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PLICK Y PLOCK 2
KERNOK EL PIRATA
VIII
LA PRESA
Оглавление…¡Vil metal!
Burke.
…¡Es posible!
Balzac.
– ¡Diablo! ¡hermoso tiro! Ya ves, maestro Zeli… la bala ha entrado por encima del coronamiento y ha salido por la tercera porta de estribor. ¡Pardiez! ¡Melia, haces maravillas!
Así decía Kernok, con un largo anteojo en la mano, y acariciando la culebrina aún humeante que él mismo acababa de apuntar contra el San Pablo, porque este navío no se había apresurado a izar su pabellón.
Esta era la bala que había matado a Carlos y a su esposa.
– ¡Ah! ¡qué suerte! – repuso Kernok viendo el pabellón inglés que se desarrollaba en lo alto de uno de los palos del San Pablo– , ¡qué suerte! se da a conocer… ¡y dice de qué país es! pero no me equivoco… un inglés; es un inglés, y el perro se atreve a señalarlo ¡y no tiene un cañón a bordo! ¡Zeli, Zeli! – gritó con voz de trueno – , haz largar todas las velas del brick y preparar los remos; dentro de media hora estaremos cerca de él. Usted, oficial, toque zafarrancho de combate, envíe a los hombres a sus piezas y distribuya los sables y las picas de abordaje.
Después, lanzándose hacia una carronada:
– ¡Muchachos! si no me equivoco, ese navío llega del mar del Sud; en esa popa corta y achatada, en ese porte, reconozco una navío español o portugués que se dirige a Lisboa, ignorando sin duda que hemos declarado la guerra a los ingleses. ¡Allá él! Pero ese perro debe tener piastras en el vientre. Pronto lo veremos, ¡pardiez! ¡Muchachos! el casco sólo vale veinte mil piastras; pero, paciencia, El Gavilán extiende su alas y bien pronto mostrará sus uñas. ¡Vamos, muchachos! ¡remad, remad firmes!
Y animaba con la voz y con el gesto a los marineros que, encorvados bajo los largos remos del brick, doblaban la velocidad que le daba la brisa.
Otros marineros se armaban precipitadamente de sables y puñales, y el maestro Zeli hacía disponer los garfios de abordaje.
Kernok, después de haber tomado todas sus disposiciones, descendió al sollado y encerró a Melia que dormía en la hamaca.
Todo estaba dispuesto a bordo de El Gavilán: el capitán del desgraciado San Pablo, creyendo que el brick de Kernok era un navío de guerra, sin dejar de gemir por la desgracia ocurrida a bordo, izó el pabellón inglés, esperando ponerse así bajo su protección.
Pero cuando vio la maniobra de El Gavilán, cuya marcha era aún acelerada por los largos remos, no le quedó duda alguna y comprendió que se trataba de un corsario.
Huir era imposible. A la débil brisa que soplaba por ráfagas, había sucedido una calma chicha, y los remos del pirata le daban una ventaja de marcha positiva. No había que pensar tampoco en defenderse. ¿Qué podían hacer los dos malos cañones del San Pablo contra las veinte carronadas de El Gavilán, que enseñaban sus gargantas amenazadoras?
El prudente capitán se puso, pues, al pairo, esperó los acontecimientos, ordenó a la tripulación que se prosternase de rodillas e invocase a San Pablo, el patrón del navío, que no podía dejar de manifestar su poder en una ocasión semejante.
Y siguiendo el ejemplo del capitán, la tripulación dijo un Páter.
Pero El Gavilán avanzaba siempre.
Dos Ave.
Se oía ya el ruido de los remos que batían el agua cadenciosamente.
Cinco Credo.
¡Válgame Dios! es que la voz, la gruesa y terrible voz de Kernok resonaba en los oídos de los españoles.
– ¡Oh! ¡oh! – decía el pirata – , se pone al pairo, arría su pabellón, el bribón está atemorizado; ya es nuestro. Zeli, haz armar la chalupa y la canoa grande; yo voy a hacerme cargo de cómo está aquello.
Y Kernok, poniéndose las pistolas a la cintura, y armándose de un largo cuchillo, se plantó de un brinco en la embarcación.
– Y si es una emboscada, si el navío hace un solo movimiento – gritó al segundo – , forzad los remos y poneos a distancia de garfio.
Diez minutos después, Kernok saltaba sobre el puente del San Pablo con sus pistolas en la mano y el cuchillo entre los dientes.
Pero lanzó una tal carcajada, que su excelente hoja le cayó de la boca. La causa de su risa era el ver al capitán español y a su tripulación arrodillada ante una grosera imagen de San Pablo, que se golpeaban el pecho reiteradamente. El capitán, sobre todo, besaba una reliquia con fervor siempre creciente, y murmuraba: «San Pablo, ora pro nobis…»
Pero San Pablo ¡ay! no se daba por entendido.
– Acaba con tus monerías, viejo cuervo – dijo Kernok cuando hubo acabado de reír – , y llévame a tu nido.
– Señor, no entiendo – respondió temblando el desgraciado capitán.
– ¡Ah! es verdad – dijo Kernok – ; tú no entiendes el francés.
Y como Kernok poseía de todas las lenguas vivientes justamente aquello que se relacionaba y era necesario a su profesión, repuso socarronamente:
– El dinero, compadre.
El español intentó balbucear aún un no entiendo.
Pero Kernok que había agotado todos sus recursos oratorios, reemplazó el diálogo por la pantomima y le puso bajo la nariz el cañón de su pistola.
A esta invitación, el capitán lanzó un profundo, un doloroso, un desgarrador suspiro, e hizo signo al pirata de que le siguiese.
En cuanto al resto de la tripulación, los marineros del brick los habían agarrotado para que no les estorbasen en sus operaciones.
La entrada del local, donde estaba depositado el dinero de don Carlos, se encontraba bajo la estera que cubría el piso. De modo que Kernok se vio obligado a pasar por la habitación donde yacían los restos sangrientos de los dos esposos. El pobre capitán apartó la vista y se puso la mano sobre los ojos.
– ¡Toma! – dijo Kernok dándole con el pie al cadáver – ; ésta es la obra de Melia. ¡Pardiez! ¡hermosa labor! ¡Ah!.. pero el dinero… el dinero, compadre, eso es lo importante.
Abrieron el pañol; entonces Kernok estuvo a punto de desmayarse a la vista de centenares de toneles con aros de hierro, sobre cada uno de los cuales se leía: Veinte mil piastras (cincuenta mil francos).
– ¡Es posible! – exclamó – . ¡Cuatro, cinco… quizá diez millones!
Y en su alegría, abrazaba al segundo, abrazaba a los marineros, abrazaba al capitán español, abrazaba a todo el mundo, hasta los cadáveres ensangrentados de Carlos y de Anita.
… ... … ... … ... … ... … ... … ... … …
Dos horas después, una embarcación conducía a bordo de El Gavilán los últimos toneles de dinero, resto de los despojos del San Pablo, donde Kernok había dejado a diez de sus hombres, la tripulación española agarrotada sobre el puente y el capitán amarrado al palo mayor.
– Muchachos – dijo Kernok – , yo os doy esta noche nopces et festin, como se dice, y después, si sois juiciosos, una sorpresa.
– ¡Caray! ¡voto a tal! capitán, seremos juiciosos, juiciosos como vírgenes – dijo el maestro Zeli haciéndose el amable.