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Introducción

La agricultura del sur de Chile, 1973-2019

La agricultura del sur de Chile (esto es, una amplia zona que va desde la Araucanía a Llanquihue), sin duda, inició un nuevo periodo a partir de 1973, dado el profundo efecto que generaron las políticas de la dictadura militar desde sus comienzos. En términos generales, la agricultura no dejó de experimentar las mismas dificultades de la economía nacional, por la profunda reestructuración y reorientación de sus actividades. Con la agravante que la zona sur del país había sido hasta ese momento la base de la producción cerealera, ganadera y lechera nacional, por lo que los efectos de la nueva etapa neoliberal fueron muy profundos.

En este libro, abordamos algunos aspectos de esa transformación. En particular, primero, el caso de los parceleros de la Reforma Agraria en las provincias de Valdivia y Osorno, donde se pueden observar aspectos interesantes de las políticas estatales.

Existen varios estudios generales, de carácter nacional, sobre el efecto de la llamada “contrarreforma” agraria en los campesinos durante los años de la dictadura, así como estudios para la zona central del país, pero poco se sabe de lo ocurrido con los parceleros en la zona sur del país.

A partir de información obtenida en la Corporacion de la Reforma Agraria (CORA) y archivos notariales de la Región de Los Ríos y provincia de Osorno, así como entrevistas a campesinos y agricultores de la provincia de Osorno, se pudo reconstruir lo ocurrido con varios miles de parceleros de la Reforma Agraria. Se estableció la rápida perdida de sus tierras, lo que confirma el conocimiento general que se tenía, y además que ese proceso ocurrió tempranamente, antes de la crisis económica de los ochenta. Esto resultó ser una novedad, pues se pudo comprobar el profundo efecto de las políticas de la dictadura en el sur de Chile, igual o superior al que tuvo en las zonas agrarias más relevantes del Chile Central.

Además, en el mismo estudio de los parceleros, queda en evidencia el papel clave del Estado, y en un sentido negativo, el efecto de su ausencia y retiro del fomento y protección del agro regional. La reducción de la acción estatal, más bien su reorientación, explica buena parte de las transformaciones del agro durante la dictadura, y las dificultades de los campesinos.

Por el contrario, las nuevas políticas facilitaron la labor de los empresarios y la iniciativa privada, en la asistencia técnica y generación de negocios. De este modo, la evaluación de las políticas económicas y agrarias es distinta, según si se considera la realidad campesina e indígena, muy perjudicados por las nuevas políticas, o la de los empresarios y agricultores, muy favorecidos en general por el nuevo escenario, sin desconocer los altibajos que también han debido enfrentar.

Prácticamente, hasta los años noventa, la poca acción estatal se focalizó en atender las necesidades de empresarios y agricultores, donde su labor fue crucial en la promoción de la innovación productiva. Un ejemplo claro de ello es la producción de berries, como podrá verse en uno de los capítulos de este libro.

Uno de los grupos más afectados por las políticas neoliberales y las transformaciones de la agricultura sureña fueron los trabajadores rurales. El paso de trabajadores permanentes a temporeros, el traslado de muchos campesinos y trabajadores del campo a la ciudad y el aumento de la participación de la mujer en las actividades rurales, son algunos cambios relevantes. Asimismo, se ha mantenido un importante trabajo familiar al interior de los predios. En general, se ha incrementado la explotación general de la mano de obra rural (flexibilidad y precarización laboral), lo que ha estado en la base del éxito de muchos rubros productivos.

El conocido caso del Complejo Forestal y Maderero Panguipulli, una de las principales propiedades forestales en Chile, constituido en el proceso de Reforma Agraria, pero que fue disuelto por el Gobierno militar y su patrimonio industrial y territorial privatizado, es un ejemplo concreto de la ruptura productiva y social generada por la dictadura en la región (Alfaro, 2016; Barrena, 2016; Bize, 2017; Bravo, 2012; Monje, 2018; Rivas, 2006).

Lo ocurrido en Panguipulli, como también la política general desarrollada por la dictadura respecto a la Reforma Agraria, muestra claramente las estrechas relaciones entre lo político y económico en el neoliberalismo. La fuerza y el derecho del Estado al servicio de la consolidación de un nuevo régimen de acumulación.

En la Araucanía, el tránsito a la nueva fase capitalista (neoliberal) y la acción estatal no se distingue demasiado de lo ocurrido en el resto del sur de Chile. Con la salvedad de que la Araucanía se encontraba en un momento crítico de su economía antes de 1973, cuestión que se venía arrastrando desde los años cincuenta. Esto es de relevancia, pues no se puede adjudicar el deterioro, ni las transformaciones allí ocurridas, exclusivamente al neoliberalismo y al Gobierno militar. En pocas palabras, la Araucanía había iniciado un ciclo de decadencia económica a mediados de los años cincuenta y el neoliberalismo de los setenta vino a agudizar situaciones previas. A la vez, esa misma decadencia productiva facilitó el tránsito neoliberal (Pinto & Órdenes, 2012; Pinto, 2015; y 2017).

La Araucanía bajo el periodo neoliberal muestra una síntesis de los aspectos positivos y negativos de los cambios ocurridos. Crisis reiterada de la agricultura tradicional, incremento de la pobreza regional y en particular en el mundo mapuche, aumento del conflicto entre el Estado y las comunidades, entre otros aspectos. Muy relacionado con lo anterior, está la expansión productiva de las empresas forestales, que ha generado un alto impacto ecológico, social y político en el sur de Chile, convirtiendo a estas empresas en las principales protagonistas/responsables de los conflictos sociales y ambientales que se han desarrollado en la zona (Montalba & Carrasco, 2005; Nazif, 2014; San Martín, 2015; Torres-Salinas et al., 2016; Van Dam, 2006).

En el sur de Chile, las quejas y demandas de la sociedad regional hacia el Estado han sido permanentes durante los últimos cuarenta años. Particularmente, fueron muy relevantes durante la crisis económica de los años ochenta, como puede verse más adelante, en un capítulo especial dedicado a este punto.

Se conocía en general la actitud crítica tenida por los agricultores, en su mayoría pinochetistas declarados, contra las políticas neoliberales, pero ahora hemos sistematizado y reunido numerosas evidencias de ello y muestras concretas del activo papel de los agricultores del sur en la modificación de la política neoliberal al calor de la crisis económica. Prácticamente, el restablecimiento de políticas proteccionistas, eso sí muy puntuales, se produjo por la presión de los agricultores del sur.

Desde el punto de vista de las relaciones entre el Estado y los gremios, esta es una arista interesante de disidencia política al interior del propio grupo de partidarios de la dictadura (Álvarez, 2015; Oszlak, 2016; Redondo, 2017).

Por otra parte, es importante responder una pregunta muy general: cuánto ha cambiado y cuánto permanece del agro sureño desde 1973 en adelante. Especialmente, es necesario considerar la estrecha vinculación existente entre ambos aspectos de la realidad agraria.

Por el lado de las transformaciones, es evidente la profunda modernización productiva, especialmente desde los años noventa en adelante. El sur dejó de ser la agricultura tradicional que producía exclusivamente carne, leche y trigo para el mercado nacional, para convertirse en una zona que ha ampliado su base productiva, sumando a los productos anteriores, que han disminuido su peso relativo, la producción forestal, frutas, en particular berries, flores y bulbos de flores, semillas, en lo fundamental. De lo existente con anterioridad a 1973, siguen siendo importantes, mucho para algunas zonas específicas, los cultivos y la actividad ganadera, especialmente la producción lechera (Gómez & Echenique, 1988; Santana, 2006).

Una labor central, por supuesto, ha tenido el Estado en este proceso de innovación, apoyando nuevas actividades productivas y generando condiciones para el desarrollo de negocios competitivos.

Es falso lo que los propios promotores del neoliberalismo indicaban, cuando atacaban al Estado por su ineficiencia, llamando a dejar toda la economía en manos del mercado, limitando la acción del Estado (Lüder & Rosende, 2015; Rosende, 2007). En verdad, el Estado ha dejado de hacer algunas cosas importantes que hacía antes de la década de 1970, pero nunca dejó de ser un actor fundamental de la economía. En muchos sectores, como la energía, el mercado es una ficción, y ha seguido siendo el Estado el que estructura y regula el sector (García, 2015; Pacheco, 2018). En la agricultura, en un sentido lato del término, prácticamente no se puede comprender nada de lo ocurrido si no consideramos la labor estatal, ya directa o indirecta. No hay capitalismo neoliberal sin un Estado comprometido estrechamente con la suerte del capital.

Asimismo, toda la modernización productiva ha significado una preocupación fundamental por la rentabilidad del negocio agropecuario, aspecto que se ha convertido en la condición esencial que debe cumplir cualquier actividad, lo que se aplica tanto a la pequeña agricultura, como a la agricultura comercial de mayor nivel.

Pero no todo ha sido cambio en el sur de Chile. Más bien, las transformaciones y las continuidades se superponen, por lo que es conveniente concebirlas como parte de un mismo proceso, y por lo tanto, relacionadas. En este sentido, la modernización, la innovación productiva o técnica, no se puede entender al margen de las permanencias.

Lo moderno y lo tradicional se relacionan. No existe la clásica división dual de la realidad que se planteara en los estudios agrarios de los años sesenta, y que de algún modo, todavía persiste en aquellos planteamientos que ven en la permanencia de lo tradicional, ejemplos de resiliencia, resistencia o adaptación a los nuevos tiempos. Eso es un error. No hay tal resistencia, lo que no quiere decir que no haya dificultades, sino más bien el llamado mundo tradicional participa de lo que sucede en el sector más “moderno” de la economía del sur de Chile.

Lo moderno, en general, se sostiene sobre bases tradicionales. Ejemplos hay varios. En este libro se consideran las relaciones entre las comunidades indígenas y campesinos con los empresarios agrícolas que existen en sus cercanías. Los primeros son la mano de obra de las empresas principales del sur de Chile. Es lo que ocurre en los cultivos tradicionales y especialmente en las plantaciones de frutas, específicamente berries, y de flores y bulbos de flores en el sur. En ese sentido, la permanencia de los campesinos e indígenas habitando en tierras cercanas es una situación muy adecuada para el capital. Ellos proveen mano de obra temporera a bajo precio a las empresas de su sector, el que puede ser muy amplio considerando las facilidades de transporte que se establecen por las propias empresas, y así logran importantes ingresos familiares, ya que participan generalmente varios miembros de una misma familia. La situación del sur, en este aspecto, no es muy diferente a lo que ocurre en la zona central del país (Caro, 2016; Tinsman, 2016; Valdés, Rebolledo, Pávez & Hernández, 2014).

A su vez, las empresas disponen de una mano de obra regular, la que proviene en buena parte de la agricultura familiar e indígena. Muchos van cada año a las mismas actividades de cosecha y otras labores como temporeros. Aunque bajos en promedio, los salarios recibidos son suficientes para esos trabajadores, ya que constituyen un complemento al ingreso familiar. Para los agricultores/empresarios, esa mano de obra da estabilidad a sus negocios, tanto por su costo, como por las relaciones de dependencia que se establecen.

Todo lo anterior ocurre en un escenario mundial muy dinámico. Especialmente desde los años noventa, el sur de Chile se ha integrado con mucha fuerza a la economía mundial. La globalización se ha desarrollado con claridad en esta zona. Lo que puede apreciarse en aspectos productivos, tecnológicos, organizativos, laborales, comerciales, etc. Como se podrá ver en varios capítulos de este libro, el sur de Chile se ha internacionalizado y transnacionalizado en las últimas décadas. Ambos procesos son las manifestaciones más concretas de la globalización.

Internacionalización significa que el sur ahora produce para el mercado mundial, para regiones muy alejadas, en los Estados Unidos, Europa y Asia. La producción forestal, frutícola, principalmente arándanos, y bulbos de flores, va a esos destinos. Igualmente, la internacionalización significa la llegada de capitales y tecnologías extranjeras a la agricultura. Se hacen cada vez más comunes “paquetes tecnológicos” para la producción en los sectores más tradicionales de la agricultura. Prácticamente, no hay productor agrícola, por muy pequeño que sea, que no pueda acceder a maquinarias e insumos importados, que no disponga de genética animal proveniente de Estados Unidos y Europa, etc.

Uno de los efectos más notorios de lo anterior, es el establecimiento de estándares de calidad internacionales para el desarrollo de cualquier actividad agrícola. La calidad implica mejoras técnicas en la producción, cambios en las condiciones laborales y protección del medioambiente. Estos estándares hoy día requieren ser acreditados, por lo que contar con una determinada certificación, la etiqueta respectiva, es la condición para participar del comercio mundial, y para incrementar el precio de venta o el acceso a determinados mercados de lo producido.

En cualquier caso, toda certificación de calidad termina siendo una manera de segmentar el mercado, una forma de exclusión, y no necesariamente representa lo que dice representar (Conner & Christy, 2004; Bair, 2009). Los pequeños y medianos productores van teniendo crecientes dificultades para hacer las innovaciones requeridas, con el resultado de que muchos abandonan o cambian sus actividades ante estas exigencias. En suma, hay una tendencia a la concentración productiva en los rubros más rentables, fuera de otras razones, por la existencia de estándares y certificaciones.

En relación a los cambios productivos que experimenta el sur de Chile, en las últimas décadas, se pueden distinguir dos situaciones muy diferentes en la economía silvoagropecuaria. Una, en actividades capitalistas que se desarrollan con escasa conexión con la sociedad y economía regional, como es el caso de la industria forestal, la que solo toma la tierra y el agua de la región, pero necesita muy poca mano de obra e insumos de la zona, por lo que sus relaciones con el entorno son mínimas. Ello explica el conflicto permanente que ha generado el desarrollo de esta actividad (Martínez, 2015; Pino, 2005; San Martín, 2015; Van Dam, 2006). Además, no solo necesita muy poco trabajo e insumos de la economía regional, sino que agota los propios recursos naturales utilizados (la tierra y el agua), así como destruye los caminos e inhibe cualquier otro desarrollo productivo en su alrededor.

Un caso similar de actividad moderna que se desarrolla con escaso vínculo con la economía regional es el cultivo de cranberries, los que utilizan buenas tierras y abundante agua, pero necesitan una mínima cantidad de trabajadores. Funcionan como un enclave. Aunque se diferencia de lo forestal, ya que no provocan ningún deterioro de los recursos naturales. Más adelante volveremos a esta cuestión.

Por el contrario, en el extremo opuesto, están algunas actividades capitalistas que se desarrollan en estrecha relación con la economía regional. Es el caso de la industria láctea, la que obtiene gran parte de la leche de productores pequeños y medianos. Aunque ello no significa que no haya una relación muy desigual entre unos y otros, y los bajos precios sean la norma. De cualquier modo, esa industria ha permitido que muchos pequeños agricultores puedan todavía ser viables y hayan innovado en la producción lechera.

En esta misma situación se encuentra, la que a nuestro juicio es quizás la actividad más rentable del sur de Chile, la producción de arándanos. A diferencia del cranberry, la producción de blueberry requiere una abundante mano de obra por cada hectárea cultivada. Hoy en día es la actividad rural que demanda más mano de obra en Chile.

La producción de arándanos en el sur de Chile se sostiene en parte importante en la mano de obra campesina e indígena disponible en dicha zona, considerando el alto costo que significa el pago de salarios dentro del costo total de producción. Para los trabajadores, en su mayoría temporeros, el cultivo del arándano ha sido la fuente principal y creciente de ingresos familiares. Más adelante, tratamos con más detalle este rubro.

Así, tanto en la industria láctea, como en el cultivo de arándanos, lo moderno y lo tradicional se favorecen mutuamente. Las utilidades de esas actividades no se pueden comprender sin el trabajo provisto (en forma de leche o mano de obra temporera) por la agricultura familiar e indígena.

Por otra parte, como quedará claro en los diferentes capítulos de este libro, el Estado está presente en cada aspecto de la agricultura. Siguiendo los planteamientos de la teoría de la regulación, consideramos al Estado como un factor clave para la consolidación y estabilidad del régimen de acumulación capitalista (Boyer, 2006; y 2015; Brenner & Glick, 2003). En el neoliberalismo, esto significa que el Estado sostiene con su accionar al dominio sin contrapeso del capital sobre el trabajo.

Particularmente, el modo de regulación es el conjunto de instituciones, normas, etc., prácticas que permiten que un régimen de acumulación determinado permanezca en el tiempo. El Estado, la organización del trabajo, el dinero, la legislación, en lo esencial, son aspectos centrales del modo de regulación neoliberal.

En esta línea, las políticas estatales (económicas y agrarias en particular) han dado estabilidad y continuidad al capitalismo neoliberal en la agricultura del sur de Chile. En particular, el Estado ha promovido la iniciativa empresarial y criterios de rentabilidad en el agro desde los años setenta; ha abandonado acciones que tradicionalmente estaban en sus manos creando las condiciones para la gestión privada. Un ejemplo notable de esto es la asistencia técnica, que pasó a ser una actividad de privados y una preocupación principal de los propios productores, con los Grupos de Transferencia Tecnológica (García-Huidobro, Ferrada & Becerra, 2006). Sin embargo, cambios relevantes se produjeron en los años noventa en este ámbito, con el desarrollo de programas para campesinos e indígenas, donde el Estado reasumió una debilitada labor de fomento productivo y apoyo crediticio, sin variar en lo esencial la tendencia de ceder el protagonismo en lo técnico y empresarial.

A pesar de lo dicho, el Estado neoliberal no deja todo en manos de privados. Entre otros aspectos, se reserva la investigación y la innovación productiva en algunos ámbitos, así como la generación de nuevos nichos de negocios. De este modo, encontramos al Estado jugando un papel clave, a través de Fundación Chile, en el inicio del cultivo de berries en Chile, y a través del Instituto de Investigaciones Agropecuarias (INIA) sigue siendo líder y promotor del mejoramiento genético.

Donde mejor se aprecia el papel del Estado ha sido en la internacionalización de la agricultura. La apertura de nuevos mercados externos se consolida para la agricultura en general en los años noventa, exceptuando la situación previa de la actividad forestal, frutas y vinos. Ello gracias a la labor estatal en la suscripción de acuerdos y tratados internacionales. Nunca antes Chile se había volcado con tanto entusiasmo y profundidad al comercio exterior. Sin comprender el papel que ha jugado esa dimensión de la globalización, representada por los diferentes acuerdos internacionaleles, no se entiende plenamente lo sucedido en estos años. Un capítulo trata justamente de este aspecto, mientras en otro capítulo abordamos la contraparte menos entusiasta frente a la avalancha globalizadora; los temores y demandas de los agricultores durante las negociaciones de esos acuerdos. En definitiva, las expectativas resultaron algo exageradas, por cuanto no se produjo ninguna debacle de la producción silvoagropecuaria nacional, aunque las importaciones fueron lentamente minando la estructura productiva y sacando de la producción a los sectores más débiles, que no pudieron competir con las importaciones. En lo positivo, los acuerdos comerciales incrementaron sustancialmente las exportaciones silvoagropecuarias, posicionando a Chile como un líder mundial en el comercio de fruta fresca, sumando a la uva de mesa los berries del sur. Sin embargo, los cambios, y allí se han quedado cortos los pronósticos, han sido más que productivos, culturales. Y esta transformación de la economía rural, que está modificando el propio carácter del sur de Chile, no fue anticipada, ni quizás hoy día todavía es comprendida a cabalidad.

En definitiva, diversos mercados internacionales se ampliaron o se abrieron a las exportaciones del sur de Chile. Los arándanos, y otras frutas, los bulbos de flores, los productos lácteos y forestales, entre los principales, hoy día se comercian en el mercado mundial. En este libro se considera el caso de los arándanos y el de los bulbos de flores. Como se verá, es fundamental considerar el enfoque de las Cadenas Globales de Valor, para entender el modo en que se encuentra organizada la producción de ambos cultivos. Las empresas que los producen en el sur de Chile, participan en esas cadenas como productores, pero también en algunos casos han logrado tener presencia en otros eslabones de esa cadena, siguiendo la metáfora, llegando incluso a tener incidencia mundial en cómo se organiza hoy la producción, la comercialización y el consumo mundial de ellos.

Excepcional es lo ocurrido con los arándanos (Retamales & Hancock, 2018). Chile ha pasado a ser líder mundial de las exportaciones, y las empresas productoras-exportadoras chilenas tienen gran influencia en la cadena, desde la investigación genética previa a la producción, hasta la comercialización del producto fresco, que es consumido literalmente en todo el mundo.

En cuanto a los bulbos de flores, como se verá, la situación es menos relevante en términos de volumen de producción, pero también hay una presencia importante como país exportador (Benschop et al., 2010; Buschman, 2005; Grasolli & Gimelli, 2011). Además, los bulbos de flores son un excelente ejemplo de un producto agrícola globalizado; provienen de genética holandesa o japonesa, se cultivan, “engordan” como dicen en jerga del sector, en el sur de Chile, después se exportan a Europa o Asia, y finalmente se plantan en Holanda o Vietnam para venderse como flores en el mercado europeo o asiático. De este modo, las flores han pasado a ser un producto de “ninguna parte”, la expresión máxima de la globalización en el sector agrícola.

El rápido crecimiento de las exportaciones de berries y bulbos de flores, y los buenos negocios que se desarrollan actualmente desde el sur de Chile, no significa que en el futuro estas actividades seguirán teniendo una posición dominante en el mercado mundial. Así como se han establecido en Chile, esos mismos cultivos pueden instalarse en otras regiones del mundo. Ello ya ha ocurrido claramente con la producción de arándanos, la que incluso ha sido expandida en Latinoamérica y Europa desde Chile, por sus empresas, capitales y tecnologías. Ello puede significar grandes beneficios para las empresas chilenas que participan del mercado mundial de berries, pero no para la producción de arándanos en el sur de Chile, cuya competencia argentina y peruana ha ido aumentando.

En el caso de las flores, por el carácter globalizado de su producción, las ventajas para la economía regional de participar en esta producción están muy limitadas.

Por todo lo indicado, queda claro que el reciente proceso de internacionalización y transnacionalización que ha experimentado la economía agraria del sur de Chile, desde mediados de los años ochenta en adelante, está produciendo rápidas y profundas reestructuraciones del agro sureño.

Considerando cuánto está transformándose la economía regional bajo este proceso de “mundialización”, quizás pronto ya no será posible hablar de economía regional, en el sentido de un espacio productivo particular, que contiene actividades productivas, capitales y otros elementos identitarios determinados. En parte, las economías regionales, aparentemente, se diluyen en el amplio espacio de la economía mundial (Haesbaert, 2011). Sin embargo, a medida que avanza la globalización, desde el plano discursivo y por disposiciones legales, se ha abierto una nueva dimensión de los negocios agrícolas, a través de la referencia al lugar donde se produce: la denominación de origen, el “terroir”, se ha convertido en una nueva forma de segmentación de mercados (Barham, 2003; Van Leeuwem & Seguin, 2006).

Es necesario estudiar las economías regionales, considerando la dimensión global como un nuevo nivel de relación y de análisis de lo regional y lo local, más allá y fuera de las consideraciones nacionales (Buainain, Rocha de Sousa & Navarro, 2018; Sassen, 2011; Sklair, 2003).

En relación a esto, es cada vez más claro que la comprensión de la situación actual de la agricultura sureña, como la de cualquier otra zona, requiere realizar estudios comparativos con otras realidades regionales, latinoamericanas y europeas, pues los procesos experimentados presentan similitudes evidentes. En particular, una historia comparada de las dinámicas de desarrollo en el sur de Chile y Argentina permite encontrar elementos comunes y diferencias muy relevantes, ayudando a entender mejor qué significa todo esto para Chile; la especialización productiva, la internacionalización y transnacionalización del sur argentino (la fruta en el Alto Valle del río Negro), con todos los problemas que ha enfrentado en las últimas décadas, anticipan de algún modo dificultades y desafíos que en el sur chileno están todavía escasamente presentes.

Aspectos como el trabajo temporero, innovación productiva, apoyo estatal, mercados nacionales e internacionales, crisis económicas, transnacionalización, desarrollo energético, etc., han sido profusamente estudiados en las últimas décadas en Argentina. Toda esa experiencia histórica de una economía regional inmediata debe ser estudiada y comprendida en el sur de Chile (Almonacid, 2018; Bendini & Tsakoumagkos, 1999; Bendini & Steimbreger, 2003; Bendini & Alemany, 2004; Bendini, 2005; Bendini, Murmis & Tsakoumagkos, 2009; Bendini & Tsakoumagkos, 2012; Bendini, Steimbreger, Radonich & Tsakoumagkos, 2012; Mastrangelo & Trpin, 2011).

Por último, el mayor cambio que ha experimentado la economía silvoagropecuaria del sur de Chile es justamente que la economía sureña ha ido perdiendo ese carácter, especialmente desde los años noventa. Junto a las actividades silvoagropecuarias, tradicionales, el mundo rural ha comenzado a ser el espacio de otras actividades económicas. Uno de los factores relacionados con esto es la disminución de la población rural, por diferentes razones; tecnológicas, productivas y culturales, a lo menos. Hoy en día, cada vez menos personas viven y trabajan en el campo. La mayoría de quienes se desempeñan en la agricultura y otras actividades, viajan de la ciudad al campo, porque prefieren las comodidades o los servicios que entrega la vida urbana. Además, la propia crisis de los rubros productivos tradicionales, ha facilitado el surgimiento del turismo, en sus diferentes manifestaciones, el crecimiento de la subdivisión de predios para formar parcelas de agrado, para residentes ocasionales o para quienes migran al campo buscando llevar una vida más tranquila, con la posibilidad cada vez más extendida de contar con todos los servicios urbanos básicos, y sin que necesariamente ello signifique el desarrollo de alguna actividad agrícola (Robles, 2018). Por otro lado, la tierra se ha convertido en un recurso valioso para otros fines económicos, lo que debe ser comprendido como parte de las transformaciones experimentadas por el propio capitalismo neoliberal globalizado (Borras et al., 2012; Hodge & Adams, 2014; Kelly, 2011; Paniagua, 2012; Peluso & Lund, 2011). La tierra es cada vez más un bien para la especulación financiera. Asimismo, puede destinarse a proyectos turísticos de alto nivel y al conservacionismo, por ejemplo.

Además, los espacios rurales del sur de Chile se han convertido en un medio para la generación de energía. Tanto de megaproyectos hidroeléctricos, como de una variedad de proyectos de energía renovable no convencional (bioenergía con biomasa, eólica, microcentrales hidroeléctricas). Hoy en día, los valores pagados por la tierra para la agricultura o para la generación de energía no tienen comparación (González, 2018). En este sentido, todas las riberas de ríos y las zonas montañosas han pasado a tener un valor económico mucho mayor solo por esta razón.

En este libro estudiamos lo que está sucediendo con la generación de bioenergía en la Araucanía. La situación no puede ser más paradigmática, un resumen de los cambios que está enfrentando la zona, pues estos nuevos usos del territorio se dan en el mismo espacio donde se desarrolla la agricultura comercial, la tradicional y la de exportación, donde hay empresas forestales en conflicto con comunidades indígenas, donde se levantan proyectos inmobiliarios de todo tipo y donde crece el turismo. Evidentemente, un mismo territorio no puede ser el espacio para el desarrollo de todas esas actividades. Obligatoriamente, ellas entran en pugna, enfrentando a las comunidades locales con las empresas y con el Estado, el que generalmente avala muchos de estos proyectos. Los recursos son finitos, la tierra y el agua en particular, y los efectos de un uso excesivo de estos recursos naturales son ya evidentes. De este modo, tanto el Estado, como la sociedad local, están enfrentados a disyuntivas históricas sobre las alternativas a seguir, respecto al uso de los espacios rurales. El resultado puede ser anticipado, pero en gran parte siguen estando disponibles opciones de desarrollo que deben ser asumidas. En este sentido, esperamos que este libro pueda contribuir a ese debate.

Referencias

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Neoliberalismo y globalización en la agricultura del sur de Chile, 1973-2019

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