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CAPÍTULO 1

LAS FIESTAS

“Habla a los hijos de Israel y diles: Las fiestas solemnes de Jehová,las cuales proclamaréis como santas convocaciones...”

Lv. 23.2.

¿Cómo nos imaginamos a Dios? Para muchos es un ser indolente, ajeno a la problemática de la humanidad. Para otros, es un ser adusto, que está siempre dispuesto a juzgar y castigar al hombre por sus pecados. Para otros, un anciano venerable y tolerante, que pasa por alto los errores, las maldades. Y así podríamos seguir discurriendo lo que es para la filosofía, la religión, ese Dios místico, mítico, lejano, implacable. Pero, ¿ese es el Dios de la Biblia? ¿Ese es el Dios que nos presenta la única fuente que nos habla la verdad sobre Su Persona? ¿Nos podemos imaginar un Dios feliz, dichoso, bondadoso, lleno de gracia y misericordia; de amor, porque es amor; de paz, porque es Dios de paz; de luz, porque habita en luz y es luz? ¿Podemos imaginar —y más que imaginar— aquellos que le conocemos como Padre, pensar en Dios como Aquel que es bendito, bienaventurado, feliz, en el sentido más amplio y profundo del término, y que busca la bendición y esa misma felicidad que el pecado se encargó de empañar, para aquellos que redimió, que salvó y que son suyos para siempre?

¡Ese es el Dios de la Biblia! ¡Ese es el Dios de Israel! ¡Ese es el Dios de los cristianos! ¡Ese es nuestro Dios personal!

El capítulo 23 del libro de Levítico —junto con otras Escrituras paralelas que analizaremos oportunamente— está dedicado íntegramente a presentar a este Dios, un Dios festivo que instituyó para Su pueblo un programa de celebraciones para que el gozo y la bendición fueran su permanente experiencia.

Es un capítulo extraordinario; sin duda, uno de los grandes capítulos de la Biblia. Contiene la enseñanza sobre varios eventos que afectaban las costumbres y la cultura de Israel, pero que cuando el lector se interna más en su contenido, puede ver a través de él un desarrollo profético que atraviesa el tiempo, y abarca de eternidad a eternidad, exhibiendo gloriosamente los propósitos de un Dios sabio, soberano e inefable.

Las fiestas de Jehová, o “en honor al Señor”, no solo eran fechas, periodos del calendario anual hebreo, en las cuales se celebraban distintos acontecimientos que eran parte de la vida del pueblo de Dios, sino que, además, tienen un trasfondo espiritual profundo, una proyección histórico-profética y una tipología cristológica maravillosa.

Dios las instituyó para el pueblo de Israel por medio de Moisés mientras andaba por el desierto antes de llegar a la tierra prometida, cosa que Dios daba por hecho (Lv. 23.10). El orden de ellas y la ley de los sacrificios se mencionan una vez más en Números 28 y 29. Y en Éxodo 34 y Deuteronomio 16, Dios establece las tres principales fiestas anuales, en las cuales todo varón debía ir a presentarse a la casa de Dios.

¿Qué significado tenían para Israel las fiestas de Jehová? Cuando Dios las instituyó lo hizo para que su pueblo se gozara con sus bendiciones y recordara siempre con gratitud su misericordia, bondad y gracia para con ellos. Sin duda, eran un motivo de recuerdo permanente. Dios quería que Su pueblo tuviera siempre presente lo que había sido antes de que les libertara “con mano fuerte y con brazo extendido” de su opresión y esclavitud; de cómo les había sostenido, guardado, alimentado, guiado y aun disciplinado en el desierto y cómo les había prometido vez tras vez la tierra a la cual les introdujo finalmente. Por eso leemos repetidas veces la expresión “acuérdate”, “te acordarás” (Éx. 32.13; Nm. 15.40; Dt. 5.15; 7.18; 8.2, 18; 9.7, 27; 15.15; 16.3, 12; 24.9; 24.18, 22; 32.7).

Como ellos, también nosotros somos propensos a olvidar. Nuestra mente frágil se entretiene muchas veces con las circunstancias del presente y olvida el pasado en el cual Dios intervino en nuestra vida, librándonos del yugo de esclavitud y trasladándonos al reino de su amado Hijo (Col. 1.13). ¡Cómo deberíamos tener siempre presentes aquellas palabras sublimes del Salmo 103.2!: “¡Bendice alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios”.

Levítico 23.1-3 presenta varias características de estas fiestas que nos permiten apreciar su verdadera dimensión espiritual y que veremos en el capítulo 2 de este libro. Pero consideremos el nombre que Dios les da. Son las fiestas de Jehová (v. 2).

La traducción podría ser también “festividades” o “festivales”. El carácter de ellas era festivo. Podían tener el propósito de hacerlos sentir afligidos (Lv. 23.27) o de estar alegres (v. 40), pero siempre significaban eventos para que el pueblo estuviera unido en gozosas celebraciones en comunión unos con otros y con Dios.

La palabra “fiesta solemne” (heb. mo ’ed) significa “una cita, un tiempo señalado1, un ciclo o año, una asamblea, un tiempo determinado, preciso”2, y se aplica a todas las ocasiones festivas, entre las cuales se incluyen los sábados.

Las citas de Dios

Dios siempre ha establecido citas (heb. moadim) con los hombres para el cumplimiento de Sus soberanos propósitos (Gá. 4.2, 4, 5; Hch. 17.31). El pecado interrumpió aquella cita que Dios tenía con su criatura, cuando —como bellamente lo expresa Gn. 3.8— “se paseaba en el huerto, al aire del día”. Y hasta consumar su cita con Su pueblo al fin de los tiempos, cuando lo llamará a Su presencia para “entrar por las puertas en la ciudad” (Ap. 22.14) y estar para siempre con Él en gloria, su intención fue siempre estar en medio de Su pueblo. Así fue, teniendo estrecha comunión con sus siervos los patriarcas (Gn. 17.1; 18.17; Stg. 2.23); acompañándoles en su travesía por el desierto con la nube y la columna de fuego (Éx. 13.21,22; 14.19); morando en medio de ellos en la Shekinah —la nube de gloria— sobre el lugar Santísimo del Tabernáculo (Éx. 30.6; 40.34-38); y en el Templo (2Cr. 7.1-3); haciendo su “tienda” entre los hombres en la Persona de Su Hijo (Jn. 1.14); habitando en Su iglesia y en cada creyente (2Co. 6.16; Ef. 3.17); morando finalmente en medio de los suyos para siempre (Ap. 21.3).

Así que estas fiestas eran ocasiones en las cuales Dios se gozaba en medio de Su pueblo. Nos parece oír Su voz en el Salmo 50.5: “Juntadme mis santos, los que han hecho conmigo pacto con sacrificio”. O en Proverbios 8.31: “Me regocijo en la parte habitable de su tierra; y mis delicias son con los hijos de los hombres”.

El versículo 6 de Levítico 23 contiene otra palabra hebrea, también traducida como “fiesta solemne”, pero con una connotación diferente. Es la palabra hag, o chag. Una vez más, Chumney nos dice: “La palabra hebrea chag, que significa “festival”, se deriva de la raíz hebrea chagag, que, a su vez, encierra la idea de “moverse en círculos, marchar en una procesión sagrada, celebrar, danzar, celebrar una fiesta solemne”3. También incluye el concepto del gozo que reinaba en la mayoría de las fiestas. En Deuteronomio 16.15, dice: “Estarás verdaderamente alegre”. ¡Y era un mandamiento de Dios para Su pueblo! Y ¿cuál era la razón? “Porque te habrá bendecido Jehová, tu Dios”. Por cierto, “la bendición de Dios es la que enriquece y no añade tristeza con ella” (Pr. 10.22). La RVC traduce: “La bendición del Señor es un tesoro; nunca viene acompañada de tristeza”.

Pero esta palabra solo se aplica a las tres fiestas en las cuales anualmente todo varón debía presentarse para adorar, es decir, la Pascua, Pentecostés y la de los Tabernáculos o las Cabañas (Dt. 16). Dios quería tener contacto con Su pueblo de forma permanente y reiterada año a año.

Cuando el pueblo asistía a las fiestas, cosa que debían hacer “en sus tiempos” (Lv. 23.1), es decir, “en las fechas señaladas para ellas”, al menos tres veces al año, iban recitando lo que nuestras Biblias titulan como el “Cántico gradual” y que comprende quince salmos: del 120 al 134. Eran canciones entonadas por los peregrinos a medida que iban saliendo en procesión de sus aldeas; y atravesando montes y valles se decían uno al otro: “Yo me alegré con los que me decían; a la casa de Jehová iremos” (Sal. 122.1). Al fin, llegaban a Sión para celebrar las fiestas y al llegar, en un clima de gozosa festividad recitaban las palabras del salmo 133: “Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía... allí envía Jehová bendición y vida eterna”.

Un Dios feliz

Decíamos que hay un concepto en la Escritura que muchas veces olvidamos: Dios es un Dios festivo. Esto no admite de ningún modo el menor atisbo de frivolidad. Dios es festivo porque es un Dios feliz. Puede parecer un concepto extraño, pero, a la luz de las Escrituras, podemos ver que es así.

El término bíblico para “feliz” es en el original griego la palabra makários (que corresponde a su equivalente hebreo ashré, u ósher, Gn. 30.13), y nada tiene que ver con el concepto superficial y pasajero con que el mundo entiende la felicidad, sino que significa bienaventurado, dichoso, supremamente bendecido, bendito, feliz en sí mismo y aun, glorioso.

Referido a Dios, makários aparece en el NT solo en dos versículos: 1 Timoteo 1.11 y 6.15; en el primero traducido como “bendito” y en el segundo como “bienaventurado”.

Esta última palabra —bienaventurado— se repite más de cincuenta veces en el Nuevo Testamento aplicada a los hombres, especialmente en los Evangelios Sinópticos (por ejemplo en Mateo 5 y 6; en Lucas 1.48). También en Santiago 5.11 y en Apocalipsis 1.3; 14.13; 16.15; 19.9; 20.6; 22.7, 14.

Pero “bienaventurado”, aplicado a los hombres, es mucho más que ser “feliz” o ser “dichoso”, sino que más bien tiene que ver con la vida de la persona que alcanza las bendiciones de Dios por mantener una relación correcta y obediente hacia Él4. Y esta relación es a través de la Persona de Jesucristo.

Pero Dios es el único que es eternamente y permanentemente dichoso en sí mismo. Dice S. Pérez Millos:

“Cuando se le califica de bienaventurado se está expresando que ninguna cosa le afecta en Su absoluta e infinita felicidad. A pesar de las circunstancias y rebeldía del hombre, del deterioro que el pecado ocasiona en la creación, nada altera o afecta la intimidad de Dios. Los hombres son bienaventurados cuando son escogidos por Dios (Sal. 65.4); cuando son justificados sin tener en cuenta sus obras (Ro. 4.6-9); los que obedecen la Palabra (Stg. 1.25). Dios, en cambio, no necesita nada que le haga bienaventurado porque lo es esencialmente, es decir, forma parte de Su misma naturaleza”5.

Dios es la felicidad suprema, no en el concepto limitado, superficial, pasajero y aun carnal en el que comúnmente se utiliza ese término, sino en la esfera de comunión íntima, de santidad, luz y pureza. De modo que la felicidad verdadera es algo provisto por Dios, y recibido de parte de Dios.

El concepto de makários es interesante, pues es una de esas palabras a las cuales el cristianismo llenó de contenido, sublimando y dignificando su significado. En su origen se aplicaba a alguien grande, materialmente próspero; así que era sinónimo de rico. Era aplicado a los dioses que adoraba Grecia, pero, justamente por ello, esa riqueza no era esencialmente moral. Poco a poco fueron incorporándose en su contenido los valores íntimos del hombre, las virtudes, el conocimiento, que, para los griegos, eran las bases de la felicidad humana, según la filosofía griega, para la cual era desconocido el concepto de pecado. Así que la bienaventuranza, llegó a significar “el alegre reconocimiento del hecho maravilloso de que una persona está en un estado de felicidad”6.

En la Biblia, especialmente en el Nuevo Testamento, el término adquiere un valor más elevado, pues tiene que ver con la vida espiritual, no temporal.

Aunque el Salmo 32.1-2 expresa gozosamente que es bienaventurado el hombre cuya transgresión ha sido perdonada y cubierto su pecado, pues recibirá el favor de Dios (v. 3, 4, 10), en el Antiguo Testamento el concepto tiene que ver fundamentalmente con la posesión o, al menos, el estar alcanzado por la promesa de prosperidad en la familia, los bienes, el dinero, la honra, la sabiduría.

Dice M. R. Vincent7:

“En el Antiguo Testamento significa más la prosperidad material que en el Nuevo Testamento, donde generalmente ocurre enfatizando, como su principal elemento, un sentido de aprobación divina fundada en la justicia que descansa finalmente en el amor de Dios. Así que esta bienaventuranza tiene que ver con la bendición que proviene del evangelio y con la pureza de carácter”.

Agrega Vincent:

“La palabra cristiana bendecido está llena de la luz del cielo”.

Y esto es así porque se goza en Dios aun en las tribulaciones, esperando alcanzar la corona de gloria. Así que, la bienaventuranza, la felicidad de los creyentes del Nuevo Testamento es fundamentalmente de carácter escatológico, y aunque en la vida presente sean pobres y perseguidos, les aguarda la bendición indescriptible de la casa de Dios en el cielo (cp. Mt. 5.3-6, 10).

El gozo, la alegría, son sentimientos que anidan en el corazón de Dios y que desea transmitir a los suyos. Dios no es un ser adusto, circunspecto, como lo presenta muchas veces la religión humana. Como alguien dijo: “Dios no es un aguafiestas”. El Dios de la Biblia es un Dios afable, feliz, gozoso, alegre, festivo.

Dios se goza en su propia gloria: “Por amor mío, por amor mío, lo haré, porque ¿cómo podría ser profanado mi nombre? Mi gloria, pues, no la daré a otro.” (Is. 48.11); se gozó contemplando su creación, viendo que todo era bueno en gran manera (Gn. 1.31); se goza bendiciendo a su pueblo: “Jehová volverá a gozarse sobre ti para bien...” (Dt. 30.9); se gozó viendo a su Hijo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3.17); se goza y se gozará estando en medio de los suyos: “Jehová está en medio de ti, él salvará; se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos” (Sof. 3. 17) 8.

Cristo, el reflejo del carácter de Dios

Pero el carácter de Dios no lo podemos ver mejor revelado que en la Persona de su Hijo, aquel que es el resplandor de su gloria y la imagen misma de su sustancia —la exacta representación de la esencia, de la naturaleza de Dios (Heb. 1.3). Por eso el Señor dijo a Felipe: “El que me ha visto, ha visto al Padre”.

Jesús era un hombre festivo. De él decían: “Este a los pecadores recibe y con ellos come” (Lc. 15.2). Los hipócritas escribas y fariseos le preguntaron con malicia: “¿Por qué los discípulos de Juan ayunan muchas veces y hacen oraciones, y asimismo los de los fariseos, pero los tuyos comen y beben?”. A lo cual el Señor les respondió: “¿Podéis acaso hacer que los que están de bodas ayunen, entre tanto que el esposo está con ellos?” (Lc. 5.33-34). Y agrega en Mt. 11.19: “Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores”. Muchas veces vemos a Jesús en cenas, recepciones, bodas, banquetes. En Caná, en casa de Mateo, de Zaqueo, de Simón el leproso, en Betania, etc. Él no rehuía estar con aquellos que tenían motivos para celebrar. Los circunspectos religiosos de su tiempo, a quienes el Señor tildó de “sepulcros blanqueados”, vivían la áspera superficialidad de una religión vacía de contenido y juzgaban con su mezquina mirada la vida abundante y gozosa de Aquel que dijo a la mujer en el brocal del pozo de Jacob: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él y él te daría agua viva”, porque “el que bebiere del agua que yo le daré no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente que salte para vida eterna” (Jn. 4.10, 14). De Aquel que dijo en el último y gran día de la fiesta: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior brotarán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él” (Jn. 7.37-39).

¿Qué es el gozo del Señor? Es fruto del Espíritu Santo, cuando Él tiene plenitud en la vida del creyente: “El fruto del Espíritu es amor, gozo...” (Gá. 5.22); es la fuerza del cristiano que le vigoriza para la vida y la lucha espiritual: “el gozo de Jehová es vuestra fuerza” (Neh. 8.10); es la fuente de bendición que halla todo lo que necesita en el Señor, que es para él el motivo, el modelo y la meta: “Regocijaos en el Señor siempre; otra vez os digo: ¡Regocijaos!” (Fil. 4.4). Así que Dios, como dice el Salmo 147.11: “se complace en los que le temen, y en los que esperan en su misericordia”.

Es notable el capítulo más breve de la profecía de Isaías, el 12, por el gozo que trasunta. Es un verdadero himno de alabanza a Aquel que es la fuente de gozo y salvación del creyente:

“En aquel día dirás: Cantaré a ti, oh Jehová, pues aunque te enojaste contra mí, tu indignación se apartó, y me has consolado.

He aquí Dios es salvación mía; me aseguraré y no temeré; porque mi fortaleza y mi canción es JAH Jehová, quien ha sido salvación para mí.

Sacaréis con gozo aguas de las fuentes de la salvación. Y diréis en aquel día: Cantad a Jehová, aclamad su nombre, haced célebres en los pueblos sus obras, recordad que su nombre es engrandecido.

Cantad salmos a Jehová, porque ha hecho cosas magníficas; sea sabido esto por toda la tierra. Regocíjate y canta, oh moradora de Sion; porque grande es en medio de ti el Santo de Israel”.

El gozo del creyente siempre es el fruto de la salvación, del perdón, de las magníficas obras que Dios ha hecho en su vida, y de la presencia santificadora del Señor por su Espíritu en su ser. Y esta es una experiencia gloriosa que no puede ocultarse, que brota como las aguas de un manantial de vida (Jn. 4.14; 7.37-39) y que se proyecta en bendición a otros.

Las fiestas instituidas por Dios para su pueblo no eran tiempos de melancolía y tristeza, salvo, lógicamente, el día de la expiación. Eran fiestas alegres, llenas del gozo del cielo, de la bendición derramada por Dios sobre los suyos. Cuando Israel oyó en tiempos de Nehemías las palabras de la ley, y entendieron y lloraron sus pecados, el siervo de Dios les dijo:

“Id y comed grosuras, y bebed vino dulce, y enviad porciones a los que no tienen nada preparado; porque día santo es a nuestro Señor; no os entristezcáis, porque el gozo de Jehová es vuestra fuerza... Y todo el pueblo se fue a comer y a beber y a obsequiar porciones, y a gozar de grande alegría” (Neh. 8.10-12).

El pecado trae tristeza y llanto. No es de extrañar ver a los cautivos en Babilonia colgar las arpas en los sauces, mientras los que les habían llevado les pedían alegría diciendo: “Cantadnos algunos de los cánticos de Sión”. A lo que ellos respondían: “¿Cómo cantaremos cántico de Jehová en tierra de extraños?” (Sal. 137.3-4).

Pero la vida perdonada, vivida en comunión estrecha con Dios y plena en el Espíritu conduce a la alegría verdadera, espiritual, a la felicidad de Dios, del Dios bienaventurado, bendito, feliz. No extraña ver como resultado inmediato de la llenura del Espíritu en Efesios 5.18-20 lo que expresa el apóstol Pablo:

“Hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones, dando siempre gracias por todo al Dios y Padre...”.

¿Cuándo canta el creyente? Santiago responde:

“¿Está alguno alegre? Cante alabanzas” (Stg. 5.13).

Siendo joven, tuve la oportunidad de visitar muchas veces a una anciana de nuestra congregación, Doña Julia; una hermana pequeña de estatura, pero grande en carácter y santidad, que llevó muchas almas a los pies de Cristo. Doña Julia vivía en una casita —si se la puede llamar así— o mejor dicho, en un pasillo cubierto que más parecía una casa de muñecas. Una pequeña cama, una pequeña mesa, un pequeño armario, una cocinita y una pequeña biblioteca con varios libros cristianos, muy gastados por el uso. Era muy pobre, de verdad. Pero nunca recuerdo haberla visto triste. Nunca quejosa. Nunca desagradecida a Su Señor. Leíamos la Biblia y orábamos juntos y siempre había en su conversación motivos de alegría y de gratitud a quien la había salvado y le sostenía en sus últimos años. Cantaba, testificaba, alentaba. ¡Una verdadera fuente de agua viva! Doña Julia vivía la gracia de la vida; ella celebraba la fiesta. Pronto la veré en el cielo, en las amplias moradas de Dios. Y estoy seguro que mantendrá fresca y para siempre aquella misma sonrisa gozosa...

Celebremos la fiesta

Sí; la vida cristiana debería ser una continua festividad sagrada. Pablo dice en 1 Corintios 5.8: “Así que, celebremos la fiesta”. El apóstol no se refiere a que debemos celebrar nosotros también la Pascua judía. Tampoco se refiere exactamente a la celebración de la Cena del Señor, aunque esta es una explicación espiritual de lo que la Pascua era para Israel, a la cual alude el apóstol en el v. 7. Se refiere más bien a la vida gozosa que el creyente debería vivir sabiendo que es un hombre perdonado, libre en Cristo, viviendo ahora en obediencia a la voluntad de Dios. El tiempo del verbo celebremos indica permanencia: es una fiesta continua, permanente. No porque no haya motivos para tristeza, no porque se viva en un clima de frivolidad y continua diversión. Es celebrar la fiesta en sentido espiritual. En una vida gozosa, llena de confianza en las promesas de Dios. En una vida santificada, dedicada a Dios en una actitud de permanente sacrificio de adoración (Ro. 12.1).

Dice Gordon Fee9:

“Sobre la base de la crucifixión de Cristo, el pueblo de Dios debe mantener una fiesta continua de celebración del perdón de Dios mediante una vida santa”.

Sabiamente también, agrega Ch. Swindoll10:

“Me parece trágico que personas religiosas que matan la alegría, tengan un éxito tan grande en arrebatar la libertad y el gozo de la fe. La gente necesita conocer que la vida cristiana es algo más que entrecejos fruncidos, dedos acusadores y expectativas utópicas. Ya hemos sido acosados por demasiado tiempo. Es hora de que demos lugar al despertar de la gracia”.

Agrega A. C. Thiselton que “parece ser una referencia al sacrificio diario de nuestra vida”11.

Que el Señor nos ayude y el Espíritu Santo nos llene de tal modo que podamos, personal y congregacionalmente, alcanzar y vivir este gran concepto:

¡ Celebremos las fiestas de Jehová!


1. La palabra “señales” en Gn. 1.14 es mo’ed.

2. EDWARD CHUMNEY, The Seven Festivals of the Messiah.

3. EDWARD CHUMNEY, op. cit.

4. New International Dictionary of Old Testament Theology and Exegesis - Vol. I, citado por E. Carballosa, Mateo T. I., Ed. Portavoz, 2007, pg. 168.

5. SAMUEL PÉREZ MILLOS, Comentario Exegético al Texto Griego del NT, 1a. y 2a. Timoteo, Tito y Filemón, CLIE, 2016, pg. 354.

6. F. J. POP, Palabras Bíblicas y sus Significados, Ed. Escatón, 1972, pg. 28.

7. M. R. VINCENT, Word Studies in the New Testament - Vol. I, Hendrickson Publish., pg. 35.

8. Justamente, la NVI traduce este versículo de esta manera: “se alegrará por ti con cantos, como en los días de fiesta”.

9. GORDON FEE, Primera Epístola a los Corintios, Ed. Nueva Creación, 1994, pg. 248.

10. CH. R. SWINDOLL, El Despertar de la Gracia, Ed. Bethania, 1995, pg. 11.

11. A. C. THISELTON, The First Epistle to the Corinthians, NIGTC, Grand Rapids MI, Eerdmans, Carlisle, Paternoster, 2000, pg. 406.

Las siete fiestas de Jehová

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