Читать книгу Cuentos africanos para dormir el miedo - Ernesto Rodríguez Abad - Страница 17

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Hace muchos años vivió en un lejano poblado de África un niño llamado Ongo Congo. En aquellos tiempos todavía el continente se estaba formando y las cosas eran más grandes y majestuosas que ahora. A Ongo Congo le gustaba bañarse en el río y jugar con los cocodrilos pequeños, saltar desde la grupa de los hipopótamos o trepar por los cuellos interminables de las jirafas. Ongo Congo era un niño como todos los niños de su poblado, aunque, eso sí, un poco más arriesgado y valiente. Siempre inventaba juegos nuevos e historias, o hablaba de pueblos perdidos por la selva.

Cuando creció, todos creían que querría convertirse en un fuerte guerrero o en jefe de la tribu o en gran brujo; pero, para sorpresa de la gente del pueblo, Ongo Congo decidió dedicarse a inventar instrumentos, utensilios raros o cosas que no servían para nada.

Los padres, los amigos y los familiares estaban preocupados, pues pensaban que se convertiría en un ser inservible.

Ongo Congo inventó de todo. Pasó días y días encerrado en su cabaña y cuando salió había creado unas piedras mágicas que producían fuego. Pero, como en la tribu tenían siempre la hoguera encendida, a nadie le pareció útil aquel invento. Luego diseñó los espantapájaros, pero los chicos se entretenían en tirarles piedras a los pájaros en los sembrados; así que a nadie le pareció que sirvieran para algo aquellos artefactos tan feos. Construyó ratoneras, pero los gatos del poblado se pusieron en huelga y las tiraron todas al río. Se encerró durante muchas lunas en su choza de pajas y ramas; cuando salió había confeccionado una barca con unos remos largos y grandes, más grandes y más largos que los que nadie había visto nunca. Todos se rieron de la máquina inservible que había fabricado Ongo Congo.

Una mañana se fue hasta la orilla del río grande y echó la máquina al agua. Y con los grandes remos se adentró en la selva. Durante días se dejó llevar por la corriente.

Vio paisajes, árboles y animales que nunca había visto. Fue feliz. Se dio cuenta de que podía inventar juegos y músicas con las palabras. Para no sentirse tan solo empezó a ordenar las sílabas, las palabras, las frases y los acentos, silbándolos en voz alta, hasta que balbuceó una melodía:

Uélé, Uélé, barambo makasi,

Uélé, Uélé, barambo makasi.

Ongo Congo inventó la música, pero pensó que no se lo diría a nadie porque opinarían que no serviría para nada. A él le empezó a gustar cada vez más y cantó con muchas ganas en medio del mar. Ordenó los sonidos y los silencios, jugando con el ritmo de las aguas. Era un juego emocionante:

Uélé, Uélé, barambo makasi,

Uélé, Uélé, barambo makasi,

Apekisi pamba, apekisi pamba.

Ongo Congo dio la vuelta al mundo en su barca. Vio animales nuevos, vio colores que nunca había visto. Cantaba. Encontró árboles y frutos extraños. Nadó con peces de escamas doradas. Inventó canciones nuevas. Habló con hombres de pelo amarillo como las playas del África, comió con hombres de pelos rojos como el fuego o con pueblos con la piel del color de los rayos del sol. Y cada vez que era feliz en alta mar, o cada vez que se encontraba solo, cantaba. Cantaba.

Cuentos africanos para dormir el miedo

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