Читать книгу La Tercera Parca - Federico Betti, Federico Betti - Страница 5
ОглавлениеIII
La comprobación del material con respecto a Daniele Santopietro seguía adelante sin que Zamagni y Finocchi encontrasen nada aparentemente útil para comprender la conexión que podía haber entre este criminal y la Voz.
–¿Crees que podríamos hacer un trabajo cruzado? –propuso el agente Finocchi, llegados a un cierto punto.
–¿Qué quieres decir? –preguntó el inspector.
–Podríamos alternar este trabajo de oficina que ya estamos desenvolviendo con un trabajo más dinámico, por ejemplo hablando con personas que hayan conocido a Santopietro o que, de alguna manera, hayan tenido que ver con él –explicó Marco Finocchi –¿Todavía tenemos la dirección del piso en el que se encontraba Santopietro al comienzo de la investigación que llevó luego a su muerte?
–¿A la que fue Alice Dane? –preguntó Zamagni.
El agente asintió.
–Seguramente, sí –dijo el inspector –Estará escrito en el informe del caso.
–Perfecto. Por lo tanto en esa dirección puede haber alguien que todavía se acuerda de Santopietro y que sabría darnos alguna información útil.
–También podríamos intentar seguir ese camino, a pesar de que existe una probabilidad bastante baja de que lleguemos a algún sitio.
–Ahora ya somos expertos en la búsqueda de agujas en los pajares, ¿no?
El agente se refería a la investigación sobre Marco Mezzogori cuando, para buscar al culpable, habían ojeado los diarios del muchacho hemiplégico quedándose a trabajar incluso hasta bien entrada la noche.
–Es verdad –asintió Zamagni –pero primero debemos hablar con el capitán. Por lo menos deberá ser informado sobre esto.
–Entonces, vamos –lo exhortó Finocchi.
Dejando sobre el escritorio todas las cosas desordenadas Zamagni y el agente fueron a buscar al capitán para contarle su propuesta.
Se cruzaron con él en el pasillo que llevaba a su oficina y le dijeron que le querían hablar. Los tres continuaron hasta la oficina del capitán, luego Finocchi cerró la puerta a sus espaldas y el inspector explicó lo que habían pensado hacer.
–Cada camino puede ser bueno –dijo Luzzi después de que el inspector hubiera terminado de exponer su idea –pero recordemos que ahora ya nuestro objetivo es encontrar a la Voz y que cada recurso, temporal o de otro tipo, debe apuntar a este objetivo. Por el momento no tenemos nada que nos pueda llevar en una dirección o hacia otra, por lo tanto cada idea puede ser la correcta. Lo importante es no perder de visto nuestra meta final.
Zamagni y Finocchi asintieron.
–Mientras tanto, volved a revolver en aquellas cajas, ya iréis mañana a hablar con las otras personas que habitan en el edificio donde hemos encontrado a Santopietro la primera vez –respondió Luzzi –Allí podrá haber algo que nos pueda ayudar a encontrar una conexión entre Santopietro y la Voz. Si realmente los dos se conocían, deberemos hallar una pista.
–Haremos todo lo posible, como siempre –concluyó el agente Finocchi saliendo de la oficina y volviendo a cerrar la puerta a sus espaldas por segunda vez en poco tiempo.
Independientemente del material que recibirían en los días sucesivos, lo que ya tenían a su disposición parecía mucho pero, de todas formas, aunque seguían hurgando no encontraban nada aparentemente útil para su investigación.
Y los interrogantes aumentaban: ¿estaban realmente seguros de que aquellas indagaciones les llevarían a algún sitio o estarían perdiendo un tiempo valioso? ¿Qué podrían encontrar, en aquellas cajas, que tuviese, aunque fuese una mínima utilidad, para encontrar a la Voz?
Los efectos personales de Santopietro parecían ser sólo objetos que podrían haber pertenecido a cualquiera.
A continuación, a Zamagni le volvieron a la mente el libro rojo y el artilugio que, por el informe de Alice Dane, el criminal utilizaba para mantener atadas a sus víctimas.
–Deberemos preguntar al capitán para hacernos con estas dos cosas –dijo Finocchi, asintiendo en dirección al inspector.
Después de un par de horas de búsquedas infructuosas, los dos hicieron una última pausa para comer algo y exponer su petición al capitán.
Fueron al bar cercano a la comisaría para consumir velozmente un bocadillo, luego volvieron y encontraron a Giorgio Luzzi en su oficina.
Cuando Zamagni terminó de explicar su idea, el capitán consintió y aseguró que haría buscar el libro rojo en los archivos de la policía y añadió que para el artilugio al que se refería el inspector se informaría con respecto a dónde habrían podido verlo.
–Probablemente ha sido llevado a un almacén de nuestra propiedad en algún sitio fuera de la ciudad, de todas formas os haré saber el lugar exacto en el que encontrarlo.
Zamagni y Finocchi le dieron las gracias, luego volvieron de nuevo al escritorio del inspector y, cuando llegó la noche, dejaron la comisaría sin haber encontrado todavía nada que pudiese servir de pista para encontrar a la Voz.
Después de llegar a su apartamento en San Lazzaro di Savena, Stefano Zamagni se preparó una cena rápida con pan ácimo y una ensalada mixta, y se puso en el sofá del salón a mirar el telediario.
En los veinte minutos siguientes escuchó noticias de política, economía y sucesos locales.
La noticia más destacada fue la liberación de algunos detenidos de la cárcel de la Dozza debido a una reducción de la pena por buena conducta, luego el periodista habló de un par de accidentes de tráfico provinciales que afortunadamente no habían causado daños personales, de un excursionista que había llamado a los socorristas en el Corno alle Scale porque se había perdido saliendo de un sendero señalizado del C.A.I. y otras noticias de menor importancia.
Cuando llegaron las noticias deportivas, Zamagni apagó el televisor, lavó los cubiertos, puso un poco de orden en el apartamento y a las diez de la noche decidió irse a dormir para estar en forma a la mañana siguiente.
El trabajo de investigación que estaban haciendo lo cansaba mucho, sobre todo porque parecía que no produjese ningún resultado.
Antes de dormirse volvió a pensar en una frase que había dicho Marco Finocchi: ellos estaban habituados a buscar agujas en los pajares. De todos modos, esto le produjo una nueva fuerza nerviosa y determinación para continuar con aquella parte de la investigación.
El hombre era consciente de que en los días sucesivos su trabajo no sería nada fácil, por lo que decidió gozar del último día en Sevilla respirando el aire andaluz, dando un paseo entre las calles y terminando la velada saboreando un buen número de tapas a un coste irrisorio.
Siempre había mucha gente caminando por la ciudad, quien para ir de compras, quien para ir a beber algo a un bar, quien, simplemente, por placer de vivir la capital andaluza, y él se sentía muy contento de poder mezclarse con la gente del lugar bajo su aureola de anonimato.
Hacia las ocho de la noche, horario de aperitivo para los españoles, fue al Dos de Mayo que, a decir de muchos era el mejor local de Sevilla donde poder degustar una óptima cocina local.
Cuando llegó, prácticamente poco después del horario de apertura, había ya bastante gente a pesar de que fuese un día entre semana.
Ordenó varias tapas, que retiró personalmente de vez en cuando en la barra, y las pasó con un tubo de cerveza.
Un par de horas más tarde fue a pagar la cuenta y volvió a su apartamento para los últimos preparativos antes de partir para Italia, disgustado por debía dejar Andalucía pero consciente de que pronto regresaría.