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Capítulo 2

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Recuerdos del pasado

En cuanto la verja se cerró a sus espaldas, Magda echó a correr directa hacia la parada del metro que la llevaría al trabajo, a su adorado trabajo… Entre todos los animales de la tienda y el voluntariado en el refugio, siempre tenía el día completo, y eso era bueno, porque así tenía siempre la mente ocupada para no ceder a los recuerdos; no quería pensar en el pasado y hacía todo lo posible para lograrlo.

Sin embargo, aquel día sería difícil… Cuando llegó a la tienda saludó al propietario y se preparó para la jornada.

—Hola, Magda. ¿Cómo estás?

El propietario de la tienda era un hombre de unos cincuenta años, de corto pelo rubio y ojos azules escondidos detrás de unas gafas de montura plateada.

Mark era un hombre atractivo y se conservaba muy bien para su edad, pero lo que más le gustaba a Magda, además del hecho de ser homosexual, lo cual le garantizaba cierta tranquilidad en el trabajo, era que de verdad le gustaba lo que hacía y jamás vendería un animal solo por dinero: antes de realizar una venta, siempre se aseguraba de cómo y dónde irían a parar los animales. Y, al igual que ella, no era demasiado hablador.

Por tanto, su relación era serena y tranquila...

—Magda, ¿te encuentras bien?

—¿Perdona? —La chica se recobró de los pensamientos que se arremolinaban en su mente—. Sí, Mark, gracias. Estoy bien, ¿y tú?

—Genial. Nathan viene de Montreal en unos días. Odios esas conferencias...

«Bien», pensó Magda. Seguramente harían una cena romántica, al borde de la piscina de su gran mansión...

—Seguro que os volvéis locos de alegría cuando vuelva —dijo sonriendo.

—¿Te apetece venir a cenar a nuestra casa el sábado que viene? —Mark la observó con preocupación—. Si quieres, puedes traer a un amigo.

—Me gustaría. Hace tiempo que no veo a Nathan.

La pareja de Mark, cinco años más joven que él, de largo cabello de color caoba y ojos verde claro, era un famoso cirujano muy ocupado, extremadamente divertido y totalmente encantador; no veía la hora de volver a verlo.

—Sí, me vendría bien un poco de diversión.

—Es nuestro aniversario, el décimo… Así que hemos pensado en celebrarlo.

—Deberías comprar un gran ramo de rosas rojas —pensó Magda—. Diez años es mucho tiempo. Y también una buena botella de champán para que la bebáis en el hidromasaje… ¡Madre mía! Ya me estoy imaginando la escena.

Mark se rio.

—Me sorprendes, tesoro, no pensaba que fueras tan romántica.

—La verdad es que no lo soy, al menos no por lo que a mí respecta. No quiero complicaciones… pero me gustan las personas enamoradas, y vosotros dos sois una pareja preciosa.

—Tú también podrías enamorarte si hicieras vida fuera de esta tienda y de tu casa… Dime, ¿cómo conocerás a alguien si nunca sales?

—No, gracias. Así estoy bien.

«¡Seguro! Tampoco es que tenga otra elección… Jamás podré estar con alguien», pensó.

El mero pensamiento de que la tocaran le producía náuseas.

«Tiene que haber alguien en quien confíes. Deberás acercarte a alguien tarde o temprano», le dijo Mori en su cabeza.

—¡Pero bueno! ¡Mira quién hay por aquí! No te escuchaba desde hacía un rato.

—¿Cómo dices? —le preguntó Mark.

—Nada, pensaba en voz alta... Escucha, ¿podría cogerme medio día libre? No me siento demasiado bien.

Mark la observó con preocupación.

—¿No habrás pillado la gripe? Es común en esta época.

—No, solo tengo un fuerte dolor de cabeza, nada que una aspirina y una siesta no hagan desaparecer.

—De acuerdo, vete si quieres. Hoy y el lunes no habrá mucha gente, si no, te aviso.

—¿Seguro? Puedo esperar hasta el cierre y cogerme solo la tarde.

—He dicho que te vayas, tranquila. Por una vez, no pasa nada. Relájate y solo preocúpate por recuperarte.

—Mil gracias, Mark. Eres un tesoro.

Cogió la chaqueta y el bolso, y salió de la tienda para dirigirse a casa.

«Mori, ¿estás ahí?».

«Sí, aquí estoy. ¿Dónde quieres que vaya? Escucha, ¿de qué conoces a Jess?».

Magda se detuvo de golpe.

«¿Acaso no lo sabes?».

«¿Y por qué debería?».

«Porque estás en mi cabeza. Probablemente sabrás muchas cosas sobre mí. ¿O me equivoco?».

«No es así cómo funciona. De todos modos, no me atrevería a espiar tus recuerdos, especialmente cuando, según tengo entendido, haces todo lo posible por escondértelos a ti misma...».

«¡Mori! Basta de hablar de mí. No tengo nada que ocultar, aun así, te agradezco que no hayas curioseado».

—¡Eh, Jess! ¿Bajas o qué? La comida está lista.

—Kira, no me jodas... No tengo hambre.

Jess se pasaba una mano entre el denso cabello ondulado mientras iba de aquí para allá en su habitación.

«Todavía no me creo que la haya encontrado. He estado tan preocupado estos últimos años que debo ir a su casa hoy mismo. Debo saber cómo está y qué ha hecho todo este tiempo».

Hablando consigo mismo, caminó hacia la ducha, abrió el grifo y, cuando el agua alcanzó la temperatura ideal, se metió debajo.

Mientras se enjabonaba, notó bajo sus manos las dos cicatrices de la espalda. Ya no tenía sus alas, pero valió la pena. Con gusto habría perdido una pierna o un brazo por salvarla. Lo que le hicieron no tenía nombre: la violaron y golpearon, la traicionaron aquellos que debían protegerla...

Las lágrimas empezaron a bajarle por las mejillas, lágrimas de rabia.

Le habría gustado matarlos a todo, si tan solo... Si tan solo... Ya no importaba. Era un ángel y los ángeles no asesinan, son sus enemigos quienes hacen esas cosas.

Técnicamente, la joven no tenía un ángel de la guardia. Magda contaba con sus espíritus guía, y él no debería haberse metido en su vida, ya que ella, aunque de modo inconsciente, había renegado de su dios. Sin embargo, se sintió atraído por esa chica de ojos verde jade, ojos de otra época, que posiblemente pertenecían a un alma antigua, y se dejó atrapar por ella, por su cabello pelirrojo, por su perfume de canela y miel, por aquella piel tan clara que parecía porcelana. La espiaba de noche mientras dormía y la seguía de día, y cuando las cosas se descontrolaron, poco después de la muerte de su madre, no pudo evitar ayudarla, incluso a costa de sacrificarse, incluso a costa de sacrificar su naturaleza de ángel. Así fue como perdió las alas. Cayó, pero lo habría hecho un millón de veces, habría dado su propia vida por Magda.

Donde Habitan Los Ángeles

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