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V

A la mañana siguiente el inspector Zamagni y Marco Finocchi abandonaron pronto la comisaría para ir a la periferia a un depósito de la policía.

Cuando llegaron estaba esperándoles el vigilante, un hombre de unos sesenta años que trabajaba en aquel lugar desde hacía ya más de un decenio y que había visto pasar delante de sus ojos los más diversos objetos embargados en el curso de las investigaciones, accidentes y otras ocasiones en las que los agentes de policía creían era necesario incautar algo.

–Buenos días, inspector –dijo el hombre.

Zamagni y Finocchi lo saludaron a su vez, luego fueron acompañados al interior del local.

Se trataba de un almacén de grandes dimensiones, esencial en lo que podía ser definido como mobiliario.

–Por aquí.

El vigilante los guió entre coches accidentados, objetos de todas las dimensiones y de las utilidades más dispares, efectos personales diversos, todos subdivididos y ordenadamente dispuestos en el área.

Cada cosa era catalogada e identificada por un número progresivo, de manera que se pudiese encontrar fácilmente, dentro de unos archivos de unos centímetros de alto y colocados en orden en muebles lacados de color negro puestos al fondo del depósito.

–Me han dicho que vosotros estáis aquí para ver en concreto dos cosas –dijo el vigilante después de unos minutos de silencio en los que los tres sólo habían caminado.

Para llegar al fondo del depósito pasaron primero por una zona que parecía un aparcamiento lleno de automóviles confiscados, luego por en medio de unas estanterías de algunos metros de alto.

Y a los lados del depósito había otras habitaciones, todas adaptadas al mismo fin.

–Debemos buscar el 134 y el 528 –explicó el vigilante cogiendo el primer registro –que se encuentran respectivamente... veamos un momento... ¡aquí están! Localización AB004 y H000... parecen letras y números puestos al azar pero en realidad tienen un significado: la primera letra indica un pasillo y el número indica el piso de una estantería. H000 quiere decir que lo que buscamos está en la zona H a la altura del suelo, de hecho se trata de algo de grandes dimensiones, que ha sido puesto en una habitación en la que no existen pasillos ni estanterías.

Los dos policías siguieron al vigilante sin decir nada.

–Ahora estamos yendo a buscar el 528 –dijo el vigilante.

Cuando llegaron a donde encontrarían lo que estaban buscando el hombre cogió una escalera provista de ruedas y subió hasta lo alto de la estantería.

–¡Encontrado! –exclamó, luego descendió hasta el suelo y entregó el objeto al inspector: se trataba del libro rojo que Zamagni había encontrado sobre el suelo de la bodega del local de Mauro Romani el día en el que se topó con Daniele Santopietro la primera vez.

Tener el libro en la mano le hizo recordar el momento mismo en que lo había hallado más de diez años atrás y las sensaciones que había fomentado el resplandor cegador que surgía de aquel objeto.

Instintivamente el inspector tocó la cubierta de raso y un escalofrío le recorrió la espalda.

–Ahora podemos ir a ver el 134 –dijo el vigilante arrancando al inspector de algunos pensamientos que le habían venido en mente desde que había tenido, durante unos segundos, el libro en sus manos.

Los tres salieron de la habitación y caminaron durante unos minutos sin hablar.

–¡Ya hemos llegado! –dijo al fin el vigilante indicando toda el área –Habéis venido hasta aquí para ver eso.

El hombre estaba señalando el objeto infernal, pensó Zamagni.

Se trataba del artilugio que se encontraba en el interior de la casa de Daniele Santopietro con el cual el criminal, aparentemente, extraía los fluidos corporales a sus víctimas.

–Por desgracia no conseguiréis llevarlo con vosotros –comentó el vigilante –pero podréis volver aquí todas las veces que creáis necesario para volver a ver esta cosa.

–Perfecto –dijo Zamagni.

–En cambio podéis quedaros el libro, pero deberéis firmar en el registro para tomarlo prestado –añadió –por si alguien viniese por casualidad a buscarlo. Debemos saber que lo tenéis vosotros.

Zamagni y Finocchi asintieron, luego siguieron al hombre hasta la entrada del depósito.

–Una firma aquí.

El vigilante estaba indicando al inspector el registro dedicado al retiro de los objetos.

Zamagni firmó, a continuación los dos policías se despidieron y le dieron las gracias al vigilante, saliendo del depósito.

Hacer todo el trayecto hasta la comisaría con el libro rojo en el asiento de atrás del coche tuvo sobre el inspector otro efecto de deja vu, recordándole una vez más aquel día del 2002: en esa ocasión se llevó el libro rojo incluso a casa, a la espera de entregarlo en la comisaría.

Zamagni y Finocchi intercambiaron pocas palabras durante la vuelta y, una vez llegados, pusieron al corriente al capitán, que, finalmente, sólo dijo Buen trabajo.

En ese momento el inspector y Marco Finocchi se tomaron una pausa para intentar comprender mejor en qué manera habría podido serles útil para su investigación aquel libro.

Los dos policías se fueron al escritorio del inspector y este último comenzó a hojear el libro, sin encontrar nada de interesante.

Lo que Zamagni nunca había comprendido era cómo aquel libro pudiese brillar con luz propia.

Al principio, cuando encontró aquel libro en la bodega del bar de Mauro Romani, había pensado que el efecto luminoso pudiese derivar de la fluorescencia de la cubierta pero no era así.

–Este libro producía una luz cegadora –dijo Zamagni al agente Finocchi –pero ahora ya no es así y no entiendo el motivo.

Marco Finocchi asintió, luego se dio cuenta de la presencia de la pequeña nota adhesiva en el interior de la cubierta, justo después de la última página, y se lo hizo observar al inspector. Era una nota de la policía científica, probablemente de quien había examinado aquel libro para buscar información que hubiese podido ser útil para la investigación que, hacía más de diez años, habían llevado al descubrimiento del desaparecido Daniele Santopietro.

La nota decía:

ATENCIÓN: MECANISMO ELECTRÓNICO EN EL FONDO DE LA CUBIERTA. PULSAR EL BOTÓN HACIA ATRÁS.

¿Qué significaba aquella frase?

Ni Zamagni ni el agente Finocchi habrían podido saberlo sin probarlo, así que, conscientes de que no podía ser nada peligroso, tratándose de una nota de un compañero, el inspector siguió las instrucciones.

Al principio no conseguía entender qué habría tenido que pulsar porque, aparentemente, en la cubierta a la que se refería la nota no había nada, luego, en cambio, se percató de una ligera depresión en un lateral.

Primero lo tocó, para confirmar la impresión que había tenido poco antes, luego hizo una pequeña presión en aquel punto exacto... y el libro rojo se iluminó con un resplandor tal que tanto él como el agente Finocchi debieron cerrar los ojos. Unos segundos después, Zamagni presionó de nuevo sobre el mismo punto y el resplandor se desvaneció.

A continuación, Zamagni apoyó el libro en el escritorio y miró al agente Finocchi.

Los dos quedaron unos segundos sin decir nada, luego el agente rompió el silencio.

–¿Es una especie de efecto especial? –preguntó.

–Parece algo de eso –respondió Zamagni.

–Esto me hace pensar que cualquiera que tenga en sus manos el libro cuando quiere puede encender y apagar la cubierta.

–Eso parecería –asintió el inspector.

–¿Y si esto quería dar la impresión de algo sobrenatural? ¿De inexplicable? –se atrevió a decir Marco Finocchi.

–No lo sé –respondió el inspector después de un momento –realmente, mientras perseguíamos a Santopietro tuvimos que enfrentarnos con algunas cosas aparentemente inexplicables.

El agente se quedó en silencio, como si esperase que Zamagni tuviese la intención de seguir hablando.

–Me vienen a la mente las frases en las paredes que primero estaban y luego desaparecían –volvió a hablar el inspector –o aquella frase en el cielo cuando explotó mi coche.

–¿Podría existir una explicación racional a estas cosas? –preguntó Marco Finocchi.

–Por ahora no sabría responderte –dijo Zamagni –Es verdad que me gustaría que existiese aunque ahora no sé dónde ir para encontrarla.

–Si hubiese una explicación científica, no científica o de cualquier otro tipo, ¿querría decir que alguien tenía intención de volver loco a alguien?

–Efectivamente no podemos excluirlo, considerando lo que ahora sabemos con respecto a este libro –concluyó Zamagni mirando fijamente de nuevo la cubierta roja.

–¿Vamos a contar esto al capitán? –propuso el agente.

El inspector asintió, así que los dos policías se fueron hacia el escritorio de Giorgio Luzzi.

–Vuestra teoría podría ser interesante y no exenta de fundamento –comentó el capitán después de haber escuchado lo que le habían dicho Zamagni y el agente Finocchi.

–¿Por qué nunca nos ha llegado una comunicación con respecto a este libro rojo y a aquel artilugio... infernal... que está guardado en el depósito? –quiso saber el inspector.

–Por un motivo muy simple –respondió Luzzi. –Cuando los hombres de la policía científica terminaron el trabajo Daniele Santopietro ya estaba muerto. Yo mismo pensé que esos resultados no tendrían ya importancia en vuestro trabajo. Como parecía lógico pensar, aparentemente no serviría a nadie saber cómo funcionaba aquella cubierta o aquel.... ¿cómo lo has llamado?... Ah, si.... artilugio infernal.

Zamagni y Finocchi asintieron.

–Ahora, sin embargo, la pregunta que viene a continuación es otra –prosiguió el capitán –Es decir: saber lo que ahora sabemos, ¿cómo puede ayudarnos en la investigación? Conociendo estas cosas, ¿conseguiremos llegar hasta la Voz?

El inspector y el agente Finocchi se intercambiaron una mirada interrogativa, luego miraron de nuevo a Giorgio Luzzi.

–No sabría responderle –dijo el inspector después de unos segundos de silencio.

–Ni tampoco yo, al menos por el momento –respondió el capitán –En este momento no nos queda otra cosa que volver al edificio en el que vivía Santopietro y esperar recuperar alguna información.

–Esperemos que nos puedan resultar también útiles –añadió el agente.

–Ya –asintió Luzzi –ahora idos.

Zamagni y Finocchi se despidieron del capitán y salieron de la oficina cerrando la puerta.

El hombre abrió el sobre que había encontrado en la librería y sacó de él un folio de pequeñas dimensiones doblado por la mitad.

Leyó las pocas palabras que había escritas en el papel.

El mensaje era claro: había anotada una dirección en la que encontraría a Stefano Zamagni.

Aunque en el folio no había sido especificado, conectando aquellas informaciones con la llamada que había recibido cuando se encontraba en Sevilla, el hombre comprendió que Stefano Zamagni tendría las horas contadas gracias a él.

Esta vez, sin embargo, a diferencia de las anteriores, su cliente pretendía algo más: en el papel estaba anotada la hora de la muerte.

El hombre volvió a doblar el folio, lo volvió a poner en el sobre y puso todo en un bolsillo de los pantalones.

Un nombre, una dirección y un hora... ¡es realmente inteligente!, pensó el hombre. A primera vista parece un mensaje sencillo, casi banal, y sobre todo inocuo. Nadie lo sabría descifrar por lo que es en realidad.

En el interior del sobre había también una nota adhesiva: era el aviso de llegada de un repartidor con una segunda fecha para una nueva entrega.

El resto de la jornada transcurrió sin problemas de ningún tipo. Una tarde tranquila seguida de una velada también tranquila.

Se fue a dormir cuando faltaban poco menos de veinte minutos para medianoche.

Todavía tendría algunos días de descanso antes de ese trabajo, así que hizo las cosas con calma, consciente de que podría permitirse trasnochar si hubiese querido.

El inspector Zamagni y el agente Finocchi volvieron al edificio en el que había vivido Daniele Santopietro cuando ya habían pasado las cinco de la tarde.

Su intención era la de conseguir hablar con la familia que ocupaba en este momento el apartamento que había sido habitado anteriormente por el criminal y, si fuese posible, recolectar el mayor número de información entre los otros vecinos, en particular modo de los que habitaban en ese edificio en el mismo período en que había estado Santopietro.

Como habían sabido con antelación por otro vecino, la familia que habitualmente ocupaba el apartamento donde había habitado Santopietro estaba allí desde hacía pocos años. Zamagni y Finocchi tuvieron la oportunidad de hablar directamente con el marido y la esposa mientras que, en ese momento, los dos hijos se encontraban fuera de casa, y los dos cónyuges pudieron sólo confirmar de no ser de gran ayuda. Esto también porque, en aquella época, compraron el apartamento a través del anuncio de una agencia inmobiliaria y, por lo que sabían del ex propietario, se había perdido la pista. Se rumoreaba que se había transferido al extranjero, probablemente a Australia con unos parientes, pero, aunque la policía hubiese removido Roma con Santiago, no estaba garantizado poder encontrarlo porque se trataba, de todas formas, de un hombre muy anciano que podría ya haber muerto a causa de su edad avanzada.

Como era habitual, el inspector preguntó a los dos cónyuges que le informasen si por casualidad se acordaban de algún detalle que podría ser útil para la investigación en curso, así que interrogaron de nuevo a otros vecinos, consiguiendo hablar, de esta manera, también con Mariano Bonfigioli y la mujer y con una pareja de ancianos que no estaban presentes durante su anterior visita al edificio.

De esta forma se enteraron de que, posiblemente, en el período en el que Santopietro habitaba en aquel edificio, se hicieron algunos trabajos en el hueco de la escalera, que habían creado no poco disgusto entre los vecinos mismos. Por lo que recordaban los vecinos interpelados, durante esas labores se instalaron algunas videocámaras que a continuación fueron desactivadas pocos meses más tarde.

El motivo de la desactivación, por lo que había dicho el administrador, era el excesivo coste del mantenimiento del servicio.

–¿Podemos conocer el nombre del administrador? –preguntó Zamagni.

–Se llamaba Dante Tarterini –respondió el marido –pero creo que ya no ejerce la profesión. Creo que se ha jubilado. De todas formas, no es ya el administrador de este edificio. Ahora lo lleva Pierpaolo Maurizzi.

Zamagni y Finocchi le dieron las gracias a los vecinos por el tiempo que les habían dedicado y se despidieron, recordando que cualquier noticia aparentemente digna de ser recordada sería bienvenida para la investigación que estaban llevando a cabo.

La Tercera Parca

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