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Prelusión

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§ I.

Este libro toma su curso a partir del destino epocal de los Póstumos que, en el presente, son los amos del mundo tras devastar el imperio humano. Se pueden argüir fechas tentativas para el ocaso de Homo: según lo que Friedrich Nietzsche había calificado como “el falso cómputo del tiempo (der falschen Zeitrechnung)” correspondería, exactamente, al 30 de septiembre de 1888 día en que el filósofo terminó la redacción de El Anticristo (Nietzsche, 1988a: 254). Un nuevo eón tuvo entonces su comienzo. Sin embargo, no fue el Übermensch lo que sobrevino sino la forma más despiadada de nihilismo que haya asolado la faz de la Tierra en cualquiera de sus ciclos históricos precedentes. La axiomática cosmológica es, asimismo y en grado primario, una respuesta a este dominio omnicomprensivo.

§ II.

Un hito de insondable espesor histórico nos es relatado por el historiador bizantino Nicetas Choniates, invaluable testigo, cuando refiere que, durante el saqueo de Constantinopla en el mes de abril del año 1204, los cruzados latinos se encontraron con el cadáver del emperador Justiniano (tòn nekròn Ioustinianoû toû Basiléos) que había sobrevivido, incorrupto (aparalúmanton) por setecientos años fruto del aislamiento al que su tumba había sido escrupulosamente sometida (Nicetas Choniates, 1835: 855-856). Los cruzados forzaron y dilapidaron el sepulcro sin dubitación alguna. Justiniano había decretado el oprobioso cierre de la última escuela de la filosofía antigua y, al mismo tiempo, había preservado el corpus jurídico romano bajo ropajes cristianos. En este punto, la Cuarta Cruzada diezmó con perfidia el esplendor bizantino y selló la ruina de la más refinada supervivencia que el mundo antiguo había podido conocer bajo una forma cristiana. La auténtica semilla del Mundo Moderno había sido plantada entonces aún si los efectos tardarían todavía algunos siglos más en tornarse tan visibles como ineluctables.

Así, durante los tiempos tenebrosos de la guerra de Esmalcalda se forjó, en torno al emperador Carlos V, una de sus tantas leyendas. Ante la tumba de Lutero, cuando le pidieron que hiciese arrojar a la hoguera los restos de su enemigo, el monarca habría respondido: “yo hago la guerra contra los vivos, no contra los muertos”. El tiempo presente, bajo la égida de los Póstumos, ha dejado atrás los últimos preceptos políticos de la Era Moderna; hoy en día, tiene lugar ante un mundo que no percibe la transformación ontológico-histórica en curso, una guerra feroz: los vivos han decidido combatir contra los muertos. Las imprevisibles consecuencias de tamaña conflagración decidirán sobre el carácter metafísico del eón que advendrá.

§ III.

La perentoriedad dialéctica de Ulrich von Wilamowitz-Moellendorff le valió que, las más de las veces, los demi-habiles no tomaran sus juicios con la debida seriedad. Al despuntar el siglo XX, no le faltaba razón a Wilamowitz cuando estimaba que, gracias a sus exhortaciones críticas, Nietzsche había concluido por abandonar la filología académica en tanto ciencia (Wissenschaft). Con todo, la historia reservaría para Wilamowitz la amarga ironía de que, en tan sólo el transcurrir de algunas décadas, la Wissenschaft pasaría a ser considerada una desusada pieza de museo destinada a la demolición junto al entero edificio de las Humanidades que la filología había sabido fundar. Aun así, su ponderación oracular sobre Nietzsche conservó toda la justeza de su drama, pues el filólogo era de la creencia según la cual el filósofo se había convertido en el profeta de un religión irreligiosa (irreligiöse Religion) y de una filosofía no filosófica (unphilosophische Philosophie). Un desplazamiento conceptual más y quizá habría podido decir que, con la figura de Nietzsche, tanto la religión como la filosofía habían encontrado la amenaza de su ocaso definitivo. La lucidez de Wilamowitz no vacila en atribuir estos hechos epocales al daímon (Dämon) que presidía la vida de Nietzsche y, cabe entonces deducir, una crono-demonología secretamente conspiraba contra el Espíritu de la Historia feneciente. Es materia conocida, concluye Wilamowitz, que Nietzsche blasfemó contra Sócrates y el cristianismo. Sólo resta apreciar, pensaba entonces el filólogo, si el futuro (Zukunft) le dará la victoria (Sieg) que el filósofo había predicho para sí mismo (Wilamowitz-Moellendorf, 1928: 130). La batalla se libró y la Historia se estremeció cuando los daímones destronaron al Espíritu. Los Póstumos triunfaron y, en cierta forma, tanto Nietzsche como Wilamowitz vieron sus esperanzas frustradas. La hora parece estar madura para adentrarse en el inframundo que ha surgido en lugar del irremediablemente perdido ecosistema geodésico de Homo y trazar la geografía del Cosmos que se avizora en medio de la desolación.

Summa Cosmologiae - Breve tratado (político) de inmortalidad

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