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PLICK Y PLOCK 2
KERNOK EL PIRATA
IX
ORGÍA
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…Colit orgia.
Avienus.
– ¡Vino! ¡voto a tal! ¡vino!
Las botellas chocan entre sí, los frascos se rompen, los juramentos y los cantos estallan por todas partes.
Es tan pronto el ruido sordo que hace un pirata borracho cayendo sobre el suelo, como la voz temblorosa de los que aun tienen el vaso en una mano y con la otra se agarran a la mesa.
– ¡Vino aquí, grumete, vino, o te aplasto!
Y los hay que luchan entre ellos pie contra pie, frente contra frente. Se estrechan, se enlazan; el uno resbala y se cae; se oye el crujido de un hueso que se rompe, y las imprecaciones reemplazan a la risa.
Otros están acostados ensangrentados, con el cráneo abierto, a los pies de alegres compañeros que cantan con voz de trueno una delirante canción báquica.
Los de más allá, en el último grado del embrutecimiento y de la embriaguez, se entretienen en machacar entre dos balas la mano de un marinero a quien la borrachera ha matado.
Y una porción de juegos más, a cual más original y delicado.
Los gemidos, los gritos de rabia y de loca alegría se confunden y se acuerdan.
El puente está enrojecido de sangre o de vino. ¡Qué importa! El tiempo huye rápido a bordo de El Gavilán: todo es locura, arrebato, delirio. De prisa, de prisa, gozad de la vida, que ella es corta. Los malos días son frecuentes; ¡quién sabe si el de hoy no tendrá mañana para vosotros! Divertíos, pues, asid el placer allá donde le encontréis.
No es ese placer moderado, decente, de alas doradas y azules, que se parece a una joven tímida y dulce; ese placer delicado que gusta de sacudir su cabeza fresca y rubia ante los mil espejos de un boudoir, o de desflorar con sus labios rosados una copa llena de un licor helado; ese sibarita, en fin, que no quiere a su alrededor más que flores, perfumes y pedrería, mujeres jóvenes y amables, música melodiosa y vinos exquisitos. ¡No, pardiez! se trata de ese otro placer robusto y bestial, de ojo de sátiro, de risa de demonio, que llena las tabernas y los bodegones, que bebe y se emborracha, muerde y desgarra, golpea y mata y después rueda y se retuerce entre los restos de una comida grosera, lanzando una carcajada que parece el aullido de un chacal.
De prisa, de prisa, gozad de la vida, porque os digo que es corta. Gozad, pues, de la vida a bordo de El Gavilán.
Era ya noche cerrada; los faroles que guarnecían los empalletados esparcían una viva claridad sobre el puente del buque, que Kernok había hecho cubrir de mesas para festejar su afortunada presa.
A la comida sucedieron las diversiones. El grumete Grano de Sal, después de haberse frotado de alquitrán de los pies a la cabeza, había encontrado conveniente revolcarse sobre un saco de plumas, de modo que, al salir de allí, parecía un volátil de dos pies, sin alas.
Y qué placer el verle dar zancadas, voltear, saltar, danzar, enardecido por los aplausos de la tripulación, y excitado por los latigazos que el maestro Zeli le administraba de cuando en cuando para conservar su agilidad.
Pero de pronto uno de aquellos hombres, un bromista, creo que era un alemán, queriendo que la fiesta fuese completa, aproximó una mecha encendida al penacho de estopa que se balanceaba con gracia sobre la frente de Grano de Sal…
Después el fuego se comunicó de la estopa a los cabellos, de los cabellos a las plumas, y el acróbata improvisado, el desgraciado Grano de Sal, absorbió tanto calórico, que su piel se resquebrajó y crujió bajo su ardiente envoltura.
Al principio todos reían, hasta derramar lágrimas, a bordo del Gavilán. Sin embargo, como el grumete lanzaba gritos espantosos, una buena alma, un alma compasiva, porque las hay en todas partes, lo agarró y lo arrojó al mar diciendo: «Voy a apagarlo.»
Afortunadamente Grano de Sal nadaba como un salmón; e incluso tuvo la coquetería de prolongar el baño, paseándose alrededor del brick como un tritón o una náyade, a vuestra elección; por fin entró por la porta de popa, diciendo con su acostumbrado estoicismo: «Prefiero eso que haber sido quemado vivo; a pesar de todo, me he divertido de lo lindo.»
Se oyó un tiro de pistola; después un grito penetrante salió de la cámara de Kernok; Zeli se precipitó hacia ella; no era nada, una miseria.
Figuraos que Kernok, un poco excitado por el grog, había elogiado mucho su habilidad a Melia.
– Te apuesto – le decía – que de un pistoletazo te hago saltar el cuchillo que tienes en la mano.
Melia no dudaba de la habilidad de su amante, pero había querido eludir la prueba.
– ¡Cobarde! – había gritado Kernok – ; ¡pues bien! para enseñarte, voy a romper el vaso en que bebes.
Y diciendo esto había empuñado una pistola, y el vaso de Melia, roto por la bala, había saltado en mil pedazos.
Cuando Zeli entró, Kernok, con la cabeza inclinada hacia atrás, y la pistola aún en la mano, reía del espanto de Melia, que, pálida y trémula, se había refugiado en un rincón de la cámara.
– ¡Y bien! Zeli – dijo el pirata – ; ¡y bien! mi viejo lobo de mar, ¿tus señoritas se divierten por allá arriba?
– Le respondo de ello, mi capitán; pero esas damas esperan la sorpresa.
– ¿La sorpresa? ¡Ah! es verdad; escucha…
Y dijo dos palabras al oído de Zeli. Este retrocedió con aire de extrañeza, abriendo su enorme boca.
– ¡Cómo!.. ¿Usted quiere…?
– Claro que lo quiero. ¿No es una sorpresa?
– Y famosa por cierto… Voy, capitán.
Kernok subió también al puente con Melia. A su presencia se sucedieron nuevos gritos de alegría.
– ¡Hurra por el capitán Kernok, hurra por su mujer, hurra por El Gavilán!
Un cohete partió del San Pablo, que estaba al pairo a dos tiros de fusil del brick. Después de describir una curva, cayó en una lluvia de fuego.
– Capitán, ¿ha visto usted ese cohete? – dijo el segundo.
– Ya sé lo que es, valiente mío. Vamos, vamos, muchachos, haced circular el ron y la ginebra. Un vaso para mí y otro para mi mujer.
Melia quiso rehusar, pero, ¿cómo resistir a su dulce amigo?
– ¡Vivan los camaradas y los bravos hijos del capitán de El Gavilán! – dijo Kernok después de haber bebido.
– ¡Hurra! – contestó la tripulación en voz fuerte y sonora.
La orgía había llegado a su apogeo. Los marineros se habían agarrado de la mano y daban vueltas con rapidez alrededor del puente, cantando a gritos las canciones más obscenas y más crapulosas.
Bien pronto llegó el maestro Zeli con los diez hombres que Kernok había dejado antes a bordo del San Pablo.
No quedaba a bordo del navío español más que sus tripulantes atados y agarrotados sobre el puente.
– Todo está dispuesto – dijo Zeli – ; cuando el segundo cohete parta, capitán, es que la mecha…
– Está bien – dijo Kernok interrumpiéndole – . Muchachos, os he prometido una sorpresa si os portabais bien. Vuestro juicio y vuestra moderación han excedido a lo que yo esperaba; voy, pues, a recompensaros. Ya veis ese navío español: aparejado y equipado como está, vale muy bien… treinta mil piastras… ¡yo pago cuarenta mil, muchachos, yo! lo compro sobre mi parte de la presa, a fin de tener el placer de ofrecer a la tripulación de El Gavilán un castillo de fuegos artificiales con acompañamiento de música. Ya se ha dado la señal. ¡Que cada uno ocupe el sitio que le agrade más!
Y todos los tripulantes, al menos los que estaban en estado de servirse de piernas y de ojos, se agruparon en las cofas y en los obenques.
El segundo cohete había partido del San Pablo y el fuego comenzaba a desarrollarse…
Esta era la sorpresa que Kernok preparaba a su gente; había enviado al maestro Zeli a bordo del navío español, para retirar la poca pólvora que pudiese quedar, disponer las materias combustibles en la cala y en el sollado y agarrotar lo más sólidamente posible a los desgraciados españoles, que no sospechaban nada.
Era, pues, el San Pablo que ardía; la noche era negra, el aire tranquilo, el mar como un espejo.
De pronto, un humo negro y bituminoso salió por las escotillas del navío con numerosos haces de chispas.
Y un grito penetrante… espantoso… que resonó a lo lejos, salió del interior del San Pablo, porque su tripulación veía la suerte que le estaba reservada.
– Ya empieza la música – dijo Kernok.
– Desafinan endiabladamente – respondió Zeli.
Bien pronto el humo, de negro que era, se convirtió en rojo vivo y por fin cedió el sitio a una columna de llamas, que, elevándose en torbellinos de la escotilla principal, proyectó sobre las aguas un largo reflejo de color de sangre.
– ¡¡Hurra!! – gritaron los del brick.
Después, el incendio aumentó; el fuego, saliendo de las tres escotillas a la vez, se unió y se extendió como una vasta cortina de fuego, sobre la cual la armadura y el cordaje del San Pablo