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CIBELES Y ATIS
ОглавлениеCibeles, gran diosa anatolia, creadora de la naturaleza, tuvo un hijo: Atis. Desde el primer momento, Cibeles quedó prendada de la belleza y gracia de su hijo, y vivía para procurarle total felicidad. A medida que él iba creciendo, pasando de la niñez a la juventud, su amor se hacía más profundo, y cuando Atis llegó a la virilidad, su madre lo convirtió en su amante y lo inició como sacerdote de sus misterios.
Este acto implicaba para Atis realizar un voto de fidelidad absoluta. El resultado de tal decisión fue que madre e hijo, ahora amantes, se recluyeron a vivir en un cosmos sellado, unidos por un vínculo que imaginaban inquebrantable.
Sin embargo, Atis no podía estar alejado del mundo exterior, y uno de sus mayores placeres era deambular por las colinas y los bosques. En una ocasión, mientras dormía bajo las ramas de un pino, se le acercó una hermosa ninfa: Sagaritis. Al momento de despertar y verla Atis se enamoró de ella, y sin dilación le hizo el amor.
Pero nada quedaba oculto a los ojos y oídos de su madre Cibeles. Al enterarse de la infidelidad de su hijo-amante se sintió dominada por terribles celos, y apaleó a Atis de modo frenético. Éste, en un arrebato de locura, se castró para testimoniar que nunca volvería a quebrantar su voto de fidelidad.
Cuando Atis se recuperó de su rapto estaba mortalmente herido y fue desangrándose hasta morir en los brazos de Cibeles, bajo el pino donde había hecho el amor con Sagaritis. Sin embargo, como Atis era un dios, su muerte no fue definitiva. Cada primavera, el joven renacía para su madre y durante la rica y fructífera estación del verano permanecía con ella. Al llegar el invierno, cuando el sol alcanza su menor fuerza, volvía a morir y Cibeles lloraba su muerte hasta la primavera siguiente.6
Existen muchas vertientes para interpretar este mito. Es posible partir de la idea de que, así como Carl G. Jung señala que la fantasía de incesto se puede comprender como un intento del niño de regresar al seno materno, y de un modo más genérico y simbólico representa la expresión primitiva y recurrente de la nostalgia del ser humano de volver a un estado de seguridad y unión en las circunstancias primigenias, en la dicha plena, en la que todavía era uno consigo mismo y con la causa materna, del mismo modo es dable imaginar que, desde el lado materno, la reintegración del producto cumple una función simétrica semejante. De este modo, madre e hijo estarían atraídos por una fuerza arquetípica que, para llegar a ser autónomos e independientes, tienen que vencer.
Pero la tragedia que el mito de Cibeles y Atis describe reside en la posesión que Cibeles pretende mantener sobre su hijo. Desea que Atis esté ligado a ella, dependiendo en todo de ella, y que sea incapaz de tener vida propia aparte de la de ella. y si bien este sentido de pertenencia absoluta encuentra razón en la psicología, que lo explica como el resultado de una profunda inseguridad que provoca que la persona se sienta amenazada ante cualquier separatividad en sus vínculos, lo cierto es que esta afirmación resulta insuficiente si no incluye la presencia de un poderoso moldeo arquetípico, en esa dirección, que preexiste a cualquier situación particular. Esto significa que madre e hijo/a están destinados a desear reintegrase uno en el otro, deseo que el patriarcado requiere que permanezca y se fomente de un modo sublimado.
La venganza de Cibeles ante la infidelidad de Atis —que es, en esencia, un intento por parte de Atis de construir una identidad independiente— es llevarlo hasta la castración. De este modo, el mito nos ilustra el castigo que conlleva querer ser uno mismo en ajenidad al complejo materno.
Atrapados en semejante red, los seres humanos no alcanzamos a vivir nuestra vida con plenitud. Nos desprendernos del poder de conformar nuestro propio destino debido al miedo de estar solos, ser fieles a nosotros mismos y desafiar los mandatos del complejo materno.
Es cierto que ni Cibeles ni Atis pueden soportar el reto humano fundamental de una existencia independiente, que se condenan a un estado de fusión que genera la repetición cíclica de traición, caos y autodestrucción, que son incapaces de permanecer como seres humanos separados. Pero, tras ese escenario, hay un argumento que ellos dramatizan y que está escrito por el patriarcado. Sin embargo, no hay que olvidar que si bien madre e hijo están prisioneros en la misma celda, es el niño —a causa de su vulnerabilidad— el castrado, el privado de la real posibilidad de crecer en su total integridad y diferenciarse de la madre.
De manera que, por lealtad, no se le puede dar la espalda a la madre, pues sería traicionarla, y no cumplir con sus demandas y mandatos inconscientes comporta romper un pacto que nos deja —en nuestro imaginario— fuera del círculo de amor materno y nos condena al fracaso. “Si se pone por encima del origen de su vida, entonces, ¿cómo puede tener éxito en su vida, si no reconoce el origen?” (Bert Hellinger)