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1. LA PRIMERA OLA DISIDENTE. DE LOS ORÍGENES A LA ATOMIZACIÓN

DE LA CRISIS DE CHECOSLOVAQUIA AL PCE (VIII CONGRESO)

1968. Mundos que chocan: la crisis de Checoslovaquia1

El año de 1968 tuvo una importancia decisiva para la identidad comunista y los futuros conflictos en el seno del comunismo mundial. Algunos autores sostienen que 1968 actuó como una «fecha bisagra» dentro de la historia de los comunistas de Europa occidental, al igual que otros momentos trascendentales en su historia como 1956 o 1989.2 Checoslovaquia, que hasta ese momento había tenido un discreto papel dentro del movimiento comunista internacional, pasó a convertirse en el centro de atención primordial por parte de los sectores progresistas y comunistas de todo el mundo. El curso de reformas emprendidas por la renovada dirección del Partido Comunista de Checoslovaquia (PCCH)3 puso al país centroeuropeo en el punto de mira de todas las discusiones sobre el futuro del socialismo en Europa. Lo cierto es que esta fecha marcó un antes y un después en el rumbo de los comunistas. Existe un consenso generalizado entre los grandes historiadores del comunismo en que la crisis de Checoslovaquia supuso un punto de inflexión, que ahondó la crisis del MCI y la separación de los partidos comunistas de Europa occidental y oriental.4 Para Maud Bracke, el pensamiento y la estrategia comunistas se habrían renovado en 1968, pero también se produjo un proceso de fragmentación, y sus limitaciones fueron expuestas. De esta manera, en Occidente la ortodoxia comunista se habría visto desplazada por una revolución cultural heterodoxa que incorporaba un nuevo simbolismo que rompía con muchos de los iconos de la cultura política comunista, como fue el caso de la URSS.5

Lo cierto es que, a lo largo del planeta, ni los entusiastas ni los detractores vieron venir el dramático desenlace de la «lucha de líneas» en el seno del comunismo checoslovaco. El 20 de agosto las tropas militares de cinco países del Pacto de Varsovia (Alemania Democrática, Bulgaria, Polonia, Hungría y la URSS) coordinaron una intervención armada para controlar el país y devolver su gobierno al sector más ortodoxo del PCCH. Este dramático acontecimiento se convirtió en un lugar de memoria que remitía a la «zona cero» de la crisis del movimiento comunista internacional, cuyas repercusiones no cesaron hasta la desaparición de los sistemas socialistas en Europa oriental a finales de los años ochenta. Por eso mismo, resulta crucial poder utilizar una perspectiva transnacional para poder desentrañar las peculiaridades que encierran las contradicciones existentes en torno a esa fecha como origen de una crisis que tuvo unas dinámicas de larga duración y que dio lugar al nacimiento de una nueva corriente comunista disidente que, paradójicamente, se reivindicaba de la ortodoxia existente hasta ese momento.

Las repercusiones de la crisis de Checoslovaquia para el caso concreto del PCE también fueron enormes. Sin embargo, muchas veces, los enfoques historiográficos han preferido centrarse solo en algunos aspectos muy específicos. Se trata de perspectivas que privilegian el análisis político de los factores novedosos que constituyeron la esencia del eurocomunismo: su génesis, sus dirigentes, sus políticas de alianzas o su nueva estrategia.6 La escasa presencia de los conflictos internos causados por la crisis checoslovaca evidencia las limitaciones de estos puntos de vista. Por otra parte, también es necesario señalar que, debido a la conflictividad que despierta este tema, la literatura producida sobre esta crisis está marcada por visiones altamente antagonistas, aunque en Occidente destaquen con mucho los textos contrarios a la invasión.7 Las primeras muestras de interés por este tema ya aparecían tempranamente en el libro de Guy Hermet8 y continuaron hasta la excelente obra monográfica editada por Giaime Pala y Tommaso Nencioni que analizaba este proceso en el caso del Partido Comunista francés, italiano y español. Resultan muy interesantes sus conclusiones, ya que han analizado esta crisis centrándose en la perspectiva militante. Para ellos, más que la ruptura con la Unión Soviética, la crisis de Checoslovaquia comportó una notable transformación en el papel del militante de base. En su opinión, tras 1968, los militantes se volvieron más «críticos» y «democráticamente disciplinados», siendo el punto de partida hacia la «laicización del partido».9

Otros historiadores también han profundizado en la crisis de Checoslovaquia como una de las causas que motivaron la ruptura entre los PP. CC. occidentales y la URSS.10 Resultan especialmente relevantes las investigaciones de Emanuele Treglia, las cuales analizan en clave comparada las tensas relaciones del PCE con los países del «socialismo real».11 Por su parte, Carme Molinero y Pere Ysás señalan que este episodio supuso un gran cambio en las relaciones PCE-PCUS. De esta manera, el PCE fue adquiriendo cada vez mayor protagonismo en el comunismo europeo. Además, para los historiadores catalanes esta crisis también reforzó su imagen independiente, lo que atacaba la línea de flotación del anticomunismo franquista. Esto habría favorecido el acercamiento a sectores contrarios a la URSS y cuyo interés por parte del PCE residía en su potencial como «compañeros de viaje» en la lucha contra la dictadura de Franco.12

Sin embargo, un análisis más centrado en una perspectiva social y cultural puede ofrecer otros resultados. En torno a la fecha del 21 de agosto de 1968 se construyó una auténtica fractura de memoria asociada a un acontecimiento traumático que dividiría a la militancia del PCE. Y es que, frente al discurso de la dirección, para un sector de comunistas españoles «la Primavera de Praga» estuvo asociada con los peligros de una contrarrevolución. La condena emitida por la dirección del PCE fue más radical e improvisada que la de otros partidos de su entorno, incluso que la del «policentrista» Partito Comunista Italiano.13 Precisamente por eso, las repercusiones de esa ruptura fueron mucho mayores que en otros partidos. A partir de este momento se abrió una nueva etapa en la historia del comunismo español, en la cual se generó un proceso de larga duración que provocaría varios conflictos con sectores leninistas situados dentro y fuera del PCE. Los cuales se expresarían a través de tres olas de disidencia. El partido de Carrillo se convirtió en los años siguientes en el PC que más firmemente formuló una actitud crítica respecto al proceso de «normalización» en Checoslovaquia.14

Es interesante señalar el hecho de que, a partir de esta crisis, comenzaría una etapa caracterizada por una importante transferencia simbólica entre los comunistas ortodoxos de ambos países. Durante dos décadas se construyó una extensa red de intercambio entre sectores disidentes españoles y el comunismo checoslovaco de la «normalización», motivado por el apoyo a lo que consideraban una «intervención militar» justificada para proteger el socialismo en ese país. La condena de la intervención en Checoslovaquia constituyó el «mito fundacional» para la primera ola de disidencia ortodoxa. El detonante para el nacimiento de un nuevo tipo de disidencia. Además, durante todo el periodo estudiado fue un elemento recurrente dentro del discurso y la memoria de muchos militantes. Precisamente por eso, considero necesario investigar este fenómeno como mito fundacional y como parte sustancial de una memoria traumática que estuvo presente durante mucho tiempo.

En este sentido, existen tres factores claves para comprender la idiosincrasia de este proceso.

El primer factor es el impacto de la invasión de Checoslovaquia y sus repercusiones en la militancia. Esto supone hacer referencia necesaria a actitudes, emociones y percepciones sobre estos acontecimientos que forman parte constitutiva de la construcción de la identidad comunista ortodoxa de la primera ola. El segundo factor es el relacionado con los dirigentes ortodoxos. Es necesario revisitar la disidencia en el seno de la dirección, profundizando más allá de un mero desarrollo descriptivo. Para ello, se ha de buscar identificar los marcadores de disidencia en el seno de la dirección, así como las reconfiguraciones de cuestiones como la lealtad o la traición, desde la reformulación de los preceptos de la moralidad comunista. Y el tercer factor es el relacionado con los estudios sobre la memoria comunista y la cultura política. ¿Cuál fue el impacto de estos acontecimientos en sus narrativas sobre el pasado? ¿Hasta qué punto activó elementos que luego fueron pilares de su cultura política? Además, la memoria de esta crisis centroeuropea también resultó un elemento conflictivo para este fenómeno. Como se analizará más adelante, no todas las olas disidentes, ni todas las organizaciones tuvieron la misma relación con la crisis checoslovaca.

Checoslovaquia como motor de disidencia en el interior del PCE

Como ya se ha explicado, la Unión Soviética llegó a representar un «capital simbólico» de primer orden para los comunistas españoles. Un referente idealizado con el cual se intentaba no confrontar. Esto fue así hasta 1968, cuando ese consenso saltó por los aires tras la invasión de Checoslovaquia. No obstante, también en los años previos hubo algunos pequeños episodios conflictivos entre ambos partidos que afectaron a aspectos aislados. En ocasiones, estos hechos han sido presentados como pruebas fehacientes de unos supuestos antecedentes en la ruptura PCE-PCUS. Sin embargo, su verdadera importancia radica en que constituyeron actitudes novedosas, aunque restringidas esclusivamente al ámbito de la dirección del PCE.15 Por ejemplo, en octubre de 1964, tras la repentina destitución de Jruschov, Mundo Obrero reprodujo un editorial en el que mostraban cierta «preocupación». Con todo, este texto, que contenía críticas moderadas, concluía de la siguiente manera:

Sin ninguna especie de incondicionalidad, guardando nuestra independencia –a la que por otra parte nadie pretende atentar– los comunistas españoles reafirmamos como una constante de nuestra orientación la amistad entrañable con el P.C.U.S y con la Unión Soviética, que han mostrado a la Humanidad entera el camino de la liberación, el camino del socialismo y del comunismo.16

Dos años después tuvo lugar un nuevo incidente en la escalada de tensiones hispano-soviéticas. En este caso, Carrillo publicó en Nuestra Bandera una crítica al encarcelamiento de los intelectuales Andrei Siniavsky y Yuli Daniel, acusados de publicar «propaganda antisoviética». El texto resultaba un tanto ambiguo y jugaba con las dinámicas recientes de la historia soviética. Por una parte, se insistía en la idea de que si bien esa condena podría haber estado justificada en la anterior etapa de «dictadura del proletariado», no se adecuaba a la nueva realidad soviética, caracterizada por ser un «Estado de todo el pueblo».17 Por otra parte, el escrito insistía redundantemente en subrayar su alineamiento incondicional con las políticas de la URSS. Probablemente, la intencionalidad del texto era manifestar una ligera crítica, al mismo tiempo que se trataba de minimizar las contradicciones que esta actitud podía generar entre la militancia.18

Un conflicto bastante más problemático fue el que estalló meses antes de la crisis de Checoslovaquia. El origen de este nuevo choque residía en la publicación de un artículo en la revista Izvestia firmado por el periodista soviético Ardakovski.19 El texto abordaba el futuro de España tras la muerte de Franco y sugería como la opción más factible una salida monárquica al régimen. Esta publicación ofendió profundamente a Carrillo, quien lo consideró una injerencia en los asuntos del PCE. En esta ocasión la repuesta no se buscó únicamente por los discretos cauces de las relaciones bilaterales,20 sino que apareció publicada en primera página de Mundo Obrero: «Para nosotros la democracia en España es sinónimo de República. La monarquía es el gobierno de la aristocracia financiera y terrateniente, de las camarillas palaciegas; el régimen de los saraos, de las fiestas señoriales; el reino del sable».21 Pese a entrañar unas formas un tanto bruscas, si se analiza el contenido se puede observar cómo la crítica fue siempre constructiva y lo único que se buscaba era una rectificación que restaurara la autoridad del PCE respecto a los temas de España.22 A modo de conclusión, es necesario recalcar que en el periodo que abarca de 1956 a 1968 no existió ningún intento real de alejarse de la URSS, ni tampoco una profundización teórica al respecto: «de ahí el carácter harto improvisado de la ruptura con el comunismo soviético y sus consecuencias».23 Precisamente por eso, tal y como se ha explicado, el valor del capital simbólico que representaba la URSS continuaba siendo muy importante para la militancia comunista.

Checoslovaquia comenzó a cobrar importancia en 1968. Especialmente, durante los ocho meses en que el Gobierno encabezado por Dubcek llevó a cabo su proceso de reformas. Los vínculos se fueron reforzando gracias a la influencia del nuevo «modelo checoslovaco de socialismo». En el mes de mayo, Santiago Álvarez señalaba en Mundo Obrero su admiración por la «vía checoslovaca al socialismo». Según sus palabras, el proyecto que se estaba construyendo en Checoslovaquia seguía una vía perfeccionada de socialismo en la misma línea que proponía el PCE: «los comunistas españoles seguimos con gran simpatía el proceso de renovación que tiene lugar en Checoslovaquia».24 Aunque esta nueva orientación confrontaba con la ortodoxia del modelo soviético, no era descrita como antagonista, sino como una adaptación a un modelo de sociedad desarrollada. La propaganda sobre Checoslovaquia se fue intensificando mediante varios artículos de prensa y alocuciones en «la Pirenaica».25 Sin embargo, no puede decirse que esta campaña fuera interiorizada por la totalidad de su militancia de igual forma, ni mucho menos concebida como una ruptura con los principios tradicionales de su cultura política. De hecho, a partir del mes de junio comenzarían a llegar a las bases del PCE algunas críticas de los soviéticos a lo que estaba sucediendo en Checoslovaquia. Con la difusión de esa «inquietud» por parte de la URSS las cosas empezaron a cambiar, un sentimiento de desconfianza comenzó a extenderse entre un sector de la militancia comunista.26 Los argumentos difundidos por la dirección del PCE ya no convencían a todos. Los sectores más ortodoxos de la organización comenzaron a preocuparse por si la «vía nacional al socialismo» en Checoslovaquia suponía un posible alejamiento del internacionalismo proletario. Según esta cosmovisión, la nueva ley de prensa daba voz a los contrarrevolucionarios y la reforma económica suponía un proceso de privatización encubierto que pondría la economía al servicio de los capitalistas extranjeros. En síntesis, este proceso de reformas fue caracterizado por estos sectores como una involución del socialismo hacia el capitalismo.27 Por si fuera poco, la autoría soviética de estas informaciones garantizaba la validez de esta perspectiva. Por primera vez, los dos pilares de la identidad comunista –«el Partido» y la URSS – tenían discursos distintos, lo que lógicamente generaba ciertas contradicciones entre la militancia. Sin embargo, hasta finales de agosto de 1968 las tensiones no fueron demasiado fuertes. El militante del interior estaba más preocupado por su día a día, más relacionado con las luchas del movimiento obrero que con los debates internacionales. Además, dados los continuos avances en las negociaciones, todo parecía entrever que la diplomacia acabaría triunfando.28 Precisamente por eso, la invasión del 21 de agosto sorprendió notablemente a la militancia del PCE. El origen de esta sorpresa estriba en dos factores. Primero, por la forma y el medio mediante el cual tuvieron que enterarse. La traumática noticia les llegaba a través de las ondas de la emisora del partido, Radio España Independiente (REI), de manera realmente sobrevenida. Segundo, por el gran calado del mensaje que contenía el comunicado de la dirección del partido. Si bien la noticia mantenía la retórica de amistad con la URSS, al final, significaba contradecir a la mismísima Unión Soviética:

Nuestra emisora está en condiciones de comunicar que la dirección del PCE consecuente con la línea que ha venido manteniendo acerca de la necesidad de evitar un desenlace dramático de la crisis surgida por las discrepancias de apreciación sobre la evolución checoslovaca, no aprueba la intervención militar sobrevenida. Al mismo tiempo, proseguirá sus esfuerzos en busca de una solución política y de la unidad y entendimiento entre los países socialistas y del conjunto del movimiento comunista y obrero internacional.29

Esta sencilla declaración oficial tendría unas repercusiones de larga duración trascendentales para la militancia comunista. Tradicionalmente, el análisis politológico circunscribe esta crisis a una confrontación ideológica entre el PCE y el PCUS. Sin embargo, esta perspectiva presenta una visión incompleta de las consecuencias de este fenómeno. Es necesario profundizar en el hondo impacto que produjo esta crisis entre la militancia y que, incluso, se podría circunscribir al terreno de las emociones. Asimismo, el empleo de la perspectiva historiográfica conocida como «desde abajo» permite analizar el impacto de este episodio poniendo el foco en la el plano social. Un acontecimiento que se convertiría a la larga en una «fecha bisagra» para la cultura militante del comunismo español. El historiador Rubén Vega advierte de la importancia del impacto de estos hechos, ya que «se trata, con toda probabilidad, de la primera ocasión en la que, pese a la clandestinidad, un debate que cuestiona la línea oficial del Partido se extiende al conjunto de la militancia».30 La crisis de Checoslovaquia desencadenó la explosión de una tensión preexistente entre dos símbolos de la identidad comunista: la disciplina de partido y la adhesión incondicional a la Unión Soviética. Estos dos ejes identitarios estaban anclados profundamente en la mentalidad militante hasta que chocaron a finales del verano de 1968.31 Gracias a la consulta de los fondos territoriales y centrales del AHPCE existen suficientes indicios para afirmar que la mayoría de las personas que formaban parte del PCE manifestó, al menos inicialmente, su aprobación hacia la intervención militar: «Sobre los acontecimientos de Checoslovaquia las posiciones son unánimes, de acuerdo con la intervención […] Y ese problema ha pesado mucho y pesa todavía».32

Esta situación desencadenó una disidencia primitiva que manifestaba un estado de frustración generalizado entre la militancia, cuyo origen se encontraba en un ataque proveniente del propio partido hacia uno de los elementos simbólicos más relevantes y aglutinantes: la URSS. El desasosiego se extendería rápidamente, generando a su paso un profundo malestar por el enroque del partido en su postura. Desde un punto de vista sociológico, entre los indignados destacaban los procedentes de sectores obreros, aunque también los había de otras clases sociales como profesionales o intelectuales.33

Sin embargo, otro factor muy importante contribuyó a que se generara ese estado de opinión generalizado entre las bases. Los medios de comunicación española llevaron a cabo una notable campaña de propaganda dirigida contra la URSS. En este sentido, los comunistas del interior vivieron la peor parte. Esta propaganda repetía el argumento del «totalitarismo soviético» para explicar la intervención en Checoslovaquia. Lógicamente, la militancia, acostumbrada a este tipo de ataques constantes por parte del régimen, cerraba filas de forma automática contra este tipo de argumentarios. Por otra parte, la prensa franquista utilizó otras fuentes más innovadoras, como la difusión de la postura condenatoria del PCI.34 Esta novedad contribuyó notablemente a enrarecer la situación y reforzar, aún más si cabe, la percepción de que la intervención era correcta. Desde esta perspectiva, pensar que era Carrillo el que se equivocaba era una contradicción importante en los términos de las reglas morales que guiaban su compromiso militante. Durante los meses que sucedieron a la invasión continuó esta pugna discursiva que buscaba influir directamente en su visión personal de los hechos. Por su parte, la Unión Soviética también desarrolló una campaña que trataba de legitimar la intervención militar. Las vías utilizadas fueron fundamentalmente dos: las emisiones de Radio Moscú en castellano y la difusión de folletos y libros que justificaban la invasión. El argumento utilizado era sencillo y fácilmente comprensible en Checoslovaquia habrían estado operando grupos contrarrevolucionarios, el PCCH había perdido el control de la situación y esto había justificado que el Tratado de Varsovia interviniera para salvaguardar el sistema socialista.35 Además, esta narrativa del pasado guardaba muchas semejanzas con los argumentos expuestos para justificar la intervención en Hungría en 1956.36 Por lo tanto, los comunistas españoles se enfrentaron a dos relatos antagónicos respecto a la crisis de Checoslovaquia. Por otro lado, la legitimidad de ambos emisores estaba clara y entraba directamente en contradicción. La permeabilidad de los argumentos soviéticos fue una cuestión que preocupó al equipo de Carrillo, quien entendía este asunto como una injerencia soviética respecto a las cuestiones internas del partido: «Por aquí siguen enviando cantidades considerables de propaganda. Últimamente el famoso “libro blanco” que conoces, publicado por un “grupo de prensa de los periodistas soviéticos”, en realidad sin que nadie firme y afronte la responsabilidad. Los argumentos que se emplean son del tipo de los empleados en el artículo del 22 de Agosto en la “Pravda”, si cabe más exagerados».37

El aparato del partido respondió con las dos principales armas con las cuales contaba: el uso del renombre de sus «cuadros» más veteranos y el sentido de la disciplina propio de la cultura comunista.38 De esta manera, tuvieron que ser sus dirigentes más prestigiosos los que insistieran en llamar a la calma. Un ejemplo se puede ver en la carta de Mario Huerta a la dirección central: «Mi escasa experiencia con los pocos que hablé es que la comprensión es fácil a condición de no andar por las ramas a medias tintas, o con tapujos para no producir fuertes impresiones».39 No obstante, esta crisis ponía de manifiesto la existencia de una importante divergencia de opiniones entre las bases y la dirección del PCE. Los orígenes de esta crisis interna son bastante complejos, pero se hace evidente que pivotan en torno a todas las conflictivas modificaciones de la política y el reflejo que esto tenía en la identidad comunista. Como bien señala Giaime Pala, para el grueso de la militancia del PCE el horizonte ideológico era más bien estrecho y su formación política se basaba en un bagaje doctrinal sencillo basado en los clásicos del marxismo-leninismo.40 Tan es así que incluso las propias organizaciones del partido en el interior señalaban que los orígenes de esta crisis se basaban en una falta de interiorización de su nueva línea:

Consideramos que la resistencia manifestada por un gran número de camaradas a condenar la intervención, tan contradictoria con nuestra línea política y con toda la estrategia del movimiento comunista internacional, refleja el muy bajo nivel político de una gran parte de nuestra base y nuestros cuadros medios. Esa resistencia es indicio de la incomprensión y la aceptación superficial de todos nuestros materiales de estudio y de propaganda, en especial de los recientes libros de nuestro secretario general.41

A pesar de ello, el balance final se acabaría decantando del lado de la dirección del PCE. Este resultado fue posible gracias a la disciplina existente en ese momento entre las personas que formaban parte de sus filas. En cambio, los informes internos muestran cómo esta crisis provocó una fuerte crispación entre la militancia y que un gran porcentaje se encontraba a favor de la intervención. Con todo, el sentido de disciplina garantizó que la crisis fuera poco a poco apagándose. Así lo explicaba Higinio Canga refiriéndose a sus intentos por conciliar ambas posturas, pese a estar a favor de la invasión:

Cuando plantean el problema de Checoslovaquia, dije yo: hombre tenéis que pensar un poco más lo que vais a decir, porque personalmente yo creo que la cuestión de Checoslovaquia es un poco compleja como para que la zanjemos así. Yo tengo una opinión, otros pueden tener otra. Mi opinión es esta: yo rogaría que antes de tomar una decisión que lo pensarais bien. Y entonces todos quedaron de acuerdo con lo que yo planteé […] En esa reunión quedamos en que calma y a esperar los acontecimientos.42

Se hace complicado calcular el impacto cuantitativo de esta crisis. Sin embargo, sí que se puede decir que tuvo una influencia cualitativa muy importante, cuya consecuencia directa fue el nacimiento de la primera ola disidente ortodoxa. Su huella se dejó sentir en la militancia del interior y también del exterior. Especialmente conflictiva fue la situación de las células del PCE en países socialistas. Aunque la mayoría de los comunistas que vivían en los países de Tratado de Varsovia estuvieron a favor de la intervención, otra parte no lo estuvo. Estos comunistas se vieron expuestos a una fuerte tensión al poder ser acusados de «antisoviéticos» por parte de las autoridades.43 Los repatriados provenientes de la URSS, los antiguos «niños de la guerra», también desempeñaron un papel relevante, ya que se caracterizaron por su fidelidad absoluta hacia la Unión Soviética por encima de las coyunturas políticas.44 Así lo recordaba en sus memorias el que fuera presidente de la Sociedad Cultural Pumarín (Gijón) y miembro del PCE en ese momento, José Leopoldo Portela:

Llega la reunión de la célula de partido en El Llano. Al ser una de las más activas, acudió un miembro del Comité Central, el camarada Ángel León. ¡Buena se armó allí! Nos encontrábamos doce camaradas, y cuando nos explicó que a Dubcek, Secretario General del Partido Comunista Checo, lo habían llevado esposado de Praga a Moscú, y que el trato que le habían dado era peor que el de la policía franquista, el camarada Juanín «El Ruso» se levantó y dijo:

–Yo no puedo aguantar más estas injurias. Así que, abandono la reunión, y desde este momento causa baja en el Partido.

Aquella discusión nos acaloró a todos de una forma exagerada. Poco faltó para que echásemos de allí al miembro del Comité. Sólo uno de los camaradas votó a favor de la postura del Comité Central.45

Los debates llegaron también a uno de los emplazamientos donde se concentraban una parte nada desdeñable de comunistas en la España franquista: las cárceles. En este sentido, vale la pena detenerse en las memorias de Juan Rodríguez Ania, quien estuvo preso en Jaén durante la invasión. Este relato es especialmente relevante por encontrarse en dicha cárcel un nutrido colectivo de comunistas. Entre ellos destacaban dirigentes del movimiento obrero y algunos estudiantes:46

A finales de agosto del 68 tuvo lugar un acontecimiento internacional que repercutiría en nuestra vida carcelaria, al menos en la mía. La invasión de Checoslovaquia por parte del Pacto de Varsovia suscitó, en el colectivo de presos comunistas, duros enfrentamientos dialécticos entre los partidarios de la invasión y los que la criticaban. Así pues, decidimos en votación enviar una extensa carta en la que manifestábamos nuestro apoyo a las fuerzas del Pacto de Varsovia, escrita en papel de fumar que me encargué de remitir al Comité Ejecutivo del P.C.E en París […] La respuesta a nuestra carta llegaría casi dos meses más tarde a través de un escrito de Santiago Carrillo, en nombre de la dirección del partido, en la que fijaba la posición del P.C.E condenando.47

Finalmente, la crispación inicial se iríra suavizando poco a poco. La fidelidad al partido prevaleció por dos motivos. En primer lugar, la presión del contexto. En un momento de auge del movimiento obrero, los militantes prefirieron centrarse en su lucha diaria contra la dictadura. En segundo lugar, la falta de una perspectiva clara de futuro si decidían proseguir con el rumbo divergente. Por su carácter improvisado, esta disidencia primitiva no ofrecía en ese momento ningún proyecto alternativo claro, solo contradicciones y frustración. Este informe sobre la situación en Asturias en los días siguientes a la invasión resulta bastante representativo de las contradicciones que sufrieron los militantes de base en el interior de España:

Hay emocionantes casos expresivos del respecto y la autoridad del partido. Los cuarenta militantes de una mina que actúan de vanguardia en la presente huelga apreciaban con entusiasmo la intervención, entre sus razones estaban «No hay quien pueda con la U.S»; «Cuando la U.S. lo hizo…», «No se puede perder un palmo de terreno», «La lástima es que no llegaron a Gibraltar», etc. Pero al enterarse que la Dirección del Partido no estaba de acuerdo decidieron callar y esperar. Esta ha sido la actitud de muchos buenos camaradas. En otros casos, esto es casi general, al iniciar el orden del día en las reuniones, el problema checo, pidieron que se retirase, en el orden del día porque conocen a través de otros la posición del P. y aunque subsista en ellos algunas dudas, posiblemente, consideraran que lo importante es discutir los problemas de aquí.48

Este conflicto también tuvo otro importante escenario de batalla en los debates de la dirección del PCE. Antes del 21 de agosto el sector ortodoxo de la dirección del partido había rechazado la confrontación a la espera de la resolución pacífica del problema.49 En la reunión del CE el 23 de julio de 1968 se ratificaron los documentos de Carrillo por unanimidad, como venía siendo costumbre, pero algunas voces manifestaban que no creían que fuera a haber una intervención y que no se podía aprobar una futura condena porque este hecho nunca llegaría a producirse.50 Si ya la invasión pilló por sorpresa a los dirigentes más ortodoxos, la condena emitida por el partido los dejó completamente descolocados. Esta incredulidad se puede observar a través de dos cartas enviadas a Pasionaria el 27 de agosto de 1968. Una estaba escrita por Eduardo García (miembro del secretariado y responsable de organización) y la otra por Agustín Gómez (miembro del CC y enlace con el PCE vasco). El objetivo de estas misivas era intentar que Pasionaria cambiara de opinión y lograr la anulación de la condena. Ambas misivas tenían por propósito generar una complicidad con Ibárruri ante la «venenosa campaña antisoviética». Es necesario tener en cuenta que Pasionaria era una autoridad moral en el PCE y encarnaba un referente de la ortodoxia marxista-leninista española, vinculada a la memoria orgánica y al «mito soviético».51 En su contenido, estas cartas señalaban a Carrillo como un único culpable de la situación en la que se encontraba el partido, pues este llevaba ya tiempo maniobrando contra el prestigio de la URSS: «En Santiago Carrillo hay una tentativa, que viene desde hace ya algún tiempo, de sembrar la desconfianza y la duda respecto al PCUS. Y en esta ocasión de los acontecimientos de Checoslovaquia esa tendencia se ha desencadenado con más fuerza todavía y es que la lógica no podía conducir a otra parte».52

Por su parte, Agustín Gómez se centraba en argumentar que la postura tomada por el CE iba en contra del pensamiento mayoritario de los militantes. Según su opinión, difundir una posición tan importante sin consultar su opinión a la militancia era antidemocrático. Estos planteamientos posiblemente no careciesen de base, puesto que estos dos dirigentes formaban parte del aparato del partido en aquel momento. Dado que era el aparato quien controlaba y ejercía el contacto con el interior, es muy posible que tuvieran una información bastante fidedigna del sentir de la militancia. Gómez insistía en recalcar que «la aplastante mayoría está con la URSS y manifiestan un enorme descontento hacia las posiciones de nuestro partido en este asunto». Además, defendía que el «internacionalismo proletario» se impondría por encima de cualquier otra consideración, ya que los militantes «manifiestan abiertamente que entre el PCUS y la URSS por un lado y cualquiera otro que les condene se quedan del lado de la URSS». Además, las acusaciones formuladas por Gómez iban un paso más allá y ponían en cuestión la política de los últimos años. En esas líneas denunciaba la existencia de un omnipresente culto a Carrillo. También destacaba la falta de democracia interna, el débil trabajo ideológico y los continuos ataques a la URSS. Para finalizar, realizaba una desesperada petición a Pasionaria: «usted no puede estar en esta grave situación con los que han condenado al PCUS y a la URSS. Si usted rectifica la posición de desaprobación que has adaptado en el primer momento y apoyas a la URSS nuevamente harías un gran servicio a nuestro Partido, a nuestro pueblo y a la causa del socialismo».53 Con todo, estos argumentos no dejan de ser los de una minoría del CC. Sin embargo, muestran algunos indicios interesantes para tratar de comprender el sentir general del grueso de la militancia comunista española.

La máxima autoridad en los aspectos organizativos del PCE, Eduardo García, había escrito una carta a Pasionaria con un carácter más íntimo y personal. De entrada, narraba cómo había vivido las declaraciones de la REI de una forma verdaderamente traumática. Una auténtica sorpresa que consideraba «contada de la misma manera que en los medios franquistas y del imperialismo norteamericano». Además, aseguraba que con esta decisión la dirección se estaba separando de las bases, que apoyaban masivamente la posición soviética. Asimismo, también le recordaba a Ibárruri que la forma en la cual se había tomado la decisión habría sido «antiorgánica». No se habría convocado al grueso de los dirigentes en un intento por parte de Carrillo de manipular los tiempos. El desenlace de la carta guarda grandes vínculos con los principales arquetipos de la memoria orgánica del PCE y de la identidad comunista, los cuales pretendía resaltar para poner en contradicción con la línea actual y, especialmente, con la decisión de emitir una condena de la invasión de Checoslovaquia: «No se puede estar con la Unión Soviética y condenar a su Partido Comunista y a sus dirigentes. Eso es un juego innoble e impropio de comunistas. Tú y Pepe nos educasteis así. Y yo te lo agradezco en el alma».54

Las cartas no sirvieron de nada, el Comité Ejecutivo publicó el 28 de agosto de 1968 un comunicado confirmando la condena. Este texto tendría una amplia difusión al ser publicado en Mundo Obrero posteriormente.55 El CE se reunió en septiembre de ese año para debatir la cuestión en profundidad. En dicha reunión, el responsable de organización, Eduardo García, se opuso abiertamente al discurso planteado por Carrillo. En su intervención, García defendió el papel de la URSS como «piedra angular del socialismo en el mundo», a la vez que se manifestaba «decididamente y sin ninguna reserva al lado de los países que han intervenido. Era necesario hacerlo como 12 años antes en Hungría».56 Su discurso estaba fundamentado en la existencia de una lucha global fruto de la lucha de clases internacional, de la que el «intento contrarrevolucionario en Checoslovaquia» sería tan solo la última pieza. En este punto también manifestaba que había sido equivocado apoyar el nuevo curso checoslovaco tan solo sobre la base de las informaciones de algunos militantes residentes en Praga.57 Otro punto de conflicto residía en la forma en la que se había tomado una decisión de este calado, mediante la decisión unilateral del Comité Ejecutivo. Por ese motivo, una activa minoría del CC reaccionó contra esta tendencia. Consideraban que se estaban adulterando los principios de no injerencia en las decisiones del campo socialista. Según su postura, el CE se había precipitado sin esperar a que se desarrollaran los acontecimientos. De tal manera que su posición –que además violaba los principios del internacionalismo proletario– condicionaba el futuro debate sobre la intervención de las tropas del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia. Así lo reflejaba Enrique Líster en sus memorias:

la decisión tomada un mes antes de la intervención fue empleada en las discusiones de Madrid y otros lugares para «convencer» a los camaradas que debía ser aprobada la declaración del CE del 28 de agosto. Este argumento se empleó, incluso, en nuestra reunión. Mendezona, tan ligero como siempre, dijo: «Se había previsto la contingencia de la intervención militar y cuál iba a ser nuestra posición». ¡Más claro, agua!58

La crisis de Checoslovaquia continuó funcionando como un elemento de tensión interna utilizado por la dirección para reforzarse, pero no dejaba de ser también un problema que buena parte de sus bases se manifestaran a favor de la invasión. Por eso, la dirección necesitaba un acto de masas que sirviera como catarsis de su cohesión interna. Más de 700 militantes acudieron el 15 de septiembre de 1968 en Ivry (París) a un mitin, donde estaba claro que se hablaría de Checoslovaquia. La intervención de Carrillo fue recordada por los ortodoxos como una auténtica ostentación de cinismo y mal gusto, ya que fue especialmente crítico con la acción de los países del tratado de Varsovia.59 Finalmente, el 18 de septiembre de ese año se celebró el plenario del CC. En esta reunión afloró abiertamente un movimiento disidente de cariz ortodoxo, un acto sin precedentes en la historia del partido.60 Sin embargo, el «cierre de filas» de los miembros de este órgano para con su secretario general fue mayoritario. Esta situación parecía mostrar un mayor grado de disciplina en las altas esferas que en las organizaciones de base, donde la crítica estaba mucho más extendida. De hecho, los informes presentados en esa reunión mostraban una realidad incómoda para Carrillo.

Las informaciones aportadas por los dirigentes de distintas partes del interior manifestaban que, al menos en un primer momento, la mayoría del partido había simpatizado con la intervención militar en Checoslovaquia. También se advertía una clara segmentación social. Mientras que la militancia de extracción obrera –perfil mayoritario en el PCE– estaba con la URSS, una minoría de intelectuales y universitarios mostraban unas críticas a la invasión aún más radicales que las del propio ejecutivo. Por ejemplo, «Jorge», delegado del partido venido de Zaragoza, relataba cómo la condena del PCE había sido recibida en «las masas» de su zona como «un ataque brutal y desorbitado». Incluso la clase obrera había identificado esta postura con la posición del régimen franquista. Esto estaría basado en el subjetivismo existente entre la clase obrera, que odiaba al imperialismo y cuyo mayor referente era Ernesto Guevara.61 Por su parte, Josep Serradell «Román» informaba de cómo se había vivido la crisis en el seno del PSUC. Según su testimonio, el partido catalán había tenido que discutir mucho su posición de condena, aunque la invasión no había afectado a su prestigio entre sus aliados. Gran parte de su militancia estaría a favor de la intervención o se resignaría a aceptar la condena para mantener la unidad. No obstante, las células de la Universidad habían hecho críticas que rozaban el antisovietismo.62 Otros militantes del PSUC, como «Blas», complementaron su información, aportando algunos datos, como que, por ejemplo, en Tarrasa, Sabadell y Lérida obreros y campesinos «estaban por la intervención».63 Otro dirigente venido de Valencia reseñaba cómo en su tierra se daba una situación que él calificaba de extraña, ya que mientras todo el mundo estaba de acuerdo con el último trabajo de Carrillo, al mismo tiempo, todos estaban de acuerdo con la intervención en Checoslovaquia. Literalmente, porque «se pensaba que algo muy importante debía haber ocurrido».64 Un caso similar habia sucedido en Asturias, donde «Ramón» informaba que ellos se habían enterado por Radio Moscú y, en parte, por ese motivo la militancia estaba mayoritariamente a favor de la postura soviética.65 Otro militante informaba de cómo las organizaciones de Toledo, Guadalajara, Segovia y Ciudad Real se habían mostrado a favor de la intervención, como respuesta a la propaganda del régimen franquista.66 Agustín Hoyos, por su parte, hablaba de cómo tanto en Galicia como en Santander los militantes estaban esperando que aparecieran pruebas que justificasen la intervención. También se quejaba de que Radio Moscú difundía supuestos testimonios de comunistas españoles que estaban completamente a favor de la acción del Tratado de Varsovia. Además, denunciaba que Eduardo García le había asegurado que otros miembros del CC estaban con sus posiciones y que contaban con el apoyo de los soviéticos.67 La excepción parecía venir de Vizcaya, donde «Fernando» decía que toda la organización estaba a favor de las posiciones del partido.68 Otro militante valenciano ponía la nota crítica al declarar que «era un reflejo de 30 años o más de esfuerzos del P(artido)» en defensa de la U(nión) S(oviética). Viejos camaradas que no quieren trabajar en la C.(omisión) O.(brera) que siguen esperando que sean los soviéticos los que nos traigan el socialismo».69

Sin embargo, la postura tomada por Carrillo había quedado clara y no era posible volver atrás. El CC aprobó el informe elaborado por el secretario general por amplia mayoría: 66 votos a favor y solo 5 en contra (Eduardo García, Agustín Gómez, Jesús Saiz, José Bárzana y Luis Balaguer). Sin embargo, es necesario tener en cuenta que no todos los dirigentes, de los que pocos años más tarde engrosen las filas del comunismo ortodoxo, votaron en contra. Un caso muy representativo fue el de Enrique Líster, quien casualmente se encontraba con su familia en Praga durante la invasión.70 Su postura, contraria a la invasión, estaba basada en un conocimiento detallado de las formas en las cuales se había producido la intervención militar, lo que le obligaba, pese a su sintonía con la URSS, a manifestarse públicamente en contra. De esta manera tan ambigua, lo expresaría en la reunión del Comité Central: «Estoy en contra de la intervención soviética en Checoslovaquia porque considero que no está justificada en este momento y, por tanto, ha sido un error. Como es natural, no estoy en contra de todas las intervenciones».71

Además, cinco miembros del CC rompieron con Carrillo y votaron en contra de la resolución del Comité Ejecutivo del 28 de agosto. El relato defendido por estos comunistas disidentes remitía directamente a los pilares de la identidad comunista. Como ya se ha explicado, un factor fundamental de esta identidad era el simbolismo que representaba la URSS. Precisamente por eso, los disidentes insistieron repetidamente en la necesidad de defender al campo socialista como un valor fundamental de su cultura política: «El campo socialista es una conquista de todos los comunistas, es nuestra mayor conquista y debemos hacer todo por reforzar tanto ese campo común como la ligazón con él». Sin embargo, esta postura no estaba exenta de complicaciones. El hecho de estar confrontando con la dirección del partido al que habían venerado hasta hace muy poco generaba muchas contradicciones que tenían que superar. Sobre todo, porque la disidencia no era un valor positivo dentro del imaginario comunista. Por eso mismo, ellos insistían en que sus críticas nunca atentarían contra la unidad o los principios del PCE. Es decir, que se harían respetando los cauces del centralismo democrático. Esta contradicción resulta muy reveladora, pues para ellos era complicado conciliar ambas cuestiones de forma coherente. No hay que olvidar que en la cultura política comunista la defensa de la unidad orgánica y el monolitismo eran pilares centrales. La sola insinuación de que un militante estaba atentando contra la unidad del partido, trasladaba automáticamente a este a la categoría de los enemigos, de «los otros». En base a esa cosmovisión, Eduardo García manifestaba que sería incapaz de hacer una cosa así: «yo no he pensado nunca, no pienso, no pensaré jamás hacer nada, absolutamente nada que pudiera perjudicar la unidad de nuestro Partido Comunista».72

Los debates en el CC y la rebeldía primitiva de las bases supusieron, siquiera, la primera batalla de un largo conflicto que recorrió el movimiento comunista español durante dos décadas. Esta crisis puso de manifiesto la existencia de tensiones latentes en el interior del PCE. Por primera vez en la historia del partido tuvo lugar un conflicto que afectó a todos los ámbitos de la organización. Como consecuencia, un sentimiento de impotencia y desasosiego afloró entre una militancia que, por vez primera, se veía obligada a escoger entre sus dos principales referentes: sus dirigentes y la URSS.

Por eso, la crisis de Checoslovaquia tuvo especial trascendencia desde el punto de vista de la memoria comunista. Hasta tal punto que se puede afirmar que la crisis de Checoslovaquia se transformó, siguiendo las tesis de Pierre Nora,73 en un «acontecimiento monstruo» para la disidencia comunista ortodoxa. Un episodio con un impacto de larga duración que separaba dos percepciones distintas de la identidad comunista. Además, continuando con los postulados de Nora, también se puede afirmar que la crisis de Checoslovaquia se convirtió en un importante «lugar de memoria». En todo caso, lo que está claro es que este acontecimiento debe ser considerado como el mito fundacional de la disidencia ortodoxa en el comunismo español. Este mito fundacional cumplió un triple propósito. En primer lugar, sirvió como un factor de legitimación, ya que muchos militantes habían estado en desacuerdo con la dirección. En segundo lugar, tenía un efecto movilizador, dado que este elemento fue el principal impulsor de la primera ola disidente. Y en tercer y último lugar, actuó como un elemento cohesionador para su causa, ya que funcionaba como un lugar común que reforzaba su identidad.

Este acontecimiento también tuvo otras importantes repercusiones relacionadas con narrativas del pasado. Por ejemplo, supuso un punto de inflexión con respecto a la memoria cosmopolita comunista, destruyendo la antigua mitificación hacía los dirigentes del PCE.74 Además, en torno a este «acontecimiento monstruo» también se produjo un choque entre la memoria orgánica del PCE y la memoria viva de sus militantes. Para una parte de la militancia comunista este cambio de rumbo significó una crisis personal que afectaría a sus recuerdos y su memoria individual. Una experiencia traumática que para un sector de los comunistas españoles puso de relieve la necesidad de rebelarse contra la dirección del PCE. Por lo tanto, la crisis de Checoslovaquia también se construyó como una memoria traumática. Este tipo de rememoraciones cargadas de valores de la tradición comunista aportaron un mayor radicalismo simbólico a su memoria colectiva, donde la visión idealizada del campo socialista actuaba como refuerzo identitario.

Sin embargo, los límites de esta disidencia primitiva estaban condicionados por la propia cosmovisión militante. Precisamente por eso, los comunistas procuraron minimizar las críticas y no supieron organizar una respuesta colectiva para forzar un mayor debate sobre la postura del PCE y el nuevo rumbo de la organización. La aparente paz que logró la invocación a la disciplina interna fue tan solo temporal. Las discrepancias abiertas tras la crisis de Checoslovaquia, lejos de desaparecer, fueron el germen directo para la aparición de la primera ola disidente.75 Para algunos militantes, su actitud crítica se convirtió en un estigma que acabaría con la trayectoria que durante años se habían esforzado por construir dentro de la organización. Como castigo a los que se resistían a dar su brazo a torcer, la dirección trató de marginarles, apartándoles de puestos de responsabilidad.76 Sin embargo, la percepción global de los comunistas ortodoxos sobre este «acontecimiento monstruo» muestra una imagen poliédrica de este. No todos los comunistas que más tarde adquirieron un mayor protagonismo en la disidencia ortodoxa consideran que el conflicto checoslovaco tuvo tanta importancia. Así, por ejemplo, Mario Huerta, exdirigente del PCPE en Asturias, cree que se trató de un acontecimiento histórico que no causó debates importantes sobre los problemas estructurales que atravesaba el PCE. En todo caso, lo cierto es que la nueva disidencia también se centraría en otros aspectos conflictivos como la nueva política de alianzas, el modelo de socialismo, la falta de democracia interna, el tacticismo y la moderación.77 Sin embargo, como ya se ha explicado, las representaciones de este acontecimiento continuaron activas en la memoria de esta corriente como un lugar común de memoria del internacionalismo proletario. No obstante, la heterogeneidad interna también afectó a su percepción sobre la invasión, no todos aprobaban en un inicio esta acción. Pese a lo cual, Checoslovaquia siempre desempeñó un papel bastante relevante. Especialmente, para el caso de la primera ola disidente.78

Solos contra todos

Resulta innegable que la crisis de Checoslovaquia tuvo gran importancia para la gestación de la primera ola. Se trató de un episodio que resquebrajó la disciplina de partido y permitió la aparición de una disidencia de matiz ortodoxo que recorrió la historia del comunismo español durante dos décadas. Fue, por lo tanto, el mito fundacional de esta corriente. Sin embargo, a corto plazo y por sí mismo, este acontecimiento tan solo produjo una «rebeldía primitiva» de su militancia que, por su falta de organización y objetivos, estuvo abocada al fracaso. Uno de los motivos estuvo en la falta de coordinación de los disidentes a nivel de base-dirección. Aunque en las bases una mayoría de militantes manifestaron sus discrepancias, no fue así en los órganos superiores, donde solo unos pocos dirigentes osaron contradecir a su secretario general. Esta distinta correlación de fuerzas marcó profundamente la forma de abordar el problema por parte de la dirección. Una vez finalizada la etapa inicial, llegó la respuesta del partido, que no era otra que la represión a los disidentes. Como se verá más adelante, serían las medidas disciplinarias hacia aquellos dirigentes más destacados las que empujaron a este movimiento hacia una segunda fase más activa.

Lo cierto es que para los cinco dirigentes del CC que habían votado en contra del informe de Santiago Carrillo y se habían mantenido en su defensa de la invasión, las perspectivas no eran muy halagüeñas. Manifestar públicamente sus críticas a la dirección del partido y mantenerlas era algo poco común en la historia de los partidos comunistas. En todo caso, las consecuencias de ese tipo de actitudes eran predecibles y solían ser bastante graves. Acostumbrados al monolitismo y la ausencia de divergencias, cualquier crítica era percibida como un ataque a la unidad del partido. Precisamente por eso, estos dirigentes, que hasta ese momento habían sido considerados como de lo más valioso de la militancia del PCE, se transformaron en otra cosa. Se convirtieron en elementos peligrosos, en personas en las cuales ya no se podía confiar. En definitiva, habían comenzado la transición del «nosotros», propio de la identidad colectiva comunista, al «los otros» asociado al conjunto de enemigos de la organización. Fruto de este proceso, el ambiente se fue enrareciendo en todo lo relacionado con estos «camaradas» y como primera medida de profilaxis fueron apartados del núcleo de trabajo de la dirección del partido, lo que ya significaba una marginación muy importante y un estigma imborrable en su «orgullo militante».

Sin embargo, seguían siendo miembros del CC y las tensiones continuaron sucediéndose. Así, por ejemplo, tuvo lugar, nuevamente, un choque de visiones respecto a qué actitud tomar ante la reunión de noviembre de 1968 en Budapest. Este encuentro internacional resultaba muy importante, dado que debía servir como preparatoria de la Conferencia de los partidos comunistas y obreros que se iba a celebrar en junio de 1969 en Moscú. Tradicionalmente, estos conclaves internacionales servían de instrumento de coordinación y puesta al día de los partidos comunistas, un sustitutivo de la internacional comunista, fruto de la cada vez mayor autonomía de los partidos.79 No obstante, la invasión de Checoslovaquia había supuesto un duro golpe para el MCI y existía un debate abierto sobre si la conferencia debía celebrarse igualmente o, en vistas de la grave crisis de Checoslovaquia, lo mejor era suspenderla hasta que se solucionase. La conferencia preocupaba enormemente a la alta dirección del PCE. Carrillo temía que sirviese para legitimar la invasión y esperaba que, consiguiendo más plazo, los debates pudieran ser otros. Sin embargo, una vez más, Eduardo García daría la nota disonante. El antiguo responsable de organización del PCE opinaba que no debía ser aplazada ninguna discusión, sino todo lo contrario. Según su punto de vista, era necesario continuar sobre lo planificado antes de la crisis. Lo contrario sería justo lo que deseaba el imperialismo, un signo más de debilidad del campo socialista en la difícil coyuntura posterior a la invasión.80 En este mismo contexto, paralelamente, los militantes del PCE del interior fueron normalizando su indignación, aunque para muchos la confianza en la dirección se había perdido para siempre. El PCE, por su parte, monitorizaba con detenimiento todos los movimientos de aquellos militantes que más se habían destacado en su oposición. En términos generales, los informes elaborados por los distintos territorios del interior eran bastante positivos, puesto que, aunque resaltaban que había militantes que aún se mostraban recelosos, se destacaba que estos manifestaban que «a pesar de todo insisten en que están con el P. y su política».81

Apartados del trabajo real que llevaba a cabo la organización, estos comunistas ortodoxos acabarían rompiendo con uno de los principios básicos de su código moral, aquel que hasta hacía poco juraban que jamás romperían: la unidad del partido. Como ya se ha explicado, la cosmovisión militante existente hasta este momento en el PCE daba mucha importancia a la disciplina interna. Según los preceptos del centralismo democrático, una vez discutida una cuestión, la minoría debía siempre acatar y defender lo acordado por la mayoría. Sin embargo, Eduardo García y Agustín Gómez romperían con esa «regla de oro» de la organización. Ellos desarrollaron un conflictivo proceso por el cual disociaron a la dirección del PCE de la autoridad partidaria y, por tanto, se legitimaba su acción disidente. En todo caso, la etapa inicial de disidencia dentro del partido fue especialmente corta para esta primera avanzadilla de la primera ola. Tal es así que, ya en la primavera de 1969, Carrillo comenzó a acusarles de trabajo fraccional. En esta difícil coyuntura, con una correlación de fuerzas muy en su contra, ellos tratarían en vano de suavizar sus posiciones públicas. Hay que tener en cuenta que esta era su única opción, pues les resultaba imposible ganar cualquier votación en el CC y necesitaban tiempo para organizar una disidencia con alguna opción de ganar. No obstante, la errática conducta de estos dirigentes estuvo completamente alejada de una planificación inteligente de los pasos que se debía seguir. El mejor ejemplo de este comportamiento se encuentra en la súbita dimisión de Eduardo García de todos sus cargos en el Comité Ejecutivo y en el Secretariado. Es cierto que, de facto, García dejaba de ser voluntariamente el responsable de organización. Además, no se le incluía en los debates ni la toma de decisiones de ningún órgano central. No obstante, la decisión de dimitir, en vez de esperar que se le expulsara definitivamente, muestra falta de picardía y de olfato político, ya que podía haber presentado esta maniobra más fácilmente como una represión interna hacía los «auténticos comunistas». Su hijo ha valorado que esta decisión se debió en gran parte a su honradez y a su «orgullo de comunista». Según este análisis, García se habría visto desprovisto de la confianza de su secretario general, al mismo tiempo que se habría sentido herido por su marginación,82 con lo cual la dimisión vendría a ser una especie de «harakiri» político. Lo que probablemente no calculó Eduardo García era lo que podía pasar ante esa renuncia. Carrillo se vio beneficiado por el abandono de este dirigente, pues el CE decidió expulsarlo del CC basándose en un supuesto malentendido con la amplitud de su propuesta de dimisión.83 Así que, en un corto periodo de tiempo, y sin presentar una batalla política, Eduardo García había pasado de ser la tercera persona más importante en el PCE a un simple militante. Además, todo había sido posible gracias a su torpeza política. Pese a que García no podía haber colaborado más en su propia defenestración, Carrillo no dudó en hacerle todos los desplantes posibles durante este proceso. Un ejemplo, se encuentra en una carta de Eduardo García fechada el 13 de mayo de 1969. En ella, el antiguo dirigente le imploraba a Carrillo que se le pasase previamente el texto que se iba a publicar sobre su dimisión, tratando en vano de aparentar algún control sobre la inmolación de su imagen de dirigente que se estaba llevando a cabo. Esta petición, fácilmente realizable, nunca fue cumplida por parte de la dirección del PCE, de la cual Eduardo ya no formaba parte.

En el caso de Agustín Gómez, las acusaciones contra él contenían rasgos más previsibles, propias de los primeros pasos de una disidencia organizada. Concretamente, fue acusado de trabajo fraccional, es decir, de estar conspirando contra la dirección del partido. Al parecer, en uno de los varios sondeos que hicieron hacia militantes díscolos, tratando de tejer una red de disidentes, fue descubierto. En concreto, fue acusado de enviar un emisario a Euskadi para contactar con un militante que se había opuesto de forma notoria a la condena hecha por el PCE. Sin embargo, este militante priorizó la disciplina de partido sobre sus divergencias con la línea central. Sería precisamente este quien, supuestamente, le habría denunciado a la organización.84 A partir de este punto, las cosas se complicaron mucho para ambos. Lejos de buscar algún tipo de conciliación, Carrillo no dio marcha atrás y acusó a ambos de cuestiones muy graves. Por una parte, declaraba que ya no contaban con su confianza política. Por otra, atacaba directamente su conexión con el capital simbólico de la URSS al expresar que ambos estaban haciendo «un flaco favor a la Unión Soviética». Lo cual es previsible que les hiriera especialmente, dada su debilidad por dicho país. Por lo tanto, acabaron siendo apartados de los órganos centrales del PCE en el pleno del CE de abril de 1969.85 Ante su expulsión manifestaron su disconformidad con el envío de dos cartas, una fechada el 28 de junio y la otra el 8 de agosto, las dos firmadas como miembros de dichos órganos centrales. Ambas misivas son importantes para comprender cuáles fueron los fundamentos iniciales de esa disidencia ortodoxa.

Las divergencias de estos dos dirigentes se pueden agrupar en tres grandes bloques. El primero es el relacionado con los nuevos planteamientos en la política internacional del PCE. Según su punto de vista, tras la condena de la invasión de Checoslovaquia se había producido un giro de 180º y el PCE había desarrollado una política «antisoviética». Esta cuestión sería especialmente peligrosa, porque atentaba contra las esencias de la identidad comunista y, además, aislaba al PCE del resto de partidos comunistas del mundo. El segundo bloque era en el cual atacaban lo que ellos consideraban como «carrillismo». Este elemento resulta especialmente importante, ya que no dejaba de ser una construcción simbólica de lo que ellos consideraban su antítesis. Por tanto, fue en el marco de este proceso cuando se produjo una fase clave para la consolidación de la identidad de los comunistas ortodoxos como grupo: la construcción simbólica de su enemigo, de «los otros». Las críticas al secretario general se basaban en dos factores. Creían que estaba acaparando demasiado poder y que operaba por encima de la organicidad interna para imponer su línea derechista. El tercer y último bloque, sin embargo, ponía de manifiesto cuestiones más de fondo sobre la política de alianzas del partido (Iglesia católica, monárquicos, ejército…). Esta crítica invalidaba por derechista todas las políticas que el PCE venía aplicando en los últimos diez años. Por eso, resulta especialmente relevante, ya que pone de manifiesto como lo que aparentemente se trataba de una disidencia por un hecho puntual –la crisis de Checoslovaquia– en realidad era una crítica global hacía la nueva política impulsada por Carrillo en la última década.86

La respuesta no se hizo esperar y la dirección del PCE se esforzó por tensar las filas de su militancia ante lo que consideraban un ataque al partido en toda regla. En el Mundo Obrero de octubre de 1969 el CE publicaba un comunicado en el cual reafirmaban su posición ante la crisis checoslovaca como: «válida y plenamente justificada la posición tomada por el Comité Central».87 En dicha declaración también se insistía en conectar los hechos de Checoslovaquia con un resurgimiento de los fantasmas del «estalinismo»: «El Comité Ejecutivo manifiesta su profunda inquietud ante planteamientos y acuerdos que parecen ir en sentido opuesto a las conclusiones del XX Congreso del PCUS y marcar un retroceso hacia métodos condenados justamente por el movimiento comunista internacional».88

Esta preocupación sobre el nuevo rumbo del MCI tras agosto de 1968 se convirtió en un eje central de la política del PCE. Los distintos enfoques utilizados por los comunistas –cuando estaban en el poder y cuando no– mostraban profundas contradicciones difíciles de resolver. No obstante, la documentación interna del partido muestra cómo los dirigentes del PCE insistieron en que sus críticas no traspasarían la línea roja del «antisovietismo». Al mismo tiempo, parecían muy preocupados por la supuesta incapacidad del campo socialista europeo por dar una batalla ideológica contra el imperialismo:

La amenaza del imperialismo se reduce a la llamada «subversión ideológica» en los países socialistas, es decir, teóricamente, al impacto que la propaganda imperialista pueda producir en esos países. Parece como si las ideas del imperialismo tuvieran más fuerza que las nuestras, cuando es todo lo contrario. En vez de plantearse seriamente la lucha ideológica contra el imperialismo, se plantea una lucha contra la «subversión», es decir, una lucha en la que intervienen los tribunales y las medidas administrativas, en vez de la lucha de las ideas […] nuestra posición es muy firme, nosotros no romperemos, no haremos antisovietismo, pero de ninguna manera cederemos en las cuestiones que son fundamentales y de principio. Y en su día se nos hará justicia por los que hoy no nos entienden.89

Además, ese Mundo Obrero de octubre también resultó muy importante por otro de sus textos. Se trataba de un artículo destinado a ganar la lucha interna que se estaba abriendo contra la disidencia ortodoxa. Bajo el título «Sobre un intento fraccional y escisionista», en sus líneas se acusaba a Eduardo García y Agustín Gómez de cargos muy graves. En primer lugar, se destacaba que no había mantenido la promesa de respetar la disciplina de partido que habían hecho tras las divergencias con el asunto de Checoslovaquia. Para ello se reproducían fragmentos de sus cartas a la dirección donde manifestaban que nunca atentarían contra la unidad del partido. Además, se resaltaba que su labor fraccional no solo atentaba contra la unidad del partido, sino que había puesto en peligro a los sacrificados militantes del interior de España. El objetivo de esta narrativa de los hechos no era otro que lograr despertar en su militancia un instinto defensivo que reforzara la adhesión ciega a su dirección. Es decir, una estrategia que buscaba convertir la propia acción disidente en el principal argumento legitimador de la dirección.

Aunque no se ha podido tener acceso a cómo experimentaron todo este proceso los propios disidentes, sí que se ha podido consultar en el AHPCE cómo fue viviendo esta etapa la dirección del PCE. Aun con las cautelas lógicas de comprender que eran parte interesada, estas descripciones sirven para tener una visión aproximada de cómo fueron los primeros pasos desarrollados para intentar extender la red de contactos de los disidentes:

Estos dos hombres siguen empeñados en su labor fraccional, y la cosa toma el giro peor que podía temerse. Eduardo ha escrito una nueva carta a los miembros del CC que, por su tono y contenido, es una ruptura abierta con el partido. Agustín parece que ha enviado un nuevo enlace propio a Euskadi. A París han llegado algunos camaradas portadores de las ideas de Eduardo y Agustín, ideas que tratan de propagar entre ciertos camaradas. Como ves, continúan su actividad típicamente fraccionista. La táctica que emplean es curiosa. Aquí se esfuerzan por acreditar la idea de que Dolores Ibárruri en Moscú está contra la política de París […] en Moscú, en cambio van diciendo que Dolores Ibárruri está pidiendo un nuevo congreso y enfrentada con Santiago Carrillo. En realidad, aquí tienen el apoyo de un reducido grupo de camaradas, disgustados por unas u otras causas, que han encontrado en la «defensa de la Unión Soviética» una bandera estupenda para encubrir su ya vieja descomposición.90

Lo primero que hicieron los disidentes en este primer periodo fue comenzar a desarrollar una primitiva red de contactos con militantes afines. Su acción durante esta etapa resulta ligeramente confusa y contradictoria. Al mismo tiempo que se ponía en marcha una oposición organizada, intentaban mantener un perfil bajo, en aras de pasar desapercibidos. No hay que olvidar que Eduardo García había sido el responsable de organización y, por lo tanto, poseía un buen conocimiento del interior del partido. Lógicamente, estos movimientos eran vigilados de cerca por el PCE, que recibía continuos avisos de sus organizaciones locales: «A la dirección de la mujer de un preso ha llegado el libelo de E. García que os adjuntamos. ¿Para cuándo el comunicado de expulsión? Hemos abordado con (7)91 la cuestión de E. García y está de acuerdo con las apreciaciones que nosotros hacíamos en la anterior y su inmediata expulsión».92

En los meses finales de 1969 se incrementó notablemente la intensidad de sus acciones disidentes. Una buena muestra de ello se puede ver en el informe que el servicio de inteligencia de Carrillo pasó a conocimiento del CC. Según este documento, se había detectado que el 21 de septiembre de 1969 había tenido lugar una reunión en la frontera entre España y Francia. En ella Jesús Saiz, antiguo niño de la guerra, le había solicitado a su cuñada el contacto de varios militantes del interior, entre ellos dos asturianos repatriados de la URSS. Se trataba de Aladino Cuervo y Juanín el Ruso. 93 Este caso nos muestra las formas rudimentarias por las cuales se construía la red de contactos, partiendo muchas veces de la propia familia. En todo caso, muestra que en el punto de partida de esta red disidente el sector hispano-soviético tuvo un papel destacado.94

Ese mismo mes de octubre, un escrito firmado por Eduardo García y Agustín Gómez fue distribuido intensamente entre los miembros del PCE. Su objetivo prioritario eran aquellas organizaciones donde se habían mostrado críticas a la dirección por su postura en la crisis de Checoslovaquia. El documento hacía un llamamiento público al conjunto de la militancia para que se rebelase contra Carrillo. En sus páginas, se criticaban los ataques vertidos contra Eduardo y Agustín en Mundo Obrero y se analizaba cuál era la situación en la que se encontraba el partido. Su denuncia proclamaba que se había impuesto una línea «antisoviética» que no se correspondía con el sentimiento de las bases del partido. Por lo tanto, caracterizaban como legítima su disidencia, al estar en peligro la supervivencia del PCE. Además insistían en que era la única manera de actuar, dado que no se permitía a las organizaciones debatir abiertamente este problema.

El documento ofrecía una narrativa de lo acontecido en Checoslovaquia distinta a la defendida por la dirección del partido. Una que apoyaba sin fisuras la línea mantenida por la URSS. Este relato se iniciaba manifestando su apoyo a los cambios en la dirección del Partido Comunista Checoslovaco y la purga de Antonín Novotny en 1968, «para acabar con los errores burocráticos del pasado». Sin embargo, también aclaraban que este proceso, aparentemente renovador, habría acabado degenerando en un movimiento «contrarrevolucionario» gracias a la intervención del imperialismo europeo y estadounidense. Según su versión, esta cuestión habría sido conocida por Carrillo, pero este lo habría escondido a la militancia del PCE. Por lo tanto, Carrillo habría conducido al PCE al antisovietismo conscientemente. Además, todo el texto estaba repleto de críticas al secretario general y al conjunto de la dirección. Una estructura de la que, hasta hace escasos meses, ellos también formaban parte. Precisamente, uno de los focos de su denuncia era el estilo de vida acomodado que llevaban las personas encargadas del aparato del partido. Según su argumentario, habría sido el exilio lo que habría alejado a la dirección de los problemas reales del proletariado español:

La presión ideológica del enemigo de clase, nacional o internacional, presión que se ejerce ininterrumpidamente sobre todo el partido, sin excepción. Nos parece evidente que la prolongada emigración de muchos dirigentes, el apartamiento físico de la clase obrera y el pueblo, con la vida real, crea un clima más favorable para la penetración del virus del neocapitalismo, del revisionismo de derecha o de izquierda.95

El documento continuaba con críticas hacía la táctica que había impulsado Carrillo durante los últimos años. Además, el texto suponía un salto cualitativo en el tono de sus críticas. En su contenido se hacía un llamamiento a «poner freno a los liquidadores», como llamaban a la dirección. Aun así, este texto iba firmado por ambos exdirigentes cuando aún eran militantes. Tras la publicación del comunicado en Mundo Obrero, su táctica se centró en la confrontación directa y en radicalizar su mensaje. Otro elemento muy importante a la hora de iniciar el movimiento disidente fue proyectar una cierta imagen de viabilidad e incluso de éxito. En este sentido, su relato proyectaba la imagen de que existían fuerzas suficientes para dar una lucha política en el seno del partido y que se podría conseguir la inmediata retirada de las sanciones a los militantes disidentes. Lo cual, en este punto, parecía como mínimo complicado. Para ello remarcaban sus contactos con la organización, la pervivencia de un malestar general y la incompatibilidad del nuevo rumbo del PCE con la identidad comunista y la memoria colectiva de los comunistas españoles.96

Mientras tanto, otros cambios importantes se fueron produciendo en el seno del PCE. En este periodo tuvo lugar la conferencia de Partidos Comunistas y Obreros de junio de 1969 y se celebraron reuniones con el PCUS. Tras este tránsito, el PCE consolidó su orientación «independiente», distanciándose definitivamente en su búsqueda de una política de alianzas lo más amplia posible.97 Precisamente por eso, la dirección del partido percibía este movimiento como una maniobra soviética, por lo que existía un gran recelo hacía la URSS. Según este punto de vista, la disidencia de Eduardo García y Agustín Gómez constituía un intento de debilitar al partido por parte de los dirigentes soviéticos, lo que era mucho más peligroso que la acción de unos pocos camaradas disidentes:

Como sabéis recientemente la prensa ha hecho mención a comentarios de REI sobre las relaciones de los países socialistas con el régimen franquista, y a propósito de todo ello se especula bastante con la tirantez de relaciones entre nosotros y el PECUS. Por ello sería deseable que del próximo encuentro salieran resultados positivos, si es que en verdad renuncian a los intentos escisionistas, crearnos dificultades activamente, lo que tenemos que hacer es no dormirnos.98

En esta coyuntura, el final de estos dos dirigentes con décadas de militancia a sus espaldas era fácilmente predecible. Sin embargo, las formas utilizadas para su expulsión no dejan de sorprender por su rudeza. Una muestra de la importancia que revestía este asunto es que fueron automáticamente purgados de la dirección, sin tan siquiera reunirse el Comité Central. Para ello, los miembros del CC debían escribir una carta manifestando su opinión.99 Aunque este método no parece el más democrático o transparente y desde luego no favorecía el debate, lo cierto es que era bastante habitual en esta época. En realidad, el procedimiento de consulta individual era parte de la táctica de Carrillo para controlar los debates y asegurarse de que no habría contratiempos que pudieran perjudicar el curso de los acontecimientos. Paradójicamente, este sistema fue el mismo que se utilizó para la expulsión de Fernando Claudín y Jorge Semprún en el conflicto de 1964-65, donde Eduardo García tuvo un papel importante como responsable de organización.100

Tras la expulsión de Eduardo García y Agustín Gómez en diciembre de 1969, comenzó una nueva etapa en la primera ola. Esto supuso algunos cambios en cuanto a las formas de organización y la construcción del sujeto colectivo. Inicialmente, se constituyó una primera organización provisional de esta corriente en una plataforma que denominaron «Comisión de represaliados del Partido Comunista y la Unión de Juventudes Comunistas». Esta efímera estructura decía mucho de la forma en la cual se presentaban ante la militancia del PCE, es decir, como víctimas de la represión «carrillista». También tenía mucho que ver con su propia autopercepción, ya que ellos se veían a sí mismos como militantes honrados que habrían sufrido las injusticias de un secretario general despótico que trataba de destruir el PCE. El trabajo de esta comisión fue modesto y consistió en la edición de varios documentos sobre la situación en el partido, cuya distribución pretendía incidir en un futuro levantamiento de las bases del PCE contra su dirección.101 A lo largo de los primeros meses de 1970 la situación se fue tensando cada vez más, hasta tal punto que los llamamientos a la disciplina interna y a seguir los cauces orgánicos se acabarian convirtiendo en una tarea cotidiana de la dirección:

Todo lo que viene sucediendo tanto en el ámbito nacional como en el movimiento comunista internacional, demuestra la justeza de la línea política de nuestro partido. Puede ocurrir que algún camarada no vea así uno u otro aspecto de la misma. La unidad de los comunistas se logra en la práctica de la democracia interna del partido. Todos los militantes tienen el derecho y el deber de plantear y defender, exigiendo el máximo respeto para sus opiniones, sus puntos de vista, en el seno de las organizaciones a que pertenecen; Pero agotada la discusión, todos los camaradas estamos obligados a acatar la disciplina del partido. No podemos consentir que ningún comunista ataque la política del partido al margen de su organismo.102

La labor de difusión de los textos de esta comisión llegó a adquirir notoriedad. No obstante, hay que tener en cuenta que el contexto era complejo, marcado por la clandestinidad dentro de la clandestinidad. Pese a esta díficil coyuntura, la comisión logró llegar a un sector notable de la militancia. Esto fue posible gracias, fundamentalmente, al papel de la emigración, que mantenía sólidos lazos con los comunistas del interior. Como se puede apreciar en esta carta de un dirigente local a la organización central en el exilio, la preocupación del PCE por la proliferación de estos textos era notable:

Sería bueno que disminuyeran sus recursos económicos para que dejaran de enviar toda esa cantidad de cartas y otros papeluchos. Se conoce que en Bruselas encuentra muchas facilidades para sacar direcciones de los que por allí han pasado y que hoy se encuentran por estas tierras pues todos ellos o casi todos han recibido por correo de su mercancía.103

Como ya se ha explicado, la reacción del PCE ante la continuidad de las acciones disidentes fue contundente. La estrategia utilizada por el aparato del partido trataba de unificar a la militancia bajo su mando. Por lo tanto, su objetivo era convencer a sus militantes de la necesidad de «cerrar filas» frente a los ataques «escisionistas» al partido. Se trató de un proceso en el cual se construyó una atmósfera de fuerte tensión que apelaba directamente a los comunistas a contribuir a salvar a su organización. De esta manera, se lograba tener un efecto cohesionador, a la vez que se censuraba la diversidad interna. El objetivo principal de toda esta campaña era desviar la atención del contenido de las críticas disidentes. Hasta tal punto que incluso se llegaba a afirmar que aquellos militantes que vertían críticas sobre el partido tenían los mismos intereses que la dictadura:

Las cartas difamatorias de Eduardo García y Agustín Gómez, en tanto que responde a desesperados intentos de fraccionar al Partido, toda su labor escisionista, son ajenos a los intereses de la revolución, del Partido y de la clase obrera. Esos intentos escisionistas solo son comunes a los intereses de la reacción, del franquismo que sueña desde su existencia con la división de nuestro Partido.104

Sin embargo, la dirección central no se limitó solo a eso, sino que presentaba los avances en la lucha antifranquista como una confirmación irrefutable de lo acertado que estaba resultando el nuevo rumbo del partido. Por otra parte, también se dedicaron muchos esfuerzos a tratar de presentar la ola disidente como algo ajeno al asunto de Checoslovaquia. Precisamente porque, aunque sobre el papel había quedado resuelto, en la realidad distaba mucho de estar superado. El prestigio de los países socialistas continuaba prácticamente intacto entre la mayoría de los militantes. Tan es así que, recelosos del relato ofrecido por la dirección del partido, trataban de buscar información mediante las radios de los países socialistas. Así lo reflejaba un informe interno: «no debemos subestimar la influencia que pueden tener las emisiones de Radio Praga, y otras radios, que seguirán haciendo campaña falsificando la realidad y que son escuchadas a veces por nuestros c[amara] das».105 Otro tema que preocupaba a Carrillo era la información que como exresponsable de organización podía manejar Eduardo, precisamente por las dimensiones que este conflicto podía llegar a alcanzar:

De lo que se trata es de mostrar que el problema ya no es Checoslovaquia, sino la unidad del Partido, la existencia de una tentativa fraccional, escisionista, por parte de gentes que explotan lo de Checoslovaquia a fin de dividir al partido como los que no las comprenden, lo que sí tienen que comprender es que el Partido debe estar unido, mantener su disciplina, y que todo intento de división en estos momentos, cuando estamos en el periodo más álgido de la lucha contra la dictadura, es una traición a la clase obrera, al pueblo. Nosotros no sentimos ninguna alarma por estas actividades fraccionistas porque estamos convencidos de que el Partido las rechaza enérgicamente.

Pero no hay peligro pequeño ni enemigo pequeño cuando se trata de la unidad del partido. Y es lo cierto que estas gentes están enviando emisarios suyos a diversas provincias como nos han informado ya; que pueden seguir enviando por el hecho de que Eduardo, por haber sido responsable de organización, conoce direcciones y gentes. E incluso hay peligro de que la policía, utilizando el mismo juego, consiga sorprender a algún camarada.

No se trata de crear alarma, pero sí de levantar el espíritu de vigilancia y la indignación contra toda tentativa de división del Partido.106

Tras dejar fuera del partido a García y Gómez, otros dirigentes comenzaron una nueva ofensiva. En este caso, fue encabezada por Enrique Líster, quien había mantenido un perfil muy bajo durante los anteriores conflictos. Precisamente por eso, lo primero que llama la atención es la falta de coordinación e, incluso, de empatía entre disidentes. Si bien las posturas de ambos sectores no eran idénticas, los dos compartían muchos elementos de análisis. Sin embargo, la táctica de Líster estaba también abocada al fracaso. El problema era que las personas que hubieran podido apoyar sus propuestas en los órganos centrales ya habían sido expulsados del PCE y, además, el clima de tensión interna que había generado Carrillo no daba, precisamente, mucho pie a consentir debates que reabrieran las polémicas sobre el rumbo del partido.107 No obstante, es verdad que Líster y García no eran iguales. García era un personaje más bien gris y no era demasiado conocido entre la militancia. Sin embargo, Líster era una persona conocida y mitificada. Hasta el punto de que su figura constituía un claro ejemplo de «hombre-memoria», un liderazgo heroizado muy ligado a la memoria orgánica del PCE.108 Sus posturas no eran parecidas ni siquiera en lo concerniente a la crisis de Checoslovaquia. Líster había votado en contra y Eduardo a favor. Los motivos de su condena hay que buscarlos en su propia historia personal. Líster no había sido un entusiasta de la intervención porque esta le había pillado a él y a su familia en Praga, donde había podido observar las consecuencias directas de la invasión. Aun así, poco más tarde criticaría el supuesto «antisovietismo» de Carrillo y la falta de democracia interna en el partido:

La diferencia, repito, entre mi posición y la de Carrillo y compañía radica que para mí el problema de Checoslovaquia es un problema en sí, que se termina donde se produjo. Por el contrario, para los carrillistas de todo tipo es la ocasión para sacarse la careta, entrar a fondo en el proceso de revisión del marxismo, de abandono a cara descubierta de los principios leninistas y de ataques cada vez más brutales contra los partidos y países, sobre todo la Unión Soviética, donde esos principios son respetados y aplicados.109

Sin embargo, el planteamiento de Líster tenía una marca propia. Entre su argumentario destacaban las críticas a la historia personal de Carrillo, las cuales se remontaban atrás en el tiempo. Además, su leitmotiv fue el de la búsqueda de la celebración de un VIII Congreso extraordinario. Líster denunciaba que Carrillo estaba secuestrando al partido y que el centralismo democrático no se cumplía; por lo tanto, era necesario un congreso. En este evento, según su visión, la voz de los militantes transformaría el rumbo que había tomado el PCE, para volver a la normalidad. El contexto no era muy proclive a ese tipo de reivindicaciones. Por eso, su trayectoria disidente dentro del partido fue verdaderamente breve, en septiembre de 1970 fue expulsado. Los detalles de su expulsión fueron bastante anómalos. Esta sanción sucedió en una reunión del CC muy turbulenta. Parece ser que Carrillo había ampliado de manera unilateral el pleno con militantes del interior, lo cual hacía que las dimensiones del público fueran mayores que las normales. Por si esto fuera poco, el trato que se le dio a Líster fue bastante brusco. Carrillo no aceptó que se tratara en el orden del día su propuesta del Congreso extraordinario. Tras una fuerte discusión, Líster trató de abandonar la reunión, cuestión que le fue denegada. El bizarro desenlace de este conflicto ofrecía la triste imagen del veterano comunista, antaño general de cuatro ejércitos, retenido durante varias horas hasta que acabó la reunión. Como colofón, estas tensiones se saldaron con la expulsión tanto del propio Líster como de Celestino Uriarte, José Bárzana, Luis Saiz y Luis Balaguer.110 La errática trayectoria de estos primeros pasos muestra que el grado de improvisación de sus participantes fue bastante alta. La tesis de la conspiración soviética que habría fracasado frente a la madurez de la militancia del PCE cae por su propio peso. Sin embargo, la realidad parece haber destacado por la existencia de muchos claroscuros, donde la inexperiencia en este tipo de conspiraciones dio lugar a un fracaso con respecto a sus objetivos iniciales. No fue un levantamiento rápido y efectivo. La disidencia ortodoxa iniciaba una guerra de posiciones cuyo objetivo era el desgaste de la dirección del PCE.

«Escrito en rojo»: el pce (VIII Congreso)

La primera ola de la disidencia ortodoxa tuvo unas características muy complejas que le confirieron una singularidad propia. Factores como, por ejemplo, el hecho de haber sido pionera en este tipo de disidencias o de estar inspirada en una auténtica «rebelión primitiva» tuvieron un impacto importante. Sin embargo, el estudio de las fases de esta ola puede servir para comprender mejor las etapas del proceso de construcción de la identidad de un nuevo grupo político, como fue el caso de los comunistas ortodoxos. El primer período tuvo lugar tras la crisis de Checoslovaquia, cuando se produjo el estallido de un fuerte descontento militante. Esta fase continuaría con los intentos de algunos dirigentes de tejer una red de contactos y de capitalizar ese malestar hacía la generación de un movimiento organizado. Estas dos etapas tuvieron lugar dentro del PCE con el objetivo de cambiar al partido desde su interior. Más tarde, comenzaría una tercera fase en la cual la táctica cambiaría notablemente. Ya no se trataba de cambiar el partido desde dentro, sino construir otro partido fuera de las estructuras organizativas del PCE. Esta fase llevaba consigo transformaciones importantes en la identidad que afectarían a aspectos tan relevantes de su cultura política como la construcción de una memoria colectiva propia o la aparición de distintos modelos de militancia.

Uno de los primeros retos a los que se vieron sometidos estos comunistas fue decidir cómo debían organizarse. La cuestión no era baladí, tras su expulsión o abandono voluntario del PCE les esperaba un futuro incierto, lejos del partido al que habían sacrificado sus vidas durante décadas. Por una parte, existía un sentimiento colectivo de ilusión, fruto de la incorporación a un movimiento en el cual existían afinidades políticas y culturales. Además, el proceso de expulsiones también había generado un espíritu de rabia e indignación colectiva que actuó como un elemento cohesionador entre este grupo de personas. No obstante, el miedo a lo desconocido, a estar cometiendo una grave equivocación, también tenía lugar en un segundo plano más personal.111 La primera forma de organización tuvo un carácter muy informal. Se trataba de una plataforma de pequeñas dimensiones organizada en torno a Eduardo García, que vivía en París y a Agustín Gómez, que residía en Moscú. Este colectivo desarrolló un embrionario trabajo para lo que después sería el futuro PCE (VIII Congreso). Sus principales esfuerzos se dedicaron a elaborar diversos pasquines y panfletos, donde criticaban el proceso de expulsiones y la línea llevada a cabo por Carrillo. Su intención era poder influir en el debate que creían tendría lugar en todas las estructuras del PCE.112 Sin embargo, aunque su trabajo no fue menor, su capacidad de acción fue limitada. Su principal actividad estaba enfocada a contactar con aquellos militantes que habían tenido conflictos o disidencias previamente y se encontraban expulsados o desconectados del PCE y de los que, como responsable de organización, Eduardo García tenía conocimiento. Así lo recuerda, por ejemplo, Lidia Falcón, quien había sido apartada del PSUC por su postura respecto a la crisis checoslovaca:

Un día de otoño de 1969 recibí en casa un sobre con matasellos de Toulouse. Dentro se hallaba un largo informe sobre los acontecimientos de Praga. En él se daban datos sobre todo aquello que yo ansiaba conocer […] Al mismo tiempo se denunciaba, como nunca se había hecho antes en los documentos del PCE, la estrategia de Carrillo para acabar con el comunismo en el partido, imponer un programa socialdemócrata y establecer una estrategia de colaboración y pactos con la democracia cristiana. A este esclarecedor análisis se unía una estremecedora denuncia de los errores y hasta crímenes que tanto Carrillo como otros de sus fieles colaboradores habían cometido […] En definitiva, mucho de lo que yo quería saber y había intentado conocer se encontraba en aquellos papeles que firmaba una comisión disidente del PCE.113

De esta primera comisión se pasó a otra forma de organización más elaborada y con un mayor simbolismo. La transformación de sus estructuras tuvo lugar tras la expulsión de Líster y los otros cuatro miembros del CC. En términos generales, se produjo un cambio sustancial respecto a la orientación organizativa y su autopercepción. Un perfecto indicador de esta cuestión fue la edición de una versión de Mundo Obrero cuya cabecera estaba impresa en rojo. El primer número del portavoz de los disidentes ortodoxos del PCE vio la luz en septiembre de 1970. El editorial de este primer ejemplar era no solo una declaración de intenciones, sino también una presentación introspectiva de este colectivo disidente:

Nosotros somos el órgano central del Partido Comunista de España. Carrillo creía que le dejaríamos a él, el nombre glorioso de nuestro partido. En eso, como en otras muchas cosas se ha equivocado. El Partido Comunista de España es nuestro; es de todos sus militantes, es de aquellos que dieron la vida por la victoria de sus grandes ideales. Los comunistas y las masas juzgarán a unos y otros. Verán quienes son fieles a la ideología del proletariado, al marxismo-leninismo y al internacionalismo proletario; quienes orientan su actividad práctica con esa ideología y poniendo en primer plano los intereses de la clase obrera, la fuerza dirigente de la revolución socialista; quiénes son componente orgánico-no formal del movimiento comunista internacional.114

A contracorriente

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