Читать книгу Illska - Eiríkur Örn Norddahl - Страница 16
ОглавлениеCAPÍTULO 10
Agnes quería a Ómar y Ómar quería a Agnes. Se enviaban besos por SMS e iban juntos al Hipermercado del Hogar a comprar macetas. Ómar preparaba comida tailandesa para Agnes y Agnes preparaba comida italiana para Ómar. Se alternaban para hacerle sexo oral al otro. Por las mañanas competían a ver quién se levantaba primero para hacer café, tostadas con mantequilla, huevos duros y llevar el desayuno antes de que el otro se despertara. Se ponían en un sitio de la calle por donde fuera a pasar el otro, daban la vuelta a la esquina y a punto estaban de que los pillase un coche porque iban como ciegos, cogidos de la mano en campo abierto, alocados e inconscientes, siempre en celo, con unas almas tan tiernas que se echaban a llorar en cuanto tenían la más mínima discusión.
Pasó la primavera y después el verano. Una noche durmieron en el césped, delante de la Universidad de Islandia. Otra noche, en la playita termal de Nauthólsvík. Cuando estaban tumbados en el parquecito de Hjómskálagarður, donde el quiosco de música, apareció la policía y los llevó a casa. La noche siguiente durmieron en el parquecito de Klambratún y, cuando se puso a llover, buscaron refugio en un bloque de viviendas vecino. Estaban sobrios y completamente vestidos y se iban a casa por las mañanas a hacer ñacañaca —no tenían ninguna intención de escandalizar a nadie—. Si hubieran tenido combustible para el coche de Agnes, se habrían ido a Þórsmörk para dormir en una tienda de campaña, pero todo lo que querían era dormir al aire libre, y aquello se convirtió en costumbre. No sabían si ir a dormir a casa de ella o a casa de él, y por eso dormían en sitios con césped, calveros y jardines.
***
Adolf Hitler cultivaba la política como si fuera un arte, tomó como punto de partida la belleza para crear una nueva nación igual que quien mueve la batuta, y con ella destruyó tribus enteras, como había hecho en tiempos remotos el Señor de los Israelitas —igual que un escritor elimina de un libro a un personaje porque se ha hartado de él— y toda la realidad que lo circundaba estaba decorada y organizada, desde los detalles más nimios a ciudades enteras. Y todo, hasta el último detalle, se lo presentaban primero a Adolf Hitler: si no le parecían adecuados los diseños, hacía los uniformes él mismo, diseñaba las condecoraciones, decía aquí tiene que haber una hoguera y allí una cruz gamada de quince metros y aquí en el medio estoy yo con las llamas iluminándome la cara y con la omnipotencia en ambas manos.
¡Los espectadores tienen que estar donde puedan verme!
¡Tienen que verme!
***
En otoño, Agnes quitó la matrícula de su coche para ponerlo a la venta, pero nadie quería comprarlo. La crisis. Ómar llevaba pizzas a domicilio mientras le salía un trabajo mejor y Agnes le pidió que llevara a su casa el cepillo de dientes, que llevara la ropa interior, que llevara el bañador y los libros de poesía y le dijo que podía fumar dentro de la casa, aunque ella lo había dejado, siempre que no tirase la ceniza al suelo.
Ómar anuló el contrato de su apartamento de Þingholt y se mudó al de Agnes. No se podía mover un pie por la cantidad de libros que había. Sintaxis, gramática e historia, filosofía y poesía, montones de libros sobre el Holocausto, tanques y ofensivas en pinza, blitzkrieg y populismo. Estaban ocupadas todas las paredes, hasta el punto de que la estrechez de los pasillos los hacía intransitables excepto para las personas más delgadas.
Pero eso no era problema. Eso se solucionaría. Porque así quería Ómar a Agnes, y así quería Agnes a Ómar.
***
Adolf Hitler solo tenía un testículo (¿lo he dicho ya?), igual que el presidente Mao y Napoleón. Igual que Franco, Lance Armstrong y Tom Green. Entre todos, por tanto, tenían seis testículos, aunque lo normal hubiera sido que tuvieran doce. Llevaría demasiado tiempo explicar por qué creo que a ninguno de ellos le gustaba demasiado esa peculiaridad. En cambio, hay a quienes les viene estupendamente la falta del testículo. Ennoblece a Armstrong, aumenta muy considerablemente el estro humorístico de Green, ¿y no es incluso apropiado que afecte a los dictadores? ¿No les viene estupendamente?
***
—¿Tenemos dinero?
—Tenemos tarjetas de crédito.
—No es eso. ¿No tenemos dinero?
—¿Para qué quieres dinero?
—Por eso.
—¿Por qué?
—Nada, que estaba pensando si… Adivina.
—¿En el dinero?
—¿Te apetece ir a Lituania a pasar las navidades y la Nochevieja?
—¿Quieres presumir de mí con tus padres?
—¿Te apetece?
—Sí, sí.
—¿Vamos, entonces?
—¿Con qué dinero?
—¿No podemos ahorrar?
—Solo quedan ocho semanas para Navidad. Y tú tienes una beca de estudios y yo reparto pizzas. Podemos darnos con un canto en los dientes si conseguimos pagar el alquiler.
—…
—Lo que digo es ¿no deberíamos ser más realistas?
—¿Y la tarjeta de crédito?
—Esa podría bastar para los billetes, si no son demasiado caros. Pero ¿cómo pagaremos la renta de enero?
—¿No se podría aplazar el pago?
—No sé si bastaría con aplazar el pago. Sobre todo, si mientras estamos fuera tengo que dejar de trabajar en Domino’s.
—Unas pizzas más o menos no van a hacer mucha diferencia.
—Hay diferencia cuando no se tiene dinero.
—Demonios. ¿Y las ayudas sociales?
***
Prácticamente nadie cree que Hitler fuera capaz de amar.
Se dice que Hitler estuvo loco de amor por una sobrina suya, Geli Raubal. Se dice que la violó, que orinaba y cagaba encima de ella, que la golpeaba. Son viejos chismorreos que a veces se repiten en escritos serios.
***
—¿Qué pasa con las ayudas sociales?
—¿No podemos pedir dinero al servicio de asistencia social?
—¿Para ir a Lituania a pasar las vacaciones de Navidad?
—No, bueno, para comer o algo así.
—…
—Ay, olvídalo.
—¿Te apetece ir a Lituania?
—Me muero de ganas.
—Entonces, lo arreglaremos.
—Ay, qué masculino puedes ser a veces.
—¿Qué quieres decir?
—«Lo arreglaremos». Como si fueras un pater familias con un pito mágico que eyacula dinero para «arreglar» las cosas.
—¿Un pater familias? ¿Estás enfadada conmigo?
—No estoy enfadada. Solo molesta.
—¿Conmigo?
—No. Déjame en paz.
***
Prácticamente nadie cree que Hitler fuera capaz de amar.
Se dice que Hitler amó a Eva Braun. Pero era un amor sin sexo. No se amaban. No había cariño entre ellos. No había un cariño auténtico. Ella admiraba la autoridad que tan bien le sentaba. A él le venía bien tener una mujer bien sujeta, le venía bien para su imagen de político responsable. Son viejos chismorreos que a veces se repiten en escritos serios.
***
Agnes empezó a dejar de lado su tesis de máster y a no asistir a las clases. A continuación, avisó que dejaría el apartamento a partir de diciembre, incluido. Así ahorraron 200 000 coronas. Después rebajó un tercio el precio del coche y lo vendió al día siguiente por 400 000 —lo había comprado de segunda mano, tres años antes, por 800 000—, pero el préstamo estaba ya pagado del todo, así que pudo quedarse el dinero de la venta. A continuación, cogió un trabajo de recepcionista de noche en un hotel, al mismo tiempo que se dedicaba a traducir al lituano folletos publicitarios de una fábrica de prótesis. Los folletos los traducía por la noche en el hotel. Los fines de semana, Ómar y ella iban al rastro de Kolaport y vendían sus libros, sus CD y sus películas en DVD —más tazas, platitos, platos hondos y de vez en cuando otros trastos—. Ómar hacía todos los turnos que podía en Domino’s y solía trabajar desde las doce del mediodía hasta las doce de la noche, y más horas aún los fines de semana. Por las mañanas revisaba traducciones de series de la Radiotelevisión Nacional. Desayunaban gachas de avena y cenaban espaguetis y zanahorias. Renunciaban al almuerzo, al café, a los cigarrillos y (naturalmente) a la cerveza.
Cuando Agnes volvía a casa al terminar su turno de noche, recorría diarios, editoriales y revistas intentando vender su (inacabada) tesis de máster, entera o por partes. Los diarios ya no compraban artículos remitidos, había crisis. En un sitio le ofrecieron trabajo de periodista con un sueldo inferior al que ganaba como portera de noche, pero con más horas de trabajo. Dijo muy educadamente que no.
***
Prácticamente nadie cree que Hitler fuera capaz de amar.
Se dice que Hitler amaba a su pueblo, pero era más con violencia animal que con amor humano.
Dicen que el Führer amaba a los niños. ¿Pero no era más bien, bueno, ya sabéis, porque era un poco… eh? ¿Amar a los niños? Vamos, hombre.
***
Las revistas preguntaban a Agnes si tenía algo más animado. Todos estaban con una depresión de muerte por la coyuntura económica y las revistas tenían que contrarrestarlo con una alegría vacía e infinita. ¿A lo mejor podía escribir sobre la fiesta de pompas de jabón de Vilna o sobre el Baltic Pride? Agnes intentó explicarles que la fiesta del orgullo gay en los países bálticos no era una celebración festiva como la de Reikiavik, era una manifestación reivindicativa y no se hacía para que la gente estuviera feliz y contenta. Las revistas preguntaron, a su vez, si no sería una exageración. ¿Maricones y violencia? ¡Pero si los maricones son una ricura!
Algunas editoriales se mostraron interesadas por la tesis. Citaron a Agnes a una reunión para discutir una serie de cosas, asuntos diversos, que había una gran carencia de libros serios sobre ese tema y que qué bien que las mujeres jóvenes progresen como lo hacen escribiendo cosas serias, y que estaba más que justificado luchar contra el avance de la xenofobia y el fascismo en el mundo. En cuanto Agnes mencionaba el dinero, los editores respondían al instante que tenían que acudir a una reunión en algún sitio, pero le pedían que volviera a la mañana siguiente para hablar más del asunto. Finalmente, los editores reconocían que ellos no tenían poder de decisión en la edición de sus libros, y que «los del dinero» les habían pedido que no malgastaran más fondos en café para Agnes, a menos que estuviera dispuesta a escribir algo vendible. Y entonces Agnes iba a la siguiente editorial, y así una vez tras otra.
***
Un chiste viejo (y de mal gusto que, gracias a Dios, casi nadie se atrevía a contar en voz alta en esa época): Adolf Hitler y Heinrich Himmler están en el bar de una pequeña ciudad de Austria mucho después de la guerra, cuando el hombre de la mesa vecina se vuelve hacia ellos y pregunta:
—Perdonen, pero ¿no son ustedes…?
—Sí —dicen Himmler y Hitler, con una sonrisa tan amplia que se les veían los dientes—. Lo somos.
—¿Pero no están ustedes muertos?
—¿Eso cree? —responden los líderes arios.
—Bueno, es que, vaya… —dice el hombre—. Pero estoy muy extrañado. ¿Qué están haciendo ustedes aquí?
—Estamos organizando nuevos crímenes, peores que cualquiera que haya habido nunca. Esta vez no pensamos limitarnos a aniquilar a todos los judíos del mundo, sino que además robaremos la Venus de Milo y le pegaremos los brazos de Sylvester Stallone, los antebrazos de Justin Bieber, los dorsos de las manos de un gorila y las palmas de las manos de Steven Spielberg.
El hombre hizo un gesto de total desconcierto:
—¿Pero por qué demonios quieren robar la Venus de Milo, pegarle los brazos de Sylvester Stallone, los antebrazos de Justin Bieber, los dorsos de las manos de un gorila y las palmas de las manos de Steven Spielberg?
Himmler mira a Hitler con gesto de victoria y dice:
—Te dije que a nadie le importarían los judíos, ¿no?
***
Pese a no lograr vender la tesis de máster, la pareja consiguió acumular 1,3 millones de coronas en cuatro semanas. Quedaba algún sueldo por cobrar, pero no tardaría. Pagaron 800 000 como depósito por una casucha cerca de la avenida Sæbraut —el hogar que les estaría esperando en febrero— y el resto bastaría para los billetes de avión a Vilna, los billetes de autobús a Jurbarkas y un tren de vida aceptable hasta finales de febrero, cuando recibirían los cheques de sus sueldos.
Se organizarían. Se sentían casi capaces de todo, podían hacer cualquier cosa. En algunos momentos no comprendían cómo la gente podía ser pobre. Luego recordaban que ellos eran jóvenes, felices, sanos, sin hijos, con formación, de una clase media decente y que, a fin de cuentas, vivían en un país donde el desempleo era prácticamente desconocido. Lo que no cambiaba nada al hecho de que se les abrían innumerables posibilidades, ni a la pequeña hazaña personal que habían conseguido llevar a cabo.
***
Hitler está ahí. Me saluda como a un viejo amigo. Y se preocupa por mí. ¡Cuánto lo amo! ¡Qué hombre! Luego habla. Me siento tan pequeño. Me da una foto suya. Con saludos a los países renanos. Heil Hitler! Quiero que Hitler sea mi amigo. Su foto está en la mesa de mi despacho.
Del diario privado de Josef Goebbels.
***
—Me parece que lo más barato es hacer escala en Roma.
—¿Me tomas el pelo?
—No, qué va. Ir por Copenhague cuesta 77 329 coronas cada uno, y 59 297 si viajamos por Roma. Fui a una agencia de viajes y…
—¿Pero qué locura es esta? ¿Y si vamos en avión a… Berlín, por ejemplo, y tomamos el tren desde allí?
—El tren es mucho más caro que el avión.
—Pero ¿no es mucho más ecológico? Yo creía que el combustible estaba por las nubes.
—No lo sé. Pero es mucho más caro. Ya lo he comprobado.
—Vaya.
—Pero bueno, si me dejas terminar, en realidad es aún más absurdo. Es un vuelo especial de navidades a Roma. Viajes de esos para la tercera edad. Para los que aún tienen dinero. Así que compramos el paquete entero.
—¿Vuelo y coche de alquiler?
—Y alojamiento.
—¿Por dos meses?
—No, solo una semana.
—Pero pasaremos fuera dos meses.
—No vamos a quedarnos en Italia.
—Pero, quiero decir… ¿los vuelos nos permiten pasar dos meses fuera?
—Sí. La chica me dijo que lo más sencillo era hacerlo así. Comprar el paquete entero y cambiar el billete de vuelta.
—¿Qué chica?
—La de la agencia.
—Ya.
***
La palabra hebrea Jai —— significa «vida». Está formada por las letras «jet» y «yud». En la numerología de los judíos, la primera letra corresponde al ocho, y la última al diez. Jai es 18, y 18 es un número sagrado. Los judíos «dan dieciocho»: en las festividades, se regalan unos a otras cantidades divisibles por dieciocho. Así se regala vida.
Dieciocho es también un número sagrado en la numerología de los nazis. La rama terrorista de la organización neonazi Blood & Honour se denomina a sí misma Combat 18, por la primera y la octava letras del alfabeto latino.
1: A(dolf)
8: H(itler)
(Esta no os la esperabais, ¿eh?).
***
—Pero también podemos quedarnos una semana en Italia. Con coche y alojamiento. Porque, a fin de cuentas, lo pagamos.
—Roma es espantosamente cara.
—No por una semana. Comemos en casa. Vemos el Coliseo solo por fuera.
—¿Cuesta dinero entrar al Vaticano?
—Joder, qué católica eres.
—Yo no soy católica. No pretendo asistir a una audiencia del papa. Lo que quiero es ver la Capilla Sixtina.
—Eres una fundamentalista religiosa en la negación.
—Vamos a dejar eso, si no te importa.
—Te estoy tomando el pelo.
—Esto es ridículo. No puedo creer que sea así.
—¿El qué?
—Que la forma más barata para ir a Lituania sea comprar vuelo, alojamiento y coche de alquiler para Italia.
—De todos modos, es carísimo.
—En coronas.
—Malditas coronas de mierda.
***
En cierta ocasión, en el Tercer Reich, una mujer dio una conferencia (totalmente en serio) explicando el intercambio verbal con un perro que se cruzó en su camino. En la fuente de que dispongo no se indica qué raza de perro era, pero se puede suponer que sería un pastor alemán. En cualquier caso, el perro tenía que ser germánico.
Excepto que. La mujer se dirige al auditorio y afirma haberle preguntado al perro: «¿Quién es Adolf Hitler?», como si fuera la cosa más normal del mundo. Como si los perros supieran ese tipo de cosas. Como si alguien capaz de entender la lengua hablada no supiera (en el año 1939) quién era Adolf Hitler. Cuando precisamente, el Time Magazine acababa de nombrarlo «Hombre del año». Y esto sucedía en la época en que la gente leía el Time Magazine. Mucho antes de internet.
Y, naturalmente, el perro (que conocía la lengua hablada), sabía quién era Adolf Hitler, y respondió alto y claro: Mein Führer!
Un miembro del auditorio se puso en pie y gritó a la mujer. Pero a qué venía una historia de tan mal gusto. Pero la mujer, que por lo menos era tan lista como el perro, respondió altanera: «Ese inteligente animal sabe que Adolf Hitler ha promulgado leyes contra la experimentación con animales, así como contra el sacrificio ritual judío de animales, y, agradecido, aprendió que Adolf Hitler es su Führer».
***
Una noche, poco antes de la medianoche, Ómar vomitó en el trabajo. Los vómitos se repitieron en la Radiotelevisión Nacional al día siguiente. Si él hubiera sido Agnes, probablemente se habría hecho una prueba de embarazo (no eran las personas más conscientes de lo estupendos que son los métodos anticonceptivos). Pero como no era muy explicable tener vómitos matutinos por las mañanas y por las noches, se dejó de farmacias y fue directamente al médico. Era el treinta de noviembre y solo faltaban cuatro días para tomar el avión a Roma con Agnes.
El médico miró muy atentamente los ojos de Ómar y le preguntó si había hecho algún viaje recientemente. Como si esperase que le fuera a mentir en el examen clínico.
—No. Pero salgo de viaje dentro de unos días.
El médico carraspeó.
—¿Ha tenido dolores de cabeza? ¿Fatiga? ¿Mareos?
—Sí. Pero las últimas semanas he trabajado muchísimo. Pensaba que sería solo por eso.
—¿Solo vomitó dos veces?
—Una vez anoche y otra esta mañana.
El médico anotó algo. Luego sacó un largo bastoncillo de algodón y se lo metió un momento en la boca a Ómar, lo sacó y metió el bastoncillo en una bolsa de plástico con precinto. Luego sacó otro bastoncillo y se lo metió por la nariz. El médico no consideró necesario decir nada, se limitó a sujetar la frente de Ómar y moverle la cabeza adelante y atrás, como si no estuviera fija a los hombros, sino que dispusiera de bisagras.
—Vuelva dentro de tres horas.
***
Hitler no era político, sino un fantástico prestidigitador, dijo David Bowie (nada más ver El triunfo de la voluntad con Mick Jagger, ¡no me lo he inventado yo!). Qué métodos usa con los espectadores, prosiguió Bowie. Las chicas querían follárselo y los chicos querían ser él. El mundo nunca volverá a ver algo parecido. Convirtió a todo el país en su escenario personal.
***
Ómar salió del hospital central como perdido, cruzó el antiguo bulevar Hringbraut y entró en el restaurante de la estación de autobuses turísticos. Pidió un menú grande, con café gratis. Sabía perfectamente lo que se avecinaba, y pensó en no volver por el hospital. Todo se había jodido y no se podía hacer ni una mierda. ¿Por qué siempre pasa lo mismo? Era como si le hubieran echado una maldición. ¿Por qué nunca tenía un momento de respiro? Mierda de los cojones.
Sacó el teléfono para llamar a Agnes. Entonces le avisaron. Su hamburguesa estaba lista. Cogió la comida y volvió a sentarse. Respiró hondo. Juntó las manos. Probablemente parecería que estaba rezando sus oraciones de antes de comer. Pues bueno. Resopló. Se metió en la boca una patata frita y levantó el teléfono. Era incapaz de llamar. Un SMS.
Probablemente no podré ir a Lituania. Creo que tengo la gripe porcina.
***
No me veis todos, dijo Hitler en el congreso de los nacionalsocialistas de 1936.
Y yo no os veo a todos.
Pero siento que estáis aquí.
Y vosotros sentís que yo estoy aquí.