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V. Conclusión: la ‘cosmética’ gorgiana para eximir a Helena.

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Mi objetivo en el presente capítulo ha sido rastrear una progresiva interiorización de las sucesivas causas presentadas por Gorgias en el EH. Conforme este criterio, el esquema del argumento gorgiano, el kósmos del lógos, sería algo como lo que sigue:

A) Un primer grupo de causas integrado por el tríptico:

A.1) Fortuna

A.2) Dioses

A.3) Necesidad

B) Una segunda causa identificada con la violencia física (de un tercero).

C) Una tercera causa identificada con la palabra (de un tercero).

D) Una cuarta causa identificada con el éros (producido por un tercero)

Según vimos, tras superar rápidamente el primer grupo de causas (A), Gorgias concluye que, de haber sido forzada por un tercero (B), Helena no sería culpable pues en realidad habría padecido un infortunio (A.1). Asimismo, de haber sido persuadida mediante la palabra (C), tampoco sería culpable, pues esto sería equivalente a decir, o bien que fue forzada (B) –lo cual implica, como se dijo recién, que estaríamos ante un infortunio (A.1)–, o bien que fue compelida (A.3) o infortunada (A.1). Por último, de haber huido a causa del éros (D), si éste es un dios, entonces quedaría eximida por las mismas causas que en (A.2), pero si es una enfermedad humana, habría padecido un infortunio (A.1).

Como se ve, todos los caminos coinciden en la týkhe: las tres causas (B), (C) y (D) acaban siendo reconducidas a la primera de todas (A.1). Mientras tenemos una sola recurrencia a la Necesidad (A.3) –al tratar el lógos– y una sola recurrencia a los dioses en general (A.2) –al tratar el éros–, Gorgias recurre a la týkhe en tres oportunidades al tratar las tres causas (B), (C) y (D). El kósmos del lógos es, pues, claro. No es casual que en el extremo superior quede la fortuna, punto que, por ser el más exterior según la presentación hecha en el Encomio, es aquel al que Gorgias vuelve una y otra vez al concluir cada uno de los argumentos. La týkhe es, evidentemente, lo más alejado de las capacidades humanas, aquello que algunas décadas más adelante Aristóteles calificaría como una causa “al margen de lo calculable” (parálogos).47 En el otro extremo, no casualmente tampoco, el éros encarnado, dándole forma al alma enamorada.

En el §21 Gorgias concluye: “quité, mediante el discurso, la infamia de una mujer; permanecí en la norma (nómos) que coloqué al principio del discurso…”. En el presente capítulo he querido mostrar que este nómos, la “norma” que guía la exposición gorgiana, es justamente este movimiento de progresiva interiorización que va desde la týkhe hasta el éros, pero sin que la interiorización se consume por completo. Incluso en el caso de la mujer que huye presa del amor –instancia más interior entre las relevadas–, dicho sentimiento tiene su origen, o bien en un dios –con lo cual se reconduce al exterior–, o bien en el aspecto físico del ser que lo genera. En este último caso, la causa del viaje también es reconducida hacia el exterior: no solo se trata del cuerpo de un otro, sino que haberse enfrentado a ese cuerpo para, así, caer en el estado de enamoramiento, es calificado como un infortunio.

En definitiva, en ningún caso se contempla la posibilidad de que algo interno haya operado como resorte último del obrar de Helena. La antropología gorgiana del EH describe a un ser humano que, a fin de cuentas, se halla inevitablemente sujeto a lo que sus circunstancias externas disponen. Nada parece quedar para el agente que, incluso en lo que a sus sentimientos eróticos respecta, es una mera víctima del mundo.

Con respecto a esta conclusión, se podrá objetar que Gorgias no está intentando, en el EH, una descripción histórica de lo ocurrido con Helena ni, mucho menos, una “antropología” con una raigambre teórica sistemática; más bien, continuará la objeción, se trata de un discurso epidíctico cuyo objetivo es ensayar una defensa verosímil y persuasiva de un personaje mítico, sin comprometerse, por ello, con una concepción determinada de la relación entre el ser humano y su entorno cósmico. Esta objeción, a mi entender pertinente, me obliga a precisar todavía más el alcance de la conclusión del presente capítulo. No pretendo afirmar que la antropología gorgiana describe un ser humano cuya identidad no alcanza, en ningún caso, para sobreponerse a las imposiciones del medio circundante. Más bien he querido resaltar el hecho de que, en el marco de las pretensiones retóricas del sofista, están dadas las condiciones simbólicas y conceptuales para que afirmar algo por el estilo resulte verosímil. Dicho de otro modo: poco me importa si Gorgias cree o no que la situación del ser humano en el mundo es tal como la que describe en el EH, donde la responsabilidad por los actos recae inevitablemente en agentes o circunstancias externas. Lo que sí quiero destacar es que, en su opúsculo, dicha situación es posible, y es posible porque es verosímil. Gorgias, quizás uno de los mayores retóricos de la antigüedad clásica entre los que conocemos, evalúa que las condiciones de su auditorio le permiten construir un argumento en el cual todas las causas posibles del obrar humano sean reconducidas hacia el exterior. De allí que resulte también verosímil que haya sido, en parte al menos, sobre esta base que la antropología platónica que veremos en los capítulos que siguen se construye: un retórico exquisito consideró verosímil hacer del hombre un ser fatalmente sujeto a la fortuna, desconociendo la relevancia de los resortes internos del obrar. Como veremos en lo que sigue, frente a este “conglomerado heredado”, Sócrates-Platón irrumpe con un ser humano cuya interioridad irá siendo, con el correr de los textos, cada vez más relevante, en detrimento de las incidencias del medio externo.

Platón y la voluntad

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