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Palabras preliminares
ОглавлениеÉste es un libro apasionante y valiente, portador de ideas revolucionarias, en el sentido profundo de su significado: “cambio de estructuras”.
Eduardo Grecco despliega en él un nuevo desafío al establishment de lo afectivo-emocional, y una apuesta política al visibilizar y cuestionar un resorte secreto que mueve al mundo: la posición de la mujer como madre —rol asignado pero también rol asumido—, no revisado ni autocuestionado por quienes, simultáneamente, obtienen algún beneficio pero a la vez padecen la opresión que se les impone. Ese lugar desde el cual se instituyen y se manejan los hilos del desarrollo más temprano del ser humano, de la etapa en que se sientan las bases de las matrices de aprendizaje, matrices cognitivas y sociales, es decir… de la etapa primordial de la constitución subjetiva.
La función materna —resultado de múltiples condicionamientos (desde lo intra, inter y transubjetivo)— permanece incuestionada e incuestionable. Grecco plantea la necesidad de revisar-se con mirada crítica en la función del maternazgo, función que determina la propia vida y la de los otros; re-conocerse y analizar las modalidades vinculares e interacciones cotidianas con el/los otro/s; reflexionar acerca de los condicionamientos sociales y culturales que nos determinan a las mujeres, a los varones, las relaciones, las funciones parentales, los vínculos… Productos y a la vez productores…
Esa revisión nos lleva inexorablemente a una ruptura con el pensamiento hegemónico patriarcal que, más allá de imponer el poder del varón sobre la mujer, lo que hace es determinar todas las relaciones como relaciones de poder de unos sobre otros, de jerarquías y no sólo de diferencias. Tal ruptura plantea una nueva revolución copernicana: ¿cómo lograr la separación de la díada madre-hijo para permitir que éste advenga sujeto (es decir autónomo, activo, creativo, y no objeto, pasivo y heterónomo) y simultáneamente poner fin a la hegemonía freudiana del nombre del padre adviniendo interdicción, para permitir que la diferencia no se adjudique jerarquía?
¿Nos hemos preguntado alguna vez acerca de por qué tanta preparación para la vida productiva (escuelas de excelencia, calidad educativa, universidades de avanzada) y tan poca reflexión sobre la vida reproductiva, que implica no sólo la procreación o la “educación” sexual, sino también el análisis de las prácticas y los dispositivos sociales que promueven las configuraciones de los nuevos sujetos, que día a día reabastecen a nuestro mundo y nuestra sociedad de nuevos ciudadanos? Estas prácticas cotidianas que van desde los cuidados tempranos, las formas de vincularse, de sostener, contener, calmar, alimentar, “dejar hacer” o “hacer hacer” a un niño pequeño, hasta la “educación”, tanto en el seno de la familia como en las instituciones que la continúan, son reproducidas en forma automática, perpetuando un statu quo, sin que constituyan categorías a revisarse.
Las mujeres son colocadas en un lugar clave para la reproducción del sistema hegemónico, que va cambiando con características epocales, pero que permanece intacto en su núcleo central, el de crear sujetos funcionales al sistema dominante. Este aprendizaje de la sumisión del cuerpo y de la psiquis encuentra la complicidad de las propias mujeres, pese a la opresión que les impone, complicidad que responde al formateo de nuestra mente en un sistema que elimina la mirada crítica sobre los propios posicionamientos, cuando éstos responden al orden dominante. No hay ideología de cambio, ni revolución política, que haya podido pensar la necesidad de transformación de las bases de la sociedad; el orden patriarcal que configura tanto a los procesos de constitución subjetiva como a las instituciones-organizaciones sociales.
Tal vez nuevos paradigmas de pensamiento permitan emerger estas formas innovadoras de mirar el mundo como las que plantea Eduardo Grecco.
Sabemos, por un lado, de la sujeción del yo a los mandatos originarios, y de la necesidad de trabajar sobre uno mismo en aras de la autonomía.
Advertimos, también, que existe una acción social, invisible, inconsciente, para que nuestra cultura alimente esta dependencia, funcional para mantener el statu quo.
Sin embargo, el sujeto no se constituye de una vez y para siempre. Si bien lo infantil fundamenta su origen, hay otro cuantum de multiplicidad del yo que se juega en cada momento, en el encuentro con un otro, en el reconocimiento de la propia ajenidad en esa confluencia, en la pertenencia a un mundo social.
Si tenemos en cuenta las palabras del historiador Lucien Fevbre,1 los sujetos somos más producto de la época que de los padres. Tal vez esté llegando entonces el momento del cambio, desde dos vertientes: primero, la individual-personal, tomando conciencia de la necesidad de un cambio interior, condición necesaria pero no suficiente; necesitamos también una transformación del ecosistema social. Se hace entonces imprescindible una coherencia entre la búsqueda en nuestro mundo interno y la militancia para la modificación de nuestro mundo externo. Sólo así será posible una verdadera transformación cultural…
Francis Rosemberg
1 Citado por Isidoro Berenstein, en Devenir otro con otros(s), Paidós, 2004.