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Introducción El destino glorioso que Israel podría haber tenido
ОглавлениеCuando Dios llamó a Abraham para que saliera de entre su parentela idólatra, y lo invitó a que morase en la Tierra de Canaán, lo hizo con el fin de otorgar los más ricos dones del Cielo a todos los pueblos de la Tierra. “Haré de ti –le dijo– una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición” (Gén. 12:2). Abraham recibió la alta distinción de ser padre del pueblo que durante siglos habría de conservar la verdad de Dios para el mundo, el pueblo por medio del cual todas las naciones iban a ser bendecidas en el advenimiento del Mesías prometido.
Los hombres casi habían perdido el conocimiento del Dios verdadero. Sus mentes estaban entenebrecidas por la idolatría. Sin embargo, en su misericordia, Dios no les quitaba la existencia. Quería que los principios revelados por su pueblo fuesen el medio de restaurar la imagen moral de Dios en el hombre.
La Ley de Dios debía ser exaltada, y esta obra grande fue confiada a la casa de Israel. Dios la separó del mundo, y quiso conservar por su medio el conocimiento de sí mismo entre los hombres. Así debía oírse una voz que suplicara a todos los pueblos que se apartasen de la idolatría para servir al Dios vivo.
Dios sacó a su pueblo elegido de la Tierra de Egipto para así llevarlos a una Tierra buena, una Tierra que había preparado para que les sirviese de refugio contra sus enemigos. En reconocimiento de su bondad y misericordia, ellos debían exaltar su nombre y hacerlo glorioso en la Tierra. Milagrosamente protegidos de los peligros que toleraron en su peregrinación por el desierto, quedaron finalmente establecidos en la Tierra Prometida como nación favorecida.
Isaías relató patéticamente cómo Dios llamó y preparó a Israel: “Mi amigo querido tenía una viña en una ladera fértil. La cavó, la limpió de piedras y la plantó con las mejores cepas. Edificó una torre en medio de ella y además preparó un lagar. Él esperaba que diera buenas uvas, pero acabó dando uvas agrias” (Isa. 51:1, 2).
El profeta declaró: “La viña del Señor Todopoderoso es el pueblo de Israel; los hombres de Judá son su huerto preferido” (vers. 7).
Estaba cercado por los preceptos de su Ley, los principios eternos de verdad, justicia y pureza. La obediencia a estos principios debía ser su protección, porque le impediría destruirse a sí mismo por causa de prácticas pecaminosas. Como torre del viñedo, Dios puso su santo Templo en medio de la Tierra. Cristo era su instructor, su maestro y guía. En el Templo, su gloria moraba en la santa Shekina sobre el propiciatorio. El propósito de Dios les fue manifestado por medio de Moisés y fueron aclaradas las condiciones de su prosperidad. “Porque para el Señor tu Dios tú eres un pueblo santo; él te eligió para que fueras su posesión exclusiva entre todos los pueblos de la Tierra. [...] Hoy has declarado que el Señor es tu Dios y que andarás en sus caminos, que prestarás oído a su voz y que cumplirás sus preceptos, Mandamientos y normas. Por su parte, hoy mismo el Señor ha declarado que tú eres su pueblo, su posesión preciosa, tal como lo prometió. Obedece, pues, todos sus Mandamientos. El Señor ha declarado que te pondrá por encima de todas las naciones que ha formado, para que seas alabado y recibas fama y honra. Serás una nación consagrada al Señor tu Dios” (Deut. 7:6; 26:17-19).
Dios quería que mediante la revelación de su carácter por parte de Israel, los hombres fuesen atraídos a él. La invitación del evangelio debía ser dada a todo el mundo. Por medio de la enseñanza del sistema de sacrificios, Cristo debía ser elevado, y todos los que mirasen a él se unirían con su pueblo escogido. A medida que aumentase el número de los israelitas, debían ensanchar sus términos hasta que su reino abarcase el mundo.
Pero el Israel antiguo no cumplió el propósito de Dios. El Señor declaró: “Yo te planté, como vid selecta, con semilla genuina. ¿Cómo es que te has convertido en una vid degenerada y extraña?” “Yo esperaba que diera buenas uvas; ¿por qué dio uvas agrias? Voy a decirles lo que haré con mi viña: Le quitaré su cerco, y será destruida; derribaré su muro, y será pisoteada. [...] Él esperaba justicia, pero encontró ríos de sangre; esperaba rectitud, pero encontró gritos de angustia” (Jer. 2:21; Isa. 5:3-7).
Al negarse a cumplir su pacto, se separaría de la bendición de él. A veces, en su historia se olvidaron de Dios y lo privaron del servicio que él requería de ellos, y privaron a sus semejantes del liderazgo religioso y el ejemplo santo. Su codicia los hizo ser despreciados aun por los paganos; y el mundo se vio así inducido a interpretar erróneamente el carácter de Dios y las Leyes de su Reino.
Con corazón paternal, Dios le señaló sus pecados, y esperó su reconocimiento. Envió profetas y mensajeros para instarlos a aceptar los derechos de su Señor; pero en vez de ser bienvenidos, esos hombres de discernimiento y poder espirituales fueron tratados como enemigos. Dios mandó a otros mensajeros, pero también fueron odiados y perseguidos.
El hecho de que el favor divino les fuera retirado durante el destierro indujo a muchos a arrepentirse. Sin embargo, después de regresar a la Tierra Prometida, el pueblo judío repitió los errores de generaciones anteriores, y se puso en conflicto político con las naciones circundantes. Los profetas a quienes Dios envió para corregir los males prevalecientes, fueron recibidos con suspicacia y desprecio. Así, de siglo en siglo, los guardianes de la viña fueron aumentando su culpabilidad.
La buena cepa plantada por el Labrador divino en las colinas de Palestina fue despreciada por los hombres de Israel, y finalmente fue arrojada por encima de la cerca. El Viñatero sacó la vid, y volvió a plantarla, pero al otro lado de la cerca, de modo que la cepa ya no fuese visible. Las ramas colgaban por encima de la cerca, y podían unírseles injertos, pero el tronco mismo fue puesto donde el poder de los hombres no pudiese alcanzarlo ni dañarlo.
Para la iglesia de Dios hoy, que custodia su viña en la Tierra, resultan de un valor especial los mensajes de consejo y reprensión dados por los profetas. En las enseñanzas de los profetas, el amor de Dios hacia la raza perdida y el plan que trazó para salvarla quedan claramente revelados. El tema de los mensajeros que Dios envió a su iglesia a través de los siglos transcurridos fue la historia del llamamiento dirigido a Israel, sus éxitos y fracasos, cómo recobró el favor divino, cómo rechazó al Señor de la viña, y un remanente que lleva adelante su plan.
El Señor de la viña está ahora mismo juntando de entre los hombres de todas las naciones y todos los pueblos los preciosos frutos que ha estado aguardando desde hace mucho. Pronto vendrá por ellos; y en aquel alegre día se habrá cumplido finalmente su eterno propósito. “Días vendrán en que Jacob echará raíces, en que Israel retoñará y florecerá, y llenará el mundo con sus frutos” (Isa. 27:6).