Читать книгу Naranja y desarrollo - Emèrit Bono - Страница 7

Оглавление

LA BASE EXPORTADORA AGRÍCOLA Y EL DESARROLLO DE LA ECONOMÍA VALENCIANA

Juan Antonio Tomás Carpi

Universitat de València

A la luz del peso que actualmente tiene la agricultura en la economía valenciana, pocos se atreverían a afirmar que su papel ha sido fundamental en la construcción de este sistema económico regional. Pero una cosa son las apariencias y otra la realidad, especialmente cuando se trata de una realidad cuya construcción es el producto de un largo y complejo proceso. Un proceso, el del desarrollo económico y social de un territorio, que adoptando la forma de transformación de las actividades, capacidades y estilos de vida, sigue una lógica muy parecida a la de los ecosistemas: la de la sucesión. Es decir, el despliegue de unas actividades (especies en el caso de los ecosistemas) crea el ambiente para la aparición de otras más complejas, elevando el nivel de eficiencia y eficacia del sistema territorial.

Emèrit Bono hacía notar en 1974, en la introducción a su estudio La base exportadora agrícola de la economía del País Valenciano y el modelo de crecimiento hacia afuera, que la finalidad de su trabajo era establecer una hipótesis provisional, necesitada de mayor indagación. También era consciente de que tal hipótesis era útil para ayudar a explicar el proceso seguido por una parte del espacio económico del País Valenciano. Un proceso en el que la agricultura, base exportadora principal de dicho espacio económico durante el periodo que va desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, ha jugado el rol de propulsor de un profundo proceso de transformación de su economía, con la industrialización como principal resultado.

Su aproximación al proceso de desarrollo de la economía valenciana, por otro lado, no era tanto la del historiador como la del economista, que busca establecer la matriz de un modelo de desarrollo económico, una visión estilizada del proceso que ha ido articulando la estructura productiva de un territorio a lo largo de un periodo bien delimitado de su evolución.

Treinta y seis años después, y a la luz de la investigación historiográfica y la labor interpretativa realizada durante este período, puede afirmarse que la hipótesis del profesor Bono se ha desvelado realista y fructífera por lo que a la comprensión de la evolución económica de un espacio muy importante de la Comunidad Valenciana respecta: el de la plana costera que tiene a Valencia como centro de gravedad y que se extiende desde La Plana de Castellón, en el norte, hasta La Safor, en el sur. Tanto desde una perspectiva geográfica como económica y demográfica, se trata del espacio económico más importante de la Comunidad Valenciana.

1. EL PERFIL ESPACIAL Y FUNCIONAL DEL DESARROLLO ECONÓMICO VALENCIANO

Evidentemente, la evolución económica del País Valenciano desde mediados del siglo XIX es el resultado de distintas trayectorias de desarrollo en diferentes espacios, además del que analiza el profesor Bono, lo que refleja el carácter descentralizado y policéntrico del proceso de construcción de la economía regional. Un conjunto de trayectorias con actividades motrices, procesos de gestación, alcance espacial y evolución-sucesión muy dispares (Tomás Carpi, 1985). Algunas de estas trayectorias han confluido conformando un proceso de simbiosis generador de una nueva realidad, como ha ocurrido en la Plana Baixa, donde el desarrollo sustentado en la actividad agrícola ha confluido con el desarrollo industrial, con origen en Onda-Alcora, impulsado por la actividad de pavimentos y revestimientos cerámicos.

En la Comunidad Valenciana es posible distinguir trayectorias de desarrollo económico muy dispares. En primer lugar en el tiempo, la protagonizada por los sectores del textil y del papel, en Alcoi, cuyo despegue en la segunda mitad del siglo XVIII, a partir de un sistema protoindustrial evolucionado, sería seguido, en el siglo XIX, de la transición al factory system del sistema productivo, dando lugar a un proceso de expansión territorial que se extendería por el Comtat, inseminando más tarde a la Vall d’Albaida, en la que Ontinyent experimentaría un importante impulso industrial, ya en el siglo XX, movido por el textil-hogar. Se trata en ambos casos de procesos de desarrollo endógeno, con el mercado nacional como principal destino de la producción.

En el sur de la Comunidad los procesos industriales han convivido con los de base terciaria, conformando un rico y variado sistema de puntos de crecimiento, relativamente cercanos unos de otros, pero con una conexión débil, si exceptuamos los procesos industriales de los Valls del Vinalopó, donde la industria del calzado ha protagonizado la transformación a partir de mediados del siglo XIX. En la Foia de Castalla ha sido la industria juguetera el motor de la industrialización desde principios del siglo XX. También en estos casos se trata de procesos de base endógena y con la producción orientada desde muy pronto al mercado nacional.

Estos procesos del interior de la provincia de Alicante contrastan con los de la costa. Por un lado, el desarrollo de base terciaria diversificada de Alicante, producto de la combinación de la actividad portuaria, dada su condición de salida tradicional de Madrid, de su condición de lugar central de la provincia y del impulso del turismo. Por otro lado, el importante proceso de desarrollo impulsado por la actividad turística en Benidorm, conformando uno de los distritos turísticos más importantes del mundo. En este último caso, al igual que en la Marina Alta, se trata de un proceso de crecimiento hacia afuera, aunque el bien primario exportable, sol, playas y servicios que atraen a turistas foráneos, es distinto al del espacio que ocupa la atención del profesor Bono. También puede hablarse, aunque en términos figurados, de monocultivo. Y la relación de dependencia constituye igualmente un rasgo distintivo de este proceso, si bien la matriz endógena del sistema (empresariado, liderazgo, estrategia y capacidades humanas), generada desde su origen, confiere a esta economía una mayor capacidad de maniobra que a la que pivotaba en torno a la naranja en el espacio económico central de la Comunidad Valenciana en el último tercio del siglo XIX y el primero del siglo XX.

Aunque menos intensamente, también la Marina Alta se ha beneficiado de un proceso de crecimiento y transformación económica estimulado por la actividad turística, si bien la trayectoria de los últimos ciento cincuenta años ha sido más compleja, al sucederse un proceso de crecimiento hacia afuera, sustentado en la actividad pasera, y por tanto agraria, uno de moderada industrialización inducido por aquél, en Dénia, y la eclosión turística que ha desplazado a la actividad agraria e industrial siguiendo la lógica de los choques sectoriales. En realidad, también la Marina Alta constituye un claro exponente de economía de crecimiento hacia afuera durante el largo periodo de tiempo que va desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad, siendo las relaciones de dependencia un importante articulador del sistema económico. Pero se trata de un sistema mucho menos consistente y robusto, y con menor capacidad de adaptación al entorno que el de Benidorm.

Dentro del mismo espacio económico objeto del análisis del profesor Bono, destaca un proceso particular y diferenciado, impulsado por fuerzas exógenas al territorio (tanto recursos y mercado como capital y capacidad empresarial y humana), en forma de polo siderúrgico, con apenas efectos arrastre productivo, aunque sí incidencia social. En los márgenes de este espacio destacan también dos procesos de industrialización, uno con base en Alcora-Onda y otro localizado en Vall d’Uixó. El primero con la actividad cerámica como motor. El segundo con la industria del calzado como protagonista. Pero mientras el segundo apenas ha tenido incidencia en el entorno, el primero ha desencadenado el principal proceso de industrialización de Castellón, con extensión a gran parte de la Plana Alta y Plana Baixa. La relación con la agricultura exportadora ha sido también importante, al estimular el crecimiento de ésta la demanda del producto industrial a lo largo de los últimos lustros del siglo XIX y la primera mitad del XX, contribuir al desarrollo de las infraestructuras de transporte, que facilitarían el acceso de la producción industrial al mercado nacional y foráneo, y aportar algo de capital (directa o indirectamente) a la fase de renovación de la rama cerámica de los años setenta y ochenta del siglo XX.

Aunque de menor relevancia, también tiene interés resaltar el más reciente proceso de crecimiento y cambio estructural del Baix Maestrat, en torno a Benicarló y Vinarós, a impulsos tanto de la actividad industrial (en el caso, fundamentalmente, de Benicarló, con la industria química, del mueble y de la confección como principales protagonistas) de los servicios (Vinarós, gracias a su condición de lugar central del área del Baix Maestrat y puerto de mar de cierta importancia histórica) y del turismo en toda la costa. En este caso la localización, los recursos naturales y accidentes históricos, especialmente en el caso de la industria, están en el origen del proceso.

2. NARANJA, CAMBIO DE PARADIGMA TECNO-ECONÓMICO A NIVEL REGIONAL, CRECIMIENTO Y CAMBIO ESTRUCTURAL

La naranja ha sido algo más que un producto en la Comunidad Valenciana. Ha sido también una fuerza transformadora del sistema productivo y del propio estilo de vida. No puede, por tanto, reducirse la difusión del naranjo en una parte importante de la geografía valenciana a un simple fenómeno de sustitución de cultivos. Su impacto estructural no tiene parangón en otros cultivos que con él compartieron la época de mayor prosperidad de la economía agraria valenciana, como las hortalizas y el arroz. Su introducción en la agricultura valenciana como cultivo comercial supondría no sólo una innovación radical en los cultivos, sino también la activación de una fuerza propulsora de un nuevo sistema de innovaciones en el agro y generadora de cambios sectoriales importantes en el conjunto de la economía, bien de forma indirecta o bien de manera inducida. Sin olvidar el impacto que sobre las condiciones de vida, los valores y actitudes de la sociedad tendría el impulso económico que protagonizo. En suma, la naranja, a diferencia de otros cultivos de exportación en esta misma zona o en otros espacios de la Comunidad Valenciana, supuso tanto un motor del crecimiento como de cambio estructural profundo y de largo alcance. Al estimular el crecimiento del regadío, haciendo del agua el principal input del nuevo proceso productivo, dio lugar a un auténtico cambio de paradigma tecno-económico de alcance regional. Un cambio de paradigma sin precedentes, tanto por su alcance territorial y funcional como por su incidencia social.

Aunque la introducción comercial de este cultivo data del siglo XVIII, y a mediados del siglo XIX ya parece asentada una economía comercial en torno a él en distintos espacios de la provincia de Castellón (Bou Gascó, 1879, 54) y de Valencia (Tomás Carpi, 1985, 623-624), su rápida expansión y sistemática difusión, por la larga plana costera de Castellón y Valencia y valles colindantes, no se iniciaría hasta el último tercio del siglo XIX. Y ello a pesar de la mayor rentabilidad de este cultivo respecto a los tradicionales. Semejante respuesta más que obedecer a un comportamiento irracional por parte de los pequeños agricultores, respondía a la importante inversión que su introducción comportaba y el alto riesgo que para dichos actores suponía renunciar a cultivos probados, aunque menos rentables. Hay que tener presente que la introducción del naranjo exigía la transformación en regadío mediante nuevas acequias o pozos, incluyendo norias y maquinaria hidráulica, lo que suponía una inversión que el pequeño agricultor difícilmente se podía permitir hacer solo. En tal caso, o se compraba el agua o se recurría a la acción asociativa de los pequeños agricultores, una inversión social aún más costosa en la sociedad valenciana de entonces y de ahora. Sólo cuando los cultivos tradicionales, como la vid (para vino y pasa), el cáñamo o la morera (para la seda), entraron en franca crisis, por razones económicas o biológicas, la trasformación se impuso, como una cuestión de necesidad más que de elección, para un gran número de agricultores.

Esto pone de relieve el papel fundamental desempeñado por la burguesía rural y la clase media urbana de la época, cuya apuesta por la transformación de terrenos poco productivos o improductivos en huertos de naranjos y tierras de regadío tendría la doble función de desarrollar la producción naranjera a lo largo de la mayor parte del siglo XIX y de generar el efecto demostración que orientaría y estimularía, después, al pequeño agricultor (Tomás Carpi, 1985, 463-464 y 626). Este efecto demostración, que se consolidaría a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, iría creando las condiciones ambientales (creencias y actitudes) favorables a una más amplia difusión social del nuevo cultivo, a la que la crisis de los cultivos tradicionales (del cáñamo, en la provincia de Castellón, de la seda, en la de Valencia fundamentalmente, y después de la vid y la pasa, con crecientes problemas de demanda y la invasión de la filoxera) de finales de dicho siglo y principios del XX daría el definitivo empujón.

Lo anterior permite entender tanto la aceleración del crecimiento del regadío y de las plantaciones de naranjos en el último tercio del siglo XIX, como la eclosión del primer tercio del siglo XX. En la provincia de Valencia se paso de unas 3400 hectáreas en 1878 a en torno a las 10.000 en 1900, que se convirtieron en más de 38.000 en 1931 (Liniger-Goumaz, 1962, 77). En la de Castellón había unas 1270 hectáreas en 1878, que se habían convertido en 8000 a principios del siglo XX (Bou Gascó, 1879, 325 y Maylin, 1905) y más de 28.000 en 1930 (Bellver Mustieles, 1933, 164). Aunque después de la Segunda Guerra Mundial este cultivo aún seguiría creciendo, lo haría a mucho menor ritmo, hasta llegar a su punto álgido en los años setenta, en los que daría comienzo la fase de declive. Puede decirse, por tanto, que el naranjo ha sido una fuerza económica relevante durante doscientos años, con casi un siglo de máximo protagonismo e incidencia económica en la Comunidad Valenciana, que ha dejado un sello imperecedero en la estructura económica y la cultura de esta región.

La importante transformación que tendría lugar durante el último tercio del siglo XIX y el primero del siglo XX no sólo permitiría sobrellevar los desfavorables efectos económicos de la crisis de los cultivos tradicionales, sino que se convertiría en el propulsor de una significativa elevación de los ingresos de cuantos se relacionaban con la actividad agraria, así como de la renta y el valor de la tierra, en el mayor espacio económico de la Comunidad Valenciana. Los testimonios que se tienen de este fenómeno, referidos a la provincia de Castellón, son muy elocuentes. Maylin, a principios del siglo XX hacia notar que los ingresos de una propiedad estándar se habían multiplicado por más de veinte con la introducción del naranjo (Maylin, 1905, 86). Carlos Llinás, que fue cronista de Castellón de la Plana, destacaba que agricultores con propiedades insignificantes se convirtieron en acomodados labradores con la introducción del nuevo cultivo (Llinás, 1918, 138). Hay que tener en cuenta, por otro lado, que el naranjo iba bien en tierras poco aptas para otros cultivos, es decir, tierras marginales en el contexto de la agricultura tradicional, como eran las arenosas, pedregosas, marjales o de montaña.

Pero esta mejora se extendía a los no propietarios por mediación del incremento de los salarios, que no sólo superaban considerablemente a los de las zonas no naranjeras, sino también a los que se pagaban en la ciudad (Tomás Carpi, 1985, 467-468). Hacia 1930 los salarios en el campo de Vila-real, Borriana o Castellón de la Plana llegaban a duplicar los que se pagaban en Vinarós, Benicarló o Vall d’Uixó, y casi duplicaban a los pagados de promedio en actividades urbanas de aquellos municipios (Tomás Carpi, 1985, 467-468). No puede extrañar, por tanto, que Mundina (Mundina, 1973, 640-641), refiriéndose a Vila-real, y Roca y Alcayde (Roca y Alcayde, 1932, 407), hablando de Borriana, coincidiesen en que el naranjo había sacado, hacia los años setenta de mil ochocientos, de la pobreza a la mayor parte de sus habitantes y enriquecido a estas poblaciones.

Comparativamente con la alternativa de cultivo más rentable del momento, cual era la vid, el valor promedio de la producción por hectárea de naranjo, sin estar en plena producción, era más de cuatro veces superior a principios del siglo XX (Tomás Carpi, 1985, 466). Esto y su adaptación a cualquier tipo de tierra, unido a la transformación al regadío que la citricultura trajo consigo, explicaría el que la introducción del naranjo conllevase una considerable revalorización de las tierras, aumentando exponencialmente la riqueza del área afectada por este cultivo. Ya en los años setenta de mil ochocientos, Bou Gascó hacia notar que tierras cuyo precio por ha-negada no superaba los 60 reales, alcanzaban precios de entre 800 y 1000 reales una vez transformados en naranjales (Bou Gasco, 1878, 214).

De cuanto se viene diciendo se deduce que lo realmente importante económicamente fue la combinación del crecimiento del naranjo y la extensión del regadío por toda la plana costera y valles colindantes. Pero cultivo y regadío, que en sí mismos ya constituían un importante proceso de innovación y cambio estructural, trajeron consigo otras innovaciones, al tiempo que daban lugar a la aparición de nuevas actividades. Por un lado, el naranjo y las hortalizas generarían un importante cambio en la función de producción, no sólo por la mayor intensidad del factor capital físico y humano que exigían, sino por la introducción de forma sistemática e intensiva del agua y de los abonos, tanto naturales como artificiales. El regadío mediante agua de pozo, impulsado especialmente por el cultivo del naranjo, introduciría en el campo, ya en la segunda mitad del siglo XIX, la máquina de vapor para elevar este preciado input (Janini Janini, 1923, 2122). Por último, y posiblemente lo más importante, la naranja daría lugar a una actividad de recolección, manipulación y transporte generadora de un importante efecto multiplicador, tanto en lo laboral como en lo económico. Un efecto inmediato que, sin considerar el beneficio de la intermediación y el transporte desde la región a los mercados de destino, representaba una cantidad superior al del valor de la fruta en el campo. Se trataba de las actividades de transporte local, recolección, manipulación, embalaje y presentación (Tomás Carpi, 1985, 472-473). Es decir, el impacto sobre la economía regional de la actividad naranjera fue considerablemente superior a la que generaba la actividad agrícola. Y este impacto no tenia parangón en otros cultivos. También los efectos arrastre sobre otros sectores, generadores de nuevas capacidades empresariales, humanas y tecnológicas, serían considerables, abriendo una nueva senda de transformación de la estructura productiva regional. Todo lo cual permite hablar del proceso tecnológico y económico impulsado por la introducción del naranjo como un auténtico cambio de paradigma tecno-económico de alcance regional.

Los motores sociales de este proceso fueron una burguesía rural innovadora y elementos de la clase media urbana, que no sólo introdujeron y adaptaron el cultivo al espacio en cuestión, muchas veces en suelos marginales de muy bajo valor agronómico y económico, sino que fueron los captadores y desarrolladores de las técnicas del cultivo. Fueron ellos también los que, alumbrando agua mediante pozos e instalando motores de vapor para elevarla, contribuyeron de manera fundamental al crecimiento del regadío. Sin olvidar su contribución a la creación de los conductos que permitían llevar el fruto a los mercados, aunque la comercialización y el transporte estarían, hasta después de la Segunda Guerra Mundial, en gran medida en manos de actores externos a la región y a la actividad de producción y manipulación. Esta desconexión de los actores del sistema productivo de la naranja y los mercados de destino constituiría una de las principales debilidades del proceso generado en torno a este bien y una importante brecha por la que salía de la región una parte importante de los ingresos generados por el preciado fruto.

Pero en un sistema donde la propiedad está muy distribuida, el rol del pequeño agricultor es fundamental en la explicación del proceso de transformación expuesto. En un sistema de propiedad de estas características y una actividad tan intensiva en capital y mano de obra como la citrícola, es difícil imaginar el importante proceso de acumulación de capital generado, particularmente en los últimos años del siglo XIX y primer tercio del XX, sin una respuesta masiva y entusiasta de este colectivo. Su aportación a la capitalización mediante el uso de su capacidad de trabajo fue fundamental. Y esto fue posible, sin embargo, no sólo por el efecto demostración y la crisis de los cultivos tradicionales, sino también porque el naranjo era compatible, en los primeros años de vida cuando la producción no cubría sus propios costes, con otros cultivos, desde el cereal hasta las hortalizas, haciendo llevadera la fase de transición, siempre y cuando hubiera agua. Este problema, que en parte se afrontó mediante la creación de sindicatos de regantes, asociación de pequeños agricultores para abrir y explotar un pozo, tuvo en la inversión de la burguesía rural en pozos y motores para regar sus propiedades y la venta del excedente de agua a sus vecinos, una solución de importancia decisiva.

Pero además de constituir una innovación radical en la economía valenciana inductora de otras innovaciones, la introducción sistemática del naranjo y sus efectos inducidos daría lugar, tal y como pone de relieve Carlos Llinás en referencia a Castellón (Llinás, 1918, 142), a un proceso de cambio cultural y una nueva actitud frente a la innovación, abriendo la sociedad local a nuevos hábitos y prácticas, a nuevas ideas y valores, a los flujos de información y productos procedentes del mundo desarrollado, así como a la idea de progreso. Hecho este que iría de la mano del cambio social que se estaba produciendo, tanto por la elevación de los niveles de vida como por el cambio en el sistema productivo, con la aparición de nuevos actores, como comerciantes e industriales, a su vez portadores de una nueva visión del mundo.

El cambio que supuso la introducción del naranjo y los efectos arrastre económicos que generó, no sólo supusieron cambios materiales de gran importancia, sino también la apertura de nuevos horizontes tecno-económicos, una nueva concepción del mundo y la superación de inercias psicosociales, especialmente entre los pequeños agricultores y la sociedad rural en general, al tiempo que contribuía de forma decisiva al desarrollo del mundo urbano, fuente de nuevos impulsos transformadores.

3. LOS EFECTOS ARRASTRE DE LA ACTIVIDAD CITRÍCOLA Y EL DESARROLLO DE LA BASE INDUSTRIAL DEL ESPACIO CENTRAL VALENCIANO

Los procesos de industrialización suelen ser resultante de una confluencia de fuerzas y variables, tanto de índole económica como social, institucional y geográfica. Fuerzas y variables que actúan tanto desde el lado de la oferta como del de la demanda. Sin olvidar que todo proceso de desarrollo atraviesa por fases distintas en su evolución, con presencia en cada una de ellas de fuerzas y variables de distinta naturaleza. La industrialización del área que nos ocupa no ha sido diferente. Es necesario tener presente, sin embargo, que sin determinadas fuerzas promotoras en la fase germinal del proceso de industrialización de un territorio, esta actividad nunca alcanzaría la masa crítica necesaria para autopropulsarse, generando y atrayendo nuevas fuerzas y variables que le imprimieran renovado dinamismo. A mi modo de ver, el amplio y prolongado proceso de crecimiento económico que protagonizó la naranja durante el período de más de cincuenta años que van desde los años setenta de mil ochocientos hasta los años treinta de la pasada centuria, el efecto renta y riqueza que originó la transformación económica arriba expuesta y su impacto cultural y sobre la capacidad de innovación de la sociedad valenciana, han sido las fuerzas promotoras de la base industrial que serviría de punto de partida del proceso de industrialización auto-sostenido de carácter endógeno del Área Metropolitana de Valencia. Una base industrial que estaba ya bien asentada en los años treinta del siglo XX y que serviría de trampolín al proceso de rápido crecimiento manufacturero de los años sesenta, a impulsos de la demanda nacional e internacional.

Pero la amplitud que alcanzaron los efectos arrastre del proceso económico generado por el sector agrario, incluyendo, por supuesto, la sensible expansión del regadío, base del cultivo, necesitó del complemento de tres importantes variables:

a) La concentración demográfica de Valencia, con las economías de urbanización y aglomeración que una ciudad de esta importancia supone. Valencia-ciudad más que duplico su población entre 1877 y 1930, representando en este momento más del 40% de la población de la zona costera de la provincia de Valencia.

b) La base artesanal existente, que aportó las capacidades humanas que, desde el lado de la oferta, dieron respuesta a la demanda generada por el efecto renta y el efecto riqueza que la transformación del agro trajo consigo.

c) El alto grado de distribución de la propiedad, producto de la forma que la tenencia de la tierra adopto en el Antiguo Régimen en el País Valenciano, y en especial en esta zona (Tomás Carpi, 1985, cap. XX), y que permitió que los ingresos generados por la naranja alcanzaran un relativamente alto grado de equidistribución, dando lugar a un mercado de masas de ciertos productos apreciados en la zona, especialmente relacionados con la vivienda y las necesidades del hogar (construcción, materiales de construcción, forja, ebanistería, muebles, lámparas, pavimentos y revestimientos cerámicos, textil-hogar..) así como bienes de consumo duradero y servicios.

Estas tres variables han sido fundamentales en la definición del efecto arrastre inducido de la actividad citrícola, producto del efecto demanda e inversión de los perceptores de ingresos generados por la actividad agraria o las que directa (efectos arrastre directos) e indirectamente (efectos arrastre indirectos) estimuló aquélla.

Los efectos arrastre directos pueden clasificarse en efectos hacia atrás y efectos hacia adelante. Los primeros son los estimulados por la demanda de la propia actividad motriz (naranjo y regadío), como son la producción de abono, maquinaria para la extracción de agua, útiles de labranza, insecticidas o servicios de limpieza y fumigación de los árboles. Los segundos son los que origina la preparación del producto para su envío al mercado (recolección, transporte, manipulación, comercialización…) o su transformación en zumos, conservas, etc. Estos efectos generan, a su vez, enlaces con otras actividades con posibilidades de dar origen a su producción, o expandirla si ya existía, en el territorio donde se ha producido la expansión agraria. Tal es el caso de la producción de medios de transporte, las serrerías mecánicas para la preparación de madera destinada a la fabricación de cajas, la fabricación de papel de seda y su estampación, la producción de tachuelas y puntas de París para la fabricación y sellado de las cajas, etc.

La estrecha relación funcional, necesitada de proximidad, entre la actividad agraria y muchas de las derivadas de sus efectos arrastre, tanto directos como indirectos, haría que su aparición se diera de forma dispersa, siguiendo la estela de la actividad agraria. Esto explica la aparición desde el último tercio del siglo XIX en los distintos municipios de la Plana, así como en toda la zona naranjera de Valencia, de gran número de almacenes de naranja, fábricas de abonos, serrerías mecánicas para envases de madera, molinos de papel, fabricación de puntas de París, fabricación y mantenimiento de maquinaria agrícola y medios de transporte, etc. (Tomás Carpi, 1985, 470-471). Sin embargo, aunque estas actividades producto de los efectos arrastre directos e indirectos de la producción naranjera adquirirían importancia y darían lugar a un fondo de saber hacer y capacidades humanas no despreciable, en modo alguno, dada su estricta dependencia del agro y su dispersión, sentarían las bases sobre las que se levantaría el proceso de industrialización de la zona. Esto no excluye su contribución al desarrollo de segmentos productivos de gran valor para el despliegue de ramas productivas, como ocurriría con el sector del mueble y madera y el de transformados metálicos, que protagonizarían el proceso de industrialización del siglo XX. Pero esta contribución se daría allí donde se constituyeron importantes agrupaciones de empresas, o clusters, que devendrían en distritos industriales, como ocurrió en torno a Valencia.

Muy distinta ha sido la función del efecto arrastre inducido, con la confluencia de la concentración urbana de Valencia, la base artesanal preexistente y el alto grado de distribución de la renta y la riqueza en el espacio central valenciano. Después de verse abortado el proceso de industrialización sedera, el impulso económico que protagonizaron la naranja y el regadío, con la ayuda de las hortalizas y el arroz (y también del vino hasta principios del siglo XX), alimentaría tanto el crecimiento demográfico y económico de Valencia, a lo que contribuyo su condición de gran nudo nacional de comunicaciones, con el puerto y el ferrocarril como principales infraestructuras y motores de actividad económica, como su transformación en un espacio urbano moderno y dinámico.

Este dinamismo urbano y la creciente apertura a la sociedad occidental, a lo que sin duda contribuyó de forma muy significativa la economía citrícola, así como la elevación de la capacidad de gasto que ella y el regadío generaron, y el gusto por la vivienda, el mobiliario, los complementos del hogar y la diferenciación social, impulsarían la producción y la innovación en actividades ya existentes, como la del mueble, la de lámparas, la joyería, la del textil-hogar, la de la confección, la del calzado, la marroquinería, la producción de abanicos o la de juguetes.

Algunas de estos sectores, como el del mueble, cuya actividad apenas era perceptible en 1860, contando Valencia sólo con una producción dispersa desarrollada por pequeños talleres (Martínez Ferrando, 1933), experimentó un considerable desarrollo en el último tercio del siglo XIX, pues en la primera década del siglo XX daba ya ocupación a unos diez mil operarios, conformando un cluster empresarial y un fondo de conocimiento que poco tenía que envidiar a los principales centros europeos del sector, como París y Viena. Su dinamismo económico, comercial y tecnológico se ponía de relieve en el éxito de la Exposición Regional de 1909 y la notoriedad alcanzada por las muestras de algunas firmas valencianas en las exposiciones de Londres, París y otras importantes ciudades europeas. La amplia gama de productos generados y su calidad, así como el alto grado de división del trabajo que se había logrado, el nivel tecnológico alcanzado y el prestigio internacional del mueble valenciano, ponen de releve el grado de desarrollo conseguido por el cluster ya a principios del siglo XX (Tomás Carpi, 1985, 690).

Lo que explica este importante avance del sector, especialmente en el campo de la innovación y el conocimiento del oficio, es la presencia de algunos notables emprendedores (Tomás Carpi, 1985, 689) que crearían escuela y desencadenarían un círculo virtuoso de innovación, crecimiento, aprendizaje y rendimientos crecientes. Pero es indudable que lo que estimuló la innovación y el emprendedurismo fue tanto la creciente demanda como un mercado cada vez más exigente. Pero este mercado no era otro que el regional, al que la elevación de la renta y la riqueza y el desarrollo de la ciudad de Valencia imprimirían un especial dinamismo, estimulador a su vez del de los sectores más relacionados con los gustos y preferencias locales. Ahora bien, el que no sólo fuese la naranja, sino también otros cultivos, como la vid, arroz y hortalizas, los que alimentaron el crecimiento y modernización de Valencia, obliga a relativizar la contribución, al menos en los primeros años del despegue del sector, de dicho producto. Sin lugar a dudas en la fase de consolidación de la actividad, a lo largo de la primera mitad del siglo XX, su contribución sería mucho más relevante.

La industria cerámica, otra importante actividad que adquiriría gran relieve en el último tercio del siglo XIX y el primero del siglo XX, hundía sus raíces en la historia de la zona, y estaba bien asentada como actividad en la segunda mitad del siglo XIX. El desarrollo y modernización de Valencia desde mediados del siglo impulsó de modo especial la producción de azulejos, utilizados en la construcción. La eclosión de esta actividad, sin embargo, se produciría ya en la fase de pleno auge de la naranja. Y aunque algunas empresas de cierto tamaño llevarían sus productos al mercado nacional y extranjero (COCIN-V, 1932), sería el mercado del espacio central valenciano el principal impulsor del cluster cerámico de Valencia y su hinterland, afectando también a la producción de azulejos de Onda-Alcora.

Los sectores de transformados metálicos y agroalimentación son los que tienen una mayor relación con la actividad agrícola y la expansión del regadío. La extracción de agua subterránea, la demanda de maquinaria de la actividad vinícola, arrocera y de manipulación de la naranja, así como la demanda del sector del transporte (producción de medios de transporte, repuestos y mantenimiento), constituyen importantes impulsores de esta actividad (Tomás Carpi, 1985, 694-695). El desarrollo industrial posterior también contribuiría, por mediación de la demanda de útiles y maquinaria, a su expansión. Y no cabe olvidar el impacto de la construcción y de la demanda de bienes finales para el hogar por parte de una comunidad cuyos niveles de vida y riqueza se elevaron ostensiblemente, lo que se haría especialmente patente en la industria de lámparas e iluminación.

También la industrial alimentaría debería su expansión tanto a los efectos arrastre hacia adelante de la producción agraria, de manera particular los cultivos de vid, arroz y hortalizas, como a la demanda local de bienes finales, impulsada de manera particular por el efecto renta y riqueza originados por el naranjo y la expansión del regadío. En realidad, la influencia del cultivo de la naranja sobre esta actividad ha sido más de carácter inducido que directo.

Cualquiera que fueran los avatares que siguió la industria del espacio central valenciano a partir de la crisis de los años treinta, la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial, lo cierto es que hacia los años treinta del siglo XX las bases sobre las que se asentó el desarrollo industrial de los años sesenta estaban fijadas y relativamente consolidadas, con las fortalezas y debilidades que también se harían patentes en esa fase más avanzada. Se puede afirmar que existían varios clusters sectoriales de cierta entidad con un amplio colectivo de empresas y una relativamente alta división del trabajo. En suma, capacidades humanas y saber hacer productivo, con un marcado predominio de las pequeñas empresas y las microempresas. Menos de la cuarta parte del valor estimado de la producción industrial de la provincia de Valencia la generaban empresas medianas y grandes. La práctica totalidad de las empresas de la zona que nos ocupa eran familiares, siendo muy pocas las sociedades registradas (Tomás Carpi, 1989, 77). Esta concentración de capacidad productiva y experiencia empresarial constituía un activo que, después, una vez pasado el largo periodo de turbulencias que va desde los años treinta a principios de los cincuenta, alimentaría el renacer de la industria.

Pero esta misma estructura, con actividades muy intensivas en mano de obra y minifundismo empresarial, no atraería recursos procedentes de otros sectores, especialmente el capital y capacidad empresarial, autofinanciándose y generando su propio capital empresarial merced a la movilidad social interna. Estas mismas características empresariales permiten entender la escasa entidad del capital tecnológico en la economía valenciana, la absoluta desconexión de la industria respecto al sistema de I+D y al sistema de formación, así como las pobres capacidades comerciales gestadas, que limitarían su proyección externa, o la harían depender de intermediarios externos. En esto no difería demasiado la industria de la agricultura, lo que desvela el problema generado por la fuerte división de la propiedad y la debilidad del capital social en la sociedad valenciana, las dos cruces principales de su economía en su historia reciente.

4. INDUSTRIALIZACIÓN Y CAMBIO DE LA BASE EXPORTADORA

No es este el lugar ni el momento para analizar el proceso de desarrollo experimentado por la economía valenciana en general, y la del espacio central valenciano en particular, a partir de los años sesenta. Resulta, no obstante, útil situar el sector que tan importante ha sido para crear las condiciones previas del desarrollo económico valenciano de los últimos cincuenta años, en esta nueva fase de evolución de la economía valenciana.

En 1960 la agricultura de exportación constituía aún la principal actividad en la zona costera de la provincia de Valencia, y también en la de Castellón. Más del 42% de la población activa de aquella provincia trabajaba en el sector primario, es decir, en la agricultura. Y en ella la agricultura de regadío, y en especial los cítricos, prevalece de forma absoluta. Si tenemos en cuenta que una parte muy importante del empleo terciario estaba relacionado con esta actividad, es lógico inferir que la base exportadora de la economía del espacio central valenciano era agraria. El sector secundario, con más del 27% de la población activa, tenía ya una importancia no desdeñable. Y en este sector, la industria manufacturera era ya dominante; si bien la dependencia de la industria y la construcción respecto al sector agrario hacía de éste el motor sin discusión de la economía de la zona.

La situación había, sin embargo, cambiado de forma ostensible a mediados de los años setenta. La población activa del sector primario había descendido al 15% del total, mientras que casi el 44% pertenecía al sector secundario, y en especial a la industria. En torno al 41% se relacionaba con el sector terciario, una actividad que se había modernizado sensiblemente, perdiendo mucho peso la actividad de manipulación y comercialización de la naranja. La base exportadora de la economía del espacio central valenciano había dejado de ser predominantemente agraria. El sector industrial había ido desplazando al agrario durante los años sesenta, hasta convertirse en mayoritario. Y desde ese momento el desplazamiento del sector agrario por el industrial y el de la promoción inmobiliaria y construcción, y cada vez más por el terciario (turismo, transporte y logística principalmente) ha sido continuo e imparable hasta la actualidad, en que el sector agrario tan sólo tiene un peso testimonial en la generación de empleo y valor añadido.

Aunque afectada por el estricto corsé de la etapa autárquica de la economía española, la industria valenciana asistió en los años cincuenta del siglo XX a una fase de recomposición y reconstrucción con los restos, especialmente el saber hacer, de la estructura de los años treinta. En este período se experimentaría incluso cierto crecimiento, toda vez que la agricultura recuperaba su impulso exportador y ayudaba a la reconstrucción industrial. Con ello se recreaban las condiciones que permitirían un nuevo impulso industrial, aunque con un estímulo distinto al de la fase precedente: la demanda nacional, primero, y la internacional después.

Entre 1962 y 1973 la economía valenciana en su conjunto protagonizaría un proceso de crecimiento propio de las economías emergentes de hoy, con una tasa de crecimiento acumulativo del 8,1%. El principal motor de este crecimiento fue la industria, que creció a una tasa acumulativa del 11,5%. Aunque el sector de edificación y obra pública lo hizo a una tasa del 13,3%, su dependencia del industrial resulta poco discutible, especialmente en lo que a la construcción respecta. También el sector servicios, a rebufo del proceso de industrialización, crecería a una tasa del 7,6% acumulativa durante este período. Por el contrario, la agricultura creció de manera muy modesta, menos de un 2%. Entre otras cosas porque no sólo había entrado en una fase de madurez, sino porque había iniciado el período de declive y de estrangulamiento por razones estructurales. En suma, la industria venia a coger el testigo de la agricultura como actividad motriz del sistema económico del espacio central valenciano.

Una vez realizada la función fundamental de contribuir significativamente a la creación de una base industrial que la sustituiría como motor del proceso de desarrollo económico, la agricultura entraría en una prolongada fase de depresión. Lo que había sido uno de sus pilares fundamentales de cambio y poderoso generador de efectos arrastre inducidos, el alto grado de distribución de la propiedad, se convertía, con el tiempo, en el principio de su negación al dificultar la adaptación al cambio que se venía produciendo en las fuerzas productivas y en las fuentes de ventajas competitivas. La fuerte división de la propiedad se ha convertido en un obstáculo para la racionalización del sector, impidiendo, por razones organizativas, la capitalización humana del mismo y la elevación de la productividad y competitividad de la actividad, a pesar de los meritorios esfuerzos del cooperativismo de segundo grado. Esto no sólo ha sumido al agro del espacio central valenciano en un proceso de letargo comatoso, al amparo además de las expectativas de transformación del suelo agrario en suelo urbano e industrial, sino que está llevando al progresivo abandono de toda actividad agraria, por inviabilidad económica, con serio quebranto de los valores ecológicos, paisajísticos y culturales que representa, y que tan importantes resultan, como elemento distintivo y de calidad de ambiente, para un territorio con vocación turística y residencial.

El desarrollo de la base industrial en el nuevo periodo, un proceso que sería de rápida expansión, primero, y maduración, después, se sustentaría en fuerzas muy distintas a las del despegue de finales del siglo XIX y primer tercio del XX. Si en aquella fase fue el crecimiento agrario, la extensión del regadío y el desarrollo urbano de Valencia, en primer lugar, y de las principales ciudades de la zona costera los generadores de demanda y ambiente para el crecimiento y cambio estructural de la industria, en esta nueva el elemento diferencial y principal motor sería la demanda nacional, impulsada por el significativo proceso de crecimiento, industrialización y desarrollo urbano de la economía española que siguió al Plan de Estabilización. A partir de este trampolín no pocas empresas iniciarían su proyección internacional por medio de las exportaciones a los mercados europeos y norteamericano.

El contar con varios clusters empresariales en actividades poco exigentes en capital y producción flexible, algunos de ellos especializados en materiales de construcción y bienes de consumo duradero relacionados con el hogar (muebles, lámparas, vidrio, iluminación, textil-hogar…), confirió a este espacio no sólo capacidad de respuesta rápida a la demanda nacional, sino que lo hizo beneficiarse sobremanera del impulso urbanizador de los sesenta y principios de los setenta. Los flujos de inmigración, las escasas barreras de entrada a la condición de empresario y las características sociales de los distritos industriales (proximidad entre empresarios y trabajadores, apoyo familiar al emprendedor, emulación e imitación…), alimentaron el proceso de los recursos clave: mano de obra barata y capacidad emprendedora. El fondo de conocimiento tácito y de capacidades humanas existentes, facilitaron un proceso de aprendizaje poco exigente en conocimiento codificado y formación. La apertura al exterior de la economía española facilitaría al mismo tiempo la modernización tecnológica de la industria valenciana. El carácter poco intensivo en capital de la mayor parte de actividades no sólo favorecía su crecimiento sino que hacía de la autofinanciación la fuente fundamental de acumulación de capital, junto con el crédito bancario a corto y medio plazo para circulante.

Mientras que la agricultura ha ido perdiendo peso dentro de la producción y exportación, tanto regional como del área que nos ocupa, hasta el punto de que, actualmente, apenas representa el 2% del PIB regional, la industria se constituiría en la base económica por excelencia de la economía valenciana. Esto permitía afirmar, a mediados de los noventa, que la Comunidad Valenciana era una región especializada en actividad industrial dentro del contexto nacional, al generar en torno al 28 por ciento del PIB y del empleo regional (Tomás Carpi, 2000, 19). Si esto era cierto para la región en su conjunto, aún lo era más para el espacio central valenciano, a pesar de la presencia de la ciudad de Valencia, eminentemente terciaria. Y es que la base exportadora de la región la definían las actividades industriales y el turismo fundamentalmente. La agricultura aún tenía importancia como actividad exportadora, pero en un tercer lugar. Actividades como la automoción y pavimentos y revestimientos cerámicos se habían constituido en las principales exportadoras de bienes tangibles, y el turismo en la de intangibles.

Sin embargo, la fisonomía industrial del espacio central valenciano, que se benefició a finales del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX del auge agrícola protagonizado por la naranja, había ido cambiando desde los años setenta. Perderían peso relativo, y con el tiempo absoluto, las actividades más tradicionales, como las lámparas, vidrio, papel, madera y mueble y cerámica, al tiempo que aparecía la producción de automóviles, que daría lugar a un importante complejo en torno a la factoría Ford, que a su vez estimularía al sector metal-mecánico, y la industria agroalimentaria iría creciendo, hasta convertirse en la principal actividad de la zona, a lo que ha contribuido en no poca medida una gran empresa de la distribución con sede en el área, Mercadona.

5. EL CRECIMIENTO FALLIDO DE LOS ÚLTIMOS AÑOS Y EL DECLIVE DE LA INDUSTRIA VALENCIANA

La especialización industrial de la Comunidad Valenciana se pondría claramente en cuestión en la última década, a instancias del efecto desplazamiento que, tanto por vía económica como política, ha generado la actividad inmobiliaria y de la construcción. En el año 2008 el PIB industrial apenas representaba ya el 14% del PIB regional. Se habían perdido catorce puntos porcentuales en sólo doce años, y el principal motor de la economía valenciana era la actividad inmobiliaria y constructora, cuyos extraordinarios resultados económicos atraían la capacidad empresarial y profesional y los recursos financieros, al tiempo que deslumbraba a los políticos. Actividades relevantes en el origen de la industrialización, como la producción de lámparas, vidrio y textil y confección, han prácticamente desaparecido, al tiempo que otras tan notorias en esta área como el mueble y madera y artes gráficas, han entrado en una clara fase de depresión.

La evolución de la economía valenciana desde la segunda mitad de los años noventa del siglo XX no sólo ha sido, según pone de manifiesto un reciente documento de la Asociación Valenciana de Empresarios, «desequilibrada y poco sostenible en el tiempo, sino que ha generado una euforia desmedida y deslumbrado a empresarios y responsables públicos, desviando la atención empresarial y pública hacia la promoción inmobiliaria y la construcción. Esto no sólo ha desviado recursos que hubieran podido destinarse a otras actividades de mayor proyección temporal e impacto sobre el conocimiento, sino que explica la particular agudeza de los efectos de la crisis sobre la actividad económica y el empleo» (AVE, 2009, 20-21).

Pero el giro del modelo de crecimiento de los últimos años no sólo ha generado un importante «efecto expulsión» de naturaleza económica y un no menos relevante «efecto descuido» de índole política respecto al sector industrial en la economía valenciana. La burbuja inmobiliaria que ha articulado este proceso ha generado otros importantes efectos que han hecho perder competitividad a la base exportadora de la economía valenciana, retrasado la adaptación de la misma a un entorno en cambio acelerado y generado un importante proceso de endeudamiento empresarial y familiar que encorseta su capacidad de adaptación y respuesta en el actual contexto de crisis.

La inflación diferencial que dicha burbuja ha generado, unida al desvío de recursos hacia actividades especulativas y la aniquilación de la política industrial, han hecho perder competitividad y retrasado la adaptación tecnológica y organizativa de la industria tradicional. Precisamente en un momento en que la competencia de los países emergentes en los sectores de especialización valenciana ha arreciado. Tampoco se ha cerrado la tradicional brecha entre el sistema productivo y el sistema de I+D y de formación, toda vez que el minifundismo ha dificultado el avance en la internacionalización del tejido empresarial. Ambos problemas, en un contexto de transformación del sistema económico internacional de la mano de la economía del conocimiento y la globalización, constituyen dos de las debilidades más serias a las que se enfrenta la economía valenciana, junto al bajo nivel de formación de la población en edad laboral y la alta tasa de fracaso escolar a los que ha contribuido notablemente el modelo de crecimiento de los últimos años (por el atractivo y baja exigencia formativa de las actividades de mayor crecimiento —construcción y servicios de bajo valor añadido— y por el descuido de la política educativa que la euforia ha propiciado).

A los anteriores problemas, que constituyen serias debilidades en la perspectiva de un cambio de modelo, se une el alto nivel de endeudamiento de las empresas, especialmente inmobiliarias, familias y administraciones públicas como consecuencia de unas expectativas irracionales desbordadas. Pero lo más grave es que este agujero de la deuda ha engullido al propio sistema financiero, especialmente el regional, más comprometido con la dinámica inmobiliaria, estrangulando su capacidad de financiación de nuevas actividades.

Puede resultar paradójico, pero la situación critica en la que se encuentra la economía valenciana actual mantiene, salvando las distancias del tiempo histórico (diferencias económicas, sociales y políticas), cierto paralelismo con la crisis de la agricultura tradicional que dio origen al modelo de desarrollo que tan inteligentemente ha estudiado el profesor Bono. Entonces la crisis coincidió también con un cambio fundamental: la industrialización y el cambio social de la Europa Occidental. La actual coincide con otro cambio histórico: la consolidación de la economía global y del conocimiento. En aquel momento la sociedad valenciana, de forma espontánea, supo hacer de la necesidad virtud, forjando un importante proceso de transformación del sistema económico, de la mano del sector agrario, que sentaría las bases de la posterior industrialización. Esta fue la tarea de una burguesía ilustrada e inquieta que se arriesgó e innovó, dando origen a innovaciones radicales de alcance sistémico en el contexto regional. Una acción que sirvió de guía a un amplio colectivo de pequeños propietarios que fueron capaces de desplegar su propia capacidad empresarial, dando lugar a un importante proceso de difusión de aquellas novedades y generando un significativo efecto multiplicador económico.

La Comunidad Valenciana de hoy también necesita una profunda transformación de sus estructuras económicas y sociales. Está mucho mejor pertrechada que la de entonces, no sólo en términos absolutos, sino también relativos, atendiendo al contexto internacional. Cuenta con un amplio colectivo, cultura y experiencia empresarial y una fuerte tradición industrial y exportadora. Dispone de una buena posición geográfica, un sistema urbano equilibrado y activos ambientales, culturales e infraestructurales de gran valor para atraer actividades y personas (con fines turísticos y residenciales). La red de institutos tecnológicos y el sistema universitario cuentan con un potencial de despliegue de capacidades científico-técnicas de gran valor, tanto para la transformación de los viejos sectores industriales como para impulsar el desarrollo de otros nuevos. Tiene una imagen reconocida, una posición estratégica en el Mediterráneo y constituye la salida natural de Madrid al mar. Existen sectores emergentes intensivos en conocimiento y con potencial de desarrollo.

Pero la complejidad del mundo económico actual y la aguda competencia existente en todos los ámbitos, unido al papel central de la innovación sistemática en la definición de ventajas competitivas, hace que el reto de hoy sea de mayores dimensiones que el de finales del siglo XIX. Las ventajas colaborativas y una sólida coalición de desarrollo son hoy de estratégica importancia. De ahí que la clásica debilidad del capital social e institucional de la Comunidad Valenciana, que con tanta frecuencia ha entorpecido el avance y despliegue de las capacidades de esta región, se constituya en el principal problema a superar.

6. A MODO DE CONCLUSIÓN

A principios de los años setenta del siglo XX prevalecía la hipótesis de que el largo período de auge de la agricultura valenciana desde la segunda mitad del siglo XIX había generado un efecto expulsión de la actividad industrial, al desviar los recursos, tanto humanos como materiales, hacia aquella actividad. Esta concepción partía de la muy discutible premisa de que la industrialización se habría producido si no se hubiera cruzado en su camino un floreciente sector agrario. Se olvidaba, sin embargo, el carácter fallido, por razones estructurales, del proceso protagonizado por la industria sedera, así como la ausencia, en el espacio central valenciano, de actividades manufactureras suficientemente evolucionadas para coger el testigo del impulso industrial (Tomás Carpi, 1976, caps. 1 y 2).

La realidad, sin embargo, ha sido, a mi modo de ver, y eso es lo que

se ha intentado mostrar en este escrito, muy distinta. Y así lo entendió el profesor Emèrit Bono, avanzando una hipótesis que no sólo cuestionaba dicho efecto expulsión, sino que enfatizaba el rol estratégico del sector agrario, sirviéndose de la teoría de la base exportadora como herramienta analítica, no sólo para entender el mayor proceso de crecimiento que había vivido la economía valenciana en su historia, sino también su contribución al desarrollo industrial posterior. Con esta hipótesis se abría una línea de investigación novedosa que ayudaría a comprender la evolución de la economía valenciana a partir de lo que realmente ha ocurrido, no de lo que pudo ser y no fue. Ha servido, también, para mostrar la originalidad del desarrollo económico del País Valenciano, un proceso que está muy lejos del paradigma clásico de la industrialización.

Lo que aquí se ha intentado mostrar no es sólo lo bien fundado de dicha hipótesis y el valor del trabajo del profesor Bono, sino también el carácter revolucionario que la introducción del cultivo de la naranja tuvo en el principal espacio económico de la Comunidad Valenciana. Es verdad que, como el propio Bono ponía de relieve en su trabajo seminal, la naturaleza del producto y la organización del proceso comercial hacían de la especulación un factor central del proceso económico con efectos contradictorios para el desarrollo de la base agraria. Sin embargo, es forzoso reconocer que, contrariamente a lo que ha ocurrido con la actividad inmobiliaria, la protagonista del gran episodio especulativo reciente, el último de los muchos que han afectado a esta región, la gran expansión que protagonizo la economía citrícola nos dejó una importante herencia industrial, sentando las bases de la industrialización de este espacio central valenciano.

Y la razón de semejantes diferencias respecto al impacto sobre la actividad productiva no es otro, a mi entender, que la distinta naturaleza del proceso agrario de finales del siglo XIX y principios del siglo XX y el proceso inmobiliario reciente. Mientras aquél, claro exponente del crecimiento de la economía productiva, impulsó una gran transformación tecnoeconómica que revolucionaría el sistema económico y social de una parte importante de la Comunidad Valenciana, este último ha inhibido el cambio tecno-organizativo de la economía productiva, generado un espejismo de progreso y bienestar y elevado de forma efímera la riqueza de la sociedad. Lo que viene a indicar que mientras el primer proceso fue un claro exponente de desarrollo económico y social que elevó las capacidades económicas de la sociedad (capital físico, capital tecnológico, capital humano, capital empresarial, capital urbano y capital infraestructural fundamentalmente), el reciente ha sido una peligrosa bomba de humo económica de consecuencias depresivas sobre la economía productiva, la única en la que puede sustentarse un proceso de desarrollo consistente y con perspectivas de continuidad mediante el cambio de su base material.

Ambos procesos, la gran transformación agraria y la burbuja inmobiliaria, enmarcan, por otro lado, el largo ciclo del sistema industrial valenciano. El primero esta en la base del proceso de industrialización. El segundo ha cumplido un relevante papel en la desindustrialización que ha experimentado la economía valenciana en los últimos años. Su significado estructural ha sido, pues, diametralmente opuesto en relación con la dinámica industrial.

BIBLIOGRAFÍA

ASOCIACIÓN VALENCIANA DE EMPRESARIOS: Los pilares del nuevo modelo de desarrollo económico valenciano, AVE, 2009.

BELLVER MUSTIELES, J.: Esbozo de la futura economía valenciana, Valencia, 1933.

BOU GASCÓ, F.: Estudio sobre naranjo, limonero, cidro y otros árboles de la familia de las auranciáceas que se cultivan en Castellón, Castellón, 1879.

COCIN-V: «La cerámica. Apuntes acerca de su historia y economía», en Memoria Económica, 1932.

JANINI JANINI, R.: Principales impulsores y defensores de la Riqueza Agrícola y Ganadera Valenciana durante la segunda mitad del siglo XIX, Valencia, Imprenta Hijo de F. Vives Mora, 1923.

LINIGER-GOUMAZ, M.: L’Orange d’Espagne sur les marchés européens, Géneve, Les Editions du Temps, 1962.

LLINÁS, C.: Cosas de mi pueblo, Castellón, 1918.

MARTÍNEZ FERRANDO, E.: “El mueble valenciano”, en Memoria Económica de COCIN-V, 1933.

MAYLIN, A.: Manual práctico para el cultivo del naranjo, Valencia, Tipografía Moderna, 1905.

MUNDINA, B.: Historia, geografía y estadística de la provincia de Castellón, Castellón, Librería de Rovira Hermanos, 1973.

ROCA Y ALCAYDE, F.: Historia de Burriana, Castellón de la Plana, Establecimiento Tipográfico Hijo de J. Armengol, 1932.

TOMÁS CARPI, J. A.: La economía valenciana: modelos de interpretación, Fernando Torres Editor, 1976.

— La lógica del desarrollo económico: El caso valenciano, Caja de Ahorros de Valencia, 1985.

— “La economía valenciana en dos momentos de crisis: contraste y cambio”, en AA.VV.: La Comunitat Valenciana. 1936-1986, Generalitat Valenciana, 1989.

— (dir.): Dinámica industrial e innovación en la Comunidad Valenciana, IMPIVA, Generalitat Valenciana, 2000.

Naranja y desarrollo

Подняться наверх