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INTRODUCCIÓN «LA CONCIENCIA DE LA SOCIEDAD»
ОглавлениеEn la Viena de la década de 1920 y principios de la de 1930, los médicos que estaban muy ocupados, como Sigmund Freud, podían entregar un Erlagschein, un vale, a un paciente, posible o habitual, para que lo utilizara como una forma de pago a otro doctor. Los Erlagschein a menudo se imprimían con elegancia en un papel naranja pálido, con tipografía clásica, y carecían de una numeración propia, pues iban asociados especialmente a los depósitos bancarios y al cheque personal. Los vales atraían prácticamente a todos en la comunidad psicoanalítica de la ciudad ya que los terapeutas privados podían endosar un Erlagschein a una clínica como garantía para canjear (en efectivo o en tiempo) las horas de tratamiento que normalmente se donarían en persona. Sigmund Freud endosaba Erlagscheine de doscientos a cuatrocientos chelines regularmente a la clínica gratuita de los psicoanalistas de Viena, conocida como Ambulatorium.
En 1918, justo dos meses antes del armisticio, Freud había congregado a los psicoanalistas reunidos en Budapest en su quinto congreso internacional para poner en marcha estas instituciones: «sanatorios o lugares de consulta [...] estos tratamientos serán gratuitos [...]. El pobre no tiene menos derechos a la terapia anímica que los que ya se le reconocen en materia de cirugía básica», afirmaba, abrazando la nueva retórica de la socialdemocracia austríaca. «Puede pasar mucho tiempo antes de que el Estado sienta como obligatorios estos deberes [...] es probable que sea la beneficencia privada la que inicie tales instituciones».1
Estas ideas, como todos los proyectos psicoanalíticos de Freud, evidencian una interesante tensión entre la teoría psicológica y la práctica terapéutica. Mientras que su teoría perseguía estar más allá de la historia como una ciencia fáctica, la práctica clínica de Freud se adhería a la ideología política socialdemócrata que predominó en Viena después de la Primera Guerra Mundial. Cuando los psicoanalistas del círculo de Freud abrieron el Ambulatorio para adultos, niños y familias que requerían tratamiento externo de salud mental en mayo de 1922, el carácter de la socialdemocracia y sus instituciones de bienestar social ya habían calado tanto en la ciudad de origen de Freud, que su clínica era solo una entre muchos otros servicios gratuitos. Y Viena no era ni la primera ni la única ciudad donde establecer una clínica psicoanalítica. En esos años de modernismo emergente, las expresiones de conciencia social de Freud inspiraron la creación de una cadena de al menos doce clínicas cooperativas de salud mental al menos, desde Zagreb hasta Londres.2 Mucho más tarde, en 1935, Freud aún escribía que «con sus propios recursos, estos grupos locales costean institutos donde se imparte la instrucción en el psicoanálisis de acuerdo con un plan didáctico unitario, y donde tanto analistas experimentados como principiantes ofrecen tratamiento ambulatorio gratuito a personas necesitadas».3 Las décadas siguientes vieron desplegarse la práctica del psicoanálisis en consultas sencillas, caso por caso, en divanes donde inadvertidamente la teoría planeaba sobre los avatares clínicos. Entre 1918 y 1938, el psicoanálisis no era un tratamiento inaccesible para la población trabajadora, ni estaba estructurado rígidamente, ni se prolongaba excesivamente.
Al menos una quinta parte del trabajo de la primera y segunda generación de psicoanalistas fue para ciudadanos indigentes. Esto hizo que el psicoanálisis fuera accesible para estudiantes, artistas, artesanos y maestros de escuelas públicas. La idea de Freud influyó en practicantes y estudiantes de medicina de tal manera que conseguían financiar su aprendizaje atendiendo a pacientes sin coste. Médicos e intelectuales establecidos trataban a niños con problemas y a sus madres, o a adolescentes delincuentes y a personas con enfermedades psicosomáticas, desde asma hasta epilepsia, que de otra manera no habrían podido sufragar un tratamiento. La naturaleza relativamente sencilla de este intercambio, combinado con la amplitud de miras de la cultura política de entreguerras, marcaba una pauta que permitía a la gente de mundos sociales francamente opuestos encontrarse en la sala de espera de un psicoanalista. Incluso entre analistas que aparentemente evitaban la política, la práctica en una clínica gratuita reflejaba implícitamente un compromiso cívico con el bienestar humano. Helene Deutsch, miembro activo del círculo cercano a Freud que estuvo a cargo del Instituto de Enseñanza de la Sociedad Psicoanalítica de Viena después de residir en Berlín entre 1923 y 1924, hablaba por su generación. El «revolucionismo», escribió en su historia de la segunda generación de psicoanalistas, era «un espíritu de reforma [...] (que) nunca puede ser definido simplemente a través de su aplicación social. Es un atributo de los individuos que se lanzan a todo lo que se forma, se gana, se consigue de un modo nuevo».4
Desde 1920 hasta 1938, en diez ciudades y siete países, la generación activista de psicoanalistas creó centros de tratamiento gratuito. Freud había hablado «en parte como profecía y en parte como desafío», dijo Max Eitingon, el psicoanalista cuya riqueza y talento administrativo hicieron posible la primera clínica en 1920, el Poliklinik de Berlín. Las innovaciones del Poliklinik incluían directrices sobre la extensión del tratamiento, análisis fragmentario (tiempo limitado), y, por supuesto, tratamiento gratuito. Fue allí donde primero se debatió formalmente sobre el análisis infantil y se estandarizó la educación psicoanalítica. En Viena, el dilema de cómo abrir una clínica psicoanalítica sin ofender necesariamente al estamento psiquiátrico conservador dependió de la habilidad diplomática de Eduard Hitschmann, amigo de Freud, quien abrió la segunda clínica, el Ambulatorium de Viena, en 1922. En 1926, los psicoanalistas británicos pusieron en marcha una clínica en Londres dirigida por Ernest Jones, cerebro psicoanalítico británico y más tarde primer gran biógrafo de Freud. Ernst Simmel, cofundador con Eitingon del Poliklinik de Berlín, también en 1926, abrió un centro de internamiento en Schloss Hegel, muy cerca de la ciudad. En 1929, el pionero analista húngaro Sándor Ferenczi fundó una clínica gratuita en Budapest. Para entonces, en Viena, Wilhelm Reich, cuya fusión de psicoanálisis y política de izquierda sigue siendo hoy tan controvertida como en la década de 1920, había creado la Sex-Pol, una red de clínicas médicas y de salud mental gratuitas con una inclinación libertaria particularmente radical.
Con el tiempo se sucedieron otras sociedades psicoanalíticas con programas (algunos de ellos realizados y otros no) para clínicas gratuitas en Zagreb, Moscú, Francfort, Nueva York, Trieste y París. Estas clínicas liberaban a la gente de su destructiva neurosis y, como las escuelas y universidades municipales de Europa, eran gratuitas. En el ambiente emocionante de los movimientos sociales y progresistas entre las dos guerras mundiales, se suponía que el psicoanálisis compartía esta transformación de la sociedad civil y que estos nuevos centros de tratamiento ambulatorio ayudaban a devolverle a la gente su inherente capacidad para obtener bienestar. Los psicoanalistas creían que tenían la obligación social de dar una parte de su tiempo a las personas que no podrían permitirse el psicoanálisis. Muchos ni siquiera tuvieron en cuenta sopesar la efectividad del tratamiento respecto a la carga financiera impuesta al paciente.
Erik Erikson, Erich Fromm, Karen Horney, Bruno Bettelheim, Alfred Adler, Melanie Klein, Anna Freud, Franz Alexander, Annie Reich, Wilhelm Reich, Edith Jacobson, Otto Fenichel, Helene Deutsch, Alice Bálint, Frieda Fromm-Reichmann, Hermann Nunberg, Rudolf Loewenstein, y Martin Grothahn,... eran solo algunos de los analistas de las clínicas gratuitas que más tarde se dispersaron por el mundo occidental. Algunos llevaron la antorcha progresista y otros la enterraron, pero todos ellos son hoy conocidos por su revisionismo teórico y por la diversas maneras de continuar, transformar o romper con la teoría clásica de Freud. Pero en la década de 1920 y principios de la de 1930 los propios analistas se veían como agentes del cambio social, y para todos ellos el psicoanálisis era un desafío a los códigos políticos convencionales, una misión social más que una disciplina médica. Erich Fromm, residente en el Instituto Francfort para la Investigación Social a finales de la década de 1920, y Ernst Simmel, al frente de la Asociación de Médicos Socialistas de Berlín, eran analistas del Poliklinik que basaban su práctica en la relación simbiótica con los valores políticos de la era de Weimar. La libertad intelectual de Berlín le permitió a Melaine Klein la autonomía para el análisis profundo de niños. Karen Horney, quizá mejor conocida como la analista que introdujo el relativismo cultural en la teoría freudiana, fue miembro fundadora del Poliklinik y la primera mujer en enseñar allí. Para los intelectuales vieneses como Bruno Bettelheim, Otto Fenichel y Siegfried Bernfeld, que se introdujeron en el activismo romántico de los movimientos juveniles de la izquierda centroeuropea, el psicoanálisis representaba la liberación humana, la potenciación social y la liberación de las convenciones burguesas. Erik H. Erikson, el ganador del Premio Pulitzer que estableció, quizá más firmemente que ningún otro, el concepto central de la influencia del entorno social en el desarrollo humano, se formó como psicoanalista en el inicio de la Viena moderna, en el Ambulatorium. En Budapest, el primer director de la clínica, Sándor Ferenczi, cercano a Freud a lo largo de su vida, pertenecía a un círculo de intelectuales, poetas y escritores modernistas húngaros que incluían al filósofo de izquierda Georg Lukács y al compositor Béla Bartók.
Ferenczi, que murió en 1933, creía que los psicoanalistas que no tenían en cuenta las «condiciones reales de los diversos niveles de la sociedad» abandonaban a su suerte a la población para la cual la vida cotidiana es especialmente penosa. De diversas maneras, la Viena del début de siècle y de la posguerra consideraba la teoría y la terapia psicoanalíticas mucho menos controvertidas que en la actualidad. Pero casi desde sus inicios y ciertamente desde su llegada a América, los clichés contra la clínica han rodeado al psicoanálisis en todo el espectro político.5 Algunos críticos sugieren que la investigación psicológica individual descarta la variable del entorno y que los estudios psicoanalíticos sitúan al individuo al margen de la cultura. Otros han hecho su carrera a fuerza de invalidar el psicoanálisis como disciplina no científica y puramente ideológica. Los mismos psicoanalistas han alegado que la objetividad clínica requiere distanciarse de la política y del pensamiento social. Wilhelm Reich, uno de los teóricos que más incidieron en este campo, observaba que «el conflicto dentro del psicoanálisis respecto a la función social era inmenso mucho antes de que cualquier implicado lo notara».6 Pero Ferenczi y Freud sí que reconocieron este conflicto y, en 1910, se embarcaron en una estrategia de gran alcance para resolverlo.
Uno de los cambios radicales que trajo la Primera Guerra Mundial fue que algunas actitudes políticas menospreciadas previamente se volvieron rápidamente dominantes, tanto en el movimiento psicoanalítico como en otros ámbitos, mientras que las primeras repúblicas austríaca y alemana continuaban en un camino difícil hacia su constitución como Estados. En 1918, Freud podría haber replanteado simplemente los principios de 1913 que sistematizaban su enfoque de preguerra sobre los pagos de los pacientes,7 pero él preveía que la historia de la teoría psicoanalítica se sostendría en última instancia en la historia de su práctica real. Las nuevas democracias requerirían de los psicoanalistas terapeutas, como de otros profesionales, mayor implicación y transparencia públicas. En este sentido, Freud discutía sobre una visión alternativa, no tradicional, de las obligaciones sociales colectivas del psicoanálisis. La conferencia de Budapest sobre «la conciencia de la sociedad» reflejaba el personal despertar de Freud ante la realidad de un nuevo contrato social, un nuevo paradigma cultural y político que señalaba a casi cada uno de los reformadores, desde Adolf Loos en la arquitectura hasta Clemens Pirquet en medicina y Paul Lazarsfeld en ciencia social.8
A finales de 1918 los cambios fundamentales que sufrieron tanto Alemania como Austria, en el ámbito territorial y en el de las perspectivas políticas, se agudizaron con el advenimiento de la «Viena Roja» y el «Berlín de Weimar» como modelos modernos de reconstrucción urbana. En ambas ciudades las políticas de agresivos planes sociales de los nuevos gobiernos se vinculaban a la recuperación económica de posguerra, en un enfoque de la obra pública por el que se instituyeron proyectos originales a gran escala junto con un desarrollo cultural y estético creciente. Freud creía que un día «el Estado llegará a ver estos deberes como asuntos urgentes», y realmente los nuevos gobiernos promovieron mucho más la salud mental y los servicios sociales que jamás antes ningún servicio de atención de la salud pública. Se aprovecharon de las nuevas profesiones surgidas de la arquitectura utilitaria, la política de salud pública, y el trabajo social profesional, enfatizando la importancia de la cultura para la causa socialista. Los relatos vitales de primera mano en la Viena Roja, sus numerosas comunidades de viviendas públicas, sus programas de bienestar social para las familias, el fomento del arte y la música, compartían una estimulante calidad en el compromiso público y el orgullo cívico. Sin embargo, las interpretaciones de estos acontecimientos dependen siempre de la ideología del observador: para el conservador se trata de una intrusión y excesiva regulación del Estado; para el marxista desvelan el oportunismo socialdemócrata y la futilidad de introducir los cambios gradualmente; y para el progresista son ejemplos de equidad y discriminación positiva.
En 1919 las mujeres austríacas consiguieron el sufragio universal, e incitaron a los gobiernos a poner en práctica las políticas sobre salud, vivienda y familia, a cambiar la caridad paternalista individual por la prevalencia del derecho al bienestar social (los privilegios de la ciudadanía). Se invirtieron recursos públicos en clínicas médicas y dentales, programas de asistencia familiar, ayuda a los niños, y centros de consulta para jóvenes y madres. Este despliegue de programas lo diseñó Julius Tandler, el brillante anatomista y profesor universitario, quien transformó el Departamento de Bienestar de Viena en un sistema de asistencia profesional para familias y niños que impresionaba inclusive a los visitantes americanos. «Una cosa está clara —informaba una delegación del Fondo de la Commonwealth—, sería muy inadecuado decir que Austria es un país donde el trabajo social y la salud se hallan en un estado rudimentario».9 Los representantes del fondo se reunieron con Otto Bauer, el máximo líder de los nuevos marxistas austríacos y secretario de Asuntos Exteriores en 1918-1919. Editor del periódico socialista Arbeiter-Zeitung, Bauer les habló del movimiento social actual como una revolución en «el alma del hombre».10 Para los socialdemócratas vieneses, la cultura urbana debía abarcar toda la vida de los trabajadores, desde la privacidad de la vida individual y familiar hasta la política pública y el lugar de trabajo. Entre los psicoanalistas, el neurólogo de inclinación izquierdista Martin Pappenheim, amigo de Eduard Hitschmann e invitado frecuente de los Freud, mantenía que el cambio social debía alcanzar «la estructura de las relaciones familiares, la posición social de mujeres y niños, y la reforma sexual».11
En 1920 Adolf Loos, quien es recordado por su modernismo implacable y racional, fue contratado como arquitecto jefe del Departamento de Obras Públicas de la ciudad de Viena, que en ese momento sufría de un déficit crónico de sedes. Anton von Webern, el brillante compositor vanguardista, era el director principal de la Sinfónica del Trabajo de Viena y del Coro del Trabajo de Viena (donde permaneció hasta 1934) y promovió algunas de las primeras interpretaciones de las composiciones modernistas de Arnold Schoenberg. Este se había formado como el organizador de la orquesta de los trabajadores socialdemócratas. Mientras tanto, en Alemania, la fama del director de la Bauhaus, Walter Gropius, que representaba la quintaesencia del arquitecto en Weimar, encumbraba la producción de construcción urbana. En sus talleres de muebles artesanales y utensilios cotidianos, exquisitos y funcionales a un tiempo, la Bauhaus renovó la idea de la producción masiva. Sus principios para la creación de diseños racionales (muchos de los cuales aún parecen modernos en la actualidad) se aplicaron a todos los materiales comunes en la vida cotidiana de la ciudad, desde lámparas de mesa de cobre hasta juegos de té de porcelana, o desde tostadoras cromadas hasta cunas de bebé de madera curvada. El arte coexistía con la realidad económica, la cultura y la política; la ciudadanía, con la nueva estructura participativa del Estado.12
El Berlín de la década de 1920 acogía el Poliklinik, el programa de bandera de los psicoanalistas en terapia pública y, para muchos, el corazón de la Sociedad Psicoanalítica de Berlín, tanto como el Ambulatorium lo era para los vieneses. Para el analista y profesor húngaro Sándor Radó, los analistas berlineses forjaron una «sociedad maravillosa», un grupo particularmente vital de practicantes progresistas, tan popular entre los intelectuales de la ciudad que Karl Abraham estuvo a punto de establecer el psicoanálisis como disciplina universitaria.13 Aprendices internacionales en trabajo social, psiquiatría, orientación infantil y psicología se reunían en el Poliklinik no solo procedentes de Francia e Inglaterra, sino también de Egipto, Cuba y Estados Unidos. «Por favor, envíeme toda la información disponible sobre su Instituto —escribió el psicólogo Norman Lyon, del Worcester State Hospital, en agosto de 1929—, espero enseñar algún día psicología y dirigir una clínica de acuerdo con esa disciplina».14 Desde los interiores modernistas de la clínica, diseñados por Ernst, el hijo arquitecto de Freud, hasta los proyectos educativos, los esfuerzos se encaminaban a satisfacer las obligaciones sociales del psicoanálisis y concordaban con la visión social, política y cultural del Berlín de Weimar. Ernst había estudiado con Loos en su taller de Viena, así que dispuso las líneas simples y las superficies sin adornos de Loos dentro de un diseño comunitario para la sala de espera de la clínica. En su práctica terapéutica los psicoanalistas de Weimar debatían abordajes no tradicionales del tratamiento y, en el plano social, abogaban por la reforma penal, la liberación sexual, la igualdad de géneros y la no criminalización de la homosexualidad.15 Y algo parecido ocurría en Berlín, donde la riqueza de Eitingon y la eficiencia de Karl Abraham como director de la sociedad llevaron a la simplificación de la fórmula de Freud para asignar servicios gratuitos, con donativos y visitas domiciliarias. La demanda pública de tratamiento psicoanalítico, que parecía llevar la solución a las deficiencias crónicas de tiempo y espacio, fue sensacional.
Ni en Viena ni en Berlín el psicoanálisis faltó a su compromiso con la red general de servicios disponibles de salud mental. Las clínicas médicas y de salud mental privadas, que antes estaban restringidas a los acomodados o casi acomodados, se abrían ahora a todos los estratos sociales. Pero al menos desde 1916 los gobiernos habían promocionado el psicoanálisis como una forma de psicoterapia para ayudar a los soldados traumatizados que volvían del frente. Y, mientras que Alfred Adler había abandonado las filas de Freud en 1911, los miembros de su popularísima Sociedad de Psicología Individual integraban el personal de las consultas de orientación infantil vinculadas al sistema educativo municipal de Viena. Con su intransigente énfasis en la sexualidad humana, el psicoanálisis era solo uno de los muchos tratamientos disponibles de la psicología moderna, pero, aun así, era el más complejo y controvertido. En el Ambulatorium de Viena, situado en Pelikangasse, el psicoanálisis lo practicaban diariamente clínicos muy interesados en los cambios en medicina y en la agenda sociopolítica. Y en el Poliklinik, situado en la Potsdamerstrasse de Berlín, se ofrecía a los pacientes psiquiátricos de la ciudad una alternativa compasiva a la atención institucional del Charité Hospital, tomando a aquellos que el establecimiento médico y psiquiátrico no estaba dispuesto a atender.
A pesar de que en 1938 los nazis redujeron tanto el psicoanálisis que se podía andar por los centros académicos de Berlín o Viena sin encontrarse con un solo analista, mucho menos judío, Otto Fenichel y su grupo de colegas exiliados sostuvieron sus creencias con más vehemencia que nunca. La clínica de Berlín se cerró en 1933; Sex-Pol, en 1934; el Ambulatorium de Viena, en 1938. Todavía entonces, Fenichel animaba a sus antiguos colegas a mantener una actitud política, crítica, incluso aunque el Poliklinik había sido expurgado de judíos (técnicamente no fue cerrado) en 1933. Fenichel articulaba la confrontación entre aquellos que se mantenían fieles al Freud humanista y una nueva clase de clínicos alineados con la psicología del yo, en las Rundbriefe, una serie extraordinaria de cartas que circularon dentro de su grupo de analistas activistas. Alrededor de los diez años siguientes, Fenichel llegaría a ver la nueva teoría de la adaptación de la psicología del yo de Heinz Hartmann, en el mejor de los casos, como neofreudiana y, en el peor, como una inquietante versión prefreudiana. El grupo de Fenichel discutía constantemente, junto con sus colegas en la Asociación para Médicos Socialistas de Ernst Simmel, que la importancia del psicoanálisis residía precisamente en su dimensión social, inclusive marxista. «Estamos todos convencidos —escribía Fenichel desde Oslo en marzo de 1934— de que en el psicoanálisis de Freud se encuentra el germen de la psicología materialista dialéctica del futuro, y por ello necesitamos desesperadamente proteger y extender su saber».
Es extraño que se haya suprimido siempre la historia del activismo político en el psicoanálisis. Las carreras de los miembros de la segunda generación de psicoanalistas fueron ejemplares. Los discípulos de Freud eran líderes académicos, en la medicina e incluso en lo militar. La evidencia histórica oral y escrita, aunque fragmentaria, confirma que el movimiento psicoanalítico del inicio se construyó sobre un núcleo político progresista, aliado estrecho del contexto cultural de la Europa central entre 1918 y 1933, y que las clínicas ambulatorias gratuitas eran una implementación práctica de esa ideología. Este discurso progresista se hace presente cuando se sitúa el psicoanálisis en el contexto de los movimientos sociales del siglo XX, alternativamente reformistas y conformistas, del modernismo, el socialismo, la democracia y el fascismo. A día de hoy, las ciento diecinueve cartas que integran las Rundbriefe de Otto Fenichel sobreviven como una documentación elocuente del lazo histórico entre el psicoanálisis y la política progresista. A pesar de su forma epistolar es un texto tan clásico como la obra psicoanalítica de referencia de Fenichel, Teoría psicoanalítica de la neurosis, aunque solo son frágiles hojas de papel con tipografía antigua unidas por clips oxidados. Las Rundbriefe cuentan parte de la historia de la evolución del movimiento psicoanalítico desde 1934 hasta 1945, de sus activos participantes y sus grandes luchas ideológicas en Europa y en América. Es un desafío reconstruir otras crónicas igualmente válidas procedentes de recuerdos personales, de los pocos documentos que sobreviven y de los documentos fragmentarios dispersos en diversos archivos. No obstante, las filiaciones políticas reales de los principales miembros del movimiento psicoanalítico son un hecho probado. Entre los marxistas declarados estaban Erich Fromm, Otto Fenichel, Karl Landauer, Barbara Lanto, Georg Gerö, Frances Deri, Käthe Friedländer, Steff Bornstein y Wilhelm y Annie Reich. Como socialistas se identificaban Bruno Bettelheim, Grete Bibring, Helene Deuthsch, Ernst Simmel, Willi Hoffer, Eduard Kronengold (Kronold), Siegfried Bernfeld y Heinrich Meng. Entre los comunistas conocidos estaban Anny Angel-Katan, Edith Jacobson, Edith Gyömröi, Edith Buxbaum, Marie Langer, Ludwig Jekels y Wilhelm Reich. Y entre los socialdemócratas, Eduard Hitschmann, Paul Federn, Karen Horney, Josef Freidjung y Sigmund Freud. Desde entonces, algunos de estos analistas, como Erik Erikson y Karen Horney, han ganado en reconocimiento, mientras que Helene Deutsch y Erich Fromm, por ejemplo, se han difuminado en el paisaje cultural actual. Otros, como Wilhelm Reich y Sándor Ferenczi, han reaparecido con sorprendente energía. Como ocurre con las Rundbriefe, que han desaparecido del dominio público, el destino histórico de las clínicas públicas es casi completamente contrario a los sofisticados estándares de formación psicoanalítica y al modelo de práctica psicoanalítica que ahora prevalece en los institutos psicoanalíticos y las exclusivas consultas en todo el mundo.
Con su cultura fragmentada por el terrorismo, obligados a reconstruir la vida profesional en una lengua extranjera, y acuciados por el acusado nacionalismo de posguerra, muchos psicoanalistas centroeuropeos huyeron, pero seguían confiando en que la buena voluntad y la compasión generada por el psicoanálisis triunfarían al final, si ellos atemperaban las historias de su pasado radical. Aunque Ernest Jones ha sido siempre una voz del conservadurismo, sus declaraciones de conciencia social en 1926 dieron una orientación a la clínica en la sociedad británica que aún en nuestros días continúa ofreciendo psicoanálisis gratuito a los londinenses. El Centro Jean Favreau todavía se desenvuelve dentro de la Société Psychanalytique de París, fundada en 1920 y dirigida durante muchos años por Marie Bonaparte; sus psicoanalistas ofrecen consulta y tratamientos gratuitos a los habitantes de París.
Hacia el final de la Primera Guerra Mundial, Ernst Simmel, que había servido como médico militar y director de un hospital para soldados con traumas de guerra, escribió sobre la urgente necesidad de participar en «la economía humana [...] por el gasto en vidas humanas durante los años de guerra y para la preservación de todas las naciones». Creía que la comunidad era el fluido vital para la supervivencia. Para Simmel, como para Freud, las clínicas gratuitas encarnaban la comunidad dentro del psicoanálisis. Los psicoanalistas se sumaban a la lucha de la Europa de principios del siglo XX sin sentimentalismo para construir la democracia y un mundo mejor. Helen Schur, estudiante de medicina de la Universidad de Viena en la década de 1920 y luego esposa del médico personal de Freud, Max Schur, lo resumía muy bien: «Pienso que ellos se dieron cuenta de que este mundo sería el de la liberación personal. Conseguir que se liberasen realmente de la neurosis, para estar mucho mejor preparados para trabajar, es decir, en las palabras de Freud, para amar y trabajar».
Lo que sigue es la historia de esta liberación.