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El mal de ojo

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Como hemos dicho antes, el mal de ojo es el producto de una reacción negativa e inconsciente de alguien hacia alguien. Es un mal pensamiento. Como daña, se trata de un ataque, y como ataque que es, tiene posibles defensas. En este capítulo, además de hablar de las distintas formas que puede tomar el mal de ojo, se hablará también de las defensas de que disponemos para evitar que la acción llegue a su fin.

Si llueve, nos protegemos de la lluvia con un paraguas para evitar que nos moje. Si nos lanzan piedras, intentaremos encontrar algún utensilio que evite que nos lleguen a dar. Si nos atacan con un mal de ojo, tenemos que emplear técnicas que no son tangibles, ni simples; un tanto más sutiles que los métodos de defensa palpables, las defensas hacia el mal de ojo son muy efectivas si son bien empleadas y se efectúan con toda seguridad.

De todas formas, la mejor defensa hacia el mal de ojo es tener una actitud ética, es decir, no hacer a los demás lo que no creamos que no sería justo para nosotros. Así pues, la mejor defensa para el mal de ojo es el amor, amar ante todo, antes que odiar o envidiar. Si nuestra vida es un ejemplo de amor y de bondad, si sabemos proyectar amabilidad, buenas energías, en general, entonces no podremos temer a nada ni a nadie porque la misma fuerza de nuestro amor, hará que nos quieran y, sobre todo, obtendremos la mejor protección hacia cualquier ataque. El amor, igual que el odio, es recíproco, reflexivo; otra cosa muy distinta es que ese amor se traduzca de una forma o de otra según nosotros lo esperemos pero si, básicamente, se aprecia, no hay problema. El problema surge si hay odio. Lo que está claro es que si una persona odia a otra, esta no querrá a la primera, por más bondadosa que la última sea.

Un ejemplo de esta actitud fue el movimiento hippy de los años sesenta que tenía como principal emblema «Haz el amor y no la guerra». Este grupo, a pesar de que ya no existe más que mínimamente y que la mayoría de sus comunas fueron disueltas, explica dos cosas muy importantes de la convivencia de los hombres. De un lado, que con un poco de esfuerzo se puede conseguir que todos los seres humanos se quieran entre ellos y, por otro, que es necesario un equilibrio entre las fuerzas del bien y del mal y para tal equilibrio es necesario que existan los dos. Pero no nos vayamos por las ramas.

Si nuestra aura vital, que constituye el conjunto de nuestros cuerpos más delicados (etéreo, astral), está repleta de buena voluntad, no hay peligro, eso seguro. El hombre bueno no tiene por qué temer porque está en un plano superior: Platón dijo que el sabio era aquel que llegaba con facilidad al mundo de las ideas que era el bien.

Si se teme a alguien, es decir, si se piensa que alguien nos quiere hacer daño, se puede optar entre dos sistemas distintos de defensa. El primero de ellos sería el que tiene como base la psicología. Si se sabe de alguien que podría hacernos daño, hay que tratar a esa persona de la manera más gentil que se sepa, de forma que esta sienta que se está tramando algo en contra de ella, por lo que se acobardará y se echará atrás en sus propósitos. Lo que está claro es que alguien que piensa en hacer daño se extrañará ante una muestra de gentilidad por parte del individuo al que quiere dañar. Hay muchos ejemplos de esta actitud que demuestran la efectividad de este método. Se dio el caso de una chica que sintió envidia de otra al conocerla en el instituto. Estaban obligadas a convivir todos los días durante todas las horas de clase porque se sentaban en el mismo pupitre. Una mañana, al llegar a clase, la chica envidiada halló que su mesa estaba muy sucia, alguien había dibujado en ella imágenes horribles, imágenes muy desagradables de las que ella era protagonista; en ese momento, rompió a llorar porque se asustó y porque no sabía quién había podido odiarla de aquel modo. Empezó a observar a su alrededor y averigüó que su compañera de pupitre era la autora de tales acciones. Durante ese curso, sacó calificaciones bastante altas en sus trabajos y vio que ese era uno de los motivos por los que esa chica no la aguantaba. A partir de ese día, empezó a ayudarla en sus tareas de estudiante, así como a prestarle apuntes sin que ella se los pidiera si algún día no había venido a clase. Desde ese momento, no volvió a sentirse atacada y, aunque no ha vuelto a ver a esa chica, siempre ha pensado que si no consiguió que dejara de odiarla, sí consiguió dos cosas muy importantes para ella. Conseguió ser respetada, hasta temida por los que más la odiaran, a la par que se ahorró remordimientos de conciencia, que los hubiera tenido en el caso de haber optado por alguna mala acción que, en lugar de beneficiarla, la hubiera perjudicado.

De todas formas, este libro no pretende ser una lección de vida, aunque los males de ojo también formen parte de ella. Una forma de conseguir que los males de ojo no lleguen a su fin es una traducción mágica de la actitud de la que antes hablábamos. Durante nueve días consecutivos, se envía una flor a la persona que creemos que está siendo la provocante de un mal de ojo hacia nosotros; si el envío se hace con total amistad y desde lo más hondo del corazón, se conseguirá, seguro, que el mal de ojo no llegue a su fin.

Tradición del mal de ojo

La tradición popular ha temido desde siempre al mal de ojo, y se ha pensado que los ojos tienen el poder de proyectar el mal. Muchos indígenas de África no se dejan fotografiar porque temen que la cámara les proyecte algún mal, puesto que, intuitivamente, ven la cámara como un ojo; ante una cámara, se giran creyendo que se están protegiendo con la espalda.

En las tribus que se conserva una creencia muy viva en estas acciones, existe un código de protección determinado que suele reconfortar las vidas de los poblados. Las personas suelen protegerse con máscaras que representan los espíritus malignos de forma que estos se asusten ante una dosis de crueldad más fuerte que la suya. Para proteger los hogares, los indígenas suelen utilizar cuernos y astas como símbolo de defensa hacia los malos espíritus.

El mundo occidental también ofrece tradiciones de protección conocidas e importantes a pesar de que la mentalidad de este mundo sea más racional que la africana o la sudamericana cuya representación más típica es el llamado «espanto», que es una enfermedad nerviosa que, psicológicamente hablando, se trata de histeria pero que en hechicería se atribuye al mal de ojo. En España y en Estados Unidos hay una tradición muy extendida de colgar una herradura en la puerta del hogar como símbolo de protección hacia la maldad.

En cuanto a las personas, hay signos del comportamiento de algunos europeos que demuestran su creencia y su temor en el mal de ojo. En el centro y el norte de Europa, Hungría, Checoslovaquia y Rumania, el signo de los cuerpos hecho con los dedos tiene su origen en el temor hacia el mal de ojo; por lo visto, tal signo es muy efectivo para asustar a las malas energías. En México, se utiliza la semilla de ojo de ciervo para protegerse de los malos espíritus y las malas intenciones.

Una leyenda y una ópera nos servirán para demostrar el poder de tales creencias en el mundo occidental. La leyenda de san Narciso, que poseemos desde tiempos muy remotos, narra la historia del mismo santo quien fue castigado por contemplar su imagen reflejada en un estanque durante horas y horas. Los cuentos de Hoffman, título de una ópera de Offenbach, tiene una secuencia de la misma en la que el protagonista, Hoffman comprende que ha sido vencido por un malvado cuando se mira en un espejo mientras se viste, pero no se ve reflado en él. En general este tipo de relatos no son sino un reflejo de las leyendas que se transmiten de generación en generación.

Tanto en un relato como en el otro vemos que el núcleo del argumento se centra en las imágenes y en la contemplación de las mismas. Por lo tanto, en los ojos. Más que ellos la mirada, constituye una enorme fuente cultural. Se habla muchas veces de la magia de los ojos en el amor; cualquier poema amoroso, sea de la época que sea, habla de los ojos y de la mirada y, de hecho, hay una palabra que define el poder positivo de los ojos que es la fascinación.

Muchos otros mecanismos de defensa acaban de forjar la tradición popular hacia el mal de ojo. Entre ellos, hallamos una acción tan típica en la actitud social que, seguro, no se le da más importancia que la de ser pura tradición. Por lo visto, que el novio coja en brazos a la novia para atravesar el umbral de su casa en la noche de bodas, tiene su origen en la creencia que, si alguien ha echado un mal de ojo, la novia al pisar el suelo podría ser víctima de las malas intenciones de ese alguien.

El libro del mal de ojo y de los hechizos

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