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Capitulo 1

Suspicious minds con toda la coloratura de Presley, sonaba en la radio esa mañana en la que Mathías se preparaba para su primer día en la vida universitaria. Como cualquier joven de su edad, el primer día de clases representaba demasiadas emociones: nervios, expectativas, felicidad, ansiedad y hasta un ligero temor por lo que estuviera por enfrentar en esa nueva etapa. Al tomarse el pelo para peinarse notaba que cada cabello estaba en su lugar, rizos intactos y camisa que parecía recién planchada, aunque sin tener plancha, su corbata lucía un impecable nudo tipo Winsor que era uno de sus favoritos, incluso por encima del Triniti que dejaba para ocasiones especiales, pero algo en su arreglo no lo dejaba tranquilo.

El hecho de que un poco de crema dental cayera sobre su bermuda y el gris se viera opacado por una macha beige no era lo que lo perturbaba, ni lo era la ansiedad de iniciar la universidad, lo que estaba molestándolo pasaba porque no tenía una forma de afrontar el día que le esperaba pues, pese a no haberle parecido antes extraño, él no recordaba nada sobre cómo había sido su primer día en el colegio, apenas poco más de un par de meses atrás, divagaba algunos recuerdos escolares, pero sobre materias, no momentos. ¿No era eso algo bastante peculiar? Con mayor razón para él, un joven de 18 años con una memoria fresca, creía que eso de olvidar las cosas solo le ocurría a las personas mayores.

Al abrir el armario, en la puerta izquierda clavada en la parte superior estaban las correas, al probarse la negra con hebilla gruesa, se dio cuenta que estaba más delgado. Supo con más convicción cuando apagó la radio y se dirigió a la cocina para desayunar, que no tenía un plan de acción a seguir ni para el día de hoy ni para un futuro cercano. ¿Cómo podría saber qué hacer el primer día de universidad si no recordaba cómo había sido su primer día en el colegio? O lo que era aún más inquietante ¿por qué no recordaba? Sacando su personalidad, Mathías que era más un chico de acción que de planeación, se dijo que lo que en realidad importaba en ese momento era el desayuno y no su memoria. Así que continúo como si nada.

Antes de salir de su cuarto, cargado de nostalgia por cierto, había un afiche metálico alusivo a Coca-Cola, que acompañaba los posters de Elvis y Mick Jagger, así como un sugestivo retrato de la rubia Bardot que servía de cabecera para su cama; contrario a todo eso, se podían apreciar también bastante desgastados por tantas consultas, un par de libros sobre rituales mayas entre los discos de vinil de Mathías, así como pequeños cuchillos de obsidiana, navajas de pedernal, dientes de tiburón, y espinas de maguey, todo meticulosamente colocado sobre repisas y dentro de cajitas de cristal; finalmente y como el objeto invaluable que era, en su habitación, en un lugar privilegiado, se encontraba un bate de baseball.

Tras llegar a la cocina y dejar todo su espacio rockstar atrás, Mathías puso un par de rebanadas de pan dentro de la tostadora, se sirvió un vaso de jugo de naranja y sobre un gran tazón se sirvió un abundante plato de cereal al que agregó leche fría. Con recuerdos o no, el día pintaba de maravilla, y estaba por mejorar.

Tres golpes se escucharon sobre la puerta, firmes y fuertes, Mathías podía identificarlos porque tanta precisión era sólo propia de Grace, quien seguro esperaba frente a la puerta erguida y con una pulcritud precisa; Mathías no estaba equivocado, frente a su puerta estaba una chica delgada, con brillante cabello castaño y suelto así como luciendo un uniforme escolar que pese a ser una época universitaria, en el instituto era una exigencia que vistieran de esa manera. 18 años, pero que aparentaban un poco más. Como Grace no era una persona que gustara de esperar y para quien la puntualidad era una forma de educación, el chico se apresuró a abrirle.

—Toc, toc, toc —dijo Mathías a modo de saludo—. Un cuarto toc de vez en cuando no estaría mal para salir de la rutina.

—¿Un cuarto toc? —Respondió la chica confundida.

—Toc, Grace, toc, toc —repitió Mathías tocando él mismo la puerta y haciéndola sonar.

—¡Ah, toc! —siguió su amiga comprendiendo todo y colocando su dedo índice sobre la puerta por un segundo—. No veo el caso, ya contamos con un sistema establecido y a no ser que este cuente con fallas, no veo el motivo para cambiar mi típico saludo.

—¿Sistema? A veces creo que te tomas muy en serio las conversaciones...

Sugirió el chico mientras se dirigía a la cocina junto con su amiga. La cara de Grace fue elocuente, como si un olor putrefacto hubiera llegado a ella de forma repentina. Siempre que recibía un mal olor, sus ojos se ponían en blanco durante unos 3 segundos.

—Ya, bueno, sé que huele mal, pero tampoco es para que te quedes con los ojos volteados, deja el drama — echó a reír Mathías a quien su amiga lo sacaba de quicio casi tanto como lo divertía—. ¿Ya desayunaste? Sírvete, anda.

—No, gracias Mathías. He comido en casa y no debemos retrasarnos o llegaremos tarde.

—En eso querida amiga, como siempre, tienes toda la razón.

Mathías dio los últimos bocados apresurado y notando que su amiga se mantenía en tranquila contemplación hacia él, rápidamente levantó su plato, lo llevó al fregadero y lo limpió para dejarlo escurriendo; lo mismo hizo con todo lo demás. El chico estaba acostumbrado a ser ordenado por su carácter diligente pero además, porque no tenía más remedio pues vivía solo. Parte de la calma es el orden, respirar sin obstáculos es mejor que el ruido visual de una casa desordenada. El pequeño Mathías había quedado huérfano y tras varias casas de acogida —según podía recordar pues, ese era otra de sus memorias difusas—, él había decidido vivir solo y tras el duro pero formativo golpe de adaptación, llevó con éxito aquella labor. En todo eso, Grace había estado con él apoyándolo en su aventura de autosuficiencia e independencia, por lo que estaba agradecido así como acostumbrado a tener con él a su amiga.

Al salir de casa, Mathías pudo sentir el sol brillar sobre su rostro y se juzgó vigorizado en ese nuevo día que tanto prometía, aunque no precisamente pudo percibir el calor de los rayos que llegaban a él. Grace por su parte, no se vio en la necesidad de tomarse un segundo para respirar la mañana como sí lo hizo su amigo, para ella que era práctica y enfocada por naturaleza, ese pequeño acto que la conectaba con el mundo natural, era innecesario.

La primera parada de autobús no estaba lejos de su casa, y aunque a Mathías y a Grace les esperaba un viaje relativamente largo a pesar de tener la sensación de que su ciudad no era tan grande. Estando en la parada vieron que había varias personas esperando el bus, el día soleado y la carretera en perfecto estado hicieron pensar a Mathías que el viaje sería súper rápido, al llegar el bus y entregar su ticket al chofer, se dio vuelta para ver cuánta gente faltaba por subirse, y notó el cambio del día.

La plana carretera se convirtió en arena desértica, los faros de luces que se ubicaban cada 5 metros se transformaron en cactus secos. La parada de bus ahora estaba compuesta por bloques de inmenso tamaño y peso y atrás, donde anteriormente debía estar la urbanización en la que vivía, había quedado una densa área verde formada por inmensas palmeras. Cuando Mathías vuelve a mirar al frente, lo que debía ser una estructura universitaria cualquiera ahora era una gran pirámide. El cambio había ocurrido.

En el bus mientras Mathías se dirigía a su puesto junto con Grace vio como su mano blanca y un poco pálida rozaba con otras manos de personas al borde de sus asientos unas eran morenas, otras un poco ocres y unas contaban con pulseras doradas relucientes sobre sus manos, la diversidad del cambio de ciudad siempre lo fascinaba, no importa cuantas veces viviera la transformación, su admiración por esta permanecía intacta. Aunque para muchos, por no decir todos, esa cotidianeidad era normal y hasta dejaban de notarla, para él, un poco detallista en su facultad de distraído, nunca pasaba inadvertido dicho momento. Grace por su parte gustaba de viajar en silencio y sin la necesidad de charlar con Mathías durante el trayecto.

El momento de cambiar de bus y adentrarse al Metrobús había llegado, era algo frenético pero que le gustaba a Mathías porque tenía que salir junto a un pequeño mar de personas y retomar un nuevo rumbo recorriendo pasillos y de vez en vez, correr un poco, cosa que le venía como anillo al dedo ya que, sentía que la inmovilidad del viaje, aunque entretenida, lo llenaba un poco de ansiedad, además le encantaba ver el cambio de ambiente desde la ventana de su asiento. Cuando por fin llegaron a su destino, salir de la estación del metro le dio al chico la oportunidad de sentir de nuevo el sol sobre su cara y la sensación de emoción volvió a él como esa misma mañana lo había abordado, por fin podría dar el primer paso dentro de aquella universidad como un estudiante más, y por fin podría entrar a esa pirámide de 135 metros de altura.

—Adiós radio y Elvis, hola desierto —dijo en voz baja Mathías que continúo pero ahora sí en voz de charla mientras entraban en la universidad—. La pirámide se ve hoy mejor que nunca.

—Es la misma que ya hemos visto antes —hizo notar Grace para después añadir—, pero comprendo tu comentario, hoy existe un factor distinto en ella.

—Sabía que no te emocionaría

—¿Qué pasa? Te he dicho que comprendo.

—Sí, pero podrías también estar alegra o algo sonriente, que se yo. No lo ves Grace —dijo Mathías dando unos pequeños saltos y a punto de abrazar a su amiga que se hizo a un lado de forma cortés; no gustaba mucho de las demostraciones de afecto, menos en público—. ¡Hoy empieza una nueva etapa de nuestras vidas y una de las mejores!

Al pasar por una roca de granodiorita inscrita con jeroglíficos, Grace tomó a su amigo del brazo y le hizo notar lo que en ella vivía.

—Creo que es recomendable menos emoción y más pensamiento lógico Mathías. Acá nos señalan que nuestra primera clase está en la otra dirección.

—Oh bueno, parte de la diversión está en perdernos un poco por el campus como cualquier chico de primer ingreso.

—Y así llegar tarde como cualquier chico a punto de graduarse —señaló Grace a quien lo emocional no se le daba bien, pero el sarcasmo lo dominaba como el fino arte que es.

Pasando por un conjunto de vasijas de cerámica que a la vez eran objetos de recolección de basura, los chicos pudieron notar cómo la diversidad que antes habían apreciado en el bus era también el común en aquel campus donde, jóvenes, adultos e incluso personas bastante mayores compartían las áreas comunes amenamente y distraídos.

—Mira —señaló el joven—, no vamos tarde, todo el mundo está afuera de las pirámides. Oh, la chica del turbante blanco se parece a ti, pero con buena onda. No quiero decir que tú no tengas esa buena onda, por supuesto…

—La mayoría llevamos turbantes color ivory, es el color natural del lino —corrigió de nuevo Grace a su amigo.

Grace no necesitaba de halagos o de comentarios sobre su “onda”, sino de ser puntual para llegar a clases.

—Sí, sí, pero mira a aquellos chicos junto a la carpa y la columna esa, todos están fuera de clase.

—Palmiforme.

—Sí Grace, sé que la columna es palmiforme, pero el punto es que —dijo Mathías que conocía muy bien la forma de ser tan precisa de su amiga y hallaba gracia en ello más que fastidio—, esos podríamos ser tú, yo, y nuestro nuevo grupo de amigos próximamente.

Grace notó que el tema era importante para Mathías, hacer nuevos amigos, gozar de nuevas experiencias y empaparse del ambiente universitario, no sería ella quien aguaría la fiesta, por lo que tomó una pequeña nota mental y sonrió luego de 2 segundos.

—Tienes razón, vamos a buen tiempo y quién sabe, quizá estemos por hacer nuestros primeros amigos acá.

—Como siempre mi querida amiga —dijo Mathías haciendo una caravana que marcó el rumbo de ambos y que los dirigía hacia un grupo de personas que consultaban una nueva roca de granodiorita—, usted tiene toda la razón.

Mientras miran lo curioso que es, que haya personas que comienzan la universidad y aparentan no menos de 70 años, Mathías se vuelve a dirigir a Grace para contarle lo “nuevo” que había visto.

—Grace, Grace —dijo Mathías susurrando— ahí viene un ejército egipcio, mira esas lanzas, mira ese cuchillo de marfil…

—Sí sí, lo estoy viendo… Creo que son los guardias de la universidad, afirmó Grace.

—Amo cuando pasamos de los 50´s al antiguo Egipto. Sentenció Mathías.

Nómada de Época

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