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LA EMANCIPACIÓN DEL NIÑO

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Sin embargo, la transición del niño de la madre al mundo no materno se halla existencialmente basada en el cese de tal lealtad incondicional: dejar de identificar la existencia propia con la existencia de la madre, quedar fuera del mundo matricial.

Tal situación representa una ruptura del equilibrio emocional en la relación madre-hijo, lo que da lugar a la construcción, en el niño, de una nueva experiencia: la deslealtad a la madre y a los modelos morales que ella le propone, como resultado de la afirmación de la propia identidad.

Esta fractura es, para el orden patriarcal, una falta imborrable e imperdonable, muy superior en trascendencia a la infidelidad personal de un ciudadano con su país o de un padre o un amante perjuro. No se trata, para dar un ejemplo tomado del campo del derecho, de una infracción a un código secundario, sino a la misma constitución de la nación.

La independencia del niño de su madre no es una cuestión que deba entenderse y valorarse desde la moral filial, ni tampoco sólo desde una perspectiva psicológica. Del mismo modo, no es un momento sino un proceso, en el cual participan fuerzas bio-psico-espirituales, pero también sociales y culturales, enfrentadas entre sí. El niño rompe (si es que la logra quebrar) con la imago materna, pero en esa rotura sigue arrastrando, durante un largo tiempo, el peso de la subsistencia de la moralidad patriarcal, como un cuerpo corrompido, hasta el momento en que la lealtad de la persona a sí misma por fin lo entierre y le diga adiós.

La madre es la que construye en nosotros —de modo inconsciente— nuestro primer sistema de creencias, y establece cómo debemos ser y los modelos de elección de amor. De manera que, tanto en nuestra identidad como en nuestras elecciones vinculares, optamos a través del filtro de las pautas maternas.

Nuestras madres nos enseñan de una manera inconsciente y nosotros aprendemos, en esta relación, valores y actitudes. Como consecuencia, al crecer formando parte de este entramado, lo damos por válido, evidente y apropiado, de modo que nuestras conductas, sentires y pensares resultan acordes con este sistema. Así, y casi de una manera espontánea, seguimos los carriles emocionales de nuestra madre; por ese camino incorporamos las formas en las cuales operan los ordenadores afectivos de nuestra cultura y nos adaptamos a ellas. En suma, la cultura en la que nos incluimos es la cultura a la que pertenece y transmite la madre. En esto consiste el COMPLEJO MATERNO.

Complejo materno

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