Читать книгу Ser preso político en los años setenta - Emilio de Ípola - Страница 6
ОглавлениеPrólogo
Este libro remite a experiencias viejas, casi remotas para los tiempos de una vida humana, pero nunca olvidadas. Incursioné por primera vez en la narración de la vida en los establecimientos carcelarios durante la dictadura en mi texto “La bemba”, publicado en 1978. En él describí algunas de esas experiencias, relativas, para el caso, a un uso particular del lenguaje en las cárceles en ese período.
No ignoraba, sin embargo, que el tema daba para más, en el terreno mismo de los usos del lenguaje. Finalmente, me decidí a explorar ese terreno y otros, cercanos, y el resultado de esa búsqueda es este libro.
El lector advertirá en los capítulos que siguen que no me limito a transcribir hechos y experiencias vividas. Son textos, digamos, “elaborados”. Pero, al margen de las cuestiones de estilo, y de mis manías, nada de lo que relato en ellos se aparta de la verdad. El paso del tiempo no ha abolido mis recuerdos de hace cuarenta años. Los ha quizás estilizado o, mejor, depurado. Pero el contenido de esos recuerdos se mantiene intacto.
Vayan para comenzar algunos datos elementales.
Fui detenido y puesto a disposición del Poder Ejecutivo en abril de 1976. Esta detención sin proceso ni condena jurídica alguna está contemplada por nuestra Constitución en caso de haberse decretado el estado de sitio en el país (o en parte de él). Pero tiene un claro límite: el ciudadano detenido puede optar por abandonar el país en vez de permanecer en prisión.
La Junta Militar que gobernó la Argentina desde comienzos de 1976 modificó el texto de nuestra Carta Magna y eliminó esa posibilidad. El detenido a disposición del PEN podía sin embargo solicitar la autorización para salir del país, y quedaba al arbitrio del Poder Ejecutivo el hacer lugar o no a esa solicitud. Unos meses después se anunció con bombos y platillos el restablecimiento del “derecho de opción”, pero se trataba de nuevo de una mascarada. “En última instancia” el presidente de la Nación podía rechazar un pedido de salida del país si lo juzgase necesario.
En mi caso, mi primera solicitud, como las de la gran mayoría, fue denegada. Pasados seis meses, hice, esta vez con éxito, un segundo pedido. Así pues, luego de veinte meses de prisión pude abandonar felizmente la cárcel… y forzosamente el país.
Libre de elegir mi destino, viajé a París, donde me instalé de manera provisoria. Fue allí donde, con la música de fondo de los festejos de fin de año, redacté la primera versión de lo que sería “La bemba”, publicado más tarde en México y la Argentina. Por sugerencia de mis editores, el texto –que no formaba parte de la redacción inicial de este libro– está incluido en este volumen.
Los relatos “El examen” y “Condenado Fofó” –en particular este último, sobre el que vuelvo a continuación– se inspiran de manera directa en hechos vividos durante mi detención y posterior confinamiento en las Unidades de Devoto y La Plata. “El examen” no es otra cosa que un resumen ceñido pero veraz de toda mi experiencia carcelaria y de algunas de sus secuelas.
“Condenado Fofó” narra un suceso real, pese a que nunca supe el verdadero nombre de Fofó ni tuve noticia alguna de su vida posterior a aquel encuentro. Sin embargo, me pareció interesante consignar los avatares de la insólita situación en que, por obra de circunstancias ajenas a su voluntad, fue colocado Fofó, sin excluir la obtusa actitud adoptada frente al caso por las organizaciones guerrilleras, ni tampoco las opiniones del propio Fofó sobre los hechos de los que fuera involuntario protagonista.
Como el lector observará, el libro reúne dos análisis (“La bemba” y “Estética trascendental de la celda”), tres relatos (“El examen”, “Condenado Fofó” y “Rodríguez”) y una detallada entrevista. Cabe preguntarse qué es aquello que me autorizaría a reunir en un solo volumen textos pertenecientes a géneros tan disímiles. Respondo a esa legítima inquietud que esa pluralidad de abordajes obedece al hecho de que la categoría “preso político” y, por lo tanto, la de “cárcel para presos políticos”, pese a ser muy utilizadas, son lógica y semánticamente inconsistentes. En nuestras sociedades, la prisión solo puede albergar a individuos que han cometido delitos especificados con claridad (y probados). “Ser político” no es en modo alguno un delito; muchos, al contrario, lo consideran una virtud.
Por todo ello, la categoría de preso político resulta prima facie inconsistente y solo un abordaje múltiple puede otorgarle un semblante (de por sí frágil) de realidad. Ese abordaje múltiple, aunque por cierto no exhaustivo, es el que intentamos realizar aquí.
* * *
El lector puede también preguntarme, no sin razón, qué sentido tiene volver sobre temas (y hechos) que, si bien era legítimo plantearse y analizar hace cuarenta años, en el presente aparecen como machaconamente anacrónicos y por ello carentes de interés, si no de pertinencia. A esa objeción responderé en lo que sigue.
Entiendo que aún hoy, y seguro también mañana, el ensayo y las disciplinas sociológicas continuarán retomando una y otra vez hechos y procesos ocurridos en un pasado lejano, o no tan lejano, pero que tienen en común haber marcado a fuego a varias generaciones, haber inspirado creaciones y aportes en múltiples campos: la legislatura, las letras, las artes, la ética como disciplina y la moral cotidiana, y, en fin, haber comprometido a una sociedad entera a respetar una consigna para siempre y sin excepciones: en este caso, NUNCA MÁS.
Este ensayo se sitúa modestamente en el linaje de esos temas y de esa tradición. Abordo en él un tópico poco frecuentado: la vida cotidiana en las cárceles para presos políticos. Por supuesto, no pretendo haber agotado el tema, con el agravante de que en ocasiones me he debido “ir por las ramas” –por ejemplo, en la descripción detallada de la conformación material de las celdas–, pero confío en que el lector comprenderá la necesidad de esos apartes; también en que, salvo raras excepciones, la principal y casi única fuente de información que me fue dado utilizar ha sido… mi memoria. Aunque debo además puntualizar que la memoria de las experiencias vividas (y casi siempre sufridas) en las “cárceles políticas” es siempre muy vívida… y dura para siempre.