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Ensayo filosófico sobre una sociedad adicta
ОглавлениеEl reemplazo de la razón por el deseo se produjo en el tercer cuarto del siglo XX. Luego de la salida del Modernismo, cuyo centro filosófico tenía como concepto al hombre, a la razón, a la palabra y a la política en un estado de innovación permanente basado en la construcción de un futuro mejor, llegó el Posmodernismo, que reemplaza al hombre por la persona, dándole un carácter diferente debido a que, en apariencia, el hombre y la persona son lo mismo. Sin embargo, adelantamos que no lo son.
El hombre en el Modernismo está universalizado, indiferenciado como individuo perteneciente a un grupo étnico, de una especie, sin singularidades propias. En cambio, la persona en el Posmodernismo es alguien totalmente diferenciado, con rostro, con un pensamiento propio y gustos separados del resto, que se diferencia de su grupo étnico y de su época, eligiendo cómo vestir, a qué cultura pertenecer, cómo pensar y hasta elegir cuál es su género, ya que el Posmodernismo transformó al hombre en una persona que incluye la posibilidad de autodefinirse como varón o mujer. Esto produce en la sociedad miles de opiniones diferentes que devienen en la idea de tolerancia. Todos debemos tolerar los pensamientos y las ideas de todos, y aceptar las diferencias. Esta idea, a su vez, linda con «no me importa nada lo que piensa o hace el otro», llevando a la sociedad cada vez más lejos de la empatía y reemplazando a la razón del Modernismo por el deseo, lo cual desemboca en esta sociedad adicta.
La sociedad adicta es un paso posterior a la sociedad Posmoderna, basada en el deseo absoluto de todo y por todo. Ello da lugar a la frase profética de Luca Prodan: 1 «¡No sé lo que quiero, pero lo quiero ya!». Todos se atropellan, tanto en los shoppings como en los medios electrónicos de compras, para adquirir los últimos productos que propone el mercado, sacando a la persona de su rol de persona y poniéndola meramente como consumidor. Somos consumidores, somos usuarios, estamos clasificados, numerados y ubicados en un segmento; estamos categorizados. Ya no pertenecemos a grupos ni a la cultura: pertenecemos a categorías. Somos los pobres, los ricos, los que usan Nike, los que toman cerveza, los veganos, los estéticos, los gays y sus subcategorías, a su vez discriminados entre sí; los neonazis, los que van a la playa en la primera quincena (obviamente, son diferentes de los que van a la playa en la segunda quincena); los que sacan fotos, y sus respectivas subcategorías: los que sacan fotos a los pájaros son muy diferentes de los que sacan fotos a caras o a paisajes o a animales exóticos. Todos estamos diferenciados, todos pertenecemos a tribus categorizadas por gustos que, en su naturaleza más primaria, son deseos. Y estos deseos son los que construyen las nuevas formas culturales.
Acá comienza un debate: ¿el mercado construye productos, estímulos y filosofías para satisfacer la demanda de estos grupos o los consumidores están siendo arrastrados, llevados de una manera que no percibimos, a un estado de deseo, necesidades y, finalmente, al moldeo de personalidades muy específicas basadas en estos deseos y tendencias que no poseía el hombre de la Modernidad ni el de la Posmodernidad? Hay una inteligencia, una ingeniería social que coloca como centro vital el dinero y detrás, todo lo que se adquiere o no se adquiere. Si tenés dinero, «sos» y pertenecés, y si no lo tenés se crea una subcategoría, «los sin dinero», «los sin tierra», «los sin nada», volviendo a categorías que segmentan y clasifican a las personas.
Después tenemos los grandes metarrelatos de esta sociedad adicta, que no hacen más que justificar su proceder e intereses como, por ejemplo, la comisión del Codex Alimentarius, organismo creado en 1961 por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, que justifica la famosa revolución verde de los años setenta y reemplaza los alimentos naturales por los transgénicos, los saborizantes y los suplementos químicos hasta el punto de llevar su discurso a argumentos tales como: «Imagínate si la mayonesa tuviera huevo de verdad, ¿cuántas gallinas deberíamos tener para obtener tantos huevos?». El punto es: ¿los hombres de la Tierra necesitan mayonesa? La respuesta es no.
Y en este «no» categórico podemos desmenuzar cada producto, cada tendencia que consume estos productos, que definen personalidades hechas por los productos y grupos subculturales de consumidores. Podemos pensar que la política, que se supone que es el moldeador de la sociedad, ya no la moldea y ha sido reemplazada por instituciones como la OMC, la ONU, la DEA, la CIA, el Banco de Pagos Internacionales, la OMI, etc.
De este modo, el consumidor es el adicto encubierto por una sociedad que propone el consumismo, normalizando la idea de consumo e incluyendo dentro de una categoría a las personas del «no consumo» bajo una palabra que se utiliza en la nueva y denominada sociedad de la inmediatez: «rara». La persona «rara» es aquella que no consume, que no entra en los cánones de la satisfacción del deseo a toda costa.
Retomando lo anterior, el hombre del Modernismo, devenido en persona en el Posmodernismo y llevado al rol del consumidor en el inmediatismo, transforma los valores sociales en valores del consumo, dándole —libre de todo— paso y lugar al consumo de drogas, alcohol, comida chatarra y de todo aquello que en realidad socava al hombre en sus bases fundamentales que definen al ser humano en lo que es, perdiéndose a sí mismo en esta suerte de sociedad de nuevos valores sobre lo tóxico.
Asimismo, es interesante el concepto del Modernismo del hombre prometeico. Este concepto se basa en una idea de sociedad donde todos los objetivos estaban puestos en el futuro, o sea, en mejorar el presente con la idea de un futuro mejor, a saber: renovado, mejorado y optimizado, conceptos fundamentales de la sociedad y la civilización individualizada.
Esta idea fue reemplazada en el Posmodernismo por el concepto del hombre dionisíaco, centrado en el hedonismo de la persona indiferenciada, tanto de su grupo de origen como de sus pares. Ello le dio carácter a la época (el carácter de posmodernidad), cambiando el paradigma del hombre por persona, basado en el deseo y la satisfacción de todo, pasando a un híper consumo y borrando los límites de las sociedades fundadas en la cultura.
En la actualidad, podríamos decir que tenemos al hombre híper dionisíaco, que va más allá del consumismo porque es un individuo, no ya producto de una sociedad, sino que es una entidad producto de un mercado, que deriva en una sociedad iconoclasta donde la imagen y la superficie es un valor. Y este valor establece categorías sociales, porque «pulir» la superficie es muy caro. Teniendo en cuenta que la superficie del hombre es la piel, aquí aparecen las corrientes del lifting, el peeling y el botox, llevando al individuo a sentirse completo y satisfecho si cumple estos objetivos de estar «pulido y brillante».
Es entonces que todo criterio de profundidad inocultable del ser humano, que siempre estuvo dado por la búsqueda de la espiritualidad o —como en los griegos— por la necesidad de filosofar en función de formularse preguntas para encontrar respuestas, fue reemplazado por las drogas que suplantan la necesidad de profundidad y llenan el vacío espiritual con productos bioquímicos.
Aparece en el inmediatismo esta nueva categoría: las drogas, las cuales generaron un impacto en la sociedad que no estaba previsto en la línea evolutiva del ser humano. Se podría comparar el fenómeno de las drogas con una guerra bacteriológica, que destruye de manera gradual a la especie no solo físicamente sino también en todos los valores, condiciones y tendencias de la evolución que llevó a un cerebro reptiliano antiguo y primitivo, luego a un cerebro mamífero en la época del Cromañón y Neandertal y, finalmente, en los últimos 200.000 años, al desarrollo de la neocorteza.
La neocorteza —que compartimos con los delfines y las ballenas— tiene en su constitución «arquitectónica» cosas tan maravillosas como el mecanismo del lenguaje y la lectura. Tenemos la posibilidad creativa de construir una civilización, comprender la abstracción del tiempo en el fenómeno perceptual del pasado, presente y futuro, la noción de espacio, las matemáticas y hasta el análisis de un universo multidimensional. Y lo logramos utilizando un porcentaje ínfimo, como es el 0,5 % de su capacidad, teniendo en cuenta que este súper cerebro tiene la posibilidad de procesar 400 millones de bytes y solamente usamos 2.000.
Ahora bien, si esta sociedad está creyendo que las drogas como la cocaína, la marihuana y el alcohol son necesarias para potenciar estos factores, estamos tomando un camino equivocado. En verdad, le estamos sacando potencia y capacidades de uso, porque todo estímulo artificial lleva al cerebro a sus funciones más primarias y regresivas: la neocorteza deja de funcionar, activándose el cerebro reptil y el mamífero con funciones primitivas y básicas como, por ejemplo, el deseo y la satisfacción del deseo, que es el sentido primordial del funcionamiento de estos cerebros, lo cual conduce al hombre a una sociedad neurológicamente primitiva y funcionalmente cibernética. Es decir, somos hombres de las cavernas con internet.
En la idea de la putrefacción, la acidificación, lo leudante de nuestros sistemas biológicos a través de los tóxicos, y en este terreno de estados biológicos, de lo irritante y de lo caldeado, nunca encontraremos componentes que faciliten lo creativo y lo evolutivo. Si se quiere lo elegante y lo bello, se requieren los factores opuestos. En efecto, así lo dice el punto de vista neurológico al referirse a la activación de los súper conductores, los súper neurotransmisores que logran una metacognición, conectando y articulando la comprensión del nuevo salto evolutivo para la humanidad. Construir biológicamente un terreno alcalino que, por ejemplo, active los receptores cannabinoides naturales que el cuerpo posee y los neurotransmisores cannabinoides que el cerebro tiene, como las anandamidas, en contrapartida a la propuesta de la oculta sociedad diseñada, aunque esta solo queda oculta a los ojos del hombre común que acepta las propuestas putrefactas y tóxicas en pos de una promesa de desarrollo de sus caracteres creativos, artísticos, ideológicos, filosóficos o técnicos, logrando, por el contrario, una disminución de los potenciales en el individuo.
En nuestra historia tenemos innumerables casos de genios que, por una razón o por otra, han caído en la locura o la autodestrucción, lo cual habla de la disminución de los potenciales. Si a estos mismos genios, el contexto y la propuesta del entorno les hubieran suprimido esas pulsiones autodestructivas, canalizando desde los suministros cualitativamente refinados a estos cerebros, el rendimiento habría estado muy por encima del que dieron. Comparándolo con un deportista de alto rendimiento, si en vez de darle proteína, minerales, oxígeno y descanso le damos cigarrillos, milanesas con papas, cerveza y cocaína, es muy probable que ni siquiera clasifique para una competición. Desde el punto de vista creativo no hay ninguna diferencia entre un maratonista y un pintor, entre un científico y un nadador. Todos debemos optimizar nuestras máquinas biológicas para destrabar las proteínas del ADN que se vuelven articulaciones sofisticadas a la hora de desplegar nuestra excelencia como seres, como individuos creativos, exaltando y mejorando de esta manera a todo el grupo humano.
Así, la propuesta de los tóxicos es un oscurecimiento evolutivo en pos del dominio y del control, como lo describe muy bien Foucault dentro de su obra acerca de «una sociedad disciplinaria», en la que las formas disciplinarias mutaron a las formas de la disciplina del deseo, donde los individuos en esta sociedad actual adquieren el factor disciplinario por voluntad propia, confundiendo el objeto del castigo por placer. Aquí es donde la sociedad Posmoderna se transforma en la sociedad de la Inmediatez, en la cual el individuo asume como parte de su vida el flagelo disciplinario que son las drogas, el alcohol, las pantallas, las redes sociales, la moda y la eliminación del tiempo de espera, dándole la característica de «todo ahora» y «todo ya», porque no pueden estar un segundo sin consumo o sin producir. Estos factores son la característica del siglo XXI y un rumbo al siglo XXII.
Si lo abordamos desde una mirada evolutiva basada en estos lineamientos, debemos decir que toda evolución requiere de tres aspectos fundamentales. En primer lugar, la economía, que lleva al individuo a excluir peso. Por ejemplo, en los animales vertebrados los huesos fueron perdiendo peso y ganado flexibilidad y resistencia como factor económico que la naturaleza impone en su búsqueda de perfección auto-organizada. En nuestra constitución humana, desde Cromañón hasta nuestros días, somos cada vez más livianos y sutiles, dándole al sistema estructural mayor fortaleza y excluyendo la idea de que lo pesado es lo fuerte. Segundo, la aerodinámica. Toda la evolución, en sus trazos geométricos, se define por la aerodinámica, ya que la propuesta del espacio, como factor que interactúa en la evolución, requiere que los cuerpos se formen a través del principio de la aerodinámica. Y el tercer aspecto es un contrato de características interdependientes como, por ejemplo, las plantas que transforman la luz del sol en oxígeno a través de la fotosíntesis. Esa luz entra en nosotros y en los animales, y ese círculo virtuoso de acciones interdependientes construye un ecosistema, donde el equilibrio de lo ácido y lo alcalino mantienen el proceso evolutivo.
Las drogas, como categorías, están destruyendo la corona de la creación que es la neocorteza, llevando al cerebro a un estado retrogradado, es decir, a un nivel reptiloide que solamente tiene la función del deseo y de la satisfacción del deseo, cortando la relación entre las acciones y sus consecuencias, una función que en el ser humano, desde el punto de vista sociológico, fue la que armó estas grandes civilizaciones. Esta función tuvo unos cinco mil años de evolución, dando como resultado a civilizaciones que se convirtieron en súper civilizaciones, transformándonos hoy en meta civilizaciones tecnológicas, donde aparecen las drogas como una categoría moderna y su uso como fenómeno emergente actual que, al parecer, ni la sociología ni la filosofía están tomando en cuenta como un moldeador social.
En su esencia, están construyendo las bases de la sociedad del inmediatismo, metiendo al ser humano en un embudo que llamaremos la sociedad zombi. Esta sociedad zombi excluye todo marco filosófico, por no hablar del marco espiritual, moral, ético, político e ideológico, lo que lleva a los marcos sociales a producir y consumir o construir y destruir. Esto da lugar a un mundo robotizado de zombis.
El nuevo hombre-zombi, que prácticamente cumple funciones mecánicas y automáticas en sus horas productivas, queda hipnotizado por las drogas, las pantallas, las series y los viajes turísticos, donde una infinidad de personas van en tránsito de un lugar a otro haciendo «nada». Consumiendo y destruyendo sin ningún contenido en los fines de sus viajes, ya que este turista del inmediatismo va de un aquí a otro aquí sin tener un espacio de tiempo madurativo que incluía, en otras épocas, el viaje del peregrino, en el que cada peregrinación y cada movimiento iba de un aquí a un allá volviendo a su movimiento original con las riquezas de las experiencias vividas en el fuero de su alma, de sus emociones y vivencias, enriqueciendo a su grupo de origen con relatos o cuentos de fogones que coloreaban y llenaban de misterio la búsqueda de la vida a través del peregrino. Hoy en día este turista, viaja y saca fotos de edificios, de jarrones o selfies con fondos vacíos carentes de contenido y sentido.
Dentro de este pensamiento, el espacio de ocio de la filosofía aristotélica queda aniquilado completamente, como también el espacio meditativo oriental del zen y todo lo que remite a una introspección, basados en que son momentos sin producción ni recreación, algo que se percibe como un tiempo negativo, aburrido y descartable. Así, vemos a esta gente en tránsito por el mundo entero con mochilas, valijas y productos adquiridos en otras regiones que solamente cumplen la función de tapar el vacío generado por la sociedad zombi.
Desde otro punto de vista, y haciendo un giro narrativo, debemos incluir la figura del gestor. Este es el gestor invisible, sin rostro e indetectable, que propone las bases de una sociedad zombi. Esta sociedad no es un emergente del hombre, no es un subproducto cultural sino que es, sin lugar a duda, una propuesta administrada que, finalmente, va a quedarse sin adeptos, porque si en un futuro toda la sociedad es zombi, nadie tendrá deseos de producir ni de reproducirse, porque el zombi es un pasatiempista, no construye.
El pasatiempismo, como fenómeno actual que arma las bases fundamentales de la sociedad de la Inmediatez, es influenciado a su vez, en gran medida, por las drogas, ya que ese es uno de los hábitos centrales del pasatiempista, más si son las llamadas drogas blandas, como el alcohol y la marihuana. La eliminación de las drogas duras como la morfina, la heroína y el LSD de los años setenta, y la promoción de las drogas blandas —como decíamos, el alcohol, la marihuana y el éxtasis— son la base de esta nueva sociedad pasatiempista. En Europa se los llaman mileuristas. El mileurista es un ejemplo claro de la sociedad zombi en las sociedades europeas, sin mucho que hacer, cumpliendo trabajos mecánicos, modestos y sin responsabilidades, llevando su tiempo de ocio a fumarse un porro y tomar cerveza o cualquier trago en las calles de Madrid, Londres o París. Actividades que comienzan a las cuatro de la tarde, lavando cerebros casi por completo, sacándole toda visión de futuro y progreso de las entrañas evolutivas del instinto humano, planchando su visión de futuro, relacionándose con otros a través de las vías electrónicas o de las redes sociales, dejando su cuerpo estático en un sillón, en una cama o en un bar. Este ejemplo del joven europeo del siglo XXI es un modelo a seguir en las clases medias occidentales y ahora también orientales. En el mejor de los casos, en la sociedad zombi tenemos jóvenes preparados en alguna actividad técnica que es volcada en funciones mecánicas y robotizadas con el simple objeto de cobrar un pequeño sueldo para poder viajar, comprarse un nuevo dispositivo electrónico o un par de zapatillas Nike. Por esta razón, toda su estructura se sostiene en las generaciones anteriores, que son plataformas sólidas construidas por sus padres con reales bases económicas.
De ese modo, se entra en un bucle sin sentido porque no hay futuro y, por lo tanto, solo hay presente, solo un presente vivido a través de las drogas, lo cual borra mucho más aún cualquier instinto de supervivencia y progreso, colocando al cerebro en esta suerte de marea dopamínica, confundiendo el placer con la felicidad.
La sociedad de la adicción, que busca solamente la satisfacción del placer, la recreación y la nada misma, empieza a resquebrajar desde sus bases a las naciones, las cuales se definen en millones de personas que terminan siendo problemas para los grupos familiares y los gobiernos, con costos enormes a nivel del Estado.
Aquí nos encontramos con una paradoja, en la que las drogas se viabilizan en todas las naciones del mundo, exceptuando a Kuala Lumpur como ejemplo de lo que Foucault llamaba la sociedad disciplinaria más panóptica, donde la conducta es penalizada por la ley mediante castigos muy severos a los consumidores y con pena capital a los traficantes de manera directa, sin ningún proceso judicial ni derechos porque, para ese Estado, el narcotraficante es un individuo que comete crímenes de lesa humanidad. Es decir, hay un grupo en la Tierra que tiene la idea de que las drogas son un programa de diseño en contra de la humanidad.
En el inmediatismo existen estos mensajes, de los cuales tenemos que tomar plena consciencia para no confundir a la sociedad, porque en la mayoría del mundo civilizado, las drogas —la cocaína, el éxtasis, el crack y la marihuana— están prohibidas. Sin embargo, estas drogas son casi de libre comercio y uso. Cualquiera puede adquirirlas y usarlas durante el día o la noche en cualquier ciudad del mundo.
Y no solamente este ejemplo confunde a la sociedad; podemos compararlo con la industria automotriz, que crea autos de 200 a 300 caballos de potencia que alcanzan velocidades de 250 km/h y, a su vez, construimos carreteras con velocidades máximas de 120-130 km/h, confundiendo a las poblaciones con dos lineamientos extremadamente opuestos. Es decir, se le da una herramienta que puede llegar en este caso a cierta velocidad, pero si lo hace, lo multan o lo penan apresándolo y condenándolo.
El paralelismo es muy gráfico, ya que con las drogas sucede lo mismo: las drogas están prohibidas, pero las usa toda la sociedad: «Si te encuentro usándolas, te apreso», «Si te encuentro alcoholizado manejando, te saco el registro», lo cual muestra el reflejo de la sociedad del inmediatismo, enloqueciendo al ser humano con reglas claramente contradictorias: «Te doy, pero si lo usás, te condeno»; «Está para tomarlo, pero si lo usás en estas circunstancias, te condeno».
Debemos tomar una decisión en las próximas décadas respecto del mensaje tóxico. Vamos hacia una sociedad que en los próximos años se multiplicará por cuatro; solamente en India hay quinientos millones de personas menores de 25 años. En este salto demográfico de la humanidad como especie, debemos vernos como un grupo que debe salir de la edad de la inocencia y entender que el ejercicio del poder, ya adentrados en la tercera década del siglo XXI, está dado por una administración y un plan neuro-político, neurotóxico, que lleva al cerebro de la creatividad en un camino de regreso al deseo por el deseo en sí mismo.