Читать книгу De Weimar a Ulm - Eugenio Vega Pindado - Страница 11

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El domingo 2 de octubre de 1955, un soleado día de otoño, tuvo lugar la apertura oficial de la Hochschule für Gesltaltung en Ulm. En la colina de Kühberg, en las afueras de la ciudad, cerca de donde estuvo preso el líder del SPD Kurt Schumacher, se procedió a la inauguración del edificio concebido por el artista y arquitecto suizo Max Bill. Hasta aquel día, las clases se habían impartido en el viejo edificio de la Volkshochschule, la escuela de adultos que Inge Scholl, Otl Aicher y Hans Werner Richter habían fundado poco después de terminada la Segunda Guerra Mundial en el centro de la ciudad.

Por muy diversas razones, la presencia en ese acto de Walter Gropius tenía un significado excepcional. Tras fundar la Bauhaus en 1919 y dirigir la escuela hasta 1928, se había convertido en una figura de renombre internacional tras una brillante carrera en Estados Unidos. Gropius representaba el vínculo que la nueva institución quería mantener con la que había sido cerrada por los nacionalsocialistas en 1933. Pero también expresaba la relación que la cultura de la República Federal (con poco más de cinco años de existencia) quería mantener con Estados Unidos, su principal valedor.

Más de quinientas personas se agolpaban en la entrada de un edificio de nueva planta, desparramado por la colina de Kuhberg donde aún pastaban las ovejas y apenas unos pocos automóviles salpicaban el paisaje. A Richard Hamilton, que visitaría la escuela unos pocos años más tarde, no dejó de sorprenderle el edificio:

“Su coherencia era más evidente en las fotografías aéreas que cuando uno se encara con él. El lugar, una colina elevada fuera de la ciudad y la distribución desordenada de bajos edificios hace difícil ver otra cosa que una vista fragmentada. A un lado [los] automóviles […] se alinean en el parking; al otro, un arado tirado por bueyes trabaja en el terreno adyacente” (Hamilton, 1958).

La fotografía de Walter Gropius con los brazos cruzados, sentado junto a Inge Scholl, refleja la autoridad del fundador de la Bauhaus y su convicción en la pervivencia de los principios que dieron forma a su proyecto. A pesar de la gran afluencia de visitantes, no estuvieron ni el comisionado de Estados Unidos, John McCloy (que había concedido el dinero para la construcción de la nueva escuela), ni el influyente ministro de economía Ludwig Erhard, ni ninguna otra figura política de relevancia. Habría que esperar a 1958 para que el presidente federal Theodor Heuss, tan ligado a la cultura de Weimar, visitara la escuela.

Ante un pequeño atril, fueron pronunciados los correspondientes discursos en un clima de relativa formalidad. El acto se inició con un breve parlamento de Inge Scholl en el que subrayó las dificultades de todo tipo que habían sido necesario superar para llegar a aquel momento:

“Tenemos claro nuestro objetivo; todo lo que hacemos en la Hochschule für Gestaltung es trabajar conjuntamente para construir una nueva cultura, y ese objetivo es crear un estilo de vida que esté en consonancia con nuestra era tecnológica” (Spitz, 2002, 174).

Gropius, por su parte, comenzó haciendo referencia al momento culminante de la Bauhaus cuando en diciembre de 1926 se inauguró el edificio de la escuela en Dessau. Los noticiarios de la época recogieron sus palabras en una filmación del acto:

“Hace casi treinta años me encontraba en una situación parecida a la que hoy vive el profesor Max Bill, la apertura de un edificio propio para la Bauhaus en Dessau en 1926. […] Para experimentar se necesita absoluta libertad y un apoyo de las autoridades que, con visión de futuro, sean benevolentes con algo nuevo que a menudo es difícil de entender en sus inicios. Demos tiempo a la Hochschule für Gesltaltung para que se desarrolle tranquilamente. Eso llevará años. Sé lo que padecimos en la Bauhaus, cuando cada pequeña iniciativa que poníamos en marcha era sometido a crítica”.

Gropius escenificó la continuidad entre dos etapas de la historia alemana separadas por una guerra brutal que había tenido, entre otras consecuencias, la división del país en dos estados. Era un vínculo con todo aquello que el nacionalsocialismo había interrumpido o destruido, y un signo de la esperanza en una nueva República Federal integrada en el capitalismo y en la democracia parlamentaria. Aquel acto protocolario simbolizaba la permanencia de la Bauhaus a lo largo de todo el siglo XX.

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