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CARLOS PELLEGRINI, SANTA FE, ARGENTINA
Sofía, una chica de apenas veinte años, se encontró a sí misma arreglándose para salir. Hacía frío, por lo que se puso una campera con capucha y una bufanda que enrolló tantas veces que le cubría la mitad del rostro. Con unas calzas, zapatillas de correr y unos guantes salió a la calle un domingo de invierno en su pueblo. Salió desde Almirante Brown, atravesando el Parque Centenario hasta llegar a Garibaldi en la esquina con Marcos Paz.
Se quedó esperando un largo rato dando vueltas en la cuadra, evitando pisar Garibaldi. Iba por Marcos Paz hasta Sarmiento, luego giraba en Rivadavia hasta llegar a la esquina con Garibaldi. Entonces, daba media vuelta y volvía por donde había venido, solo para volver a hacer lo mismo. Para su fortuna, no había suficiente gente como para que su comportamiento llamase la atención de algún curioso.
Solo ella sabía a qué se debía su conducta, pues no había hablado del tema. Sabía que lo que le dijeran no sería lo que quería oír. Su mente ya estaba cansada de escuchar negativas. Su sangre le exigía más sangre. Pasó un tiempo que para Sofía fue eterno, pero finalmente vio la causa de su malestar, hombre violento, infiel, irascible, pero, de alguna manera, suficientemente maquiavélico como para salirse con la suya siempre. Su nombre era Santino, un nombre que a Sofía le parecía sumamente inexacto para un hombre como él.
Como ella bien sabía, Santino y sus actos habían desestabilizado la autoestima de Luciano, hermano de Sofía, quien, en un acto impulsivo y profundamente depresivo, se lanzó sin miramientos desde la terraza de un edificio.
Sofía recordaba muy bien la rutina de Santino, Luciano no dejaba de hablar de las citas y paseos con su, en ese momento, novio. Todas igual de rutinarias.
Le produjo un enorme asco ver a Santino caminar con tanta tranquilidad e impunidad por la calle, como si no reparara en el efecto de sus actos. Pero ella los recordaba muy bien.
Armó su propio plan para confrontar a Santino. Tomando una piedra bastante grande de un cantero en la esquina de Marcos Paz, la cual ella había dejado el día anterior, Sofía se acercó sigilosamente hacia Santino. Antes de que este se diera la vuelta, Sofía arremetió con su piedra la espalda de Santino. Ella había apuntado a la nuca, pero él era alto y robusto, mientras que ella era más pequeña y delgada. Aun así, Santino cayó inmediatamente al suelo.
Para estar segura de herirlo de gravedad, Sofía volteó a Santino y, luego de un breve contacto visual, ella golpeó sus genitales con fuerza.
El alarido de Santino fue intenso y atrajo la atención de los vecinos, por lo que Sofía se apresuró a seguir con su plan. Robó la billetera de aquel hombre postrado en el suelo, queriendo hacer pasar su acto por un robo en lugar de un acto de venganza.
Entonces, Sofía echó a correr con todas sus fuerzas. No obstante, ella nunca había escuchado a Luciano mencionar que Santino, por protección, llevaba un pequeño revolver en su tobillera. Sofía no sabía que Santino lo llevaba todos los días, ni que él tenía suficiente energía como para sacarlo y apuntarle. Sofía no consideró voltear para asegurarse de haber cumplido satisfactoriamente con su plan, por lo que no se dio cuenta, hasta que fue demasiado tarde, de que Santino había jalado el gatillo detrás de ella.
Un proyectil lleno de plomo ingresó por la espalda de Sofía y luego generó una explosión sangrienta en su torso. Sofía dejó de ver, dejó de oír y hasta de pensar. Durante un tiempo desconocido, Sofía estuvo en un limbo.
Lentamente, a la distancia, unos pequeños sonidos la rescataron del mar negro en el que su mente nadaba. Esos sonidos que ella conocía de series de médicos, cuando los pacientes están viajando en ambulancia. Por ello es que no se sorprendió al oír una voz comunicarse con otra.
—... hay que transferirla al centro de Venado Tuerto.
—No creo que vaya a llegar a tiempo.
—Tenemos provisiones que nos dieron ellos y que son de la mejor calidad. Va a salir todo bien. Cuando llegue la van a tratar correctamente.
Sofía nunca había estado en Venado Tuerto, y por eso se alegró de saber que, si lo lograba, podría tomarse una siesta y aparecer en un sitio nuevo, con lo mucho que a ella le gustaba viajar.
VENADO TUERTO, SANTA FE, ARGENTINA
El Centro Médico Integral de Venado Tuerto era el más completo de toda la provincia, incluso más que en la propia capital. Hacía poco más de un año que había sido comprado por una empresa extranjera llamada Salud Feliz, la cual se dedicaba a avances tecnológicos en el campo de la medicina. Contaba también con una red médica en las provincias del país, dotando así a cada provincia con un gran servicio médico.
Se decía que el fundador de dicha empresa, un tal Eugenio, tuvo una madre que había muerto en aquella localidad por falta de recursos, y que por eso decidió iniciar sus inversiones allí. Claro está que dicha información no había sido comprobada.
No obstante, el centro médico había pasado a convertirse en un lugar perfectamente equipado, con todos los recursos propios de un laboratorio, un sanatorio y un hospital de primera línea. Era como un milagro para los ciudadanos.
No bien llegó una ambulancia desde Carlos Pellegrini, con una paciente que presentaba una herida de bala en el tórax, los enfermeros respiraron aliviados.