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Capítulo 3
ОглавлениеUna tenue estela
Magda se pasó por el supermercado antes de ir a casa.
Le asustaba el tiempo libre con el que, inesperadamente, se había encontrado aquel día. Tanto tiempo para pensar no le haría ningún bien... de modo que compró unas cuantas cosas y decidió que pasaría la tarde cocinando. Era una actividad que lograba calmarla, aunque casi nunca la ponía en práctica.
Tras pagar, caminó hacia casa.
«Tengo un extraño presentimiento, ¿sabes? No sé cómo explicarlo... Es como si estuviera esperando algo».
«Quizás es justo lo que estás haciendo», le respondió Mori.
«¿Eso crees? Ya veremos... Mientras tanto nos aguarda un aburrido día entre fogones».
Cuando entró a casa, encontró a sus dos gatos, uno gris de pelo largo y una negra de pelaje corto y brillante, durmiendo en el sofá, y también al perro, un mestizo de pelo blanco y negro, acurrucado sobre la alfombra roja.
—¡Hola! Ya estoy en casa —dijo a sus mascotas, las cuales se levantaron y fueron a su encuentro—. ¡Sorpresa! Hoy estaremos juntos más tiempo de lo normal. ¿Contentos?
Jugó un poco con ellos, repartiendo caricias y mimos detrás de las orejas, tras lo cual se preparó para darse una buena ducha y ponerse cómoda.
—Chicos, voy a salir. No sé cuándo volveré. —Jess bajó las escaleras, derecho a la gran puerta de entrada.
—Vas a su casa, ¿no es así? —le preguntó Terence.
—Métete en tus asuntos.
—A ver, Jess, sé que esto no es fácil para ti, pero no la pagues con nosotros —le recriminó inmediatamente Sante.
—Disculpa, tienes razón... Había perdido toda esperanza. Después de tanto tiempo esperaba haberlo superado, pero nada ha cambiado.
—¿Sabes al menos dónde buscarla? —le preguntó Otohori—.Yo podría echarte una mano. Tus poderes ahora son limitados.
—No, pero la encontraré de una modo u otro. Gracias igualmente. Me voy.
En cuanto salió de casa, corrió tan rápido como pudo hacia la gran cancela de forja negra, que se abrió permitiéndole salir y seguir la tenue estela áurea que Magda había dejado. Técnicamente ya no era un ángel de la guarda y, de todos modos, nunca había sido el de Magda, pero, a pesar de todo, sentía un fuerte vínculo con la muchacha.
Siguiendo su instinto, tomó el mismo camino que Magda, hasta llegar a un barrio un tanto sucio, en la periferia de la ciudad, y se paró en las inmediaciones de una tienda de animales.
«Bueno, esto era obvio», pensó al acordarse de su pasión por los animales y, sin más dilación, entró.
—Buenas tardes —lo saludó el propietario.
—Hola. ¿No está Magda? —preguntó al mismo tiempo que escudriñaba el local.
—No. Se ha cogido medio día libre, no se encontraba bien. ¿Eres amigo suyo?
—Sí —dijo luciendo su mejor sonrisa.
—Encantado. Yo soy Mark, su jefe.
El propietario del establecimiento sonrió al recién llegado. Le agradó saber que Magda no se apartaba del todo de la vida social...
—El placer es mío. Me llamo Jess.
—¿La conoces desde hace mucho tiempo? Hace casi tres años que trabaja conmigo y jamás la he visto con alguien...
—No soy de por aquí —mintió el ángel—. Conozco a Magda de hace mucho, incluso antes de que se mudara a esta zona. Me comentó que trabajaba aquí, así que me he pasado.
Jess miraba a su alrededor, aparentemente interesado por los productos a la venta, para aparentar que estaba lo más relajado posible.
—Como no está, intentaré pasarme la próxima vez que el trabajo me traiga a la ciudad... —Esperaba que se lo tragara y le diera la dirección.
—¿Por qué no te pasas por su casa? Total, seguramente la encontrarás allí. No sale mucho...
—A decir verdad, no tengo su dirección... Desde que se mudó, hemos estado en contacto por correo electrónico o por teléfono. He probado a llamarla, pero no contesta. Quizás esté descansado.
Si le decía dónde vivía Magda, le ahorraría un montón de tiempo, dado que ya había perdido bastante para llegar hasta ese punto.
—Espera... —Mark cogió papel y boli y le apuntó la dirección—. Toma, creo que un poco de compañía le vendrá bien, esta mañana parecía muy deprimida.
«Un tipo tan atractivo debe poner de buen humor a cualquiera», pensó Mark.
—Gracias, Mark. Eres muy amable.
Dicho esto, salió y se dirigió a casa de Magda.
Ni siquiera sabía qué le iba a decir, pero, aun así, debía verla, no podía perder más tiempo. Ahora que la había encontrado, no la dejaría marchar.