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PROYECTO VACUNA

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Dormí poco, pero soñé con Planes. Su discurso era el sueño: acá deseamos a la mujer perfecta, decía. Un dios femenino que no se impaciente. Un cuerpo exento de especulaciones. No queremos cándidas recién nacidas al deseo. Acá nos importa que la mujer tenga pasado. Algo que ha sobrevivido es garantía de perseverancia. La elegida será eterna pero no infinita. La codicia vencerá al tiempo.

Me despierto mal, sobresaltado, y busco la palabra Deseo en el diccionario de mamá. Resulta hija de Desidia.

Me encuentro con mi tío Evaristo. Está nervioso. Superado, dice. La misión es grande y él se siente afuera. Quiere estar a la altura, no defraudar al Estado antes de la jubilación. La cara se le va para cualquier lado, elástica. Cada ceja dice algo. Tomamos café y fumamos bien lejos de la puerta. No le doy ánimo. Lo miro como si fuera lluvia. Queda un poco de su baba en el cigarrillo. Parece que fuera a tragarlo de una sola pitada. Es muy parecido a papá, pero más refinado. El poco pelo que le queda resulta inofensivo. Ya ni se intuye el rojo virulento. El olor a res muerta de la familia.

Teodolina es lo contrario. Me perturba. Una especie de estatua de carne dejada a la intemperie. Con las tetas al viento. Erizo es nueva. Aún no la observo. Por si se va, o la echan. No voy a perder tiempo mirando una circunstancia. Pero huele fuerte. Imposible no considerarla. Sus sobacos despiden un tufo amargo. Una guerrita doméstica sucede en esas axilas. Nunca gana el desodorante.

Planes hace entrega de la lista. Las quince mujeres ahora son números. Y nos advierte: nada de familiaridad. Las vacunadas se mantendrán a distancia. La que no llega se descarta sin concesiones ni opinión al respecto. Mis señoras son 13, 5, 9, 4 y 12. Los números en desorden me alteran pero no puedo modificarlos. Tomo doble gragea de ginseng. Llegarán a mi oficina en diez minutos. Me paso por los labios una vaselina blanca que me contagia su nulidad. Así las espero, como un ser sin coloración. Las pondré en fila, frente a sillas numeradas.

Buenas tardes, digo sin mirarlas. Pueden sentarse. Soy Jacinto Cifuentes, encargado de Registro. A partir de hoy, ustedes ya no serán quienes eran. Ahora son Trece, Cinco, Nueve, Cuatro y Doce. Cada cama con su número. Los objetos personales también.

Hago una pausa. Tomo un sorbo de agua. Les digo que su participación será limitada pero que deben desplegar toda su capacidad para superarse a sí mismas. Que es de vital importancia para ellas aprobar el Test completo. Los lunes me ocuparé de Trece, los martes de Cinco, miércoles de Nueve, jueves, Cuatro y viernes, Doce. El fin de semana será libre dentro de los márgenes del sector. Cada una deberá revertir sus dificultades y conservar intactas las virtudes. La primera que logre los Catorce Sí será liberada de la rutina y formará parte de la selección final. ¿Alguna pregunta? Las señoras permanecen inalterables. Comienzo a pensar que no han entendido. ¿Me dieron un grupo de taradas?

Señora Cuatro, comienzo por usted. Hoy es jueves. Póngase de pie, por favor. Me mira con asco. Ha entendido, escucha. Pero no se mueve. Señora Cuatro, póngase de pie. Dice que no puede. ¿No puede o no quiere? Soy paralítica, dice. Y qué hace acá. No sé. Quién le hizo el Test. Una gordita, dice. ¿Y usted le advirtió que no se podía mover? No responde. ¿Le mintió a Teodolina? No, dice, y levanta un brazo. Me muevo de la cintura para arriba. ¿Y cómo entró a la habitación? Me trajo un señor. Discúlpeme, pero usted no puede estar acá. ¿Lo suyo es permanente? No sé, me dice. ¿Nació impedida? No. En ese caso, trabajaremos su postura. Tenemos unos días, aún. Pero siento ganas de eliminarla. Contengasé, me dice.

Media hora después de despacharlas, me introduzco en la oficina de Planes. A esa hora no hay nadie. Reviso mi legajo y leo que mi carácter está en duda. Que he manifestado comportamientos extraños: mutismo, quejas, soledad y risa no solicitada. Busco informes de los demás, no quiero ser el único con problemas. Pero de Teodolina dicen Impecable. Sobre mi tío, resaltan su buena actitud y un Parkinson galopante. Parece que solo le queda un mes en actividad y luego, el retiro. No sé quién escribe los informes. Me molesta no ser yo. Lo habría hecho por un extra en mi bonificación mensual. Quiero ahorrar para cuando sea libre o viejo. El trabajo es un engaño de juventud.

Extraigo al azar una carpeta del escritorio para leer en el baño. Encuentro cierto interés en inmiscuirme. Hace mucho que nada me genera un atisbo de adrenalina. Desde mis días con Mona, nada me conmueve. Ha pasado mucho tiempo.

Sentado en el inodoro, encuentro notas clasificadas como RIESGO, en las que se informa que miles de expedientes con demandas de toda índole amenazan con derrumbar esta sede. El edificio está excedido de peso. Acá también funciona el Tribunal y conviven más de cien mil expedientes con setecientos reclusos. En el Anexo están los dormitorios de abogados, doctores estatales y enfermeras provinciales, así como las mujeres seleccionadas para el Proyecto. También cocineros y señoras de la limpieza. Los administrativos dormimos en galpón aparte.

El edificio principal está en peligro por el exceso de papel y la cercanía de alcohol y fumadores compulsivos. Un grupo de empleados reclama a la Cámara que se decrete feriado judicial para trasladar las carpetas. Sin embargo, el director de la Junta, licenciado Alejo Pirez, sostiene que sería una solución tramposa, ya que con la cantidad de causas que se reciben a diario, el inmueble volvería a colapsar. Por el contrario, propone la construcción de un Anexo del Anexo y la contratación de setenta secretarias nuevas para pasar en limpio las demandas recientes y destruir las vencidas.

Del Proyecto, nada. Defeco mientras leo datos absurdos sobre metros de papel despilfarrados o tinta en malas condiciones para máquinas eléctricas. Historias de reclusas recién juzgadas, con la sentencia aún caliente, que retozan con fiscales. Romances entre abogados y ascensoristas, magistrados y verdugos. Disfunciones sexuales presentadas con palabrería tosca.

Me limpio y tiro de la cadena. Cuando salgo del baño para devolver la carpeta, encuentro la puerta de Planes cerrada y voces en el interior. Decido quemar los papeles en el inodoro. Mientras estoy en pleno proceso, escucho que alguien entra. No se puede fumar acá, me reclama con voz gangosa. Me disculpo, pero la voz insiste. Los vicios a Buenos Aires, exige. Escucho su chorrito entrecortado, enfermo, abandonando la vejiga como un canal que no termina de concretarse. Nada que ver con el carácter del desconocido, su orina es una contradicción. Finalmente escucho que se sube el cierre, y un portazo poco civilizado. Las solapas tardan en arder.

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