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Unas gotas de angustia

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Para Perla Itzel

Llevo dos noches sin dormir. Me van a correr de la chamba de un momento a otro. Ya me lo advirtieron. Como no tengo dinero para apoyar al candidato, mi destino es la calle.

La calle de donde yo provengo.

¿Tendrán idea estos políticos de lo que significa ser callejero, como un perro? ¿Tendrán idea de lo que es para un hombre ganarse el pan, o, mejor que ganarse la vida, luchar por una ínfima ración? Claro que saben lo que significa vivir en un estado de jodidez. Quizás alguno de ellos lo sufrió. Pero más que eso, lo saben porque por ahí aprietan. Ante la sola amenaza de que van a mocharte la quincena, todo mundo acepta. Para conservar el trabajo. Yo no quise firmar la carta de aceptación. Al carajo. Prefiero que me corran, antes que sumarme a la corrupción. Si fuera mi candidato, el partido por el cual voté, me aventaba el tiro. Y quizás ni así. Porque me sentiría extorsionado. Qué fácil para ellos.

MI familia cabe en un buró: tres niños, mi esposa y yo. No tenemos gastos excesivos. De ninguna manera. Porque sé guardar. Mi abuelo me enseñó a vivir con lo mínimo. Porque gracias al cielo así vivía él. Es lo único que te puedo enseñar. Me decía en la comida. Comíamos en la cocina. Siempre vivió con nosotros. La misma casa donde ahora yo vivo. Pero él ya no vive. Mi madre sí. Y cosa rara, se lleva bien con mi mujer. Quizás porque no se hablan. Y lo digo muy en serio.

En estos tiempos ahorrar ya no es una enseñanza, es una obligación.

Con dificultades sobreviviré un mes. Sobreviviremos, quiero decir. Aunque estemos tan apretados, no soy de los que admiten que su mujer trabaje. ¿Qué podría hacer para remontar esta situación?

Veamos.

Podría matar al candidato este. Pero eso no me iba a generar plata para la manutención de mi familia. Tal vez no, pero quedaríamos a mano. Quizás no sea culpable. Quizás atrás de él hay toda una maquinaria de trabajadores que lo obligan a seguir ese tipo de preceptos. Quizás no sea culpable pero se merece una cuchillada en el cuello. Mi abuelo alguna vez me dijo que todos los políticos deberían morir. Asesinados por sus víctimas.

Mi abuelo tenía razón en todo.

Conseguí mi trabajo a los 30 años. Tengo 40. Me lo van a quitar. Me van a despedir. Me van a despellejar como se despelleja a un pollo. Me van a despedir sin darme gratificación alguna. Creo que me odian. No debería decir eso. Así son con todos.

Tal vez pueda encontrar chamba en el crimen organizado. Todos aquí en la cuadra sabemos que la casa de la esquina es una casa de seguridad. Quizás pueda tocar y pedir trabajo. Podría cuidar a las víctimas de secuestros. Darles de comer, asearlos,. Alguien tiene que hacer ese trabajo. Y puedo ser yo.

También podría ser un comerciante en pequeño. ¿Por qué no? A mi cuñado Jorge Arturo le ha ido bien. Vive al día, pero no se queja. Con su negocio de quesadillas. La inversión fue mínima. Ya hasta la recuperó. Y no tiene que darle nada al puto candidato. Eso podría ser. Pero no puedo arriesgarme a dilapidar mis ahorros. Corro el riesgo den quedarme sin nada. Ni siquiera para una emergencia. ¿Qué hago si uno de mis hijos se enferma y yo sin seguro? Siquiera mi lana que tengo ahorrada me salvaría.

No veo más caminos. Pero cuando menos el de la casa de seguridad tiene la ventaja de que está muy cerca. Tengo que preguntar. Arriesgarme.

La tumba del alacrán

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