Читать книгу Argumentando se entiende la gente - Fernando Miguel Leal Carretero - Страница 11

1.1 Acerca de los argumentos

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Un problema interesante en teoría de la argumentación tiene que ver con las palabras mismas que usamos para referirnos a los diversos fenómenos que queremos estudiar. En inglés la palabra más usada es argument, la cual puede a veces traducirse por “argumento”, pero a veces significa más bien “discusión” e incluso “pleito”. Eso ha llevado a que los teóricos de habla inglesa hagan distinciones que no siempre es fácil reproducir en nuestra lengua (o en las demás lenguas europeas). Nótese, para empezar, que cuando hablamos de “argumento” en español nos referimos a una cosa, un objeto, o mejor dicho un producto, justamente el producto de la acción de argumentar, o lo que resulta de esta acción. En cambio, cuando hablamos de “discusión”, ya no se diga “pleito”, nos referimos más bien a una interacción, un intercambio dinámico entre dos o más personas, o mejor dicho un proceso. Nótese también que la palabra “argumentación” en español tiene una ambigüedad parecida a la de la palabra argument en inglés, en el sentido de que puede designar tanto el producto de una acción como también esta acción misma. Pero aún en este caso, la palabra “argumentación” nunca tiene en español el significado de “pleito”, que sí puede tener en inglés.

Ahora bien, si lo que tienes es un producto, lo que normalmente llamamos un argumento, entonces te será posible tratarlo como un objeto que puedes examinar y dividir en partes; es un objeto que típicamente tendrá componentes tales como las razones (o premisas) y el punto de vista (o conclusión). En este sentido, un argumento es un artefacto, algo que puede usarse en diferentes circunstancias y con personas diferentes.

Son muchos los ejemplos de argumentos en el sentido de productos. Algunos de ellos son muy conocidos, como el primero de los siguientes, que es tal vez el argumento más famoso de todos los tiempos:

[1] Los hombres son mortales; Sócrates es hombre; luego, Sócrates es mortal.

[2] —¿Quieres pescado para la cena de esta noche?

—No. Ya comimos pescado anoche y no quiero lo mismo dos noches seguidas.

[3] —No tomes el Periférico. A esta hora del día está realmente repleto y te tomará muchísimo tiempo.

Cada uno de estos ejemplos es un producto fácilmente identificable. Puedes ver que un argumento en este sentido no tiene por qué ser algo tieso y formal, como [1]. Los productos a menudo están incompletos, lo cual constituye una forma de argumentar que solemos llamar un entimema, que es el nombre pedante para un argumento al que le falta una premisa o la conclusión. Así, el ejemplo [2] podría haberse hecho igualmente sin explicitar la conclusión:

[2a] —¿Quieres pescado para la cena de esta noche?

—Ya comimos eso anoche.

En [2a] el punto de vista se deja implícito, algo que ocurre con muchos argumentos. Así pues, uno de los usos del término argument en inglés, y el único que tiene “argumento” en español, es para designar un conjunto formado por las razones y por la conclusión, sean o no explícitas.

Cuando en inglés decimos the argument (“el argumento X”) o that’s a strong argument (“ese es un argumento fuerte”) o that argument won’t stand up to scrutiny (“si examinamos con cuidado este argumento, veremos que no se sostiene”), es probable que estemos hablando de productos; pero a veces decimos cosas como they had a good argument (“tuvieron una buena discusión”) o Carol and Juan had a really bad argument last night (“Carol y Juan tuvieron un pleito horrible anoche”). Nótese que la expresión inglesa en este caso es to have an argument, “tener una discusión” o incluso “tener un pleito”. En este sentido, claramente lo que tenemos es un proceso. Se trata de un proceso que tiene lugar entre personas que están envueltas en un desacuerdo. Esta distinción anglosajona entre argument como producto y argument como proceso fue introducida por el teórico de la comunicación Joseph Wenzel (1979) y más adelante examinaremos sus ideas con cuidado y las usaremos constantemente.

Daniel O’Keefe (1977) introdujo, de nuevo para sus lectores anglosajones, una manera útil de indicar esta diferencia en los dos usos de la palabra inglesa argument utilizando números: un argument1 es un producto, mientras que un argument2 es un proceso. Un argument2 (en español, una discusión) casi seguramente contendrá varios arguments1 (es decir, varios argumentos) como objetos: las personas que se involucran en el proceso de argumentar ofrecen argumentos una a la otra. Así pues, una persona ofrece un argument1 (en español, un argumento) y dos personas tienen un argument2 (en español, una discusión). La notación de O’Keefe es en realidad muy simple: argument1 una persona, argument2 dos personas.

Esta distinción es importante en inglés porque ayuda a evitar la confusión cuando se discute en esa lengua la naturaleza de los arguments. Un argument1, por ejemplo, es decir, un argumento, contiene típicamente una o dos razones que concluyen en un punto de vista particular. Un argument2, por otro lado, es decir, una discusión, puede implicar muchos puntos de vista y muchas razones, y puede estar o no enfocado en un solo punto de vista principal. Por eso, en la edición inglesa de este libro la palabra argument se usa normalmente en el sentido de argument2, ya que el objeto primordial de estudio son las discusiones reales entre personas reales; y sólo se aplica la notación de O’Keefe cuando el contexto lo requiere. En esta versión hispana hablaremos de “discusión” o de “argumentación” para traducir este término argument2 y emplearemos la palabra “argumento” cuando se trate de argument1.

Wenzel, por su parte, sostiene que debemos distinguir tres perspectivas diferentes. Si lo que hacemos es aplicar la lógica a ciertos objetos producto de una argumentación, entonces hablamos de argumentos (argument1 de O’Keefe). Aquí los argumentos son objetos que pueden ser inspeccionados para ver hasta dónde siguen reglas lógicas y cómo sus partes se conectan entre sí.

Por otro lado, Wenzel señala que hay una segunda perspectiva: la de actos de comunicación que siguen ciertos procedimientos, que se adhieren a un conjunto de reglas diseñadas para asegurar que la discusión discurra suavemente y con equidad. Esto, dice Wenzel, es el dominio de la dialéctica. La dialéctica es el estudio de las argumentaciones (arguments2) cuyo fin es encontrar la verdad o al menos la mejor respuesta posible. Como tal, sigue reglas y procedimientos diseñados para alcanzar resultados que nos acerquen a la verdad lo más que se pueda. Las discusiones y argumentaciones dialécticas son cuidadosas, precisas y controladas. A diferencia de la lógica, que se enfoca en la estructura de los argumentos (arguments1) individuales y los examina con relación a propiedades lógicas específicas, la dialéctica contempla las discusiones y argumentaciones tal como ellas tienen lugar entre las personas. Las partes de una discusión escuchan cada argumento que se les propone, se turnan para hablar y responden a lo que se ha dicho antes. Tenemos aquí el tipo de argumentaciones que nos ofrecen los maestros de cursos de Pensamiento Crítico como los mejores ejemplos y los modelos a imitar. Lamentablemente, el problema es que no ocurren en realidad con tanta frecuencia.

La última perspectiva que Wenzel introduce es la del proceso. Este es el aspecto de la argumentación que cubre cosas tales como escoger las palabras, el modo de presentar los argumentos y el orden, el cuándo y el dónde del uso de argumentos, y en fin, todos los aspectos incluyendo el tono de voz. A la perspectiva del proceso se le ha llamado tradicionalmente retórica. Aunque la retórica ha adquirido a lo largo de los años una muy mala reputación, dentro de la teoría de la argumentación se la está repensando y rehabilitando. Durante los últimos cincuenta años, los investigadores han venido re-examinando el papel de la retórica y muchos han ido encontrando que la mala reputación

es inmerecida.

Mucha de esta labor ha sido estimulada por uno de los abuelos clave de la moderna teoría de la argumentación, Chaïm Perelman. Su obra clásica fue escrita junto con la investigadora Lucie Olbrechts-Tyteca, pero Perelman la continuó luego con muy importantes escritos que elaboró por su cuenta. La obra de Perelman y Olbrechts-Tyteca —La nueva retórica o Tratado de la argumentación, publicada en francés en 1958, traducida al inglés en 1969, al español en 1989, al italiano en 2001 y al alemán en 2004— contribuyó a crear una nueva actitud hacia la retórica. Sus autores argumentaron que toda argumentación implica retórica, y que no importa cuán cuidadosos seamos, es imposible evitar hacer elecciones retóricas a la hora de argumentar. Argumentaron también que la verdad no es manifiesta, es decir que nunca podemos estar seguros de tener la verdad. A los retóricos les preocupa la verdad, pero no creen que sepamos de cierto nunca que la tenemos. De esa manera, a la hora de tomar decisiones, resolver disputas, zanjar diferencias de valores y llegar a las mejores conjeturas posibles, lo único que tenemos son argumentaciones. Algunos investigadores rechazan esa actitud ante la verdad, pero otros, incluido el autor de este libro, la hacen suya.

Toda argumentación, y de hecho toda comunicación, implica retórica porque siempre tenemos que escoger las palabras, el tono, etcétera. Por ejemplo, Male quiere ir a ver la más reciente comedia romántica y le expresa a Edu su deseo. Edu responde:

—Claro, es una gran idea.

Observa que, si nada más lees estas palabras, en realidad no tienes ni idea de si Edu abraza la idea de Male con entusiasmo o más bien se opone a ella. Solamente el tono que adopta Edu y la cara que pone harán claro cuál es el mensaje. Dicho de otra manera, la retórica es necesaria para desplegar el sentido del mensaje.

En tiempos recientes esta postura ha sido defendida por Chris Tindale (1999, 2004), quien argumenta que la retórica es el fundamento real de la argumentación y que las demás perspectivas dependen de ella. En apoyo de esto, yo he dicho en otra parte que la argumentación está gobernada por un conjunto natural de reglas que son reforzadas socialmente por la mayoría de las culturas (Gilbert 2007). El problema con la retórica ha sido siempre que parece enfocarse en la persuasión antes que en llegar a la verdad sobre el asunto de que se trate. Esto es lo que ha llevado a su pésima reputación; y de allí que la expresión “¡Eso es pura retórica!” ha venido a ser una manera de decir que un enunciado es persuasivo, pero en rigor carece de todo significado real. Pero como Tindale y quien esto escribe, aparte de otros autores, hemos señalado, no preocuparse por a quién se dirigen tus argumentos puede tener costos muy altos. En inglés decimos: Fool me once, shame on you; fool me twice, shame on me. Con otras palabras, si tú me haces tonto una vez, es tu culpa; pero si lo haces dos veces, es la mía. El punto que estoy queriendo recalcar aquí es que la retórica nos pide que prestemos atención acerca de quién es y quién no es digno de nuestra confianza; y que una vez que una persona ha traicionado la confianza que habíamos depositado en ella, no debemos tan rápido volver a confiar. Esto es lo que esconde el concepto retórico de ethos, una idea central de la teoría de la argumentación sobre la que volveremos más adelante.

Las emociones son una parte integral de toda argumentación. Argumentaciones que no contengan nada de emoción son cosas que no existen. Siempre hay algo de emoción en todo argumento, dado que, si no la hubiese, entonces ¿para qué estaríamos discutiendo? (Gilbert 1994, 2001). Dicho de otra manera, si algo te da igual, ¿para qué te molestas en argumentar? Sin embargo, hay que señalar —y cuando lleguemos a la sección 2.1 habrá ocasión de reflexionar sobre este punto— que el impulso emocional puede no referirse a la conclusión de un argumento como tal, sino a cómo en un cierto contexto queda uno parado o cómo se siente en ese contexto, es decir, otra vez, apariencias. Por ejemplo, a mí puede no importarme demasiado cuál es la verdad acerca de tu afirmación de que Diego Maradona ha sido el más grande jugador en la historia del futbol, pero en cambio lo que sí podría importarme es cómo me muestro en tanto que conocedor de este deporte. Mi argumentación podría no ser tanto acerca de los hechos relativos a Maradona, sino que estaría yo tratando de probar otro punto, un punto retórico acerca de mi persona.

He aquí un ejemplo en que se usan las emociones para obtener ventaja en una discusión. Natalia está negociando el precio por un pedido de ciertos artículos, y acepta a regañadientes la petición de su cliente de que use un método de embarque más rápido, con el consiguiente incremento en los gastos de envío. En realidad, Natalia siempre había previsto ceder en este punto, pero quiere que su cliente sienta que ha ganado algo. Al parecer que se resistía, Natalia utilizó las emociones de manera retórica.

Las emociones juegan otro papel también al limitar de forma natural el campo o el alcance de la argumentación de forma que podamos enfocarnos en lo importante. Las emociones motivan las discusiones, pero también son esenciales en el proceso de toma de decisiones, y muchas discusiones son precisamente sobre tomar decisiones. Hablando lógicamente, hay un número infinito de opciones a que nos enfrentamos cuando tomamos hasta la más simple de las decisiones, pero sin necesidad de pensar ignoramos la mayoría de esas opciones gracias al uso de nuestro aparato emocional. Toma el siguiente caso de mi vida: cuando estoy en el campus de mi universidad en Toronto y me pregunto qué voy a comer a mediodía, no pierdo tiempo considerando si voy a pasarme por la tienda de delicatessen de Katz en Nueva York para comerme un sándwich de pastrami o por el Malecón del Pescador (Fisherman’s Wharf) de San Francisco para comerme unas almejas fritas. Estas son posibilidades lógicas, y técnicamente podríamos considerarlas; pero desde un punto de vista emocional no son opciones reales. El hecho de que podamos desecharlas como poco prácticas, no tiene nada que ver con el hecho de que son opciones posibles. Descartamos de manera puramente emocional un enorme número de tales posibilidades sin detenernos a considerarlas, porque nuestra experiencia nos ha enseñado que simplemente no se plantean en serio. El neurofisiólogo Antonio Damasio (1994) nos cuenta la historia de un paciente con traumatismo cerebral cuyo trastorno implicaba que era incapaz de utilizar o experimentar emociones. Cuando le pidió a su paciente que eligiera una hora para su cita, este podía quedarse considerando todas las opciones sin poder detenerse, ya que carecía del equipamiento emocional que le permitiera desechar la mayoría del conjunto infinito de opciones. De esa manera, las emociones nos impiden hundirnos en un océano de alternativas mediante el expediente de marcar muchas de ellas como poco razonables. A la hora de discutir es a menudo lo emocional lo que nos hace ver qué es y qué no es relevante.

Vale la pena recordar que la misma dinámica que nos permite tomar una decisión simple sin emplear horas o días puede también limitar las opciones que tomamos en consideración. Cuando piensas outside the box, como se dice en inglés, o sea saliéndose del marco prefijado por las convenciones, tienes que dejar libres tus emociones y mirar esas opciones que habías dejado fuera y volver a ponerlas en juego. Este podría muy bien ser un factor que opera cuando tenemos sesiones de “lluvia de ideas”, nos apoyamos en el trabajo en equipo, y tratamos de salirnos de los carriles usuales.

Habiendo dicho todo esto, no hay duda de que las emociones extremas pueden dificultar mucho una discusión. Cuando las emociones son muy fuertes, ellas pueden meterse en la discusión y hacer que se descarrile. A veces las personas que disputan se enojan o alteran mucho y dejan de escuchar o prestar atención a la argumentación como un proceso encaminado a encontrar una solución. Cuando eso ocurre, sin embargo, no significa siempre que la discusión fue mal llevada. Puede significar que los problemas más importantes no se han planteado, asuntos que son más vitales que el enunciado en torno al cual las personas han venido alegando.

Algunos investigadores en el área del pensamiento crítico e incluso en la teoría de la argumentación quisieran hacernos creer que la argumentación debe siempre ser parte de discusiones tranquilas y ordenadas, en las que se tiene buen cuidado de los turnos para hablar y se presta gran atención al contenido preciso de lo que se está diciendo. Pero no solamente son esas argumentaciones la excepción más que la regla, sino que ocultan una gran cantidad de informaciones, sentimientos, valores e ideas importantes. Yo llamo a esto el modelo crítico-lógico, y en ese modelo no hay nunca “agendas ocultas” ni tiene sentido preguntarse de qué trata realmente la discusión. En ese modelo, las personas dicen exactamente lo que quieren decir, y las palabras y enunciados pueden tomarse más o menos de manera literal. Es un modelo útil para enseñar pensamiento crítico y te ayuda a entender los aspectos elementales y los conceptos medulares concernientes a los argumentos, pero en rigor no se aplica en los casos reales en que la gente discute.

Las argumentaciones y discusiones clínicas, es decir aquellas que muestran lo mínimo de emoción, no son siempre las mejores. A veces las discusiones clínicas tienen el defecto de ser aburridas y demuestran falta de imaginación porque en realidad a nadie le importan. Sé cuidadoso a la hora de distinguir entre “clínico” y “ordenado”, una distinción de la que hablaremos enseguida. “Clínico” significa “sin contenido emocional”, mientras que “ordenado” se refiere al estilo en que se presentan los argumentos. La distinción importante aquí es pues entre clínico y emocional.

Según nos movemos a lo largo del continuo que va de lo clínico a lo emocional, las discusiones tienden a volverse más difíciles, aunque no necesariamente es así siempre. Las discusiones en la pareja íntima o con la familia, por ejemplo, pueden ser altamente emocionales, y puede ser importante sacar esas emociones, reconocerlas y admitirlas. Incluso entre socios en una empresa, una discusión altamente emocional puede a menudo ventilar las cosas y sacar a relucir problemas que de otra manera hubieran permanecido escondidos. Por eso es importante no tener miedo de las emociones, sino más bien entenderlas y ocuparse de ellas de maneras efectivas y provechosas.

Las argumentaciones y discusiones pueden también distinguirse más allá de la división entre emocional y clínico. Esta distinción identifica más o menos el grado de emoción. Sin embargo, la manera en que se conduce una argumentación no es una función directa de la distinción entre emocional y clínico. Puede haber discusiones altamente emocionales que se conducen con claridad y cuidado, y discusiones clínicas que no parecen tener ningún sentido. Cuando se trata de las cualidades de precisión y comprensión, podemos hablar del continuo ordenado-caótico. Una argumentación es ordenada cuando las partes en disputa se escuchan una a la otra, se turnan para hablar, establecen sus puntos y en general proceden de forma coherente. Así, “ordenado” indica el tono del proceso, mientras que “clínico” indica el grado de emoción. Las argumentaciones son caóticas cuando las partes no se escuchan, no se presta atención a los argumentos y hay interrupciones y digresiones irrelevantes. El caos incluye gritar, hacer muecas, imitar al otro, usar palabras fuertes, y muchas otras actividades generalmente consideradas desagradables. Entiéndase, por favor, que entre ordenado y caótico hay un continuo de la misma manera que lo hay entre clínico y emocional. Dicho de otra manera, un poco de caos nunca ha hecho daño a nadie y es muy común en la mayoría de las interacciones donde hay desacuerdo.

Podemos ir aún más lejos: clínico y ordenado no es lo mismo que bueno. A veces las argumentaciones calmadas y altamente lógicas pueden llevarnos a resultados terribles. La razón es simple. Cuando dejamos fuera las emociones, suele ocurrir que los valores dejen de jugar su vibrante papel. La moral, la estética, la inspiración, son cosas que impiden que descuidemos la parte humana. Cuando no tomamos en cuenta los sentimientos, las emociones, y las preocupaciones humanas, entonces puede resultar una especie de frialdad insensible espantosa. Esto, por ejemplo, suele ser la base del fascismo: acciones draconianas por las que se suprime el desacuerdo y la inquietud pueden ser muy lógicas, pero al mismo tiempo también inmorales.

Las argumentaciones caóticas pueden a menudo ponerse bajo control solicitando un resumen, o bien planteando una pregunta muy específica sobre la postura que se discute con el propósito de determinar mejor cuál es esa postura. Entonces, si una argumentación se ha vuelto demasiado caótica, puedes tratar de estabilizarla. La mejor manera de hacerlo es resumiendo las posturas. Puedes tratar de definir mejor la interacción y regresar al tema, de forma que la discusión deje de dar vueltas o dispararse en todas las direcciones. A veces, cuando una argumentación caótica es también altamente emocional, incluyendo quizá lágrimas y gritos, la discusión se ha convertido en pleito. Si esto ocurre, lo mejor es dejarla y quizá volver a ella más adelante. Sin embargo, puede ser incluso más importante el establecer y aclarar ciertas reglas para la discusión particular que se está teniendo. Eso nos lleva al siguiente tema, la noción pragma-dialéctica de etapas de la argumentación. Pero antes de pasar a eso, quisiera hacer otra observación.

Muy al principio de esta sección introduje una distinción entre argumentaciones como productos o artefactos (en inglés, arguments1) y argumentaciones como procesos (en inglés, arguments2). Habrás notado que en esta parte hemos venido considerando las argumentaciones primariamente como procesos interactivos entre partes en disputa. Esto significa que los términos utilizados se están aplicando a los procesos como lo opuesto a los argumentos. Sin embargo, eso no significa que dentro de una discusión no pueda haber argumentos particulares que sean emocionales y otros que no lo sean. Lo que quiero decir es que los términos “clínico” y “emocional” se aplican también a los argumentos (objetos de un proceso de argumentación), y lo mismo pasa con los términos “ordenado” y “caótico”, si bien es cierto que lo normal es aplicarlos a las discusiones como tales. Esto es importante por razones estratégicas. Un argumento particular no debe caracterizar toda una discusión, sino que puede usarse como un indicador o termómetro del proceso completo. Vale la pena recordar esto.

Argumentando se entiende la gente

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