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Otra enorme perversión del plan de Dios

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La introducción de principios que inducían a la gente a glorificarse a sí misma, iba acompañada de otra grosera perversión del plan divino. Dios quería que la gloria de su Ley resplandeciera a través de su pueblo. Había dispuesto que la nación escogida ocupase una posición estratégica entre las naciones de la Tierra. En los tiempos de Salomón, el reino de Israel se extendía desde Hamat en el norte hasta Egipto en el sur, y desde el Mar Mediterráneo hasta el río Éufrates. Por este territorio cruzaban muchos caminos naturales para el comercio del mundo, y las caravanas provenientes de Tierras lejanas pasaban constantemente. Esto daba a Salomón y a su pueblo oportunidades para revelar a todas las naciones el carácter del Rey de reyes, y para enseñarles a reverenciarlo y obedecerlo. Mediante la enseñanza de los sacrificios y ofrendas, Cristo debía ser ensalzado delante de las naciones, para que todos pudiesen conocer el plan de salvación.

Salomón debiera haber usado la sabiduría que Dios le había dado y el poder de su influencia para organizar y dirigir un gran movimiento destinado a iluminar a los que no conocían a Dios ni su verdad. De esta manera se habría ganado a multitudes, Israel habría quedado protegido de los males practicados por los paganos y el Señor de gloria habría sido honrado. Pero Salomón perdió de vista este elevado propósito. No aprovechó sus magníficas oportunidades para iluminar a los que pasaban continuamente por su territorio.

El espíritu de mercantilismo reemplazó el espíritu misionero que Dios había implantado en el corazón de todos los verdaderos israelitas. La gente usó las oportunidades ofrecidas por el trato con muchas naciones para enriquecerse. Salomón procuró fortalecer su situación políticamente edificando ciudades fortificadas en las cabeceras de los caminos dedicados al comercio. Las ventajas comerciales de una salida en el extremo del Mar Rojo fueron desarrolladas por la construcción de “una flota naviera en Ezión Guéber, cerca de Elat en Edom, a orillas del Mar Rojo. “Los oficiales de Salomón”, tripulaban esos navíos en viajes “a Ofir”, y sacaban de allí oro y “grandes cargamentos de madera de sándalo y de piedras preciosas” (1 Rey. 9:26-28; 10:11; 2 Crón. 8:17, 18).

Las rentas del reino aumentaron enormemente. Pero ¡a qué costo! Debido a la codicia de aquellos a quienes habían sido confiados los oráculos de Dios, las innumerables multitudes que recorrían los caminos fueron dejadas en la ignorancia de Jehová.

En sorprendente contraste con Salomón, el Salvador poseía “toda potestad”, pero nunca la usó para engrandecerse a sí mismo. Ningún sueño de conquistas terrenales ni de grandezas mundanales manchó la perfección de su servicio por los demás. Los que hayan comenzado a servir al Artífice maestro deben estudiar sus métodos. Él aprovechaba las oportunidades que encontraba en las grandes arterias de tránsito.

En los intervalos de sus viajes de un lado a otro, Jesús moraba en Capernaum. Situada sobre un camino que llevaba de Damasco a Jerusalén, así como a Egipto y al Mediterráneo, se prestaba para constituir el centro de la obra del Salvador. Por ella pasaba gente de muchos países. Allí Jesús se encontraba con gente de todas las naciones y de todas las jerarquías, de modo que sus lecciones eran llevadas a otros países. Esto despertaba el interés en las profecías que anunciaban al Mesías, y su misión era presentada al mundo.

En nuestros días, esas oportunidades son aún mayores que en los días de Israel. Las avenidas de tránsito se han multiplicado mil veces. Como Cristo, los mensajeros del Altísimo deben situarse hoy en esas grandes avenidas, donde pueden encontrarse con las multitudes que pasan de todas partes del mundo. Ocultándose en Dios, deben presentar a otros las verdades preciosas de la Santa Escritura, que echarán raíces profundas y brotarán para vida eterna.

Solemnes son las lecciones del fracaso de Israel cuando tanto el gobernante como el pueblo se apartaron del alto propósito que Dios los había llamado a cumplir. En aquello en que ellos fueron débiles, los representantes modernos del Cielo deben ser fuertes, porque a ellos les toca la tarea de terminar la obra confiada al pueblo de Dios y de apresurar el día de las recompensas finales. Sin embargo, es necesario hacer frente a las mismas influencias que prevalecieron contra Israel cuando reinaba Salomón. Solo por el poder de Dios puede obtenerse la victoria. El conflicto exige un espíritu de abnegación, que desconfiemos de nosotros mismos y dependamos de Dios solo para saber aprovechar sabiamente toda oportunidad de salvar almas.

El Señor bendecirá a su pueblo mientras avance unido, revelando a un mundo en las tinieblas del error la belleza de la santidad manifestada en un espíritu abnegado como el de Cristo, en el ensalzamiento de lo divino más que de lo humano, y sirviendo con amor a quienes necesitan del evangelio.

Los Ungidos

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