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1919 «EL POLICLÍNICO SE ABRIRÁ EN EL INVIERNO Y SE CONVERTIRÁ EN UN INSTITUTO Ψ»

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A los educadores de jóvenes en centros comunitarios cerca del Prater —una zona de Viena con sórdidas diversiones y prostitución—, la idea de establecer centros de tratamiento escolar para niños abandonados tras cuatro años de guerra y hambre les pareció una liberación. Había aparecido un anuncio para este preciso tipo de centro en el otoño de 1919, menos de un año después del armisticio, en el tablón de anuncios del Gymnasium local, el instituto de enseñanza secundaria de la calle Zircusgasse. El cartel anunciaba también la inminente apertura de una sección adicional del Volksheim, un tipo de residencia universitaria en la que los trabajadores asistían a clases nocturnas. Los cursos anunciados abarcaban desde la psicología infantil hasta la reforma educativa. Los impartiría Alfred Adler, fundador de una nueva escuela de Psicología Individual, y algunos seguidores de Sigmund Freud, como Siegfried Bernfeld y Hermine Hug-Hellmuth. Adler y Freud estaban dando conferencias en Viena y, más allá de la intimidad de los círculos psicoanalíticos, sus notorias diferencias de entonces aún no eran evidentes. En cualquier caso, dada la profunda necesidad entre los niños y los maestros de Viena, todo analista podía contar con encontrar una audiencia que agradecía la atención minuciosa, cuidadosa y metódica de la psicología infantil.

Adler era un orador atractivo, vestido impecablemente con traje de tweed a medida, camisa blanca almidonada, cigarro, actitud pensativa, bigote y gafas de montura metálica. A las ocho de la tarde, cuando Adler comenzaba a hablar en el Volksheim, la pequeña clase poco ventilada ya estaba tan abarrotada que incluso una clase más amplia apenas podía alojar a los maestros, asistentes sociales, psicólogos y enfermeras, todos ellos previamente impresionados por sus nuevos escritos en psicología educativa. El anuncio del Gymnasium apuntaba que Adler enseñaría un curso semestral llamado «Curación y Reeducación». Su conferencia comenzaba normalmente con una apasionante descripción de un caso, tal vez de Frank, un muchacho tímido de dieciocho años de un barrio marginal que mentía diciendo que su madre estaba gravemente enferma. La maestra de Frank había visto a su enérgica madre en la lavandería, y no parecía agonizar. ¿Por qué había mentido el muchacho? Utilizando la técnica analítica de Adler, ella se dio cuenta de que las historias de Frank no eran «mentiras patológicas», sino, por el contrario, dispositivos que surgían de su necesidad de rectificar los sentimientos dolorosos de rechazo familiar y de abandono por parte de la comunidad. Adler inauguraba sus seminarios con historias como esta, aportando alguna información y principios generales para luego pedir a los participantes ejemplos de casos. Podía extraer análisis de una precisión impactante de pequeños incidentes de la vida cotidiana en los que de repente los niños se volvían importantes y la necesidad humana de pertenecer a una sociedad comunitaria adquiría una gran relevancia.

La joven psicóloga Hilde Kramer se encontraba en esa audiencia. Se había prestado voluntariamente a presentar el caso de su difícil cliente juvenil, Ernest, y le impactó la claridad de la explicación de Adler sobre el problema psicológico del muchacho. Pensó que curar con reeducación era una técnica avanzada, una unión pragmática de teoría y terapia. Porque, en primer lugar, los conceptos de «individualismo» y «comunidad» no eran necesariamente incompatibles; en segundo lugar, los niños eran tan sensibles como los adultos, si no más, al significado subyacente de esos dos términos y los hacían menos contradictorios; y, en tercer lugar, no haría daño reforzar en los niños el doble mensaje: que cada niño tiene un valor singular en el universo y, al mismo tiempo, está obligado a usar ese valor en beneficio de la comunidad. Dado el interés de Kramer en las necesidades de los niños y las familias de posguerra, era obvio que el paso siguiente era poner en marcha alguna forma de programa terapéutico independiente siguiendo estas líneas. Además, la posición ascendente de Adler en los círculos políticos y pedagógicos implicaba que el tipo de programa de clínicas gratuitas que Kramer se imaginaba, con perfil socialdemócrata, beneficiaría a numerosas familias locales. El intento de la joven psicóloga de ganar a Adler para sus ideas era alentador y, una tarde en que daba una de sus conferencias en el centro comunitario Prater, Adler se dedicó específicamente al interés de ella: «¿Por qué no comenzar con un lugar de orientación infantil (Erziehungsberatungstelle) por el bien de los niños y de los padres?», preguntó.1 Era el momento de poner en marcha el primer centro de orientación infantil, la Clínica de Orientación Infantil.

El primer paciente de la nueva clínica fue el mismo joven Ernest, un ansioso y delgado muchacho de ojos penetrantes que destilaba hostilidad y, o bien estaba enfurruñado en una silla, o bien salía corriendo por los tejados de los vecinos. Ernest era un primogénito, la mascota mimada de nueve años de unos padres excesivamente emotivos que, cuando nació su segundo hijo, perdieron de nuevo la cabeza. El niño, amargado, atacaba a su hermano pequeño, se ganó el lugar de cabeza de turco de la familia y se convirtió en vasallo de los recados familiares. La madre de Ernest intentó entonces darlo en custodia al Estado pero el tribunal rechazó tratar un «problema familiar» y los derivó a los servicios sociales. La madre y el hijo llegaron a la clínica desesperados. Kramer aún no había hablado con Adler, quien al final se enteró de la llegada del niño: «Trate de ayudarlo», animó Adler a Kramer. El trabajo terapéutico que ella comenzó entonces fue denominado psicología «individual», pero en verdad involucraba todo el ambiente social, incluida la familia, la escuela y el barrio. La madre se calmó una vez que la intensidad de su propia desesperación fue aceptada y tratada, estabilizando la atención distorsionada que prestaba a su hijo, lo que mitigó el comportamiento ansioso de Ernest. Cuando el consejo del grupo de padres en la escuela (algo como una asociación psicológica de padres y profesores) convocó una reunión vespertina para decidir si la extraña conducta indisciplinada de Ernest se había vuelto peligrosa para los otros noventa y nueve niños de la escuela, su madre se sintió más apoyada que reprendida. Adler revisó el caso, comentando que solo es peligroso un niño que es una unidad enteramente autónoma, pero que la genuina habilidad de Ernest para adaptarse con prudencia al centro comunitario y a la seguridad y confianza de sus compañeros de clase era un signo de salud.

La reformulación de Adler de la patología del niño ayudó al equipo de la Clínica de Orientación Infantil a promover su exitosa «reeducación» en la escuela y el hogar.

Este modelo de clínica de orientación infantil fue imitado en toda Viena durante los quince años siguientes. La mayoría de las clínicas estaban alojadas dentro de las escuelas y eran también laboratorios de tratamiento de niños que sufrían de carencia de lo que Adler denominó Gemeinschaftgefuehl, o sentimiento de comunidad. Adler instituyó una red de centros de prevención de suicidios para la ciudad porque desde su punto de vista el suicidio individual era una forma de traición a la comunidad. La pasión por la comunidad era la segunda naturaleza de Adler, quien había iniciado su vida profesional como Armenarzt pero, a diferencia de su homónimo (el otro médico famoso de mentalidad reformadora, Victor Adler), al final eligió una carrera médica y no política. El «médico comunitario» austríaco (Gemeindearzt) de la década de 1920, un médico particular subsidiado por la comunidad, supervisaba la gestión de enfermedades contagiosas, autopsias y tratamientos gratuitos de los pobres. Este primer trabajo en salud pública le dio a Adler una formación práctica para sus programas de contenido comunitario y el consiguiente sistema psicológico. De popularidad ascendente entre los socialdemócratas, Adler atribuía la desigualdad social y la sensación humana de inferioridad a la perniciosa carencia de Gemeinschaftgefuehl.

En aquel mes de mayo de 1919, en unas aplastantes elecciones que se repetirían en 1927, el Partido Socialdemócrata de los Trabajadores (SDAP) triunfó sobre los socialcristianos en las primeras elecciones de votación secreta. Las mujeres votaron por primera vez bajo el paraguas del sufragio universal y llevaron a las elecciones su interés por la salud familiar y la profunda preocupación por la necesidad de una firme acción gubernamental contra la oleada de tuberculosis, malnutrición y precariedad en la vivienda que diezmaban a los niños de la ciudad. Freud firmó la petición electoral a favor de los socialdemócratas.2 El plebiscito se acomodó a un gobierno socialista que duró hasta su destrucción violenta a manos de los fascistas austríacos en 1934. Si bien el partido socialdemócrata había tenido una presencia cada vez más contundente en el paisaje político austríaco desde 1897, sus representantes solo consiguieron la mayoría en esas elecciones, cuando obtuvieron cien de los ciento sesenta y cinco asientos en el consistorio municipal. El nuevo Rathaus socialdemócrata, el consistorio de la ciudad de Viena, utilizó su mayoría absoluta para promover un programa de mayor innovación en las políticas comunitarias y rediseñar prácticamente cada recurso municipal.

Los políticos y funcionarios recién elegidos al principio no se sentían cómodos en presencia de Paul Federn y otros psicoanalistas políticos elegidos, leales a Sigmund Freud, en las reuniones del Rathaus. Federn era un hombre imponente, muy alto, de voz atronadora, brillantes ojos negros y una larga barba negra, cuya apariencia era poco menos que amenazante. Pero su posición social era completamente normal para un psicoanalista de 1919: era un médico titulado, representante del Primer Distrito de Viena, activo en la Organización Social de los Médicos de Viena y miembro de la junta de la Asociación para el Convenio de Viena. Richard Sterba, amigo de Federn, señalaba que: «Ideológicamente, la mayoría de los analistas eran liberales. Sus simpatías, como las de la mayoría de los intelectuales vieneses, estaban con los socialdemócratas».3 Federn poseía grandes principios morales y una pasión por el trabajo asistencial reflexivo que, aún muchos años más tarde, hizo que su familia lo apodara «hombre-policlínico». No tardó mucho en convertirse en un valor para el nuevo alcalde socialdemócrata de Viena, Jakob Reumann.4 Este, que había sido tornero de madera, era un hombre amable y de anchos hombros, y desde 1900 había editado el Arbeiterzeitung. La alcaldía le ofreció una oportunidad de demostrar la eficacia del nuevo partido socialdemócrata en la aplicación de las estrategias de bienestar social a la crisis económica de la Viena de posguerra. Además de ayudar a Viena a llegar a ser una provincia separada, Reumann impuso la salud pública a gran escala y las políticas de bienestar infantil. Su primera prioridad era reconstruir una infraestructura viable para la salubridad ciudadana y la distribución de alimentos, y no rechazaba recibir ayuda exterior para las necesidades de la ciudad. Ante estas circunstancias incluso los países capitalistas parecían contentos con ofrecer asistencia y numerosas obras privadas de caridad americanas como la Fundación Rockefeller y el Fondo de la Commonwealth fueron generosos (aunque inevitablemente dispusieran de su propio programa social). Los alimentos y el transporte para niños los compraba el European Children’s Fund of the American Relief Administration (Fondo para los niños europeos de la administración de asistencia americana), dirigida entonces por Herbert Hoover, que a su vez creía que a los adultos debían asistirlos, eventualmente, asociaciones de amigos.5 Esta postura, según la cual los adultos libres pueden valerse por sí mismos, cambió en 1922 cuando ambos proveedores de fondos, americanos y austríacos, decidieron apoyar a las familias en paro y a los académicos subempleados. Estas instituciones privadas apenas veían contradicción en sus objetivos de la posguerra, que consistían tanto en promover el entendimiento internacional y la disminución del nacionalismo como en difundir los ideales de la democracia americana. En la práctica, sin embargo, los niños de Viena, especialmente los huérfanos de guerra, requerían apoyo directo de emergencia de los dispensarios médicos, programas antituberculosos y enfermeras formadas. Cuando, al cabo de un año, llegaron los fondos para el bienestar de esos niños provenientes de Ely Bernays (el cuñado americano de Freud), del Proyecto de Reconstrucción de Posguerra de la Cruz Roja americana y del Fondo de la Commonwealth, Sigmund Freud integró, con Reumann, Paul Federn y Julius Tandler, un comité para prever su distribución.

El nuevo gobierno vienés apoyó el derecho a la vivienda e instó al desarrollo de una extraordinaria colección de edificios de apartamentos, la Gemeindebauten, cuya escala, alcance e impacto arquitectónico y social no se han reproducido desde entonces. Los edificios que se construyeron en la ciudad de Weimar, en la Alemania central, diseñados a principios del mismo año (1919) por el renombrado arquitecto Walter Gropius e inspirados en la Bauhaus, generalmente son más conocidos, pero son comparables en intención al Gemeindebauten vienés. Como los edificios de Gropius, la Gemeindebauten de Viena celebraba la mecanización con unidades estandarizadas, e incluso prefabricadas, diseñadas para aumentar la eficiencia humana sin sacrificar la necesidad igualmente humana de gratificación estética. Los proyectos de vivienda en Viena y en Weimar compartían una lógica socialdemócrata de base, la de las teorías y prácticas de Loos, Peter Behrens, y Bruno Taut, antes de la guerra. Arte y oficio juntos, funcionalismo integrado con estética, razón y pasión, la escuela taller Bauhaus de Alemania (en parte como la Werkstätte de Viena) fusionaban artes puras y aplicadas para producir una estimulante variedad de diseños para muebles, lámparas, alfombras, vajillas, joyas, tipografías y diseño de libros, danza y música. La teoría y la práctica de Gropius sobre «arquitectura total» comunitaria, tan cautivadora como un heroico mito germánico, imaginaba los «nuevos edificios del futuro, que serán todo junto, arquitectura, escultura y pintura, en una forma simple, elevándose hacia el cielo a partir de las manos de millones de artesanos como un claro símbolo del surgimiento de una nueva fe».6 Lo mismo se podía decir del Gemeindebauten vienés, el excepcional programa de construcción que realojaría a miles de familias durante los quince años siguientes y que era, ya en 1919, la pieza central de la Viena Roja. En Alemania y en Austria estos grandes edificios bellamente diseñados eran totalmente congruentes con la preocupación de los psicoanalistas por el bienestar social.

Esta campaña de vivienda se convirtió en el punto álgido en las tensiones políticas entre el partido de izquierda que gobernaba la ciudad y la mayoría conservadora de la nación, clerical y rabiosamente antisocialista. Los socialcristianos —entre ellos el psiquiatra conservador Julius von Wagner-Jauregg— se veían también como defensores de la familia media de clase trabajadora, y seguían abogando por su programa antisemita enormemente popular que había promovido Karl Lueger, el poderoso alcalde de Viena de 1897 a 1910. Cuando Hitler estaba viviendo en Viena, de 1908 a 1913, se empapó del odio vengativo hacia los socialistas y los judíos, así como de la retórica populista del alcalde. Paradójicamente, la administración de Lueger fortaleció la infraestructura pública de la ciudad, centralizó la distribución de gas, electricidad, agua potable, e inauguró el Stadtbahn, el tren urbano con las elegantes estaciones diseñadas por Otto Wagner. Y Austria pudo contar con un Departamento Nacional de Salud (una sección del Ministerio de Bienestar Público) con leyes sanitarias notablemente modernas, control de suministro de agua y alcantarillado, inspección alimentaria, enfermedades contagiosas e irregularidades de construcción desde 1870. Otras grandes ciudades de Europa central vieron planes comparables de reconstrucción urbana desarrollados después de las revoluciones de 1918 que introdujeron el sufragio universal y la democracia parlamentaria. Sin embargo, las políticas innovadoras de Viena para la vivienda eran únicas y mejoraron categóricamente la vida de los jóvenes trabajadores austríacos y sus familias, la tercera parte de los cuales, al menos, vivía en la capital o en sus alrededores. Estos eran los soldados que acababan de volver del frente y sus nuevas familias, o los veteranos y sus dependientes familias al borde del desahucio, para los cuales la falta total de construcción de nuevas viviendas significaba vivir sin techo y en condiciones urbanas cada vez más precarias. En última instancia, la extensa e imaginativa reforma de la vivienda fue posible gracias al nuevo estatuto de la ciudad como provincia (Bundesland) por derecho propio, responsable de su propio sistema fiscal. Los socialdemócratas que gobernaban la Viena independiente del resto de Austria creían que la reforma implicaba la conjunción de políticas sociales y económicas. Obtuvieron mayor apoyo entre los nuevos grupos de votantes al incluir a las mujeres y a otros grupos que antes estaban privados del derecho a ser representados, y consolidaron su partido atendiendo tanto a la crisis de vivienda como a los grandes problemas de salud pública, la tuberculosis y la malnutrición.

El brote de tuberculosis (y la consiguiente mortalidad infantil) era característico de la escasez de condiciones de salubridad y alimentación de posguerra, pero en 1919 su intensa propagación era una grave amenaza para los niños de la clase trabajadora. Tandler no perdió el tiempo y contuvo el daño. El anatomista carismático tendió un puente entre sus antiguas responsabilidades académicas y las nuevas responsabilidades cívicas, creando un sistema particularmente elaborado de ayuda a los niños. Con el imaginativo superintendente escolar Otto Glöckel y el pediatra Clemens Pirquet, inventor de la prueba cutánea para la tuberculosis, como asociados, Tandler combatió la tuberculosis con un programa sistemático de bienestar social y salud pública. Con el tiempo, este programa llegaría a incluir almuerzos escolares, revisiones escolares médicas y dentales, instalaciones de baños municipales, vacaciones y colonias de verano de patrocinio público, nuevas guarderías, centros de estudio extraescolar y clínicas especiales para la tuberculosis y ortopedia de la infancia. Con la idea de unificar salud y salud mental del niño, los pediatras como Felix Tietze intentaron conseguir un nuevo tipo de especialización sociomédica. Entre 1920 y 1924, Tietze trabajó en la clínica Pirquet, la unidad pediátrica, en un dispensario de tuberculosis, dirigió un estudio sobre bienestar infantil, y asesoró a los donantes de la Commonwealth y la Cruz Roja en Viena.7 Como resultado de este amplio abordaje, a principios de la década de 1920 la mortalidad infantil había disminuido en un 50%, y la tasa general de defunciones, un 25%. Proliferaron las guarderías y los parvularios que pasaron de veinte en 1913, a 113 en 1931, con diez mil niños registrados.8 En las renovadas escuelas públicas laicas la enseñanza práctica y la creatividad reemplazaron a la memorización pasiva. Muchos de los programas escolares más nuevos fueron influidos por las innovaciones educativas de Maria Montessori y su fe en la creatividad innata y en la alegría que le produce al niño aprender. Especialmente después de 1924, los métodos de Montessori centrados en el niño supusieron un acercamiento entre el educador y los psicoanalistas como August Aichhorn y Siegfried Bernfeld (que ofrecía servicios de consulta gratuitos en el Ambulatorium) y otros intelectuales dedicados al bienestar y la educación de los jóvenes. En este entorno, la carrera de Anna Freud como una volksschul-Lehrer (una maestra de escuela del pueblo) en una escuela primaria la llevó a desarrollar una serie de seminarios públicos sobre la relación teórica y práctica entre psicoanálisis y educación. En el centro de toda esa modernización, Julius Tandler sostuvo con tenacidad que la educación y la salud pública de la temprana infancia eran conceptualmente inseparables, y apoyó programas especializados como la guardería de Clare Nathanssohn para familias tuberculosas. Clare Nathanssohn era una joven activista política, que más tarde se casaría con el psicoanalista Otto Fenichel, y que había adaptado los principios del yoga de Elsa Gingler, el movimiento del cuerpo y la sinergia mente-cuerpo a las necesidades de los niños enfermos. Dado que la mayoría de los niños tuberculosos se habían contagiado en casa, la escuela especial los mantenía en el exterior, al aire libre, proponiéndoles ejercicio físico y enseñándoles activamente a cuidar del cuerpo.9 Clare y su futuro marido se incorporaron posteriormente al movimiento de la escuela infantil, tal como hicieron algunos de los más famosos psicoanalistas de Viena.

Cuando Fenichel conoció a Clare Nathanssohn, ella era una bailarina joven y fascinante que llevó a su círculo de amigos el aura de los episodios heroicos como prisionera política juvenil detenida por su afiliación de izquierda durante la efímera República Soviética Bávara (1918-mayo 1919). Clare estaba profundamente afectada por sus experiencias como activista con Gustav Landauer en Múnich, tanto por la animada cultura de los artistas urbanos y los colectivos de trabajadores de la ciudad como por la violenta represión de la comunidad por los fascistas, sobre todo Hitler, en 1919. Se incorporó a un colectivo (un círculo de veinte personas que se separó del movimiento Bauhaus) y decidió poner en marcha una guardería en el campo cerca de Darmstadt. Clare enseñaba el trabajo cuerpomente al grupo reducido que entonces repoblaba la colonia original de artistas de 1901 del arquitecto Peter Behrens. La comunidad de Behrens se había congregado de acuerdo con el ideal Jugendstil del «arte total», y aún hoy los preciosos mosaicos alegóricos del amor atraen admiradores a las pintorescas terrazas y pérgolas. Las creencias de la colonia en la fuerza curativa de la naturaleza, la música y la danza incluían los ideales de reforma escolar de Gustav Wyneken, que guiaron a Clare para imitar la original escuela de su mentor para niños con dificultades.10 Cuando Tandler dio apoyo a los esfuerzos de Clare en la guardería, ella dejó de ser una maestra rural para niños perturbados para convertirse en psicoanalista de la ciudad. Sus enseñanzas sobre el trabajo terapéutico cuerpo-mente influyeron finalmente en la orgonoterapia posterior de Wilhelm Reich. «Pude ver cómo los maestros tomaban contacto con el análisis —recordaba mucho más tarde desde su hogar en Boston—, era algo normal, por supuesto. No podía ignorarlo».11

Erik Erikson, Anna Freud, August Aichhorn, Siegfried Bernfeld, y Willi Hoffer estaban entre los psicoanalistas que hicieron suya la educación de la temprana infancia. Políticamente socialdemócratas, como Alfred Adler, que a veces era su rival, intentaron hacer frente a los efectos de la quiebra económica de Viena sobre el bienestar físico y psicológico de los niños. Con el tiempo la idea original de entornos educativos construidos cuidadosamente para niños pequeños se amplió, convirtiéndose en un proyecto de investigación psicoanalítica a gran escala sobre la interacción entre la sociedad y el desarrollo de la temprana infancia. Erikson en particular, un joven artista alemán que cuando llegó a Viena aún utilizaba su nombre de nacimiento, Homburger, exploraría las múltiples influencias de la realidad del entorno en el desarrollo de la identidad del niño y la personalidad individual. En 1919, sin embargo, aun antes de que Erikson lograra su guardería experimental, Anna Freud estaba trabajando con un joven y original educador, Siegfried Bernfeld, en una ocasión líder del movimiento juvenil austríaco de izquierda. Bernfeld era «alto y demacrado, con una fealdad que a una le impactaba tanto como la belleza», recordaba Helene Deutsch quien, como Freud, consideraba que la intensidad del joven educador era coherente con su idealismo.12 Bernfeld creía que la represión social era un temprano impedimento para el desarrollo de los niños y que los maestros, generalmente, reforzaban la carga moral en lugar de aligerarla. Bernfeld, sionista apasionado y organizador socialista durante los últimos diez años, quería que la educación progresista comenzara en la escuela infantil. Trataba de persuadir a los educadores de los niños más pequeños para que utilizaran realmente —no solo exhibieran— una completa gama de técnicas pedagógicas, desde el hipnotismo hasta el método Montessori. Bernfeld estaba fascinado en particular con las posibilidades del psicoanálisis. Un año antes había sido uno de los analistas más jóvenes presentes en el congreso de Budapest y en ese momento era el miembro más nuevo de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Pronto estaría presentando a Anna Freud y a Eva Rosenfeld, y en 1924 se encontrarían juntos en otro experimento educativo antiautoritario, la pequeña escuela Heitzing en Viena. Además de su trabajo psicoanalítico y de sus originales escritos políticos, Bernfeld fundó el Kinderheim Baumgarten (hogar para niños), una escuela infantil modelo dirigida más tarde por su amigo Willi Hoffer.13 El Kinderheim experimental también alojaba y alimentaba a niños desamparados, desplazados o sin hogar (incluyendo a más de doscientos cuarenta niños judíos refugiados) con capital proveniente de fondos municipales. Las conferencias de Hoffer sobre educación pública y su curso para educadores de Viena de base psicoanalítica llegaban tanto a profesores de las guarderías como a escuelas elementales y secundarias de la ciudad.14 El material teórico de esas conferencias se configuraba con ilustraciones de casos del trabajo del autor en el Kinderheim con los niños refugiados, muchos de ellos menores de cinco años, hambrientos, mutilados o traumatizados.15 Las conferencias se publicaron en el Zeitschrift für Psychoanalytische Pädagogik y aún transmiten el idealismo sincero, la vocación de servicio social y el tono austro-marxista de las primeras y escasas generaciones de psicoanalistas vieneses.

Wilhelm Reich, el psicoanalista de la segunda generación asociado quizá más a menudo con el radicalismo político, se estaba embarcando en la búsqueda de toda su vida: la fusión efectiva de cambio social y psicoanálisis. Su Proyecto Sex-Pol comenzó de forma brillante pero al final llegaría a atormentarlo. En 1919 Reich, hijo de un granjero y recientemente licenciado del ejército, se estaba costeando la escuela de medicina para ser psiquiatra. Musculoso, delgado, de ojos penetrantes y mandíbula cuadrada, Reich parecía permanentemente angustiado en la clase de Tandler. Este aún enseñaba anatomía clásica en la escuela de medicina, aunque también dirigía el nuevo Departamento Municipal de Bienestar Social de la ciudad. Tanto en la clase como en la asamblea de la ciudad, Tandler convencía a su audiencia de que poner la habilidad para crear bienestar médico y social al servicio del gobierno local era la vocación más grande. Para Reich, como para sus amigos Grete Lehner, Otto Fenichel y Edward Bibring, el mensaje de Tandler fue una profecía. Grete Lehner reverenciaba a Tandler, pensando que haría lo mismo en la política que en la anatomía. Podía transformar una tarea médica penosa en una «experiencia hermosa y profundamente estética —decía—, las relaciones ocultas se volvían evidentes».16 Su conocimiento de la escultura griega clásica compensaba el uso lúgubre de los cadáveres transformándolos en animadas ilustraciones, ejercicios y especímenes. Un día, cuando Grete estaba sentada en una clase de la escuela de medicina, entre Edward Bibring y Reich, durante la clase de anatomía de Tandler, Fenichel le extendió una nota garabateada para que la pasara a los otros estudiantes. El mensaje los urgía a todos a seguirlo en un nuevo proyecto exploratorio. Fenichel, un creador sumamente fastidioso de grupos, quería lanzar un seminario convocado por los mismos estudiantes donde tratarían temas que no estaban incluidos en el currículum médico. Si los estudiantes idealistas crearan su propio seminario, pensó Grete, podrían examinar las relaciones sociales y debatir de política, religión y sexualidad con precisión tandleriana.

Los cuatro jóvenes activistas se propusieron desenterrar los descubrimientos psicológicos modernos dentro y fuera de la clase. Los edificios de piedra gris de la Universidad de Viena consistían en ocho patios conectados que rodeaban una gran plaza arbolada donde los estudiantes se reunían sin aparentes restricciones. Los cafés servían pastel de manzana debajo de las arcadas y, en el verano, eran populares las terrazas con bares en cada una de las esquinas del cuadrante, aunque a los estudiantes les gustaba encontrarse bajo los frescos de desnudos de Gustav Klimt, suspendidos sobre la entrada de la universidad. Reich y sus amigos habían escuchado recientemente al teólogo existencialista Martin Buber dirigirse a los estudiantes universitarios judíos en una inmensa concentración organizada principalmente por Siegfried Bernfeld.17 Buber estaba traduciendo por entonces la Biblia hebrea al alemán y desarrollando sus ideas sobre una moderna espiritualidad inclusiva. La multitud le tomó gusto rápidamente a esa nueva retórica humana y sustituyó fácilmente, decía Reich, una ideología de «raza-contra-raza» por otra de «pueblo-con-pueblo». Reich estaba tan entusiasmado con ese cambio conceptual como lo estaba con la misma Grete. La recordaba como «suave y elegante, estudiosa, una académica seria, a veces ingenua, y encantadora» la cual se sentía, para desgracia de Reich, atraída por Edward Bibring, más formal y con levita, un compañero veterano de guerra que estudiaba entonces de forma acelerada. No obstante, cuando encontraban tiempo que detraer del estudio, los tres amigos disfrutaban de fiestas, bailes de máscaras y flirteos en rondas interminables por los bares llenos de humo cercanos a la universidad. Bien escalando las montañas Rax que rodean Viena, o bien yendo en bicicleta por la orilla del Danubio, adoraban hablar, discutir sobre sexo y política, y conspirar para sacudir el estancamiento del género humano. La vida de estudiante, así como gran parte de la de la ciudad en 1919, a pesar de las estrecheces económicas, consistía en encuentros en el Café Stadttheatre los sábados, acaloradas discusiones sobre los desarrollos más recientes en el movimiento juvenil acompañadas de repostería en los cafés decorados con espejos que rodean el Rin, o preparando a última hora los exámenes con chocolate en el Volkscafé. En el Kammerspiele se interpretaban los complejos himnos (musicalizados) de Hölderlin, La flauta mágica en la ópera, y una serie interminable de teatros, dramas musicales y conciertos filarmónicos nutrían la vivencia del cosmopolitismo vienés. Experiencias culturales como estas tenían gran predicamento entre esos jóvenes doctores de la ciudad que más tarde integrarían la Sociedad Psiconalítica de Viena, e incluso desde Budapest su colega Radó advertía casi con envidia cómo las carreras médicas en Viena estaban más motivadas por el humanismo que por la ambición científica. Para el joven educador convertido en psicoanalista Rudolf Ekstein, la Viena Roja era un gran «movimiento... una ética».

Otto Fenichel era ya de joven un hombre grueso, de baja estatura y de pecho fuerte, de cara ancha y una dulce sonrisa amplia. Vestía chaquetas alpinas y botas de senderismo y a menudo llevaba una enorme mochila desastrada. En el período de la primavera de 1919, Otto había persuadido a sus compañeros de la escuela de medicina Reich, Lehner y Bibring para poner en marcha el nuevo grupo de lectura que habían creado furtivamente en la clase de anatomía de Tandler. Acordaron que se comentarían trabajos modernos sobre sexo y psicología, y que se centrarían en temas alternativos y no tradicionales que iban desde los descubrimientos científicos hasta los textos sociopolíticos. Su seminario, que impartían los estudiantes, trataba la fisiología genital, la masturbación, la controversia sobre el orgasmo clitoridiano y la homosexualidad, todos ellos temas proscritos del currículum de estudios médicos. También se ocupaban del psicoanálisis. Fenichel había desenterrado una copia de los Tres ensayos de la teoría de la sexualidad de Freud y encontraba sus argumentos fascinantes. Compartía el libro con sus amigos, que desmenuzaban capítulo a capítulo en sus encuentros semanales. Los cuatro estaban fascinados por el pequeño texto cuyos rompecabezas igualaban a cualquiera de los que habían visto en medicina. Así que se fueron a la fuente, el mismo Freud, para que se los explicara.

Para llegar a la consulta de Freud bastaba un corto paseo bajando la empinada colina Berggasse de Viena, cerca de la universidad. Siguiendo la tradición médica de Viena, Freud reservaba una hora cada tarde para las visitas. De su propia experiencia formativa en Viena, el psicoanalista nacido en Budapest Franz Alexander recordaba que, por entonces, la práctica de llamar al 19 de Berggasse era «no solo natural, sino más o menos esperada» para los primeros estudiantes y profesores de psicoanálisis.18 En los días siguientes a su clase final con Tandler, Reich, Lehner, Fenichel y Bibring decidieron ir a ver a Freud durante su hora diaria de visita. Los cuatro jóvenes socialistas, que ya se sentían cómodos con el enfoque del bienestar social para la salud de la Viena Roja, también eran inusuales buenos lectores de psicoanálisis. Freud debió de haberse sentido contento con los conocimientos de aquellos jóvenes y con sus actitud inquisitiva porque invitó a los cuatro a asistir a las reuniones semanales de la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Por fortuna para Reich y sus amigos, Freud estaba seleccionando en ese momento a «nuevos miembros sobre la base de las cualidades personales y profesionales, y de las conferencias dadas por el posible miembro». Como presidente de la sociedad, «la opinión personal de Freud era siempre la decisiva», indica Helene Deutsch en sus memorias.19 Entonces, de nuevo, como Erik Erikson recordaba de sus propios días de estudiante en Viena, el movimiento psicoanalítico tenía una sorprendente flexibilidad y si «los Freud sentían que tú tenías un cierto sentido del análisis, podías llegar a ser analizante de uno de los más destacados miembros veteranos sin otras condiciones».20

La escuela de medicina reunió a Reich, Bibring, Fenichel y Lehner pero Freud les dio una causa. Desde 1902 Freud reunió a su alrededor un grupo de ideas afines de pupilos, amigos, antiguos pacientes y discípulos, que derivaría en la Sociedad Psicoanalítica de Viena en 1908. «La cercanía del trabajo de Freud in statu nascendi nos daba la sensación de participar en un proceso cultural y científico grande, de futuro», recordaba Richard Sterba, un psicoanalista cuyas interpretaciones líricas de la vida en la sociedad de Viena idealiza a Freud pero también evoca un genuino placer en su presencia.21 Los cuatro estudiantes de medicina se ganaron rápidamente el favor de esta sociedad, mientras todos ellos observaban cómo Deutsch, Sterba y Hermine von Hug-Hellmuth respondían a los comentarios o ideas de Freud. Estaban en sintonía sobre todo con el contenido sociopolítico en aquellas mesas redondas de las noches de los miércoles y aún más con las polémicas del Café Riedl (uno de los cafés vieneses preferido de Freud) donde se reunían los psicoanalistas después de las conferencias.22 Al año siguiente, Fenichel marcharía a Berlín para trabajar en el Poliklinik, y en 1922 los cuatro participantes del seminario de sexología asumirían las tareas de dirección en el Ambulatorium, pero jamás olvidarían las noches de los miércoles en casa de Freud.

Reich pronto solicitó ser miembro de pleno derecho en la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Ya le estaba dando vueltas a su artículo «Sobre la energía de las pulsiones» pero estaba seguro de que Freud «menearía la cabeza y lo rechazaría».23 En su propio relato de su desarrollo personal como analista practicante, Reich fechaba su primera sesión clínica el 15 de septiembre de 1919. Para Navidad tenía dos pacientes, había comenzado su análisis con Isidor Sadger, y también participaba en el seminario psicoanalítico de Sadger. Pocos miembros del círculo de los miércoles parecían menos politizados que Sadger y ninguno más convencido de la primacía absoluta de la sexualidad en la vida humana. Sadger, él mismo homosexual y fetichista, tenía la reputación escabrosa de analizar a los invitados a cenar entrando en los más íntimos detalles. Exasperaba inclusive a Freud con su adhesión ultraortodoxa a la teoría de la sexualidad. Presumiblemente, Sadger analizaba a Reich en esta línea y su influencia en las teorías de Reich y en su fundación de la organización Sex-Pol y sus clínicas fue más importante y compleja de lo que indican las propias memorias de Reich.

El desarrollo personal como un psicoanalista con inquietudes sociales y su creencia en la validez de las teorías de Freud maduraron simultáneamente, pues Reich observaba a la gente de la ciudad con su perspectiva sociológica. Miraba a las señoras mayores enzarzadas en sus charlas mañaneras sobre la subida de los precios, preguntando a cualquiera cuándo mejorarían las cosas. A las siete de la mañana los profesores de secundaria hablaban de comunismo con un deshollinador cubierto de ceniza. Los grupos políticos se atacaban entre sí, fueran comunistas, socialdemócratas o socialcristianos, llevados por el ansia de poder y la presunción. En 1919, Reich se veía avanzando más hacia la izquierda, esperando el trabajo clínico en el hospital, estudiando inglés, y dando su conferencia de cualificación en la Sociedad Psicoanalítica de Viena, gracias a la cual se convertiría en miembro en 1920. Estaba convencido de «que la sexualidad es el núcleo alrededor del cual gira toda la vida social, así como la vida espiritual interior del individuo». Reich interpretaba con éxito los sueños de sus pacientes,24 y, a pesar del análisis con Sadger, curiosamente, era ambivalente sobre la visión que sostenía entonces su amigo y compañero de estudios de medicina, Otto Fenichel, de la sexualidad omnipresente en todo, porque ello le parecía al exigente Reich una caricatura superficial de las ideas de Freud. La amistad entre Reich y Fenichel continuó manteniendo a lo largo de muchos años este intenso tono combativo de lucha política e intereses mutuos. Por ese entonces, sin embargo, Fenichel estaba mucho más ocupado con el seminario de sexología para estudiantes, su propia fusión de psicoanálisis y educación sexual que había iniciado a principios de ese año en la universidad. Poeta y médico, intérprete y escritor, Otto Fenichel pensaba que incluso los diarios más personales «se escriben siempre con la idea de que algún día serán leídos», así como las narraciones de psicoanálisis. Durante todo el año 1919 y principios de la década de 1920, el seminario psicoanalítico más conocido (las conversaciones de Fenichel con Reich, Lehner y Bibring) adquirió una enorme popularidad entre los estudiantes de medicina de la universidad, dispuestos a desafiar el statu quo político y académico, porque aquel seminario desafiaba completamente a la tradición.

Originalmente, cuando los primeros psicoanalistas formaron la IPA en el Segundo Congreso Internacional de Psicoanálisis celebrado en Nuremberg en 1910, establecieron una organización centralizada de afiliación de los miembros con ramas en Londres, Viena, Budapest y Berlín. En 1919, en grandes ciudades de toda Europa, Estados Unidos, Japón y la India, grupos similares se congregaban en sociedades psicoanalíticas locales para estudiar, enseñar y promover el trabajo de Freud. Con organizaciones basadas en el buque insignia del grupo de Viena, donde los miembros principales como Helene Deutsch aceptaban que había que defender a Freud y promover todos sus proyectos, las sociedades locales fomentaban los objetivos del psicoanálisis en público y en privado. Era una batalla, decía Deutsch, «librada externamente con y por Freud contra el medio profesional y científico del que se había salido; internamente la lucha era por Freud mismo, por su favor y reconocimiento».25 Exteriormente los psicoanalistas luchaban contra lo establecido mientras que internamente competían por la bendición de Freud, a veces amigablemente y otras no, y por la legitimidad tanto dentro como fuera de la IPA, su organización profesional.

Una de las condiciones de los estatutos de la IPA y de la permanencia de sus miembros era crear una dirección de la sociedad para poner en práctica las resoluciones concebidas en el congreso de Budapest de 1918, donde Freud había pronunciado su ponencia sobre las obligaciones sociales del psicoanálisis. La primera resolución oficial fue presentada por Herman Nunberg y concernía a la apremiante necesidad de estandarizar la formación psicoanalítica. Nunberg insistió en particular en que los psicoanalistas debían analizarse, pues la práctica del psicoanálisis era demasiado nueva y ya en sus comienzos corría el riesgo de corromperse, de modo que no convenía dejar a clínicos sin formación, ni siquiera a los psiquiatras, que también carecían de experiencia técnica específica. La fórmula básica de formación tripartita de curso teórico, curso práctico supervisado y análisis personal fue concebida en Budapest en 1918, implementada ese mismo año y ratificada en 1920 bajo la dirección de Max Eitingon. Las especificaciones desarrolladas a mediados de la década de 1920 por la Comisión Internacional Didáctica (ITC) y articuladas por Karen Horney como miembro del Comité de Educación del Poliklinik, fueron aceptadas tan ampliamente que aún siguen vigentes en nuestros días.26 Pero una segunda resolución tomada en el congreso se centraba en el desarrollo de clínicas sin cita previa donde «estos tratamientos serán gratuitos» para posibles analizantes de pocos recursos.27 A diferencia del resultado consolidado de la resolución sobre formación, la segunda es más conocida —a lo sumo— por el papel que desempeñaron las clínicas en aprovechar a los pacientes para la formación psicoanalítica de los aspirantes. No obstante, cuando las sociedades de Berlín, Viena, Londres y Budapest organizaron sus programas internos de formación psicoanalítica, también crearon programas externos basados en la comunidad: las clínicas ambulatorias gratuitas. Y, de hecho, las sociedades psicoanalíticas de principios del siglo XX sostuvieron tenazmente sus centros ambulatorios con dinero en efectivo, habilidad y donaciones en especie. Juntas, ambas resoluciones expresaban implícitamente los esfuerzos de los psicoanalistas para rechazar las tradiciones conservadoras y sustituirlas por instituciones de salud mental nuevas bajo una autoridad mucho más progresista.

En 1919 ya estaban en marcha los planes para una clínica psicoanalítica oficial gratuita en Berlín. El proyecto de la clínica de Berlín lo habían preparado al menos diez años antes Max Eitingon y Karl Abraham al unir fuerzas para promover el psicoanálisis. En 1910 habían constituido la Asociación Psicoanalítica Alemana (Deutsche Psychoanalytische Gesellschaft, DPG) como una filial de la IPA y, dentro de la misma, la Sociedad Psicoanalítica de Berlín, así como el instituto de formación e incluso los primeros pasos en el establecimiento de los tratamientos ambulatorios. La energía creativa de Berlín llamaba la atención de los recién llegados urbanos y talentosos, como Eitingon y Abraham: ambos acababan de llegar con su formación de Zúrich y eran judíos autosuficientes. «¡Vamos viento en popa! El 27 se celebrará la primera sesión de la Asociación Psicoanalítica de Berlín», le había escrito Abraham a Freud en agosto de 1908.28 Su básico primer Poliklinik para el tratamiento psicoanalítico de los trastornos nerviosos apareció al final de aquel año. Era una clínica modesta que, diez años más tarde, en 1920, se convirtió en la piedra angular de una imponente sociedad filial de la IPA.29 A Freud le gustaba el agradable Abraham por su «serenidad y su firme confianza», pero había puesto todas sus esperanzas en Eitingon.30

Max Yefimovich Eitingon era un hombre pequeño de cara redonda, con pelo corto y oscuro cuidadosamente peinado con la raya al lado, un bigote bien recortado y un aire perplejo. En las fotografías, tanto en los retratos como en las fotos con amigos médicos o psicoanalistas, su pequeña envergadura y el impecable traje sastre siempre lo distinguían y lo hacían reconocible en medio del grupo. Eitingon se crió en Alemania, consiguió un título en Filosofía en la Universidad de Marburgo y luego estudió medicina. Los miembros de su familia destacaron, inclusive entre los ricos comerciantes en pieles de Galicia, como poderosos negociantes internacionales con negocios repartidos por Rusia, Polonia, Inglaterra y Alemania. En 1905, a los veinticuatro años, Eitingon se hizo psiquiatra en la famosa Clínica Burghölzli de Zúrich. Dos años más tarde Carl Jung, que aún tenía amistad con Freud y era el director de tesis de Eitingon en Burghölzli, le sugirió que estudiara psicoanálisis. Desde 1907 en adelante Freud, que había cultivado relaciones apasionadas y generalmente decepcionantes con hombres como Josef Breuer, Sándor Ferenczi e incluso Jung, tomó a Eitingon con menos ardor pero con gran amistad. Durante los quince años siguientes, Max utilizó su extraordinaria riqueza para proveer a los indigentes el acceso al tratamiento de salud mental. En 1919 había asumido muchas de las grandes deudas de la IPA que primero había subsanado Von Freund. Incluso antes, en 1910, Eitingon había financiado el rudimentario servicio psicoanalítico independiente que, después del congreso de Budapest en 1918, serviría como anteproyecto del Poliklinik. Poner en marcha el Poliklinik era caro y, después de un desembolso inicial de alrededor de veinte mil marcos (aproximadamente cinco mil dólares) en el otoño de 1919, la clínica vio escalar su presupuesto sin cesar debido a la espectacular inflación de la moneda alemana. No obstante, Eitingon anunció, en una carta a Freud de principios de diciembre, que habían encontrado unas instalaciones adecuadas para alojar la clínica. Abraham, que estaba cada vez más sorprendido por la capacidad administrativa de Eitingon, acordó enseguida que la sociedad de Berlín alquilaría el espacio si el precio estaba dentro de sus posibilidades.

En noviembre de 1919 Abraham anunció a Freud que «Berlín clama literalmente por el psicoanálisis» y contemplaba el Poliklinik como un objetivo logrado. «Eitingon le tendrá al tanto de los temas de nuestra policlínica. El plan pronto se hará realidad».31 El 19 de julio la propuesta de Eitingon para fundar un Poliklinik fue aprobada de forma unánime por la sociedad de Berlín y el 26 de julio ya se estaban tratando cuestiones concretas para su implementación. El 19 de septiembre Simmel presentó al consejo los planes para publicitar el Poliklinik y el 26 de septiembre Eitingon, Simmel y Abraham fueron elegidos formalmente como el Comité Clínico.32 Los analistas de Berlín se fueron animando cada vez más mientras le describían a Freud los detalles de varios preparativos. «Las cosas están bien en nuestro grupo. Es grande el entusiasmo y los logros son mejores de lo que eran», escribía Abraham. Su convocatoria de Budapest cayó en terreno fértil: «El policlínico se abrirá en el invierno, y se convertirá en el instituto de Ψ».33 Abraham señalaba a Ernst Simmel, uno de los nuevos analistas más serios de la IPA (y socialista confeso asociado con el Ministerio de Educación a través de sus actividades políticas) como «un impulsor excelente para el policlínico».34 Freud, por su parte, estaba tan contento con toda esa actividad que «con ocasión de la fundación del policlínico de Berlín», él proponía «incorporar a Eitingon como miembro de pleno derecho al comité».35 Ya nada detendría ahora a Abraham, Simmel y Eitingon para hacer del sueño socialdemócrata de Freud una realidad del siglo XX.

Psicoanálisis y justicia social

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