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VI

Al día siguiente, después de hacer el balance de la situación con el capitán Luzzi con respecto a la investigación sobre el pasado de Daniele Santopietro, Stefano Zamagni y el agente Marco Finocchi se fueron a ver al administrador del edificio en el que el criminal había vivido durante un cierto tiempo, antes de desaparecer en la nada.

Después de una llamada telefónica para saber si podrían pasar para tener una pequeña charla, los dos policías se presentaron en las oficinas del estudio del administración Maurizzi y fueron recibidos por una empleada que les hizo sentar a la espera de que el administrador estuviese libre.

–Serán sólo unos pocos minutos –explicó la mujer y la previsión fue correcta.

–Encantados de conocerles –les saludó el administrador –¿A qué debemos vuestra visita? A parte de los controles rutinarios de la Guardia di Finanza1 nunca me había ocurrido que en nuestras oficinas llegasen las fuerzas del orden por otros motivos.

El inspector Zamagni explicó que su visita tenía que ver con el edificio que ellos administraban desde hacía años, luego, cuando él y el agente Finocchi se encontraron en la oficina del administrador, pasó también a contarle los detalles.

–Me deben perdonar, pero han pasado más de diez años desde los hechos que me estáis contando –dijo el hombre –y, realmente, no me acuerdo exactamente de este detalle con respecto a la instalación de tele cámaras. Imagino, de todos modos, que se haya tratado de una instalación a raíz de una asamblea y debido a motivos de seguridad.

–¿Tiene una forma de comprobarlo? –preguntó Zamagni.

–Claro, pero necesito unos días –respondió el administrador –Debo recuperar la información del archivo y remontarme a diez años atrás.

–De acuerdo –le complació el inspector –Podemos darle dos días. ¿Cree que serán suficientes?

–Quizás es poco tiempo pero veremos qué puedo hacer.

Zamagni y Finocchi le dieron las gracias, a continuación abandonaron el estudio de administración y volvieron a la calle.

Esa tarde, el administrador comprobó la documentación del edificio en cuestión y, cuando se dio cuenta de lo que le habían pedido los policías, se acordó de un detalle y llamó por teléfono con la esperanza de que aquel número de teléfono móvil estuviese todavía activo.

El regreso del inspector Zamagni y del agente Finocchi hacia la comisaría se vio frenado por un accidente.

Cuando transitaban por el inicio de la vía Saffi, los dos policías vieron un atasco y se pusieron a la cola.

Un poco más adelante se veían las luces intermitentes de una ambulancia y de un coche de la policía municipal.

A la espera de que el tráfico se desplazase en aquel punto, aunque fuese lentamente, una persona fue metida en la ambulancia y esta partió con las sirenas a todo meter justo después.

Por lo que se podía entender, un automovilista había embestido a un peatón en el paso de cebra y, en cuanto llegaron al lugar exacto del accidente, Zamagni se identificó con un agente de la policía municipal y le preguntó si todo estaba resuelto.

–El hombre que ha sido atropellado probablemente esté llegando a Urgencias del Hospital Maggiore en estos momentos –explicó el policía municipal –mientras que al automovilista le ha caído una multa, sólo para empezar, luego ya se verá cómo se desarrollarán las condiciones de la persona atropellada.

Zamagni le dio las gracias por la información esperando que todo concluyese de la mejor manera.

Dejando a la espalda el lugar del accidente, los dos policías llegaron a la comisaría y, después de explicar al capitán Luzzi el motivo de su retraso, comenzaron a ponerlo al día con respecto a su coloquio con el administrador Maurizzi.

–Sinceramente espero que estas búsquedas nos puedan llevar a la identificación de la Voz –admitió el capitán, asintiendo. –A veces se me ocurre pensar que pueden resultar inútiles e infructuosas pero, por otra parte, me doy cuenta de que no es fácil rastrear a una persona cuando las únicas referencias que tenemos son un criminal muerto y alguien que ha escuchado la Voz sólo por teléfono.

–Seguramente es muy difícil hacer una identificación –concordó el inspector –pero podemos usar sólo los datos que tenemos en mano, y son pocas, y luego los que consigamos obtener.

–Ya... bueno, ahora salid de aquí e id a descansar –les despidió Giorgio Luzzi. –Mañana será otro día y decidiremos cómo proceder.

–De acuerdo. Gracias.

Zamagni y Finocchi salieron de la oficina del capitán dándole las buenas noches.

El hombre tenía consigo la dirección del inspector Zamagni y así, poseyendo todavía un día antes de deber cumplir la petición de su cliente, fue a investigar in situ.

Avenida della Reppublica en San Lazzaro di Savena era una calle bastante frecuentada, por lo menos en las horas diurnas, con coches que iban y venían en las dos direcciones y peatones que la recorrían por las aceras y bajo los tramos de los porches.

Gracias a una rápida búsqueda en Internet había visto que la dirección que le interesaba se encontraba en la extremidad opuesta, cerca de vía Jussi, pero él, para hacerse una idea más precisa de la zona, entró en la calle por la parte opuesta.

Al principio vio un parque público a la derecha y varios negocios a la izquierda, luego los negocios se alternaban con edificios a ambos lados.

Vio también un bar, a primera vista bastante frecuentado, así que continuó por la carretera para llegar a su destino, más o menos enfrente de un supermercado de medianas dimensiones.

Atravesada la calle, que en aquel punto en el centro tenía también una placita peatonal alrededor de la cual discurría el tráfico rodado, el hombre llegó delante del número 96 y, poniendo cuidado en que nadie lo viese o de llamar la atención de posibles peatones, cogió el aviso de llegada del repartidor y lo pegó al panel de los timbres de aquel edificio.

En ese momento, volvió a la parte opuesta de la avenida della Reppublica y se apostó en un sitio desde donde podría tener una buena visibilidad del otro lado de la calle.

Al volver a su apartamento cogió el ordenador portátil, se conectó al sitio web de Youtube e hizo una búsqueda rápida. Entre los primeros resultados encontró aquel que le interesaba, así que cogió la pequeña grabadora de bolsillo, volvió a poner el vídeo y encendió la grabadora.

Después de unas cuantas tentativas, el hombre decidió que la grabación hecha era adecuada para el uso que debería hacer con ella.

Aquella noche, cuando volvió a casa, el inspector Zamagni encontró en el panel de los timbres un aviso de llegada por parte de un repartidor. Dándose cuenta de que no esperaba nada, se preguntó qué le habrían enviado y quién lo habría hecho.

En el aviso estaba señalada también una nueva fecha de entrega, dos días después a las seis de la tarde.

Tomando nota de la información y teniendo todavía en la cabeza la cuestión con respecto al remitente y el objeto que recibiría, el inspector subió las escaleras y entró en su apartamento sin saber que alguien lo estaba observando.

Durante la cena, el inspector miró el telediario y, entre todas las noticias, le llamó la atención especialmente la que tenía que ver con un accidente de tráfico ocurrido al comienzo de la vía Saffi en las que un hombre había sido atropellado por un coche.

Enseguida se percató de que era aquel con el que se habían encontrado al volver a comisaría.

–El hombre atropellado –había añadido el periodista –el día anterior había salido de prisión, donde se encontraba porque hacía exactamente un mes había atracado una joyería en vía san Felice.

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