de Ellen Olenska:

―Su marido, el conde Olenski, era un canalla.

Ella se fue con su secretario. Pero duró poco tiempo.

Unos meses más tarde, vivía sola en Venecia.

Era muy infeliz.

»Comprendo que su familia quiera ayudarla,

pero traerla a la Ópera es demasiado.

No cabe duda de que su abuela, la anciana Manson Mingott,

está dispuesta a protegerla.

En la Ópera se notaba una agitación generalizada

por la presencia de Ellen Olenska.

Sin embargo, Archer decidió entrar en aquel palco

y proclamar, ante todos, su compromiso con May Welland.

Al verlo entrar, la señora Welland le tendió la mano

y le preguntó:

―¿Conoce usted a mi sobrina, la condesa Olenska?

Ellen Olenska inclinó la cabeza

y Archer la saludó con una ligera reverencia.

Después, se sentó al lado de su prometida

y le dijo en voz baja:

―Espero que le hayas contado a madame Olenska

que estamos prometidos.

Quiero que todo el mundo lo sepa.

Voy a anunciarlo en el baile de esta noche.

―Cuéntaselo tú mismo a mi prima

―respondió May, sonrojándose―.

Dice que solíais jugar juntos de niños.

Deseoso de que todo el mundo le viera,

Archer se sentó junto a la condesa Olenska.

―Jugábamos juntos de pequeños, ¿verdad? ―dijo ella,

con su acento extranjero―. Eras un niño horrible

y una vez me besaste detrás de una puerta.

Pero yo estaba enamorada de tu primo Vandie,

que nunca me hizo caso.

―Has estado fuera mucho tiempo... ―respondió Archer.

―Me parece que han pasado siglos,

que estoy muerta y enterrada

y que este antiguo teatro es el cielo ―contestó la condesa.

Archer se sintió algo molesto.

Aquel comentario le pareció una forma poco respetuosa

de describir a la sociedad neoyorquina.

La edad de la inocencia

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