Читать книгу INFRA - Emanuel López - Страница 7
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Mateo tenía nueve años, ocho meses, cuatro días y un cáncer de nivel cuatro. Sus padres estaban preparando las cosas para su décimo cumpleaños, el cual se acercaba de manera angustiosa, pues, si hay una verdad absoluta acerca del tiempo, es que es indetenible. Sin importar cómo lo percibiéramos, sesenta segundos seguían conformando un minuto, así como sesenta minutos una hora y veinticuatro horas formaban un día. Cada día angustiaba más y más a sus padres, María Elena y Lorenzo.
Ese día, casi siendo mediodía, ambos se dirigieron a la habitación de su hijo, sólo para encontrarlo con la sonrisa tierna e infantil que habían conocido hacía mucho. Mateo tenía en su cuello una sábana, atada como si fuera una capa. Con ella, y con los brazos extendidos, corría alrededor de su habitación, simulando que volaba, incluso tenía antiparras para proteger sus ojos. Además de eso, sólo vestía un pantalón largo y una remera de manga larga.
Sus padres se le aproximaron y le dieron un fuerte abrazo. Mateo podía entender el motivo por el cual estaban afligidos, pero él no veía las cosas de la misma forma que ellos. Después de todo, serían ellos los que seguirían vivos una vez que él se fuera. En respuesta, Mateo les devolvió el abrazo.
—¿Estás seguro? —preguntó Lorenzo.
—¡Sí! —respondió enérgicamente su hijo.
—No puedes presentarte así —dijo María Elena mientras le desataba la sábana del cuello.
Mateo se resistió y apartó las manos de su madre.
—La necesito, es mi capa —se excusó con tono suplicante.
María Elena, con ojos llorosos, sonrió y le dejó la capa en su lugar.
—Vas a necesitar un par de accesorios más —intervino Lorenzo.
Sus padres trajeron unas botas, guantes, un chaleco y un gorro. Vistieron con ellos a su hijo y se lo llevaron, tomándolo cada uno de una mano. Salieron a la calle, se subieron al auto familiar e iniciaron su viaje. Lorenzo prendió el equipo de música y el mismo reprodujo los clásicos de los años ochenta.
—¿Quieres que busque la estación que habla de nosotros? —preguntó Lorenzo.
—No, gracias —replicó su hijo—. Quiero enterarme cuando lleguemos.
Su padre hizo caso y se quedaron escuchando aquella bella música mientras que el sitio al que se dirigían se encontraba cada vez más cerca. La pareja no decía nada, sólo miraban al frente con mirada reflexiva. Cada tanto, utilizaban el espejo retrovisor para ver cómo se encontraba Mateo, mientras éste jugaba tranquilamente con unos dinosaurios que había sacado del fondo del vehículo. Al percibir que ya casi habían llegado, Lorenzo se tentó a reducir la velocidad significativamente, y así retrasar lo inevitable. Hizo el intento al reducir su marcha de cuarta a tercera en un camino de línea recta. Tal acción no pasó desapercibida y María Elena lo miró instantáneamente. Él sabía que sus ojos lo tenían acorralado, pero decidió no desviar la mirada del camino, por la seguridad de todos. Lorenzo se tomó lo ocurrido como un reproche, por lo que retomó la velocidad normal. De esta forma, María Elena volvió a prestarle atención al camino.
No mucho tiempo después, habían llegado a un centro urbano donde se encontraba una gran cantidad de gente celebrando. Miles de paparazis apuntaban sus cámaras de fotos y de televisión al asiento de Mateo. Todos intentaban amontonarse frente al auto, pero un grupo de guardaespaldas se acercó y protegió a la familia de interrogantes y admiradores.
Estacionaron el auto en un espacio que decía “Reservado” y se bajaron del vehículo. Caminaron hacia el centro del evento entre aplausos, saludos y sonrisas, con los guardaespaldas respaldándolos. La familia seguía tomada de la mano a medida que llegaban a un escenario y subían por su escalera. Cuando se encontraron frente a la muchedumbre, la gente los ovacionó con entusiasmo.
Eugenio Lamborizio se acercó al trío familiar y los saludó. Estrechó la mano de Lorenzo y María Elena, mientras que chocaba los puños con Mateo.
—¿Cómo estás, campeón? —preguntó Eugenio-. ¿Emocionado?
—¡Mucho! —respondió Mateo.
—Entonces, vamos a hacerlo —concluyó Eugenio.
Se acercó al atril y allí anunció a los civiles:
—Cuando supe que mi pequeño nieto, Hugo, que en paz descanse, iba a morir y no podía hacer nada para impedirlo, mi ser quedó destrozado. No por la muerte en sí, la muerte nos llega a todos, es ineludible y es parte del ciclo y orden natural de las cosas. Lo que me destrozó fue el imaginar las cosas que se perdería. Una persona joven y con tantas ambiciones.
Hizo una breve pausa. Tomó aire y suspiró con calma. Sus manos sudaban, pero apenas le daba importancia. Volvió a mirar a la multitud y prosiguió.
—El sueño de Hugo era simple. Él quería vivir, pero no cualquier vida. Quería vivir como algo más que un ser humano ordinario, encerrado en la monotonía y que su única excitación se hallara en el misterio de la muerte. El quería una vida fascinante y extraordinaria, llena de aventuras, aunque fuera por un solo día.
Hizo una nueva pausa. Tosió y prosiguió:
—En base a eso, destiné mis inversiones para crear una empresa líder en la lucha contra el cáncer, como lo es hoy Happy Powers Incorporated.
El público miró a Eugenio de forma incrédula.
—Lo sé, no era lo que esperaban oír. —Siguió—: Suena confuso, pero es real. Para demostrarlo, tengo a un invitado que se los hará entender. ¡Mateo, acompáñanos!
Los padres del muchacho escoltaron a su hijo hacia el CEO de la milagrosa firma. La sábana era tan larga que acumulaba polvo al ser arrastrada por el piso. Al mismo tiempo, se acercó un sujeto con bata de laboratorio, quien llevaba en una mano un maletín metálico. Los cinco se juntaron, Eugenio se agachó para estrechar la mano de Mateo, mientras que el doctor sacó del portafolio un parche del tamaño de su mano. Lorenzo puso una mano sobre el cuerpo de su hijo, impidiéndole avanzar. Eugenio lo apaciguó con una mirada tranquila y dijo:
—No deben preocuparse. Esta maravilla es totalmente indolora, es como pegar una bandita a una herida. Aunque claro, el retirarla debe hacerse cuidadosamente, pues tiene pegamento, igual que una bandita.
—¿Qué es eso? —preguntó María Elena, aunque ya lo sabía. Sólo quería que le explicaran un poco más acerca de lo que sucedería.
—Esto —respondió Eugenio dirigiéndose a todo el mundo— es aquello por lo que hemos trabajado tanto. Lo llamamos “SR”, como abreviatura de “Solución Razhormonal”. Eso se debe a que las razhormonas son las encargadas de estimular el desarrollo de súper poderes en los individuos. Y hemos confeccionado esta en particular para Mateo, dado que su hospital envió su deseo de ser un súper héroe a nuestra firma.
Se volteó hacia el niño nuevamente.
—Ahora, Mateo, necesito que te levantes la camisa para así aplicarte el parche.
El niño obedeció, el doctor removió el protector del parche y lo aplicó sobre su torso. El muchacho se quedó observando atentamente pero no sintió ningún cambio. Las personas miraban expectantes y los padres de Mateo estaban preocupados.
Súbitamente, la cabeza de Mateo se alzó al cielo y sus ojos emitieron un fugaz destello, como una aurora boreal esmeralda. Entonces, Eugenio sonrió con satisfacción.
—Lo sientes ¿no es así? —preguntó el hombre.
Mateo asintió con la cabeza, sin capacidad de creer lo que ocurría.
—Entonces —prosiguió Eugenio—: ¡Vamos a darle una prueba!
Velozmente, tomó a Mateo por la cintura con ambas manos, lo arrancó de sus padres y lo arrojó al público. Todo el mundo se asustó e intentó atrapar al pequeño.
—¡Mateo! —gritó su madre con desesperación—. ¡Ven aquí!
—¡En un momento! —replicó su hijo con entusiasmo.
El muchacho llevó sus puños al cielo y, como si se tratase de una fuerza invisible, su cuerpo ascendió verticalmente hacia las nubes a gran velocidad. Sus padres miraban el suceso con horror mientras Eugenio intentaba calmarlos.
—No tienen de qué temer —comentó—. Tenemos estas situaciones controladas.
Mateo ya a empezaba a ver las estrellas del firmamento, su euforia era máxima, no deseaba detenerse. Empezó a sentir frío, pero no le importó, pues ya no sentía el dolor de su enfermedad, sólo podía pensar en la alegría de cumplir su sueño. Se emocionaba de sólo pensar cómo debería estar ondeándose su capa en el cielo. Pasó por su cabeza la pregunta de si sus padres aún podían llegar a verlo, pero siguió subiendo hasta que su cuerpo empezó a perder altura. No era como si de repente ya no tuviera poderes, sino que inició un descenso lento contra su voluntad. Luchó con todas sus fuerzas por seguir más arriba pero sólo lograba girar en el cielo mientras se acercaba al césped con la velocidad de una tortuga.
Al estar a unos tres metros de altura de la tierra, sus padres se posicionaron debajo de él y, cuando lo tuvieron al alcance, lo abrazaron con fuerza.
—Como les dije —enunció Eugenio— tenemos todo controlado.
Se dio vuelta hacia la gente y fue invadido por un aluvión de fotos y reporteros gritando preguntas. No obstante, el auspiciante no les hizo caso; en su lugar, se limitó a decir:
—Mis asistentes se encargarán de asistir, valga la redundancia, a la agraciada familia en cuanto a la convivencia con los súper poderes que le hemos brindado. Las preguntas de la prensa serán respondidas esta noche en mi sitio web: EugenioHappyPowers.com. Allí aclararé todas las dudas que se les presenten.
Eugenio se apresuró a la escalera mientras que unos guardias de seguridad le impedían el paso a los civiles. Custodiaron al dueño de la firma y a sus compañeros de trabajo mientras se dirigían a una limusina. La familia de Mateo fue escoltada por los guardias hasta su auto y los protegieron de la muchedumbre hasta que se fueron.