Читать книгу Historias de Nueva York - Enric González - Страница 6

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El extranjero que se establece en Nueva York se enfrenta a una decisión fundamental. ¿Dónde vivir? Lo normal es eliminar Nassau y Suffolk, en las profundidades orientales de Long Island, una isla de 200 millas con forma de cráneo de caimán, porque están lejísimos y no son siquiera neoyorquinas; el extranjero casi ahorrará tiempo y dinero quedándose en su país de origen y tomando el avión todos los días. ¿Staten Island? Por alguna razón que se me escapa, los neoyorquinos no viven en esa isla cercana, despoblada y con grandes vistas; descartémosla. Queens es una opción «ah»: cuando uno dice «vivo en Queens», el interlocutor responde «ah». Si hay mucha confianza, pregunta por qué y nos pone en un compromiso. El Bronx, en cambio, es una opción «oh», al menos para los no neoyorquinos: «Oh, ¿y es seguro?». Pues sí y no, según, a ratos, como todo. Tiene zonas de lujo y calles muy sórdidas. El Bronx (único barrio continental en una ciudad-archipiélago) es habitable, como los testículos de cerdo son comestibles. Cuestión de gustos o de hambre.

Manhattan o Brooklyn, pues. Brooklyn: república independiente dentro de la república independiente, variada, con un metabolismo menos acelerado y una herencia holandesa (Brooklyn viene de Breuckelen) muy perceptible, en lo físico y en lo químico. Brooklyn está muy bien. Yo elegí Manhattan. El centro del centro del centro del mundo. Soy una persona de decisiones predecibles.

Manhattan, la Mannahata (isla de las colinas) de los indios Delaware, la isla en forma de pez de Walt Whitman, contiene tres ciudades distintas: Harlem, Metrópolis y Gotham. Lo de las tres ciudades no lo digo porque sí, lo inventó hace muchos años DC Comics, la editorial que publicaba historietas de superhéroes. En una especie de manual de instrucciones que entregaba a los dibujantes y guionistas recién contratados hacía las siguientes definiciones:

METRÓPOLIS: La ciudad de Súperman. Es el centro de Manhattan en un mediodía soleado.

GOTHAM: La ciudad de Batman. Es el sur de Manhattan en una noche lluviosa.

HARLEM: Es Harlem.

A veces se da a toda Nueva York el sobrenombre de Gotham. Es bonito, sonoro y gusta, quizá porque casi nadie sabe de dónde viene. Lo utilizó por primera vez Washington Irving en 1807, en una saga satírica en la que inventaba un origen mitológico para su ciudad. Irving, a su vez, extrajo el término de la tradición medieval inglesa. Según la leyenda, Gotham era un pueblo cuyos habitantes incurrieron en la ira del rey y lograron evitar el castigo haciéndose pasar por idiotas. Durante siglos, los chistes ingleses comenzaron con las palabras «era uno de Gotham que...»; exactamente equivalentes al «va uno de Lepe...» en los chistes españoles de hoy. O sea, decir Gotham es más o menos como decir Lepe. Con todo el respeto por Lepe, simpática y famosa localidad andaluza.

¿Qué hace falta para sentirse como en casa cuando uno se establece en el extranjero? Hay quien necesita años, amistades y derecho de voto. Cada uno sabe lo suyo. Yo requiero muchas camisas bien planchadas, una cantidad ingente, y no exagero, de pañuelos blancos y una barbería; todo lo demás es accesorio. Me siento incapaz de explicar por qué. Con un armario lleno de camisas, un cajón desbordante de pañuelos y una barbería disponible, el mundo y yo estamos en armonía.

Consta en un viejo pasaporte que aterricé en el aeropuerto John Fitzgerald Kennedy el 16 de junio de 2000, para quedarme como corresponsal del diario El País. Me alojé en varios hoteles mientras buscaba apartamento. En las lavanderías del Roger Smith, el Novotel y el Intercontinental deben recordar aún al maníaco de las camisas y los pañuelos.

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